Podría decirse que, desde el golpe legislativo al Estado, el 1 de mayo pasado, los planes dictatoriales, lejos de cumplirse y consolidarse, experimentan un periodo de profunda inestabilidad que entró en una caída aún más profunda desde la arbitraria imposición del Bitcoin.
Para aclarar, no se trata que el Bitcoin haya sido el elemento determinante o el de mayor impacto negativo para el pueblo salvadoreño, sino que su aparición coincidió con el inicio manifiesto, es decir evidente e inocultable, del hartazgo de una parte considerable de la población en relación a las medidas adoptadas por el clan de gobierno. Si se quiere, en aquel momento, el Bitcoin fue la gota que derramó el vaso
En realidad, la ofensiva antipopular se había comenzado a implementar con anterioridad, dejando sin ingresos, y de manera arbitraria, a decenas de miles de empleados públicos desde el momento mismo que asumió el nuevo gobierno; a esto se debe sumar la reversión y desmantelamiento de importantes programas sociales, en especial aquellos relacionados con políticas hacia las mujeres, los niños y los sectores vulnerables como los de la tercera edad; la seguridad ciudadana se seguía deteriorando dejando a la ciudadanía a su suerte mientras las cifras de muertes eran maquilladas desde el oficialismo; a la falta de recuperación económica como consecuencia de la crisis provocada por la pandemia de COVID19 y la falta de planes y programas concretos, se sumaba el desempleo y la inflación, desatada en parte por el imparable endeudamiento público, la oscuridad en el manejo de las finanzas y la consecuente desconfianza de los mercados financieros, que elevó las calificaciones de riesgo y encareció las ya difíciles condiciones de préstamos para el Estado.
En contrapartida, el gobierno desplegó una serie de mentiras cuidadosamente decoradas, tales como promesas de obras de inminente materialización (el “tren fantasma” de alta velocidad, el aeropuerto de oriente, los nuevos puertos, etc., etc., etc.), a la vez que “reinauguraba” obras de gobiernos anteriores, cambiando nombres, pintando y decorando, como quien arma una escenografía de cartón pintado; también redobló el esquema de manipulación publicitaria, que desde el oficialismo llaman Plan Control Territorial, y profundizó la búsqueda de culpables para cada uno de sus fracasos. El lawfare resultó útil pero efímero, porque, aunque unos cuantos ex funcionarios continúen presos el tema no entusiasmó más que a los incautos seguidores del oficialismo, pero en cambio profundizó algunos aspectos de las críticas desde el exterior y por supuesto desde organismos de DDHH.
El nivel de desgaste del gobierno también se empezó a comprobar en las movilizaciones antigubernamentales, las cuales no pudo ni impedir ni ridiculizar eficientemente; tampoco tuvo el valor o la decisión política para reprimirlas abiertamente, aunque se esforzó en entorpecer los desplazamientos utilizando a la fuerza armada y a la policía; sin embargo, la persecución selectiva a la prensa y la profundización de las violaciones constitucionales solo le han servido para perder terreno en el campo internacional.
La más reciente crisis tiene nuevamente que ver con el Plan Control Territorial, o mejor dicho con el fracaso del prácticamente inexistente plan. Como ya habíamos mencionado en otras ocasiones, desde antes de la llegada del actual gobierno, desde la campaña electoral misma, se ha podido comprobar los niveles de su negociación con las pandillas, primero para asegurar el triunfo electoral, luego para dar apariencia de eficacia al gobierno reduciendo drásticamente las cifras diarias de homicidios. Por supuesto, todo eso tiene un costo que las pandillas criminales jamás dejan de cobrar. En este caso, tenía que ver con beneficios, permisividad operativa y, sobre todo, inmunidad ante los pedidos de extradición girados desde Washington.
Poniendo al servicio de los intereses de las agrupaciones de criminales al Fiscal General impuesto así como a los magistrados usurpadores de la CSJ, el gobierno se preparaba a cumplir el compromiso de impunidad. Por su parte, los criminales desaparecen gente en lugar de dejar sus cuerpos expuestos, sobre todo jóvenes, mujeres y hombres de sectores humildes; al mismo tiempo, mantenían sus “diferencias” entre pandilleros bajo control, para cumplir su parte del pacto y que la autoridad pudiera seguir maquillando datos de homicidios.
Sin embargo, la presión de EEUU se recrudeció y aunque el gobierno pretendió jugar la carta de un falso “antiimperialismo” discursivo, o un nacionalismo barato y de segunda mano, en realidad las presiones empezaron a hacer vacilar a algunos magistrados y demás jerarcas. La repuesta de las pandillas fue tan brutal como era de esperarse y en tres días en torno a 60 asesinatos indiscriminados, entre ellos muchos ajustes entre criminales, pero también la muerte de personas inocentes, no relacionadas con ese mundo del hampa, fueron portada en la prensa nacional, sin que el Ejecutivo y su aparato de propaganda pudiera evitarlo.
Sometido a una gran presión, el gobierno empezó a cometer un error tras otro. Ya había empezado, en el caso de las desapariciones y la miserable declaración del ministro de seguridad, hace una semana, culpando a las víctimas de sus secuestros y asesinatos, y reclamando a los padres de las víctimas “por no atender adecuadamente a sus hijas e hijos”. El escándalo y la indignación fue imparable hasta para los batallones de troles que se gestionan desde CAPRES.
A lo largo de esta semana una nueva falla garrafal, esta vez a cargo del “jefe del circo”, quien, ante la ola de homicidios imparables y la ridiculización de su inexistente plan de seguridad, desde sus cuentas sociales insinuó que “fuerzas oscuras” buscaban desestabilizar el gobierno. Por supuesto, su coro de replicadores, en especial desde los títeres que ocupan curules en la Asamblea Legislativa, y personajes tan detestables y miserables como Romeo Lemus, un seudo-periodista que ocupa un cargo a dedo en un consulado en EEUU, se encargaron de difundir la idea que los crímenes eran operados u ordenados por la oposición política, en particular por el FMLN.
El disparate le duró poco, pero demostró los niveles de desesperación a que ha llegado la presente administración. Es probable (y con el tiempo, sin duda se conocerán los detalles) que una nueva negociación haya puesto rápidamente un fin a la escalada que había producido el terror en la calles, barrios, cantones y caseríos de todo el país. Existe entre los medios y organismos de derechos humanos otra teoría que no deja de ser plausible conociendo los niveles de vileza del actual gobierno, y es que el mecanismo de ascenso y descenso de homicidios sea controlado directamente desde CAPRES como arma de terror. Si fuese así creemos que sería una torpeza aun mayor, porque nadie (además de las victimas por supuesto) ha sido afectado más negativamente que el gobierno en esta nefasta semana de terror.
Un FMLN que se le atraganta al presidente
Precisamente, el primer mandatario y sus matones digitales no tuvieron mejor idea que acusar al FMLN de la ola de homicidios, apelando a la coincidencia con una fecha de particular importancia y significado simbólico para El Salvador. Aquello que precisamente el actual régimen es incapaz de construir, porque eso no se construye sobre mentiras y cartón pintado, sino sobre el sacrificio y la decisión de todo un pueblo de luchar por su libertad, cueste lo que cueste. Justamente ese hito histórico, le vino a recordar al dictador en ciernes, el destino que han tenido cada una de las dictaduras que pretendieron imponer a este pueblo. Y también, de paso, el destino que tuvieron los dictadores que las protagonizaron.
Esa fecha, el 11 de noviembre, que el clan de gobierno pretendió infructuosamente estigmatizar, fue, sin embargo, recordada con orgullo por esa fuerza que el dictador desea con toda su alma ver desaparecer. Así, las calles, los puentes peatonales, los pasos a desnivel, los muros de diversas ciudades del país amanecieron decorados con pintas y mantas recordando la heroica gesta del 11 de noviembre, inicio de la Ofensiva militar ¡Hasta el Tope y Punto! ¡Febe Elizabeth Vive!, que tenía lugar por estos días, hace 32 años, y que representó una de las batallas más heroicas y audaces de los ejércitos guerrilleros en Nuestra América. Eso es lo que no puede borrar de la historia el grupo de fascistas que pretenden gobernar El Salvador como si fuese su finca familiar, y que además pretende tratar como si sus pobladores fueran imbéciles incapaces de recordar su historia y las formas de lucha que han estado presentes en estas tierras por más de 500 años.
La argolla de poder tampoco pudo impedir que desde el cementerio de la Bermeja en San Salvador ,el mismo 11 de noviembre, hasta cada uno de los departamentos del país, durante el fin de semana, fieles militantes de izquierda, veteranos combatientes y también jóvenes luchadores sociales dispuestos a seguir los pasos de los antiguos luchadores en las nuevas condiciones que requiere el momento, se hicieran presente para recordar a los caídos y, por sobre todas las cosas, renovar su compromiso de lucha por la democracia pero la verdadera y no la caricatura de democracia que la burguesía nos sigue proponiendo, una lucha de liberación nacional, antiimperialista, anti-patriarcal, revolucionaria y socialista. Esos son los votos renovados, este y cada 11 de noviembre, por las viejas y nuevas generaciones de luchadores populares.
Ese es el FMLN que se le sigue atragantando al régimen. Un partido que fue profundamente debilitado por sus propios errores, que a pesar de muchos aciertos en políticas de gobierno también cometió muchísimos desaciertos en esas gestiones, que lo llevaron a alejarse del pueblo del cual debe nutrirse; ese partido que a pesar de su debilidad ha logrado mantenerse en pie de lucha, trabajar en recuperar la confianza de la gente, algo que aún esta evidentemente en proceso, pero que para el pequeño dictador milenial representa la peor de las noticias. Sabe que la mera existencia de ese partido, en la medida que en él se mantengan enrolados auténticos revolucionarios, hombres y mujeres imprescindibles, de los que luchan toda la vida, será el contingente de revolucionarios que tarde o temprano, junto con las nuevas formaciones sociales, con los nuevos actores de las luchas populares, lo derrotará y llevará al basurero de la historia toda la mentira institucionalizada, y a la cárcel a todo ese conjunto de lúmpenes y corruptos, que constituyen hoy la mayor desgracia de gobierno que se podía esperar en este siglo XXI para un país con las tradiciones de lucha como El Salvador.
Ese FMLN se le atraganta al régimen porque sabe que es su enemigo más terrible, su enemigo mortal.
Como vemos, este gobierno va de error en error, de calamidad en calamidad, y necesita desesperadamente limitar todo posible accionar opositor. Por eso acaba de pasar una ley inconstitucional que pretende en la práctica confiscar los fondos de entidades extranjeras destinadas a organizaciones no gubernamentales, prensa independiente y otros institutos de investigación. Al mismo tiempo, ya convirtió en ley su decisión de estrangular financieramente a las municipalidades, reduciendo del 10% al 1.5% del presupuesto los fondos estatales destinados a los gobiernos locales. La centralización y la manipulación política de las obras, además de la consecuente corrupción han quedado institucionalizadas.
Y, sin embargo, aunque los de arriba no parecen poder con tanta crisis, con tanta incapacidad, con tanta inestabilidad para poder seguir gobernando, y por eso en más de una ocasión aparecen desquiciados -incluso su mesiánico presidente-, aún a pesar de eso, el gobierno se mantiene, porque los de abajo aún no han hecho sentir de decisión de no querer seguir gobernados de esa manera. Aún los de abajo no dicen no. Ese factor subjetivo es el que deberá ir fermentando, lucha a lucha, resistencia a resistencia, con rebeldía, organización y firmeza para lograr ampliar el frente de oposición que no solo derrote este gobierno de delincuentes, sino que también impida un relevo dentro del sistema al estilo que suelen hacer las fuerzas de la burguesía pro-imperialista, que siguen aguardando su oportunidad para retomar su nefasto papel en la historia, a costa del sacrificio y las luchas del pueblo.
Elecciones en Argentina y Venezuela
Este domingo se realizaron las elecciones parlamentarias y municipales en Argentina. Viendo anoche mismo las diferentes transmisiones desde los “bukers” de cada fuerza política, desde el oficialista kirchnerismo hasta el macrismo, pasando por los neo fascistas, que ahora se hacen llamar liberales en Argentina, o incluso la coalición de izquierda, todos absolutamente todos, parecían haber triunfado. Todos declaraban sus triunfos, unos por no haber perdido demasiado, otros por haber avanzado lo suficiente para seguir impidiendo gobernar, para algunos su triunfo fue conseguir su primer curul en la capital, otros para mostrar que la ultraderecha arrastra, peligrosamente, más gente que hace unos meses.
En síntesis, lo que parece claro después de conocidos los resultados casi al 100%, es que la inestabilidad política continuará en el país del sur. Una inestabilidad que prepara para la siguiente batalla, que serán las presidenciales en unos dos años. Hasta entonces, el gobierno deberá navegar sin mayoría parlamentaria, y con un frente opositor en las provincias que muestra un país mucho más naranja (opositor) que azul (oficialista), aunque los resultados en la estratégica provincia de Buenos Aires hayan permitido recuperar la mayoría parlamentaria provincial (con una cámara dividida a partes iguales, pero con el voto calificado favorable de la oficialista presidenta del congreso).
Esta vez el número de votantes fue superior a las PASO, lo que significa que las fuerzas políticas, en particular el kirchnerismo y el frente de izquierda, se volcaron a las calles como no lo habían hecho hace apenas unos meses. Cuando el flujo de votantes aumenta, las fuerzas populares se ven favorecidas, el voto reducido suele favorecer a las fuerzas de la derecha, que movilizan siempre su voto duro. El incremento de votantes, no obstante, a juzgar por los resultados, no fue suficiente para revertir una situación complicada que ya había dejado claramente diagnosticada las primarias.
Pero el estudio de las cifras podrá ser más cuidadoso, más acertado y más preciso cuando llegue desde el análisis frio de las compañeras y compañeros desde Argentina. Sin embargo, hay algunos aspectos políticos que deben considerarse por encima o más allá de las cifras. Y es que, tal como se ha dicho en múltiples ocasiones, estamos frente a un gobierno débil y debilitado por sus propias contradicciones, fragmentado en su frente interno, y con una mirada más pendiente de los EEUU y de los organismo multilaterales como el FMI que de establecer políticas no solo económicas y distributivas hacia los sectores más olvidados, sino que también ha dejado de movilizar a ese pueblo, de generar las necesarias utopías y desafíos emancipatorios para poner en pie de lucha a una sociedad bombardeada mediáticamente (casi sin oposición) por una derecha facinerosa, mentirosa y descarada (tanto o más aún que la salvadoreña).
Ese acumulado de años de gobierno con vacilaciones propias y acoso ajeno, muestra hoy un panorama que podríamos catalogar de equilibrio, pero endeble y frágil con una clara tendencia a que pueda ser roto a favor de la derecha neoliberal y retrógrada. Esa lectura, que no podemos afirmar que sea ni definitiva ni correcta, porque las distancias imponen siempre limitaciones al análisis, presenta un panorama preocupante para América Latina en su lucha continental entre dos proyectos, el popular antiimperialista por un lado y las fuerzas imperiales y oligárquicas, que no bajan sus espadas y, lejos de ello, como se escuchó ayer en más de un discurso salvaje de derechistas racistas, misóginos, arrogantes y con un profundo sentido de clase y ningún sentido de patria, se preparan (si los dejan) para arrasar con todas las conquistas sociales que aún quedan, pero que además son conscientes que esos triunfos favorecerían a las fuerzas y planes imperialistas de la región. Es el pueblo, como siempre y en definitiva, el que tendrá la última palabra, pero será el gobierno actual el responsable de dar un vuelco real en sus políticas; las palabras, grabadas en la tarde y emitidas anoche, del presidente Fernández no nos permite albergar mayores ilusiones.
El caso de Venezuela resulta a primera vista diametralmente distinto. Unas elecciones gigantescas y masivas, pero con un PSUV que da la sensación de haber consolidado su fuerza electoral y popular, a pesar de las restricciones impuestas por las agresiones imperiales. La participación de importantes sectores de la oposición legitimará un triunfo que sin duda deberá ser utilizado con habilidad para que las fuerzas progresistas del continente renueven su rechazo a las agresiones contra la Patria de Bolívar. En el marco continental, sin duda frente a la debilidad del frente antiimperialista en el sur con los resultados de Argentina, el proceso venezolano aporta a que se equilibre en algo la balanza de la resistencia popular en el continente. Nuevamente, parece que las elecciones en otro punto del sur, en Chile, pueden resultar determinantes para el panorama que viviremos en América Latina el año que viene con importantes acontecimientos en Colombia, Brasil y Uruguay.
Notas:
* Periodista argentino, especializado en investigación y política internacional. Militante internacionalista y miembro del FMLN desde mediados de los años 80
Fuente: Colaboración