El 17 de septiembre de 1980 el ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle fue ajusticiado en Paraguay por un comando de militantes argentinos que tras meses de chequeos e inteligencia operativa logró ejecutar con éxito la acción armada.
Somoza fue parte de una dinastía familiar que desde 1937 manejaban a su antojo la vida y la muerte del pueblo nicaragüense. Luego de la revolución popular sandinista que en 1979 desplazó al dictador del poder, éste se radicó en Asunción, Paraguay, donde gobernaba su amigo y colega de persecuciones, torturas y muerte. Desde allí, y a pesar de la distancia geográfica, Somoza continuaba administrando los resortes de fuerzas que con el financiamiento de Estados Unidos buscaban socavar la capacidad transformadora del Frente Sandinista de Liberación Nacional, generando acciones desestabilizadoras y de abierto terrorismo contra la población civil y el sistema productivo.
Lo que se conoció como la Contra, fue una fuerza armada pertrechada y entrenada por los Estados Unidos que desde las fronteras del país realizaba continuas incursiones hacia las zonas interiores de Nicaragua, sembrando el terror y produciendo matanzas de campesinos, jóvenes alfabetizadores y milicianos que defendían en las regiones fronterizas el proyecto revolucionario del sandinismo. Somoza era parte de todo aquel dispositivo y figura central que aspiraba derrotar al gobierno del FSLN y retomar el poder en una nación a la que claramente veía como de su propiedad personal y familiar.
En ese contexto, un grupo de militantes argentinos liderados por Enrique Gorriarán, que habían participado, desde una concepción internacionalista en la última etapa de la lucha guerrillera contra el somocismo, comenzó a planear en los primeros meses de 1980 una acción directa sobre el liderazgo del espacio que buscaba el derrocamiento del gobierno popular.
La operación presentaba dificultades objetivas, fundamentalmente porque el lugar en donde se encontraba refugiado Somoza, estaba bajo un gobierno que ejercía la autoridad de manera brutal y donde las persecuciones eran moneda corriente. El régimen paraguayo encabezado por Alfredo Stroessner había establecido un control policial de la vida cotidiana y se había encargado de sofocar cualquier atisbo de resistencia a su poder autocrático.
En ese marco, el grupo de revolucionarios argentinos que habían formado parte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en su lucha contra las dictaduras del cono sur, emprendió la tarea de planificar una operación militar que descabezara al conglomerado oligárquico que conspiraba abiertamente contra los intentos de transformación hacia mayores niveles de justicia social y equidad.
En sus memorias, Enrique Gorriarán aseguró que “la acción contra Somoza no fue concebida como un atentado individual, por venganza, sino como una emboscada contra el jefe de la contrarrevolución nicaragüense” y relata las diferentes vicisitudes que el grupo debió sortear durante meses hasta, primero localizar la ubicación exacta de residencia del ex dictador y luego de ello, establecer un plan para ejecutar la acción.
Una vez obtenido este dato, el grupo alquiló una vivienda en el mismo barrio lujoso bajo un ardid que sirvió de cobertura. La guerrillera argentina que se encargó del arrendamiento de la vivienda lo hizo fingiendo ser representante del cantante español Julio Iglesias y que el motivo de la operación era condicionar la vivienda para que meses después, el cantante la ocupara temporalmente. Bajo ese pretexto le informó al propietario que se hacía necesario mantener en el mayor de los secretos la visita del artista y al mismo tiempo que deberían realizar una serie de modificaciones especiales en el interior de la residencia ante ciertos gustos exóticos del cantante.
Ello facilitó el ingreso a la vivienda, el 18 de agosto, del grupo que ejecutaría la acción en la mañana del 17 de Septiembre, como parte de un ficticio equipo de decoradores de interiores. Ellos eran Enrique Gorriarán, Hugo Irurzún y Roberto Sánchez. Ya dentro de la vivienda empapelaron todas las ventanas para simular que se estaban realizando trabajos de refacción en la misma y comenzaron a diagramar el modo en que se realizaría el operativo. El armamento que contaban era un lanzacohetes de origen chino RPG2, un fusil M16, un fusil FAL y dos pistolas.
Paralelamente, el grupo había establecido como prioritario conseguir un punto de observación directo a la residencia de Somoza para tener la información constante de los movimientos que allí se realizaran. Por ello es que, luego de analizar diferentes posibilidades, analizaron que un quiosco de revistas ubicado en la misma esquina y con visión a los ingresos de la casa del genocida, sería un punto ideal. Para ello debieron planificar todo un ardid y uno de los guerrilleros argentinos consiguió ganarse la confianza del quiosquero paraguayo, convertirse en socio del mismo y con ello tener la posibilidad de permanecer en el sitio durante gran parte del día.
Una vez que ello se efectivizó, las condiciones para realizar la acción estaban dadas. La acción estaba diseñada de un modo original. El militante ubicado en el quiosco de revistas enviaría una señal, mediante un transmisor a los tres revolucionarios que permanecían en la vivienda “de Julio Iglesias”, tras lo cual se pondría en funcionamiento el plan central: Roberto Sánchez atravesaría una camioneta en la avenida España cortando el tránsito de la comitiva de Somoza, tras lo cual Enrique Gorriarán saldría a los jardines de la vivienda para dar la señal en el momento exacto en el cual Hugo Irurzún debía disparar con el RPG2 sobre el auto del dictador.
Imprevistamente el cohete falló y se produjo un momento indefinición ante lo cual Gorriarán portando un fusil M16 disparó toda su dotación sobre el vehículo, quedando en posición desventajosa y sin municiones, ante la reacción de la custodia de Somoza comenzó a desplegarse en medio de una lluvia de proyectiles. En esos momentos cruciales, donde los comandos que protegían a Somoza habían descendido del vehículo en el que se trasladaban y disparaban asediando la posición de Gorriarán e Irurzún, se produce la intervención de Roberto Sánchez, que desde la camioneta atravesada en la avenida dispara varias veces con un FAL sobre la guardia de Somoza que debe refugiarse tras un muro que separaba con la vivienda lindante. En ese mismo instante, Irurzún cambia por el cohete que disponían de repuesto y dispara sobre el vehículo impactándolo de lleno, tras lo cual los tres revolucionarios argentinos corren y en la camioneta que conducía Sánchez huyen del lugar del atentado.
De los guerrilleros que participaron en la operación, solamente Hugo Irurzún conocido como Capitán Santiago no pudo escapar de Paraguay. En una redada de las fuerzas de seguridad fue emboscado en la vivienda que había alquilado meses antes fue herido y detenido, tras lo cual fue trasladado a una dependencia oficial para ser bárbaramente torturado y posteriormente asesinado. El resto del grupo, luego de diferentes dificultades logró evadir los diferentes controles y huir hacia Brasil para posteriormente llegar a Nicaragua.
Gorriarán recordando a Irurzún afirmaba “Santiago fue uno de esos compañeros a los que todos recurrían, pero no solo con problemas referentes a la militancia, a lo político, sino sobre todo en el plano humano, personal. Tenía la cualidad de saber escuchar, saber comprender, brindar el apoyo ahí donde hiciera falta. La última noche que estuve con él fue el día previo a la acción sobre Somoza. En esa ocasión la compañera que estaba ahí conmigo, Claudia y yo mantuvimos con Santiago la última conversación ajena al operativo, donde él nos hablaba de su familia. Tenía consigo una foto de su hijo, Federico, chiquito, vestido de granadero en alguna fiesta de la escuela”
El ajusticiamiento de Somoza, como parte de una acción de guerra puso fin a la dinastía familiar que durante más de cuarenta años habían gobernado Nicaragua, dejando a su paso cien mil muertos, mayormente de la población civil, el doble de heridos, miles de niños huérfanos y una inmensa cantidad de desplazados hacia los países vecinos huyendo del terror que el régimen descargaba sobre una población sublevada. Junto a ello, Somoza dejó un país en la más absoluta de las miserias, con niveles alarmantes de desnutrición, analfabetismo y una inequidad que a pesar de los esfuerzos de la Revolución Sandinista aún se ven sus huellas dolorosas.
La moralina burguesa levanta su dedo acusador ante acciones de justicia popular y ni se inmuta, ante la sangría permanente que la barbarie del sistema impone a pueblos enteros. Años atrás, el inmenso Osvaldo Bayer afirmaba “Matar al tirano. No como regla ni como costumbre. Sólo como llamado de atención a los del poder omnímodo: ninguna violencia de arriba es gratuita. Siempre se va a volver contra el que la inició. Tampoco la venganza es una solución, pero es algo incontenible, humano. Una reacción de los generosos que dan su vida para acabar con los crímenes de los que ejercen el poder. Algo para aprender”.
Gloria eterna a los generosos de ayer, de hoy y de siempre!
Notas:
*Historiador y colaborar de PIA Global