Apenas llevan unos meses en vigor y, sin embargo, las nuevas normas presupuestarias europeas ya crujen como una vieja ruina. Las anteriores normas fiscales de la UE fueron criticadas y luego suspendidas también porque a muchos les resultaba casi imposible cumplirlas.
Desde 1998, han incumplido las limitaciones presupuestarias europeas: Eslovenia, el 57%; Austria, Bélgica y España, el 61%; Portugal y Grecia, el 70%; Italia, el 74%; Francia, el 78%. Incluso Alemania ha tenido que contabilizar un 47% de incumplimientos de esas limitaciones que, en cualquier caso, sus gobiernos han defendido ferozmente a escala europea.
Como también ha observado el Fondo Monetario Internacional, un sistema de reglas que se incumple con tanta frecuencia corre el riesgo de perder credibilidad hasta el punto de implosionar. Se suponía que las nuevas normas fiscales europeas, aprobadas en abril, iban a limpiar esta mancha.
El problema es que, según las primeras auditorías, las infracciones parecen incluso aumentar en comparación con el pasado. No sólo Italia, Francia, Bélgica, Hungría, Malta, Polonia, Eslovaquia y Rumanía han sido ya objeto del procedimiento de déficit excesivo. Sino que la Comisión también ha puesto en su punto de mira a Austria y los Países Bajos por el riesgo de que se produzcan desviaciones presupuestarias significativas con respecto a las limitaciones reglamentarias.
Y ha vuelto a reprender a Alemania por unos gastos netos demasiado elevados en comparación con las recomendaciones. Una némesis que ha contribuido en gran medida a la actual agitación de la política alemana.
Con la indolencia de quien parece comentar por casualidad una catástrofe que no le concierne, el Comisario europeo Gentiloni admitió que las dificultades son generales.
A pesar de las correcciones presupuestarias impuestas por las nuevas normas, el nivel medio europeo de deuda pública en relación con el PIB ha empezado a subir de nuevo, y en 2026 podría alcanzar el 83,6%. Una previsión dramáticamente superior al admirable objetivo del 60% fijado en Maastricht y muy cercana al amenazador umbral del 90%, que desencadena una austeridad aún más estricta.
Ante las cámaras ponen su habitual buena cara, pero en los pasillos de Bruselas los sherpas de la Unión admiten que la nueva disciplina fiscal ya ha entrado en cortocircuito. Fundamentalmente por dos motivos, que tienen cara y nombre: Donald Trump y Christine Lagarde.
El presidente del BCE anunció ayer otra reducción de los tipos de interés monetarios, para atender las quejas de muchos deudores en el umbral de la quiebra. Pero no es más que un pañal caliente.
En conjunto, la política del BCE sigue estando muy sesgada a favor de los acreedores, que en los últimos años han conseguido situar el tipo de interés neto de inflación por encima de cero y ahora aspiran a nuevas subidas: por encima del 2%, según las previsiones oficiales.
Música sublime para los oídos de los poseedores de capital, pero también el anuncio de crecientes problemas para los deudores, empezando por los Estados miembros de la UE.
La razón es sencilla: cuando el tipo de interés se fija por encima del crecimiento, la deuda corre más deprisa que el propio PIB. La consecuencia es que la relación deuda/PIB empieza a aumentar de nuevo y las normas fiscales se hacen cada vez más difíciles de cumplir.
En teoría, esto podría remediarse parcialmente con una política expansiva que vuelva a situar el crecimiento del PIB por encima del tipo de interés.
La paradoja es que esta opción queda descartada por las propias normas fiscales europeas, que por el contrario atiborran a los países en apuros con dosis adicionales de disciplina fiscal.
Pero eso no es todo, el cortocircuito también tiene cara estadounidense. Incluso antes de tomar posesión en la Casa Blanca, el nuevo presidente de EEUU está causando revuelo en Europa, sobre todo en la gestión de los presupuestos públicos.
La condición de Trump para la supervivencia de la OTAN es que todos los países miembros contribuyan a su fortalecimiento, con un aumento del gasto militar que ahora se espera que alcance el 3% del PIB [pero a veces habla del 5%, ed.]. Los países europeos están haciendo esfuerzos considerables para secundar el nuevo rumbo belicista.
Italia en particular, con un aumento del gasto de una cuarta parte con respecto a la década anterior. Pero en relación con el PIB seguimos en el 1,6%, bastante lejos del objetivo americano. Queda, pues, mucho por hacer en materia de gasto público en armamento, mucho más allá de las derogaciones «de guerra» previstas en el nuevo pacto de estabilidad.
Por mucho que los gobiernos intenten compensarlo con recortes en bienestar, sanidad y educación, cada vez resulta más difícil cumplir al mismo tiempo los compromisos militares y las limitaciones presupuestarias europeas.
La doble contradicción alcanza así su punto culminante. En el cortocircuito entre la nueva austeridad y el nuevo militarismo, algunos apuestan por el apagón de una nueva crisis europea.
*Emiliano Brancaccio, profesor de política economómica.
Artículo publicado originalmente en Il Manifesto, extraída de Contropiano.
Foto de portada: extraída de Contropiano.