Estados Unidos y China, las potencias militares y económicas más poderosas del mundo, se dirigen actualmente hacia una guerra fría o incluso caliente, con consecuencias desastrosas. Pero hay un camino alternativo que podría tomarse.
A partir de 2018, la política del gobierno estadounidense hacia China se volvió marcadamente hostil, llevando las relaciones entre ambas naciones a su punto más bajo de las últimas cuatro décadas. La administración Trump fomentó los enfrentamientos militares con China en el Mar de China Meridional, inició una guerra comercial con la nación asiática, culpó a China de la pandemia del COVID-19 y denunció duramente su historial de derechos humanos. En un discurso público de julio de 2020, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, pidió «una nueva alianza de democracias» para resistir a China, declarando: «El mundo libre debe triunfar sobre esta nueva tiranía».
En su mayor parte, la administración Biden ha continuado con esta política de línea dura. Poco después de asumir el cargo en 2021, los funcionarios estadounidenses intensificaron el compromiso político y militar con Taiwán, que China considera parte de su territorio, mientras que el secretario de Estado Antony Blinken aprovechó su primera reunión con funcionarios chinos para reprender públicamente a China. A principios de junio, el Senado de Estados Unidos aprobó la Ley de Innovación y Competencia de Estados Unidos, diseñada explícitamente para competir con China inyectando cientos de miles de millones de dólares en tecnología avanzada estadounidense. Esta acción siguió a la publicación de un proyecto de presupuesto del Pentágono que identificaba a China como «el mayor desafío a largo plazo para Estados Unidos». Prometiendo «dar prioridad a China» como adversario de Estados Unidos, el Departamento de Defensa pidió una mayor financiación para mejorar «las fuerzas, la postura global y los conceptos operativos» de Estados Unidos «invirtiendo en tecnologías de vanguardia que proporcionarán nuevas ventajas de combate a nuestras fuerzas».
Una de las nuevas maravillas bélicas de Estados Unidos es el misil hipersónico, que, aunque todavía está en fase de desarrollo, ya ha atraído miles de millones de dólares de financiación del gobierno estadounidense. El misil viaja a más de cinco veces la velocidad del sonido, tiene mayor maniobrabilidad que otros misiles con armas nucleares y puede alcanzar la China continental.
El gobierno chino tampoco ha rehuido la confrontación. Xi Jinping, que asumió su cargo en 2012 como secretario general del Partido Comunista Chino y, en 2013, como presidente de China, ha lanzado a su nación a un rumbo más asertivo y nacionalista en los asuntos mundiales. Esto ha incluido la conversión de islas en disputa en el Mar de China Meridional en bases militares chinas y el aumento constante de las fuerzas militares chinas. Estas últimas se han empleado en peligrosos enfrentamientos con buques de guerra estadounidenses en el Mar de China Meridional y en vuelos en el espacio aéreo de Taiwán. Gracias a un sólido programa de investigación, China ha probado con éxito misiles hipersónicos de medio alcance e intercontinentales. Además, haciendo caso omiso de las críticas externas, el gobierno de Xi ha reprimido a los disidentes, ha encarcelado a más de un millón de uigures en «campos de reeducación» y ha aplastado el movimiento democrático en Hong Kong.
Los peligros de este creciente enfrentamiento son enormes. Estados Unidos y China han desarrollado un poderío militar sin precedentes, y una guerra convencional podría convertirse fácilmente en un conflicto militar catastrófico. Incluso si se evitara la guerra, su creciente carrera armamentística, que ya supone más de la mitad del gasto militar mundial, supondría un colosal derroche de recursos. Además, un conflicto importante entre estas dos naciones con las mayores economías del mundo, entrelazadas por las inversiones y el comercio, podría desencadenar un colapso económico mundial.
Afortunadamente, sin embargo, hay muchas oportunidades en la escena mundial para que Estados Unidos y China cooperen y, con ello, no sólo eviten el desastre, sino que sirvan a sus intereses comunes.
Evitar la catástrofe climática es, sin duda, un área clave en la que les convendría cooperar. Los habitantes de China y Estados Unidos no sólo se ven amenazados por el cambio climático, sino que, al ser las dos naciones las mayores emisoras de gases de efecto invernadero del mundo, pueden hacer que los acuerdos mundiales sobre el clima sean decisivos.
La cooperación también es esencial cuando se trata de prevenir enfermedades infecciosas. La pandemia de Covid-19 ha puesto de manifiesto la facilidad con la que las enfermedades pueden propagarse y perturbar la vida de las personas en todo el mundo y, sobre todo, que ninguna nación está a salvo hasta que todas lo estén. También en este ámbito es vital movilizar los avanzados recursos médicos y científicos de Estados Unidos y China en un esfuerzo de cooperación para salvaguardar la salud mundial.
Además, ambos países tienen mucho que ganar, al igual que el mundo, con su acuerdo sobre un programa de control de armas nucleares y desarme. Como mínimo, podrían aumentar la transparencia de sus existencias nucleares, desarrollar procedimientos de verificación del control de armas y congelar el arsenal nuclear de China a cambio de nuevos recortes en los arsenales nucleares de Estados Unidos y Rusia. Esto no sólo amortiguaría la confrontación militar entre Estados Unidos y China, sino que liberaría enormes recursos para programas más productivos, en el país y en el extranjero.
También hay otros ámbitos en los que se puede cooperar. Los acuerdos económicos podrían reducir la pobreza en el mundo, prohibir las fechorías de las multinacionales y regular el comercio, mientras que las medidas de lucha contra el crimen podrían abordar los ciberataques y la piratería. Incluso el ámbito de los derechos humanos tiene espacio para la cooperación, ya que, al igual que el gobierno chino ha violado las normas internacionales a través de una dura represión interna, el gobierno de Estados Unidos tiene mucho que responder cuando se trata de racismo sistémico y violencia policial. Si ambas naciones estuvieran dispuestas a poner fin a su guerra propagandística y a frenar estos abusos, podrían unirse para aceptar y defender la aplicación global de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU.
La cooperación entre ambas naciones no es tan descabellada como podría parecer. En décadas pasadas, los gobiernos de Estados Unidos y China colaboraron en proyectos como la detención del ébola, la reducción de la producción y el consumo de hidrofluorocarbonos, la prevención de una catástrofe financiera mundial y la garantía de la seguridad alimentaria. Además, los gobiernos de ambas naciones han acordado recientemente la cooperación entre Estados Unidos y China en la lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, por el momento se hace mucho más hincapié en el conflicto militar y económico. Como resultado, a menos que haya un cambio de dirección, los riesgos de catástrofe global se multiplicarán.
*Lawrence Wittner es profesor emérito de Historia en SUNY/Albany y autor de Confronting the Bomb (Stanford University Press.)
Este artículo fue publicado por Counter Punch. Traducido y editado por PIA Noticias.