África Análisis del equipo de PIA Global

Chad y Senegal: los otros motores del nuevo aire panafricanista en África

Escrito Por Beto Cremonte

Por Beto Cremonte*-
El Sahel se ha convertido en el epicentro de una transformación política y social que sacude los cimientos de la herencia colonial en África. En este marco, Chad y Senegal emergen como dos polos distintos pero complementarios de un mismo proceso: el renacimiento del panafricanismo.

El Sahel se ha convertido en el epicentro de una transformación política y social que sacude los cimientos de la herencia colonial en África. Desde Malí, Burkina Faso y Níger, núcleo de la Alianza de Estados del Sahel (AES), hoy convertida en una Confederación cada día más fuerte y determinante en la política africana, se ha extendido un impulso soberanista que encuentra eco más allá de la región. En este marco, Chad y Senegal emergen como dos polos distintos pero complementarios de un mismo proceso: el renacimiento del panafricanismo.

Ambos países, cada uno con sus particularidades históricas y políticas, están dando señales claras de ruptura con la tutela francesa, cuestionando la dependencia económica y militar que marcó la etapa poscolonial. Pero lo más significativo es que este viraje no proviene únicamente de las élites estatales, sino de un fuerte protagonismo popular, con movimientos sociales, intelectuales y jóvenes que empujan la transformación.

La salida de tropas francesas de Dakar y Yamena en 2024-2025, el ascenso de liderazgos con discursos soberanistas y el renovado protagonismo de organizaciones panafricanistas confirman que África Occidental y Central atraviesan una nueva etapa, donde la legitimidad ya no se mide en función del aval de París, Bruselas o Washington, sino de la capacidad de responder a las demandas de soberanía de sus pueblos.

Senegal: del legado de Senghor al impulso popular de Faye y Sonko

Senegal siempre tuvo un peso simbólico en el imaginario panafricanista. Su primer presidente, Léopold Sédar Senghor, fue uno de los padres de la Négritude, corriente que reivindicó la identidad africana frente al colonialismo y que sentó las bases de una diplomacia cultural panafricanista. Sin embargo, tras décadas de estabilidad política, el país entró en un nuevo ciclo en la década de 2010 con la irrupción del movimiento juvenil Y’en a Marre, nacido en 2011 de la mano de raperos y periodistas, que se transformó en símbolo continental de resistencia cívica y participación popular.

El punto de inflexión llegó en marzo de 2024, cuando Bassirou Diomaye Faye se impuso en las elecciones presidenciales, acompañado por la figura de Ousmane Sonko y el partido PASTEF. Faye, que había sido encarcelado meses antes por el régimen de Macky Sall, encarnó la reivindicación de una ruptura soberanista: promesas de revisar los contratos mineros y energéticos, cuestionar el franco CFA y limitar la injerencia extranjera en la política nacional.

Uno de los gestos más significativos del nuevo gobierno fue anunciar, en noviembre de 2024, el retiro de la base militar francesa en Dakar, donde permanecían unos 350 soldados. En palabras del propio Faye, se trataba de un paso para alcanzar una “soberanía plena”, en sintonía con lo que ya habían hecho Malí, Burkina Faso y Níger.  

Paralelamente, Dakar se consolidó como epicentro de la nueva ola panafricanista. En octubre de 2024, la conferencia organizada por la Dynamique Unitaire Panafricaine (DUP) reunió a delegaciones de todo el continente con un mensaje común: antiimperialismo, soberanía económica e integración africana. “Nuestro futuro no puede seguir decidiéndose en París o Washington. África debe decidir por África”, afirmaron los organizadores en su declaración final.

En paralelo, el gobierno de Faye abrió negociaciones para resolver el conflicto en Casamance, uno de los más prolongados de África. Si bien el acuerdo de paz firmado en 2023 con algunas facciones separatistas avanzó en la reintegración social, las conversaciones con el ala dura del MFDC, liderada por Salif Sadio, aún representan un desafío.  

Con estos elementos, Senegal se proyecta hoy como referente del panafricanismo democrático y soberanista, combinando el legado cultural de Senghor con la movilización popular contemporánea y un giro geopolítico que lo ubica en la misma sintonía que las revoluciones del Sahel.

Mahamat Idriss Deby Itno, presidente de Chad. Crédito: Israel Matene/Reuters

Chad: entre la herencia de Déby y el desafío de la soberanía

Si Senegal encarna la vía popular y electoral del nuevo aire panafricanista, Chad representa un proceso más complejo, atravesado por la continuidad de una dinastía política y la presión de movimientos sociales que exigen una verdadera ruptura con el neocolonialismo.

Tras la muerte del histórico presidente Idriss Déby Itno en abril de 2021, en circunstancias vinculadas a enfrentamientos con rebeldes en el norte del país, el poder fue tomado de manera expedita por su hijo Mahamat Idriss Déby, al frente de un Consejo Militar de Transición (CMT). La maniobra fue respaldada por Francia, que en aquel momento mantenía en Yamena el centro de operaciones de su misión Barkhane. Sin embargo, el ascenso de Déby hijo fue percibido por amplios sectores sociales como la perpetuación de un régimen autoritario sostenido por la tutela francesa.

El punto de quiebre se produjo en octubre de 2022, cuando masivas protestas convocadas por movimientos como “Wakit Tamma” y el partido opositor “Les Transformateurs”, liderado por Succès Masra, denunciaron la prolongación de la transición militar y exigieron elecciones inmediatas. La respuesta del gobierno fue brutal: más de 200 muertos, centenares de heridos y alrededor de 1.000 detenidos, en lo que Amnistía Internacional describió como “una represión sangrienta de la disidencia”.

A pesar de la represión, la oposición logró reorganizarse. En enero de 2024, Masra fue designado Primer Ministro, en un intento del régimen por dar legitimidad a la transición. Sin embargo, en las elecciones presidenciales posteriores, Mahamat Déby se impuso con un resultado abrumador y el partido oficialista, el Movimiento Patriótico de Salvación (MPS), obtuvo 124 de los 188 escaños parlamentarios, frente al 18,5 % de votos de Les Transformateurs. Los comicios fueron denunciados por la oposición y organizaciones internacionales por su falta de transparencia.

Más allá del terreno interno, Chad dio un paso crucial en la arena geopolítica en noviembre de 2024, cuando anunció el fin del acuerdo de cooperación militar con Francia y exigió la salida de cerca de 1.000 soldados estacionados en Yamena. “Queremos redefinir nuestras alianzas sobre la base de la igualdad y la soberanía”, declaró entonces el ministro de Comunicaciones Abderaman Koulamallah. Esta decisión se enmarca en el mismo ciclo que llevó a Malí, Burkina Faso, Níger y recientemente Senegal a cerrar bases francesas, confirmando el declive acelerado de la Françafrique militar.

En paralelo, Yamena ha explorado nuevas alianzas estratégicas, con contactos con Rusia, Turquía y Emiratos Árabes Unidos, buscando diversificar su red de apoyos y reducir la dependencia de París. No obstante, el desafío central sigue siendo interno: la consolidación de un régimen híbrido que oscila entre la continuidad autoritaria y la presión social por un cambio real.

Con estos movimientos, Chad se suma —aunque de forma más ambivalente— al bloque de países africanos que impulsan un discurso de soberanía plena, aunque la contradicción entre el discurso oficial y la represión interna abre interrogantes sobre la profundidad del viraje.

Panafricanismo en acción: convergencias y rupturas

La dinámica en Chad y Senegal no puede entenderse de manera aislada: ambos procesos forman parte de un reacomodamiento regional donde el panafricanismo vuelve a ocupar el centro del tablero político y social.

En el plano simbólico y cultural, tanto Dakar como Yamena han asumido discursos que reivindican la ruptura con la Françafrique, el sistema de control político, económico y militar con el que Francia mantuvo su influencia en el continente desde la independencia. Según un informe del Institut Montaigne publicado en 2024, la presencia militar francesa en África se redujo de 10.000 a 2.000 soldados en menos de cinco años, un descenso que refleja no solo decisiones estratégicas de París, sino sobre todo la presión popular y estatal en los países africanos.

En Senegal, el proyecto de Faye y Sonko busca traducirse en reformas económicas y monetarias, con cuestionamientos abiertos al franco CFA, moneda aún utilizada en 14 países africanos y vinculados al Tesoro francés. En mayo de 2024, el propio Sonko aseguró que “la descolonización política está incompleta sin una descolonización económica”, en referencia a la necesidad de crear una moneda soberana regional.  Por otro lado en Chad, la narrativa gubernamental también se apropia del discurso soberanista, pero lo hace desde un régimen con baja legitimidad interna. El viraje geopolítico —ruptura con Francia, apertura hacia Rusia y Turquía— no responde tanto a una presión popular canalizada por las urnas como en Senegal, sino a una estrategia de supervivencia del régimen de Déby frente a un escenario regional cambiante.

Esta diferencia de origen no impide que ambos países coincidan en el terreno internacional. En noviembre de 2024, tanto Yamena como Dakar fueron parte de la ola que cerró bases militares francesas, sumándose a Malí, Burkina Faso y Níger. Para los analistas de International Crisis Group, este hecho marcó “un punto de inflexión en la relación entre Francia y África, donde ya no se trata de ajustes tácticos, sino de un cuestionamiento estructural a la injerencia externa”.

En paralelo, Senegal y Chad se ubican como interlocutores estratégicos en un continente donde los nuevos actores globales amplían su influencia. Rusia ha reforzado lazos militares en la región a través de su Afrika Korps, heredero del Grupo Wagner, y ha buscado posicionarse como socio frente al vacío dejado por Francia. China, por su parte, mantiene un rol económico dominante, sobre todo en infraestructura y extracción de recursos, mientras Turquía y los Emiratos Árabes Unidos emergen como aliados pragmáticos, con inversiones en energía, seguridad y comercio.

Pero más allá de las alianzas internacionales, lo central es el papel de los pueblos africanos. Movimientos como Y’en a Marre en Senegal o Les Transformateurs en Chad son expresiones de una tendencia más amplia: la emergencia de una ciudadanía organizada que no solo protesta, sino que impulsa agendas soberanistas, panafricanistas y antiimperialistas. En palabras de la declaración final de la Conferencia Panafricana de Dakar, “El futuro del continente debe construirse desde abajo, con la unidad de los pueblos, y no en los despachos de las antiguas potencias coloniales”.  

Recursos naturales y soberanía económica

En el caso de Chad, el petróleo sigue siendo el principal recurso estratégico. Desde 2003, el crudo chadiano se exporta principalmente a través del oleoducto Chad-Camerún, controlado en gran parte por el consorcio ExxonMobil, Chevron y Petronas. Sin embargo, en los últimos años, Yamena ha dado pasos hacia una mayor recuperación soberana del control energético: en 2023, el gobierno de Mahamat Idriss Déby nacionalizó los activos de la empresa Savannah Energy, de capital británico, que controlaba parte del transporte y comercialización de hidrocarburos, también se expulsó a ExxonMobil del país tras acusarla de incumplir acuerdos fiscales y ambientales, y transfirió sus activos a la Société des Hydrocarbures du Tchad (SHT), reforzando el control estatal. Este paso se inscribe en una tendencia de nacionalización progresiva de recursos, similar a lo ocurrido en Malí con el oro o en Níger con el uranio. Esta medida fue presentada como “una decisión de soberanía nacional” y abrió la puerta a nuevos acuerdos con China y Rusia para modernizar el sector y financiar refinerías locales.

En Senegal, el foco está en el gas y el petróleo offshore recientemente descubiertos en el Atlántico, en la cuenca de Saint-Louis y Grand Tortue Ahmeyim, compartido con Mauritania. Según datos de la Agencia Internacional de Energía (2024), el país podría convertirse en uno de los mayores productores de gas de África Occidental hacia 2030. El gobierno de Bassirou Diomaye Faye y Ousmane Sonko prometió renegociar los contratos firmados por Macky Sall con BP, Kosmos Energy y otras multinacionales para asegurar mayor participación estatal, argumentando que “los recursos naturales deben beneficiar primero al pueblo senegalés”. Esta política se alinea con la visión panafricanista de soberanía económica, y Sonko la sintetizó en su discurso de investidura: “Senegal no será más un terreno de saqueo; será un motor de emancipación y debe recuperar el control de sus riquezas naturales para garantizar que sirvan al pueblo y no a las élites extranjeras”. Esto refleja una clara sintonía con la línea panafricanista de ruptura con el neocolonialismo económico.

Geopolítica anticolonial: acuerdos internacionales desde la multipolaridad

Tanto Chad como Senegal han empezado a diversificar sus alianzas estratégicas para escapar de la dependencia francesa y europea.

Chad en 2023 y 2024 firmó acuerdos de cooperación militar y energética con Rusia, orientados a la provisión de armamento, formación de oficiales y exploración petrolera. Asimismo, avanzó con China en la ampliación de carreteras y la rehabilitación de la ruta N’Djamena–Abeché, clave para conectar el Sahel con Sudán y Libia. Turquía también aparece como un socio creciente, particularmente en infraestructura urbana y seguridad aeroportuaria. Mientras que el país liderado por Faye y Sonko en el plano económico, ha estrechado vínculos con China, que financia el tren regional Dakar–Diamniadio y varias obras portuarias en Dakar. Con Turquía, Dakar mantiene convenios en construcción y defensa, incluyendo la compra de drones Bayraktar TB2. En el frente político, la administración de Faye se acerca a Nigeria y Argelia en búsqueda de una arquitectura de cooperación energética regional que supere la dependencia de Europa.

Ambos países se posicionan como nodos logísticos del Sahel y África Occidental.

Chad: apuesta por mejorar sus corredores hacia Sudán, Libia y Camerún, con apoyo chino. Un ejemplo es el proyecto de ampliación de la presa de Djermaya, financiada por Beijing, para generar electricidad que abastezca a Yamena y su hinterland. En tanto que Senegal busca consolidarse como “puerta atlántica” de la Confederación del Sahel. Además del tren regional, Dakar desarrolla junto a China el puerto de Ndayane, que será uno de los más grandes de África Occidental, con capacidad para conectar la economía senegalesa directamente a los flujos globales sin pasar por plataformas controladas por Europa.

Asociación con la Confederación del Sahel (AES)

Aunque ni Chad ni Senegal forman parte formal de la Confederación de Estados del Sahel (Malí, Burkina Faso, Níger), ambos países cumplen un rol estratégico complementario.

Chad mantiene cooperación militar activa con Níger y Burkina Faso en la lucha contra grupos insurgentes y comparte foros de coordinación en materia de seguridad. Yamena ha expresado en repetidas ocasiones su respaldo político al principio de “ruptura soberana” de la AES, aunque mantiene cierta cautela para no aislarse de otros socios regionales.

Senegal, por su parte, se presenta como puente atlántico de la AES. El gobierno de Faye propuso en julio de 2024 “crear un eje Dakar–Bamako–Niamey–Ouagadougou” que articule comercio, energía y defensa. La retórica panafricanista de Sonko en este sentido es clara: “La Confederación del Sahel no es un bloque cerrado: es el inicio de una integración más amplia de los pueblos africanos libres”.

En este punto podemos ver cómo ambos países —cada uno con sus particularidades— avanzan en decisiones soberanas sobre sus recursos naturales, buscan diversificar sus alianzas geopolíticas y se articulan con el movimiento de ruptura que impulsa la AES.

Chad y Senegal en el nuevo equilibrio africano

La escena estratégica africana se está reescribiendo,  Chad y Senegal ocupan lugares bisagra en este guion. Su importancia no radica en una homogeneidad de modelos, sino en la convergencia de resultados: menos tutela francesa, más margen de maniobra para definir alianzas, y una ciudadanía que exige que la soberanía deje de ser una palabra y se convierta en política pública.

En esta parte y a modo de cierre del análisis vamos a señalar los principales puntos que podemos considerar para que, tanto Chad como Senegal se estén sumando al motor panafricanista que se está poniendo en marcha en África. En primero lugar vamos a señalar la alianza que se sostiene desde un vector militar-político, en este sentido diremos que entre noviembre de 2024 y julio de 2025 se consolidó un punto de no retorno: Yamena puso fin al acuerdo de defensa con Francia (un repliegue que implica la salida de alrededor de mil efectivos) y Dakar cerró sus bases a tropas extranjeras, apuntando de forma directa a las francesas. La narrativa es transparente: “soberanía plena” y revisión de alianzas en términos de igualdad, según explicitó el gobierno chadiano; en Senegal, el primer ministro Ousmane Sonko oficializó el cierre de bases como decisión de Estado. Estos hitos aceleran el declive de la Françafrique y confirman que la arquitectura de seguridad regional ya no se decide en París.

En segundo lugar señalaremos un vector económico-energético, en el que la apuesta de Senegal por revisar y reequilibrar contratos de petróleo y gas—con una comisión técnica dedicada y auditorías sectoriales—anticipa una gobernanza de recursos con mayor captura de renta pública y transparencia, clave para financiar política social e integración regional. En Chad, la reconfiguración del mapa petrolero y la búsqueda de refinerías y “midstream” bajo mayor control estatal buscan romper la dependencia de consorcios y del crédito político francés. En ambos casos, el mensaje a inversores no occidentales (China, Turquía, Rusia, países del Golfo) es nítido: sí a la inversión, pero bajo reglas que prioricen la soberanía y el valor agregado local.

Como tercer punto de inflexión y cambio vamos a señalar, el anclaje regional y el “efecto AES”. La Confederación de Estados del Sahel opera como la nueva referencia de coordinación anticolonial en defensa, economía y diplomacia. Aunque Senegal y Chad no son miembros, ambos orbitan su agenda: Senegal como puerto atlántico y plataforma logística-financiera para un Sahel que mira al océano; Chad como bisagra sahariana que conecta con Libia, Sudán y Camerún. Esta proximidad estratégica ya condiciona a la UA y a bloques como los BRICS, que encuentran en el Sahel un laboratorio de monedas alternativas, seguridad cooperativa y cadenas de valor no extractivistas.

En cuarto lugar podemos ubicar a los altos niveles de legitimidad social como variable dura. En Senegal, la victoria de Bassirou Diomaye Faye con apoyo del entramado cívico (PASTEF, juventudes, sindicatos, cultura urbana) dio mandato democrático a la agenda soberanista; en Chad, el giro geopolítico ocurre con déficit de legitimidad interna tras la represión de 2022 y episodios de violencia política, lo que abre un flanco de vulnerabilidad si la redistribución de la renta energética y la apertura del sistema político no se materializan. En términos geopolíticos: sin legitimidad popular sostenida, la autonomía externa es frágil.

Ante este escenario señalaremos que:

1. Consolidación soberanista en Dakar: avance del programa de revisión contractual, cronograma de salida militar extranjera ya ejecutado y mayor densidad de proyectos con China/Turquía; proyección diplomática hacia un “eje atlántico-saheliano”.

2. Autonomía condicionada en Yamena: más margen externo tras romper con París, pero con el reto de traducirlo en reformas internas (justicia por 2022, apertura política, redistribución de renta) para evitar que la agenda soberanista se licúe.

3. Efecto arrastre de la AES: estandarización de posiciones en seguridad, energía y pagos regionales; presión sobre la UA y la CEDEAO para reconocer nuevas realidades y marcos de cooperación “desde el Sur”

En síntesis, Senegal y Chad son “motores” del giro panafricanista por razones distintas, mientras que uno, Senegal, lo es desde una legitimación popular de un programa soberanista, el otro, Chad, lo hace como parte de un realineamiento estratégico, pero ambos empujan el mismo pliegue histórico: fin del tutelaje francés como norma, diversificación de socios, y soberanía de recursos como columna vertebral. Si logran convertir ese impulso en instituciones y políticas redistributivas (contratos reequilibrados, localización de cadenas de valor, integración logística con el Sahel), no solo habrán cambiado su inserción internacional: habrán movido el centro de gravedad de África.

*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.

Acerca del autor

Beto Cremonte

Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la Unlp, Licenciado en Comunicación social, Unlp, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS Unlp

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