Los acontecimientos vividos en los dos últimos días en Ceuta constatan el fracaso de las políticas migratorias de la Unión Europea (UE). Ver cómo llegaban a nado de miles de personas migrantes, exhaustas y desesperadas tras las puertas abiertas (de salida) por parte de Marruecos son la prueba irrefutable de que Europa confía más el éxito de sus políticas migratorias a los tapones transfronterizos que a la cooperación internacional.
Fuimos testigos de este fracaso en 2015, con la mal llamada crisis de personas refugiadas sirias –de la que recientemente tuve ocasión de hablar en el evento solidario Help Me Please de Granada-, cuando en realidad se trataba de una crisis europea de solidaridad. Un millón de personas que huían de la guerra de Siria llamaban a las puertas de Europa y ésta únicamente se planteó repartirse a 160.000 con cuotas, de las que no acogió ni a una tercera parte.
La anterior alta representante de la diplomacia europea, Federica Mogherini, llegó a jactarse de cómo durante su mandato «hemos construido una política migratoria exterior de la UE, que antes no existía», pero lo cierto es que en su historial quedará el infame acuerdo con Turquía en 2016, mediante el cual se comerciaba con Derechos Humanos, comprometiendo la friolera de 6.000 millones de euros a cambio de exportar personas migrantes y refugiados. Hasta 3,4 millones de refugiad@s siri@s acoge Turquía y su más que cuestionable respeto por los Derechos Humanos (DDHH).
Como esta semana ha hecho Mohamed VI, cuando las relaciones con Turquía se tensan, Erdogan abre la espita de la migración, tal y como sucedió en marzo del año pasado. Son las consecuencias de vender el alma al diablo y, en cierto modo, convertirse en su esbirro.
Europa lleva décadas practicando una política de solidaridad deshumanizada con la migración. En este sentido, a los pomposos programas que publicita como el Plan de Acción de la UE contra el tráfico ilícito de migrantes (2015-2020) le acompañan bajo cuerda la inyección de cientos de millones de euros a países como Marruecos para que, sencillamente, sirvan de tapón para la migración que les llega y quiere prosperar en Europa y para la que el propio país alauita genera con sus tasas de pobreza.
Y es que a pesar de las cifras millonarias que llegan desde Europa y, bilateralmente, desde España, indicadores como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU evidencian la pésima calidad de vida de la población marroquí en líneas generales. Lo mismo sucede si se toman otras métricas como el PIB per cápita, que sitúa al país en el puesto 132 de 196. Aquello de abordar la migración en origen hace aguas por todos lados.
Si de algo han hecho gala Europa en general y España en particular, independientemente de que gobernara el PP o el PSOE, es de priorizar que no llegue la migración por encima de resolver sus causas. El mejor ejemplo de ello es el pozo sin fondo en que se ha convertido los fondos destinados a la seguridad fronteriza marroquí financiadas por la UE. La opacidad es absoluta al respecto, sin que los organismos europeos compartan los sistemas de seguimiento, los informes y la evaluación de la ejecución de estos fondos. Sencillamente, se abre el grifo de millones a cambio de que, por el lado marroquí, se cierre el de la migración; poco o nada importa la situación en la que estas personas se encuentran, que si hace una década veían en Marruecos un lugar de tránsito ahora quedan confinadas en ese destino.
El riesgo de estas políticas es que generan una dependencia enfermiza de los caprichos de Mohamed VI, a cuya economía ha hecho especial mella la pandemia de COVID-19. El resultado son situaciones como las que vivimos ahora en Ceuta y en la que vuelve a primar deshacerse de la migración con la amenaza de la integridad territorial como cortina de humo.
De ahí que, aunque cuando estaba en la oposición, el PSOE criticara duramente las devoluciones en caliente alumbradas por el caritativo cristiano Jorge Fernández Díaz, ahora las abrace como si le fuera en ello la vida. Lo mismo le sucede a la UE, ese Premio Nobel de la Paz que ya no las mira con tan malos ojos como en el pasado. En menos de dos días se han realizado más de 2.700 devoluciones en caliente, lo que pone en cuestión el respeto al Derecho Internacional que dicta que toda persona migrante tiene derecho a su identificación de manera individualizada para determinar si precisa de protección internacional por huir de peligro de muerte en su lugar de origen.
Cuando Pedro Sánchez afirma que «seremos firmes ante cualquier desafío o eventualidad, y bajo cualquier circunstancia», ¿qué espacio le deja a los DDHH frente a los lazos -o sogas- políticos y económicos con Marruecos?
*David Bollero, colaborador de Público (excorresponsal oficioso en Londres), periodista vocacional en fase de desintoxicación informativa y pensador irreverente en continua hora extra.
Artículo publicado en Público.
Foto de portada: Militares del ejército español vigilan durante las devoluciones en caliente que están efectuando a los migrantes que han entrado en Ceuta procedente de Marruecos – EP.