Este crecimiento se ha dado principalmente en Níger y Burkina Faso, país al que llegó en 2015 y desde entonces no ha detenido sus acciones cada vez más arriesgadas y sangrientas, alentadas por la inoperancia de los ejércitos nacionales, la misiones de las Naciones Unidas y particularmente por la Operación Barkhane, una fuerza de 5.000 hombres del ejército francés que nada hizo desde su llegada a la región en 2012.
Ese incremento desmesurado de las bandas takfiristas tanto en Mali como en Burkina Faso, provocó que la oficialidad joven asaltase el poder reclamando por la inacción de sus gobiernos. En Mali, donde en realidad hubo dos golpes de Estado -el primero en agosto del 2020 y el segundo en mayo del 2021- no solo arrastraron a los gobiernos del presidente Ibrahim Boubacar Keïta y menos de un año después al del presidente Ba N’Daou, sino también la presencia militar francesa, a la que rápidamente los coroneles encabezados por Assimi Goita reemplazaron por la empresa de seguridad rusa conocida como Grupo Wagner.
El proceso en Burkina Faso fue muy similar, ya que tras la caída de Roch Marc Kaboré, el Movimiento Patriótico para la Salvaguardia y la Restauración (MPSR), dirigido por el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo, tomó el control del país en enero pasado y desde entonces, como lo prometió justificando el golpe, lleva la lucha contra los fundamentalistas mientras mantiene negociaciones para convocar a los mercenarios rusos.
A seis meses de aquellas promesas poco y nada han avanzado en la lucha contra las franquicias de al-Qaeda y el Dáesh, lo que le está provocando una notoria pérdida de apoyo de la sociedad civil.
El asalto del pasado fin de semana a la aldea de Seytenga, en la norteña provincia burkinesa de Séno fronteriza con Mali, donde operan khatibas integristas, y en el que fueron asesinadas 86 personas -otras fuentes mencionan que la cifra llegaría hasta los 165 muertos- además de haber obligado a más de 3.000 personas de la misma aldea y otras cercanas a refugiarse en la ciudad Dori, la capital saheliana de Burkina Faso con cerca de 55.000 habitantes, es un fuerte desafío a la disminuida confianza en el Gobierno del MPSR.
El ataque a Seytenga, que ninguna de las khatibas que operan en el área se ha adjudicado, se considera que podría ser el más brutal después del registrado en junio de 2021 en Solhan, un poblado al noroeste del país en el que murieron 132 personas, al que le siguió en noviembre la matanza de 57 gendarmes en Inata, otro pueblo del norte, que funcionó como detonante para el golpe de enero.
Pocos días antes de la matanza de la aldea Seytenga, en esa misma región habían muerto 11 gendarmes, por lo que el coronel Sandaogo visitó la aldea cuyos habitantes reclamaron por la falta de seguridad y la falta de resultados a pesar de que el Gobierno había anunciado que fueron neutralizados cerca de cuarenta muyahidines en dos ataques, el primero tras el intento de toma del puesto militar de la localidad de Barani en la región de Boucle du Mouhoun, y el segundo cuando quisieron asaltar la mina de oro de Karma en la provincia de Yatenga.
El pasado 26 de mayo las fuerzas de seguridad burkinesas eliminaron a Tidiane Djibrilou Dicko, uno de los emires del Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes) o JNIM la franquicia de al-Qaeda en el Sahel, tras un ataque aéreo en la comuna de Tongomayel, en la provincia de Soum. Tidiane era un importante cuadro del terrorismo, responsable de docenas de ataques y cientos de muertos y hasta hace pocos meses había pertenecido al Estado Islámico en el Gran Sáhara, (Daesh). Tidiane Djibrilou Dicko era prácticamente un mito para los jóvenes muyahidines que lo seguían como a un verdadero profeta.
Hasta la operación del fin de semana los integristas en los últimos tres meses habían provocado la muerte de 300 personas entre civiles y fuerzas de seguridad, lo que significa un incremento de un siete por ciento si se compara con los tres meses anteriores, según el Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados (ACLED). Además, los terroristas han saboteado antenas de telefonía y las líneas eléctricas dejando incomunicados grandes sectores del norte y este al tiempo que han tomado el control de las principales rutas de la región y bloquearon los accesos a los municipios de Djibo, Titao y Madjoari.
Desde abril una treintena de efectivos de las fuerzas de seguridad fueron asesinados y una religiosa norteamericana y un ciudadano polaco secuestrados sin que nada se sepa de ellos hasta ahora.
Desde 2015 los ataques dejaron más de 10.000 muertos, 5.000 solo en los últimos dos años, lo que marca el crecimientos de las acciones, además de haber obligado el desplazamiento de más de dos millones de personas, el cierre de escuelas, ya que los maestros se convirtieron en uno de los objetivos fundamentales para los rigoristas, y también la clausura de muchísimas dependencias oficiales, incluidos todo tipo de centros sanitarios en el norte y este del país.
En el marco del incremento de los ataques y el descontento popular el presidente Sandaogo, ha pedido a los ciudadanos “que le den tiempo hasta septiembre para ver una mejoría”. Al tiempo ha creado una unidad central de coordinación para operaciones militares, con oficiales veteranos en la lucha contra los integristas, mientras incentiva diálogos entre las comunidades y los salafistas para convencer a los combatientes de que abandonen la lucha. Tratativas que el Gobierno anterior se había negado rotundamente a realizar, aunque para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 intentó un acercamiento con fines netamente electoralistas.
Una respuesta urgente
La instalación de estos grupos vinculados a al-Qaeda y al Dáesh en Burkina Faso fue la llave para que accedieran a países como Benín, Ghana, Costa de Marfil y Togo, donde la actividad de los wahabitas se va incrementando, destacándose las exitosas campañas de reclutamiento y, hasta ahora, algunas pocas operaciones (Ver: África Occidental, en la ruta del terror.) Recordemos que en 2015 también fue muy tibia la aparición del terrorismo en Burkina Faso y hoy el país se ha convertido en uno de los más activos de África.
Los muyahidines han agregado una nueva arma a su completo y moderno arsenal, casi siempre muy superior al de los ejércitos regulares, la destrucción de las fuentes de agua potable. En lo que va del año ya han destruido una treintena de instalaciones, lo que ha dejado prácticamente sin agua a casi 300.000 personas y sus animales. La mayoría de los ataques a fuentes potabilizadoras se han producido en cercanías de Djibo, uno de los sectores más áridos de toda la región del Sahel y donde se han instalado la mayor cantidad de desplazados del país.
Si bien la mayoría de las operaciones las realizan militantes de las dos grandes organizaciones del terror wahabita, Burkina Faso cuenta con un grupo nativo, Ansarul Islam (Defensores del Islam), con ramificaciones en Mali, fundado en 2016 por el Malam en hausa maestro) Ibrahim Dicko, un líder de la etnia de pastores fulan, que comenzó a operar en el norte de Burkina Faso e incursionó también en Mali y Níger. El bautismo de fuego de su grupo fue en diciembre de 2016, cuando el malam junto a treinta hombres atacó el puesto militar de Nassoumbou, un poblado próximo a la frontera malí, en la provincia de Soum, donde asesinaron a una docena de soldados burkineses.
Según algunos informes, el Malam Dicko murió en mayo de 2017, de sed y agotamiento, mientras escapaba de una operación de los efectivos franceses contra un campamento integrista en el bosque de Foulsaré en el sur de Mali, junto a la frontera burkinesa.
Tras su muerte el malam fue reemplazado por su hermano, Jafar Dicko, quien dirige la organización hasta hoy. El nuevo emir, al carecer de la personalidad de su hermano, ha provocado varios cismas en la organización, lo que acarreó una notoria disminución de operaciones, junto a la deserción de cientos de sus hombres que habrían pasado a formar parte o bien del JNIM o la potente filial del Dáesh local.
Ahora se cree que Ansaroul Islam cuenta apenas con unos cientos de combatientes activos y una acotada red de informantes y cuadros logísticos en el norte del país en la provincia de Soum al norte del país, mientras se desconoce si opera junto a alguno de los grandes grupos terrorista, intentando dar más calibre al desmesurado terror que vive Burkina Faso.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central
Artículo publicado en Rebelión, editado por el equipo de PIA Global