El auge a nivel continental y mundial del neofascismo y del ultra-derechismo mafioso tiene mucho que ver con la crisis de decadencia y putrefacción del capitalismo occidental en su fase imperialista senil (gansterización, pentagonización, ultra-privatización); con su pérdida de hegemonía absoluta a escala global (nueva multipolaridad imperialista), y con las inconsistencias, estancamientos y degeneraciones de los procesos de cambios ambiguamente calificados de “progresistas”.
La pendiente brasileña hacia una nueva crisis.
Brasil hace unos años tomó esa pendiente en la medida, a consecuencia de nuevos factores internacionales, se redujeron los recursos (al final de la última gestión de Lula y en el despliegue del gobierno de Dilma) para el gigantesco asistencialismo con que el PT logró atenuar las aristas más hirientes del modelo neoliberal y provocar un nuevo florecimiento económico con el privilegiado protagonismo interno y externo de los grandes consorcios propiamente brasileños y su mirada de alianza preferencial puesta hacia Rusia, China, India y los países latino-caribeños en tren de nueva independencia.
En la medida, además, la administración de ese modelo de crecimiento capitalista interno y transnacional, y su inserción como partido en la institucionalidad democrática-burguesa de Brasil, lo llevó a abrazar las prácticas clientelistas, modalidades de corrupción y adopción de sistemas de privilegios y modos de hacer política que provocaron una sensible degradación ética-moral de sus cúpulas dirigentes y una cierta igualación de una parte de su partidocracia con la partidocracia tradicional de derecha; sosteniendo a la vez una línea más afín con el proyecto de un imperialismo emergente no subordinado a EEUU, con una marcada tendencia democrática.
Al paso de los años y de la expansión de la corrupción de Estado, con un fuerte ingrediente gubernamental y petista, ese proyecto perdió mística y se tornó cada vez vulnerable a la contraofensiva de EEUU, las derechas y las corporaciones más hostiles a la permanencia del PT al frente del Estado.
El destape de “Lava Jato”, Lula y la implosión de la crisis político-institucional.
El escándalo “lava jato”, en medio de una crisis económica desgastante por el mal manejo de la misma y por dispendiosas inversiones, posibilitó tanto la traición de los aliados de derecha del PT liderados por el vicepresidente Temer, como el auge de las protestas masivas, el Juicio Político y la destitución de la presidenta Dilma Rousset, el destape de las conexiones delictivas con ODEBRECHT y otros consorcios mafiosos con gran parte de las cúpulas del sistema de partidos, incluido el PT, y la persecución judicial y posterior condena a Lula.
Cierto que los cargos concretos contra Lula en la agenda judicial brasileña son de reducida monta y que la saña política en su caso es dominante. Pero no menos cierto es que abundan las evidencias de su relevante rol de intermediación en la EXPORTACIÓN DE PRÁCTICAS CORRUPTORAS a nivel continental, vía Odebrecht, Andrade Gutiérrez, Embraer y otras corporaciones; lo que junto a otras repercusiones del “Lava Jato”, debilitó al PT y colocó a la defensiva su impactante liderazgo.
Cierto también que sus méritos históricos y su carisma le posibilitaron conservar una parte significativa de su enorme nicho popular e incluso conformar una candidatura, que en términos relativos, amenazaba con su retorno al gobierno en detrimento de la extrema derecha y del ambicionado proyecto de EEUU de recolonizar Brasil y tornarlo en un gendarme a su servicio, que supere el rol de Colombia. Pero así mismo aceleró la profundización del plan para inhabilitarlo electoralmente y lidiar con mucho más ventaja contra cualquier otra fórmula presidencial del PT.
En esa desventajosa carrera, su relevo, Fernando Haddad, cargó con la derrota electoral con una diferencia de casi 20 puntos porcentuales; que no es cualquier señal, en tanto indica el amplio calado temporal de la opción ultraderechista encarnada en Jair Bolsonaro y su discurso neo-nazi, más allá de todas las predicciones (46.8% Jair Bolsonaro y 28.5 Fernando Haddad-PT).
Declive del “progresismo” y su ambigüedad. Neofascismo y más crisis.
El desgaste o la impotencia de las llamadas opciones “progresistas”, reformistas, nacional reformistas…su entrampamiento al interior del sistema capitalista, sus debilidades frente a las herencias neoliberales y a las improntas capitalistas-imperialistas mafiosas, casi siempre conforma un formidable caldo de cultivo para el neofascismo y la recolonización.
Y eso no es privativo de Brasil: está pasando en Argentina, en Paraguay y Honduras. Hay señales ominosas en El Salvador y Nicaragua, y está presente, aunque contrarrestado por el chavismo revolucionario de base (popular y militar), en el nefasto quehacer de la extrema derecha venezolana apadrinada por Trump, el Pentágono, la CÍA y el Estado terrorista colombiano en ese hermano país.
El problema de esa contra-ofensiva fascistoide y/o ultraderechista mafiosa, es que se trata de un engendro de la decadencia y la multi-crisis capitalista en el contexto de resistencias sociales y políticos-sociales que no cesan de reproducirse.
Son imposiciones o subproductos difíciles de estabilizar, precarios para garantizar gobernabilidad, expuestos nuevamente a las indignaciones populares, que rápidamente generan en la sociedad, con tendencias potenciales a convertirse en opciones de cambios más radicales: definidamente antiimperialistas y anticapitalistas; siempre que se logren crear la conciencia y el sistema de organización alternativo correspondiente.
En esas condiciones la polarización-confrontación entre la violencia estructural del capitalismo putrefacto y la radicalidad revolucionaria, parece no solo inevitable si no además imprescindible para superar el caos propio de su fase de descomposición.
La clave de la victoria de los pueblos está en su capacidad de insubordinación masiva, acompañada de fuerzas políticas calificadas y con capacidad de articular su diversidad y sus luchas, y de contribuir a crear poder alternativo.