Por tanto, el propósito de este artículo es reflexionar si esa izquierda estuvo a la altura de esa politización y, si fue coherente con la ideología que enarbolaba, o, por el contrario, fue petrificada por su propia impotencia desdichada.
LA CÓMODA ESCLEROSIS TEÓRICA DE LA IZQUIERDA
Marx en el Manifiesto Comunista cuenta que el capitalismo disuelve lo más sagrado: las creencias, los valores y las costumbres, demostrando que el capital no tenía nada de conservador; y por esta idea de transformación, desde los años 40 la izquierda boliviana asumió construir un nuevo mundo de ideas, valores y hábitos, tomando al proletariado que, por su posición en las relaciones de explotación, tenía la misión histórica de acabar con la sociedad dividida en clases. Eso sí, para que sean sensatos los proletarios de su misión, su conciencia revolucionaria debía ser introducida desde fuera, o sea desde la izquierda organizada como partido; así, Lenin es el que seduce a la izquierda para que revolucionarios profesionales del partido sean los encargados de llevar de la mano a los obreros al cumplimiento de su tarea, demostrándonos que hay un vacío entre lo que es capaz la clase obrera y la revolución, vacío que solo puede ser llenado por la construcción del partido y la toma del poder del Estado. De esta manera, Lenin le decía a la izquierda mundial que había pasos que cumplir: clase obrera limitada-construcción del partido-toma del poder estatal-instrumentación de la revolución social.
En Bolivia la izquierda hizo su tarea y organizó sus partidos: PIR, PCB, POR, PS1, MIR, PCLM, etc., pero siempre se encontró con una clase obrera de avanzada, que tenía la capacidad de no dividirse y avanzar con violencia para conquistar sus demandas, en la que ningún dirigente partidista podía sustituir a la clase, ni administrar su conciencia, esto se llamó la acumulación en el seno de la clase. Aquí tenemos un atolladero: la izquierda no podía tomar de la mano a la clase obrera y conducirla a la toma del poder.
Este atolladero le impedía a la izquierda conocer la realidad y, mucho más, conocer lo que hacía y quería la clase obrera, y esto porque pensaba que el proletariado era una víctima y no una práctica, su propio hacer. La izquierda repetía que la clase se definía por su situación en las relaciones capitalistas de producción, y para nada creía que se hacía a partir de esas relaciones; los obreros bolivianos, contradiciendo a la izquierda, víctimas de la explotación transformaban las masacres, el encarcelamiento, la represión que sufrían en rebelión, solidaridad, unidad, donde nunca un partido de izquierda liderizó esas luchas.
Este divorcio entre la izquierda testimonial y la clase obrera aislada acabo en la marcha por la vida, agosto de 1986; la clase obrera minoritaria y de avanzada, perdía su centralidad política e ideológica en un país con una mayoría indígena. La izquierda, con sus partidos huérfanos de clase obrera, estaba obligada a superar su inercia política construyendo organización en un medio habitado por indios e indias o, subirse a una estructura política ajena a su ideario ideológico, y, se encontró con el MAS IPSP al que se subió. Esta decisión confrontaba a la izquierda con dos dilemas a superar: 1) pensar la organización no desde la simplificación, o sea que solo puede organizarse lo idéntico y, 2) pensar la organización desde la separación, o sea que para organizarse hay que separarse de los espacios donde se piensa diferente, donde hay otras formas de vida y resistencia. Pero en la izquierda más pudo su tradición teórica, de seguir pensándose a sí mismos como la cabeza del proceso, y seguir construyendo al MAS como espacio homogéneo, cerrado y aislado de las otras prácticas y experiencias políticas y culturales.
SIN PRAXIS NO HAY TRANSFORMACIÓN
El comunismo, decía Marx, no es una fase que debe implantarse, un ideal al que se debe sujetar a la realidad, el comunismo es un movimiento real que supera el estado de cosas actual; y, para cambiar el orden establecido, Marx exigía que es importante la praxis, el proceso donde sujeto-objeto se confunden. Pero la praxis nos exige dos tipos de confianza: 1) confiar en nuestra gente, en sus capacidades y potencias, donde todos y todas somos capaces de producir un saber; y, 2) confiar en la capacidad de que todos pueden luchar y lograr victorias importantes. Pero la izquierda esclerotizada en su pensamiento insistió en asumir que el “otro”, el indio, la mujer, el negro, el homosexual, seguían siendo objeto de su ideología, de su política, de su análisis, de su seducción comunicativa; en otras palabras, la diversidad cultural era el objeto al que se debe guiar, olvidando que el “otro” tenía ideas, creencias, valores totalmente diferentes a esa izquierda. Con esta forma de pensar, esta izquierda forzaba a que el marxismo debía ser la ideología de las diversidades culturales, étnicas, sexuales; olvidando que el marxismo es la ideología de una clase en particular: el proletariado.
Pero ejercer la praxis no solo es una prueba de fuego, sino también dar sentido a la lucha. Luchar es traducir. Entonces la pregunta adecuada a la izquierda es ¿Cómo hizo la traducción institucional de la energía de las luchas del 2000, 2003 y 2019? En otras palabras, ¿Cómo inscribieron en el tablero político los afectos, los deseos, los discursos de las fuerzas que surgieron en esos años? Pero, ¿Qué significa traducir? ¿Qué es lo que hay que escuchar a la hora de traducir? En esos años de alta politización, en el asalto institucional del MAS, la izquierda debía traducir esas potencias al plano institucional, el problema es si esa izquierda tuvo la capacidad de leer, de traducir, los modos de pensar y hacer de toda esa diversidad cultural en lucha.
Pero ¿Cómo estaba segura la izquierda de que esas diversidades querían lo que la izquierda creía que deberían creer? Este otro atolladero recuerda a lo que paso con la revolución rusa, la revolución quería darle el poder a la clase obrera, pero qué pasaba si los obreros no querían lo que el partido creía que debían querer. La respuesta de los bolcheviques fue que el partido decidía lo que era el interés de la clase obrera, o sea, la dictadura del proletariado que después se convirtió en dictadura del partido y aquellos que no acataban eran acusados de burgueses reaccionarios. En el caso de la izquierda, a lo mejor fallo la traducción de las luchas del 2000, 2003, 2019 y ahora estamos como estamos porque al traducir al plano institucional solo se tomaron en cuenta demandas sociales (nacionalización, bonos, caminos, etc.), cuando los movimientos no se reducen a pedir cosas, sino que son también instancias creadoras de nueva realidad, nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nueva humanidad: batalla cultural.
SE MILITA PORQUE SE CREE, NO SE CREE PORQUE SE MILITA
Tenemos una izquierda que tuvo poca influencia en la clase obrera y que jamás comprendió al indio, donde sobraron sus intelectuales que sabían exactamente lo que tenían que hacer con la potencia de los movimientos, es decir, utilizarlo como un medio, pero medio para sus fines. Así, la izquierda no fue capaz de ver en los momentos de lucha intensa (2000-2003-2019) impulsos emancipatorios, por más pequeños que hubieron sido. Siempre pensaron que los obreros, los indios, las mujeres, estaban desorganizados y que ahí abajo había caos y oscuridad y que los revolucionarios les llevarían el orden y la luz, jamás tuvieron la humildad de reconocer que en esa gente común, había y hay impulsos liberadores, gérmenes de un mundo nuevo.
Por otra parte, la izquierda (PCB, PS1, PCML, POR, etc.) que manejo al MAS nunca aceptó que la única fuerza que puede apoyar a lo político–institucional, son los movimientos sociales, esa fuerza politizada que tiene ideas de que las cosas ocurran de otra manera. Y esto es lo que ocurrió en los bloqueos de agosto del 2019, donde se inventó otra forma de organización, otros liderazgos, otras estructuras, otras memorias, otras dinámicas, donde el poder era más rico y diverso.
Es hora que la izquierda despierte de su ilusión, pensando que su política es viable sin contar con la fuerza de los débiles (indios, mujeres, estudiantes, negros, etc.), pero también es urgente que la fuerza de los débiles se dote de política, y esto solo puede ser producto del conflicto popular que desafíe y cuestione los límites de la democracia y lo amplíe. La calidad de una democracia no se basa en el buen funcionamiento de normas y leyes, sino en la capacidad de resistencia y desafío de los gobernados, así ha sido siempre: el conflicto entre legitimidad y legalidad es lo que ensanchará los márgenes de vida de los indios, los trabajadores, las mujeres, etc.
Hoy la democracia representativa está cuestionada, hay que moverse en-contra-y-más-allá del Estado (que sigue teniendo carácter burgués), de la representación (donde los representantes ya no escuchan ni traducen lo que desea el pueblo), del trabajo (que es enajenante); pero este ir en-contra-y-más-allá es siempre moverse como un acto experimental, antidogmático y contradictorio. Pero, ¿Qué tipo de conflicto? Ahora la derecha se moviliza en las calles, se apropia de ideas como libertad, democracia y justicia, pero son movilizaciones que defienden intereses de grupos privados (empresarios, hombres blancos, etc.) y en defensa de los fundamentos duros del sistema neoliberal (sexismo, racismo y clasismo). Son “rebeliones” a favor del orden, para afianzar sus límites. Nuestros conflictos para ampliar la democracia no es ese, en contenido y forma nuestras luchas tienen una perspectiva igualitaria: afirma las capacidades de todos y todas, amplía derechos y posibilidades de vida, cuestiona las jerarquías raciales, de género o clase, etc.
EL DUELO NECESARIO: SUPERAR AL CHÉ
Los ojos de los héroes miran la lucha de los militantes, decía Zavaleta Mercado, y que las luchas de ahora en adelante se harán bajo la invocación de los hombres que vivieron su gloria y su muerte en el cañón de Ñancahuazú. La izquierda huérfana de hechos heroicos, tuvo en la gesta del Ché un imaginario donde reflejarse, aunque el tipo de organización guerrillera estaba reñido con lo planteado por Lenin: el partido con centralismo democrático y profesionales de la revolución.
Esas imágenes de cambio guevaristas o quizás leninistas, maoístas, etc. siguen aquí, pero no se amoldan con las prácticas, los cuerpos y las experiencias de esta diversidad cultural plurinacional. J. Butler dice “el desajuste entre cuerpos y palabras es propio de situaciones de dolor y de duelo: las palabras que se dicen ya no nos alcanzan o suenan huecas, pero no tenemos otras a mano” Así está la izquierda, huérfana de la idea de revolución, atrapada en esas imágenes de cambio que ya no dicen nada, son imágenes que no hacen vibrar el deseo, no acompañan positivamente las prácticas, son reactivas y nostálgicas. Las antiguas imágenes como “dictadura del proletariado”, “liberación nacional”, “partido” “antiimperialismo” (cuando el mundo es multipolar con tres imperialismos), han perdido su fuerza. Frente a la fuerza que derrite, liquida, todo ese imaginario inmóvil, la izquierda se opone y esto es como arar en el mar.
Esta trampa donde está cautiva la izquierda es la melancolía, es como si la izquierda está presa del fantasma de lo que fue y ya no es, por esto es importante que lleve hasta el final el ritual del duelo, para despedirse de ese imaginario como lo que fue, algo que fue importante, pero que le abra a este presente de una diversidad de luchas, donde el voto del 2025 lo definirán los jóvenes y las mujeres.
EN LA VIDA COMO EN LA POLÍTICA, SE PIERDE O SE GANA, PERO SE APRENDE
Si algo se valora en la izquierda es su persistencia: funda su partido sin clase obrera, se sube al MAS sin comprender al indio y repite vivir bien sin saber qué es, y ahora quiere nuevamente gobernar sin reimaginar la revolución y sin saber qué hace y desean los jóvenes y las mujeres.
Hoy el sujeto histórico está por construirse y, seguro que habrá varios sujetos de transformación, y con todos y todas tenemos que construir una unidad política, pero no unidad ideológica, porque de obligar a una unidad ideológica caeremos en una unidad reaccionaria. Solo la intensa lucha ideológica nos permitirá saber qué caminos recorrer, así veremos que no hay solo una fuerza de transformación, y que la contradicción fundamental tenemos que descubrirla en las luchas de clase, de género, raciales.
Después de 16 años del proceso de cambio y de una paulatina ocupación del aparato del Estado, y la experiencia del golpe cívico-militar-policial, debemos reflexionar si ese camino transitado es viable o no hacia una situación de ruptura. Tomando en cuenta lo que afirmaba Zavaleta Mercado: “sólo se derrocan los regímenes que se han hecho a sí mismos derrocables y es evidente que la revolución ya no era entonces capaz de sí misma”
La izquierda que ha gobernado 16 años nunca ha creído de verdad en el poder del pueblo, y jamás ha formulado un proyecto colectivo compartido, un proyecto emancipatorio basado en la movilización directa de los explotados y los oprimidos. Quizás en su descargo la izquierda nos interpele diciendo ¿Qué hay de malo con la revolución “en nombre de”, si mejoras las condiciones de vida de los pobres? El problema es que los de arriba deciden y hay una represión o castración de autodeterminación de los de abajo: no se puede confiar en que la gente sepa lo que es bueno para sí misma.
Hoy el MAS se ahoga en dimes y diretes, en calumnias y difamaciones, en fracciones y bloques, nunca se dejó afectar por los sentimientos, los sueños, las capacidades, las potencias de indios, mujeres, jóvenes, obreros, negros, lesbianas, etc. y la izquierda que liderizó el MAS jamás pensó en una “democracia insurgente”, teorizada por Marx, contraria a la democracia liberal. Una democracia sin miedo a la vida, donde el cambio y el movimiento, el conflicto y la pluralidad, la igualdad y la autonomía, son la materia prima para reimaginar la revolución.
Notas:
*Ex militante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka. Colaborador de PIA Global