Los poco más de 300 kilómetros de frontera con la muy conflictiva Burkina Faso, nación que desde 2017 ha sido azotada de manera contante y creciente por la actividad de las bandas tributarias de al-Qaeda conocidas como Jamaat Nasr al-Islam wal Muslimin (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes), el Estado Islámico para el Gran Sahara y la banda local Ansaroul Islam, obliga a las autoridades beninesas a un contante alerta.
La realidad de la pequeña nación ribereña del Golfo de Guinea se repite en varias naciones de la misma área geográfica, como Costa de Marfil (Ver Costa de Marfil, un país en la mira del terrorismo), Ghana (Ver Ghana, Esperando a los muyahidines) o Togo (Togo, la llegada del terror) y ya ni hablar de Nigeria, el gigante africano que a pesar de contar con uno de los mejores ejércitos del continente es un Estado, más allá de la corrupción, fuerte y organizado, que no ha podido detener al integrismo armado que desde 2009, con la presencia, de dos poderosas organizaciones, el ya mítico Boko Haram -que más allá de la pérdida de su alucinado emir Abubakar Shekau en 2021 y la guerra interna que mantuvo con el grupo escindido en 2015 conocido como la Provincia de África Occidental del Estado Islámico o ISWAP, por sus siglas en inglés- continúan ambas khatibas muy operativas en el norte de Nigeria, en sectores del lago de Chad y en la frontera con Camerún.
En el caso particular de Benín, ya con un terrorismo en estado larval en el norte, debe también permanecer atento en la frontera este con Nigeria, de unos 700 kilómetros, desde donde no se puede descartar una intervención insurgente en cualquier momento, lo que, a esta altura del planteamiento de las organizaciones integristas no sería una sorpresa para nadie.
En previsión de contener a los muyahidines, particularmente a los que puedan llegar desde Burkina Faso, las autoridades desde Cotonú -la capital de facto del país- han dispuesto establecer un anillo de seguridad con base en el Parque Nacional Pendjari, de 2.800 kilómetros cuadrados, que cuenta con una amplia y muy activa frontera con Burkina Faso, al igual el Parque W, de otros 5.000 kilómetros cuadrados, vecino del primero y que cuenta con las mismas condiciones que permitirían la posible filtración de elementos integristas, allí el Gobierno ha desplegado unos 3.000 efectivos.
Estas grandes reservas naturales, dedicadas al turismo y habilitadas también para safaris, fueron cerradas a partir del secuestro en mayo de 2019 de dos turistas franceses, un norteamericano y un coreano, hecho en el que murió su guía y durante las operaciones de rescate fueron abatidos dos soldados franceses.
Dada dicha clausura, los hospedajes para los visitantes ahora los utilizan los efectivos de las fuerzas armadas de Benín para monitorear la posible presencia terrorista ya que de no ser escrutado rigurosamente, el terreno cuenta con todas las características geográficas necesarias para convertirse en un santuario terrorista: difícil acceso, a horas de las rutas más cercanas, con grandes llanuras de vegetación chata pero abigarrada, muy similar a la que, por ejemplo, se repite en otro de los grandes santuarios del terrorismo africano, como la región de Tillabery en el noroeste de Níger o en el norte de Malí, donde los terroristas han sabido mantenerse fuertes y resistir, sin mayores inconvenientes las largas operaciones, tanto francesas como norteamericanas, cuyo fracaso las ha obligado a retirarse.
En este contexto impedir la inserción de estas khatibas en esos grandes parques es vital para la estrategia de sobrevivencia de Patrice Talon, que transita su segundo periodo como presidente de Benín.
Así, es cada vez más frecuente observar grupos de soldados y oficiales del ejército beninés realizando diferentes ejercicios de seguridad y operaciones de búsqueda. Algunas fuentes señalan que en las antiguas residencias turísticas, además de que se han instalado sofisticados equipos de monitoreo, desde donde se controla la actividad en los sectores más próximos del parque a la frontera con Burkina Faso y para detectar posibles campamentos terroristas, el sitio es frecuentado por agentes de inteligencias occidentales.
Desde enero a abril de este año existió una importante acción insurgente y se registraron en Benín, en esos meses, una cincuentena de incidentes, la mayoría perpetrados por el JNIM, en su mayoría de poco volumen, pero que señalan dos cuestiones que no dejan de ser malas noticias para el presidente Talon, la primera, obvia pero es muy importante subrayarla, los muyahidines yaestán allí, y la segunda estadística, en el marco del estallido del terrorismo en el continente, Benín se convirtió en el país con el mayor incremento de operaciones terroristas. Además Benín ha sido, históricamente, una nación de muy baja conflictividad.
En respuesta a esta cuestión el Gobierno, que hasta hace menos de un año mandaba a entrenar a sus militares a Francia o a Estados Unidos para integrarlos después a las diferentes dotaciones internacionales para el mantenimiento de la paz de Naciones Unidas que operan en otros países africanos, ahora no solo ha incrementado los reclutamientos, sino que también ha llamado a los efectivos que se encontraban en el exterior para incorporarse al accionar antiterrorista de su país.
Cuando veas las barbas de tu vecino pelar…
El más allá de las fronteras internacionales de Benín es el mejor espejo para observar su futuro si no aplasta el huevo de la serpiente en su nido. Por ello el presidente Patrice Talon, además de incorporar 5.000 nuevos soldados, ha acordado, durante la visita en abril pasado de su par ruandés Paul Kagame, la llegada de un número no determinado de militares ruandeses para incorporarse al combate de la insurgencia.
También el presidente Talon está exigiendo a París, como antigua metrópoli, su aporte a la lucha contra el terrorismo. El presidente Emmanuel Macron se había comprometido el año pasado a colaborar de manera más efectiva incrementando el paquete de ayuda militar y a acelerar la entrega de más equipos para sumar a los dos helicópteros ligeros monomotor H125 Ecureuil entregados a principios del último agosto. Más allá de esa asistencia París se ha negado a desplegar efectivos propios en el terreno, rememorando el fracaso de sus hombres en Mali, Burkina Faso y Níger, experiencias que abrieron el paso en esos países a los golpes militares que tanto han conmocionado los intereses de Occidente y han quebrado la persistencia del neocolonialismo francés, tan persistente y agobiante para sus viejas colonias.
Toda el área lindante con el parque nacional Pendjari, vecino a la aldea de Kaobagou, se ha convertido en el epicentro del terrorismo en Benín desde que, en noviembre del 2021, se produjo el primer ataque en territorio beninés contra la aldea de Kourou-Koalou, aunque el más importante se produjo en mayo, cuando fue atacada la aldea Koabagou, en las afueras de Pendjari, donde asesinaron a doce campesinos durante un ataque nocturno. Si bien ninguna organización se atribuyó la matanza, su metodología indica que podría tratarse del Jamaat Nasr al-Islam wal Muslimin, que no se limita a asesinar y decapitar a sus víctimas, sino que suele plantarles AEI (artefactos explosivos improvisado) convirtiendo a los cuerpos en una trampa mortal para los socorristas.
Esas áreas hoy se encuentran prácticamente despobladas, los caminos, muy transitados por el comercio fronterizo entre Burkina y Benín, aparecen desiertos, descuidados y con barricadas improvisadas, lo que hace prácticamente imposible su tránsito. Esto redunda en la creciente actividad y creación de nuevas rutas para el contrabando, que conectan Nigeria con Burkina Faso y Níger, operadas por cárteles criminales y grupos terroristas, por donde se mueven entre otros “activos” fundamentalmente armas y drogas.
En este contexto, como en casi todos los países del continente, tampoco se puede dejar de tener en cuenta la ancestral conflictividad entre etnias y tribus pastoriles y agrícolas que ha sido utilizada por los terroristas para profundizar el caos y generar mayor violencia, derivando en batallas que han dejado cientos de muertos que no hacen más que profundizar los odios ancestrales y alentar a los más jóvenes a incorporarse a las filas de los muyahidines, que ya están allí, para una guerra que recién empieza.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central
Artículo publicado originalmente en Rebelión