Una purga institucional dentro de las fuerzas armadas de Bangladesh que, bajo la apariencia de reformas judiciales y de justicia transicional está abriendo paso a un giro ideológico de inspiración foránea.
Lo que aparenta ser un reordenamiento interno en nombre de la “democracia” es, en realidad, un proceso metódico de islamización del aparato estatal, impulsado por intereses externos que buscan alterar el equilibrio regional y minar la seguridad de la India.
La figura de Muhammad Yunus y el proyecto de un nuevo poder paralelo
El centro de este movimiento es Muhammad Yunus, antiguo premio Nobel de la Paz y actual figura dominante del régimen bangladesí. Bajo su liderazgo, se ha iniciado una ofensiva judicial contra al menos 25 oficiales militares —entre ellos generales en servicio y retirados— acusados de “crímenes contra la humanidad” en procesos judiciales cuestionados por su falta de transparencia. Informes filtrados señalan que más de 150 oficiales podrían estar en la mira, incluidos altos mandos del ejército, la marina y la fuerza aérea.
Esta purga no es casual: busca desmantelar la institución más secular y profesional del país, las Fuerzas Armadas, reemplazándolas gradualmente por un aparato paralelo —un “Ejército Revolucionario Islámico”— modelado al estilo del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán. Una estructura con lealtad ideológica antes que nacional, dependiente de doctrinas políticas y religiosas promovidas desde el extranjero.
Turquía, Pakistán y la proyección de un islam político contra la India
Fuentes de inteligencia regional señalan con claridad la participación de agencias externas en este proceso, en particular el Inter-Services Intelligence (ISI) de Pakistán y los servicios de inteligencia turcos (MIT). Ambos países mantienen una coordinación estratégica en el mundo musulmán y han encontrado en Bangladesh un nuevo espacio de expansión para sus intereses geopolíticos.
Pakistán, a través del ISI y su vieja red de vínculos con Jamaat-e-Islami, busca revitalizar el islam político en Bangladesh como una herramienta de presión contra la India. Turquía, por su parte, dentro de su proyecto del Gran Turan y su política neo-otomanista, procura ampliar su influencia hacia el Golfo de Bengala, reforzando un cinturón islámico de poder que sirva de contrapeso a la influencia india y china.
Esta convergencia entre Ankara e Islamabad ha generado un flujo de financiamiento y asesoramiento que impulsa ONG y fundaciones locales afines al régimen de Yunus. En apariencia dedicadas a la “reconstrucción social” o la “asistencia humanitaria”, muchas de ellas funcionan como canales de penetración ideológica y logística.

Los campos rohingya: un nuevo frente de radicalización
El otro punto crítico se ubica en los campos de refugiados rohingya, donde se observa una creciente actividad de organizaciones financiadas por Arabia Saudita y Qatar. Bajo la fachada de ayuda humanitaria, operan redes que promueven la radicalización y el reclutamiento de jóvenes con fines político-religiosos.
De acuerdo con evaluaciones de seguridad, estos campamentos se han transformado en plataformas de proyección para grupos extremistas que apuntan tanto al noreste de India —especialmente los estados de Tripura, Assam y Meghalaya— como a la región de Rakhine en Myanmar.
Esto configura una nueva dimensión transfronteriza del conflicto, que amenaza no solo la estabilidad de Bangladesh, sino también el equilibrio regional del sudeste asiático.
La desinformación y el asedio institucional
Paralelamente, el régimen de Yunus ha desplegado una campaña de desinformación contra los servicios de inteligencia y el aparato militar del país. Instituciones como la Dirección General de Fuerzas de Inteligencia (DGFI), que durante décadas contuvieron la expansión de grupos como HuJI-B, JMB o las células del ISIS, son ahora blanco de persecuciones y campañas de desprestigio.
El objetivo parece claro: desactivar los mecanismos internos de defensa que podrían frenar la islamización del Estado y facilitar la infiltración ideológica en la cadena de mando militar. La pasividad del actual jefe del Ejército, el general Waker Uz Zaman, y de otros altos mandos, ha despertado sospechas sobre posibles presiones internas o acuerdos tácitos.
Implicaciones para la India y el equilibrio regional
Para la India, lo que ocurre en Bangladesh representa una amenaza directa. Nueva Delhi observa con creciente preocupación cómo un país históricamente secular y aliado en la lucha contra el extremismo podría transformarse en un foco de inestabilidad ideológica en su frontera oriental.
La creación de un aparato militar islamizado en Bangladesh, apoyado por Pakistán y Turquía, reconfiguraría el tablero geopolítico del sur de Asia. Implicaría la apertura de un flanco oriental hostil, justo en momentos en que India mantiene una vigilancia constante sobre la frontera occidental con Pakistán y sus tensiones territoriales con China.
Además, la posibilidad de que actores externos controlen indirectamente la política bangladesí mediante mecanismos religiosos y judiciales convertiría al país en un instrumento geopolítico contra el orden multipolar asiático.
El “golpe silencioso” en Bangladesh no solo busca transformar el equilibrio interno del país, sino redibujar el mapa político y religioso del sur de Asia. En un contexto donde potencias como Turquía y Pakistán promueven agendas propias bajo el disfraz de la solidaridad islámica, la región se enfrenta al riesgo de una nueva línea de fractura que afectará inevitablemente a la India y a la estabilidad del arco que une el Golfo de Bengala con el océano Índico.
El desenlace aún no está escrito. Pero si la deriva islamista de Yunus continúa profundizándose, Bangladesh podría convertirse en el próximo escenario de la pugna entre los proyectos soberanos del sur de Asia y los intereses transnacionales que buscan mantener la región dividida y vulnerable.
*Foto de la portada: AP
