Nuestra América

Agustín Tosco. Coherencia y lucha para construir una sociedad más justa

Por Alberto Sánchez*
Se cumplen 46 años de aquel 5 de noviembre de 1975. En aquella jornada moría Agustín Tosco en situación de clandestinidad y sin la posibilidad de ser atendido de manera apropiada de las dolencias que padecía y que se fueron agravando en el contexto de persecución constante a la que era sometido por los sectores fascistas.

Pocas dudas quedan que el dirigente  del  Sindicato  de  Luz  y  Fuerza  de Córdoba  fue una de las figuras  más emblemáticas  de un sindicalismo de línea combativa  y al mismo tiempo   claramente democrática en las  décadas  de  1960  y 1970.   Toda su acción como dirigente gremial, y al mismo tiempo, como cuadro político de relevancia y con peso propio, se extendió  a  lo  largo  de  casi  veinticinco  años,  en  los  que  la  clase  obrera argentina llevó adelante grandes luchas que forjaron el espíritu y la conciencia de un importante conglomerado social en el cual los sectores proletarios actuaban coordinadamente con un activo estudiantado y sectores medios que se sentían identificados con las propuestas transformadoras de la época.  

El Gringo Tosco, estaba convencido de la  necesidad  de construir  una  política  obrera de carácter independiente, por lo que su acción estuvo dirigida hacia la elaboración de herramientas que aporten a la clase trabajadora elementos claramente de emancipación con objetivos socialistas. Desde su inicial involucramiento en la actividad sindical como delegado interno en la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC) mostró un perfil que se diferenciaba claramente con aquellas derivadas de concepciones burocráticas. Estas posturas lo distanciaban de un sindicalismo dialoguista que estaba representado por el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor que planteaba formas de diálogo con la dictadura militar.

Vandor expresaba una forma de desarrollo de la actividad sindical sujeta a estrategias políticas que buscaron desgastar y debilitar la capacidad del gobierno de Arturo Illia, que de por sí poseía en su génesis una debilidad estructural producto de haber accedido al gobierno con el 25,3 por ciento de los votos en un contexto de proscripción del peronismo. La concepción de Vandor lo llevó a considerar que, ante el exilio de Perón y su imposibilidad de regresar al país, se daban las condiciones para construir un “peronismo sin Perón” donde su liderazgo gremial cumpliría una función central y determinante.

Desatadas las fuerzas antidemocráticas, que decidieron poner fin al gobierno de Illia, se produjo una confluencia entre los sectores de las Fuerzas Armadas con posturas más reaccionarias, la Iglesia y el sindicalismo que estaba referenciado en Vandor como figura representativa. Ello se tradujo en una inexistente resistencia al golpe militar de junio de 1966,  mezcla de apatía y de apoyo a las fuerzas que derribaron la experiencia del radicalismo en el gobierno.

Esta complicidad de importantes sectores del sindicalismo permitirá que la dictadura de Onganía tome rápidas medidas que condujeron a mayores niveles de represión y de penurias para los sectores subalternos. Se suceden los cierres de ingenios azucareros tucumanos con las consecuencias sociales que esto acarrearía, la intervención de las universidades y la disolución de todas las agrupaciones estudiantiles que desarrollaban su acción militante en los diferentes claustros y se agudizan las formas de censura y acoso contra aquellos sectores que planteen posiciones de mayor radicalidad.

En Córdoba y Tucumán es donde comienzan a manifestarse aquellas voces que se erigirán en una incipiente respuesta opositora a la dictadura militar e irán conformando un espacio que en gran medida se aglutinará en la CGT de los Argentinos (CGTA) desde donde se impulsarán diferentes instancias de lucha en alianza con el estudiantado y con un sector de la Iglesia que conformará el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

Los  años  que  siguieron  y que significaron momentos de grandes luchas  contra  las  dictaduras de Onganía, primero, y luego también de Levingston  y  Lanusse, fueron también el tiempo en el cual Agustín Tosco fue definiendo con mayor autonomía su espacio dentro del entramado sindical argentino convirtiendo al Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba en un espacio atípico donde confluían múltiples actores que, desde una mayor radicalidad política e ideológica expresaban posturas claramente transformadoras.

La  figura  de  Tosco  quedó  indisolublemente  asociada  a  la  histórica  rebelión obrera y  estudiantil  conocida como el Cordobazo,  del mes de  mayo  de  1969,  por  el  papel  central  que  le  tocó ocupar  en la coordinación y dirección de dicha  insurrección urbana, que  significaría el  comienzo del fin de la experiencia dictatorial  de Onganía. Tras la represión, Tosco y los principales líderes de la revuelta, serían detenidos y condenados por un tribunal militar, en el caso de Tosco a una pena de ocho años y cuatro meses de prisión y trasladado a la cárcel de Rawson de la cual sería liberado en diciembre de 1969, o sea siete meses desde su  detención, y ello en gran medida por la lucha de la clase obrera cordobesa y por la creciente debilidad de Onganía que tras un supuesto mensaje de pacificación y unión nacional buscaba sofocar la acción activa de amplios sectores populares.

Tosco marchando durante la jornada de Cordobazo

Al llegar a Córdoba y en medio de una asamblea multitudinaria Tosco diría:
Esta situación de encontrarnos aquí es la emoción más grande que hemos podido experimentar en nuestras vidas, no lo olvidaremos jamás; no se pueden olvidar cosas que tocan profundamente los sentimientos de los seres humanos. Nosotros queremos decir aquí, entonces, que nuestra libertad, que la libertad de todos los compañeros estudiantes y ciudadanos condenados por los consejos de guerra de la dictadura, que la libertad de los compañeros arrestados bajo estado de sitio, no es producto de la benevolencia del régimen, no una gracia del dictador que usurpa el poder. Nuestra libertad es el triunfo de ese pueblo maravilloso, que no declinó en ningún momento hasta vernos en libertad

Posteriormente, Tosco  integraría  el  Comando  de  Lucha  de  la CGT  Córdoba  y, en marzo de  1971  participaría activamente  de  las  jornadas  de  protesta que se popularizarían con la denominación de el “Viborazo”, durante las cuales los obreros de las principales ramas industriales protagonizaron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad desde formas más coordinadas y organizadas con la participación activa de las organizaciones guerrilleras que comenzaban a desarrollar acciones de mayor envergadura gracias a la inserción en los sectores obreros .

Elegido Secretario Adjunto de la CGT de Córdoba y acompañado por el dirigente peronista Atilio López será determinante para generar diferentes instancias de lucha y participación democrática que ante la continuidad represiva lo condujeron nuevamente a la cárcel. Primero en Villa Devoto y posteriormente a Rawson  donde permaneció hasta septiembre de 1972

Para  ese  entonces,  Tosco  ya  se  había  convertido  en  el  dirigente sindical de  izquierda  más  importante  de Argentina, postulando  un  sindicalismo  de liberación,  al  que  entendía  como  antiburocrático,  superador  de  los  meros  horizontes reivindicativos  y  partidario  de  la  unidad  popular  antiimperialista  y  anti oligárquica.  Junto a ello, sostenía objetivos socialistas al plantear la necesidad de una transformación revolucionaria de las estructuras que conduzcan a socializar los principales medios de producción y ponerlos bajo control de la sociedad

Tosco  fue  enemigo  del  apoliticismo  de  la  clase  obrera  y  sostuvo  muchas  veces que  la  lucha  de  los  trabajadores  no  podía  limitarse  a  lo  “estrictamente  gremial”.  En ese sentido y desde el periódico sindical afirmaba:  “Quien  se  proclama  apolítico,  sustenta  en  la  práctica  la política  de  la  reacción.  Porque  la  política  es  la  concepción  general  que  se  tiene  de  la organización  económica,  social  y  cultural  de  la  sociedad  a  la  que  se  pertenece”.   Y aclaraba para que no existan confusiones acerca de su postura por la unidad obrera y contra el sectarismo político :  “el  sindicalismo,  por  agrupar  a  compañeros  de  distinta ideología  política  partidaria,  religión,  filosofía,  etc.,  no  debe  embanderarse  con determinado partido, credo religioso o cualquier otra  parcialidad, que  pueda  dividir en la lucha  por  objetivos  que  son  comunes  a  todos.  Cada  compañero tiene,  no  solo  el  derecho sino  el  deber,  de  pensar  políticamente  y  la  opción  de  estar  afiliado  o  no,  de  ser  militante o  no,  de  una  agrupación  política.” 

En sus últimos años de vida afianzó su relación con los sectores de la izquierda revolucionaria, particularmente con el PRT-ERP, con quienes había compartido la prisión en Rawson y que incluso habían propuesto ser parte de la operación de fuga que se produciría en agosto de 1972 a lo que Tosco se opuso al considerar que su libertad debía ser producto de un proceso diferente, sin que ello signifique que no apoyara, como lo hizo, la coordinación interna que facilitó la fuga parcial de los guerrilleros y que derivó en la evasión de los principales dirigentes revolucionarios hacia Chile y la detención de un grupo mayor que no logró el objetivo y terminaron siendo fusilados en Trelew, provocando una conmoción nacional y que Tosco condenaría abiertamente hasta el último de sus días reivindicando a cada uno de los guerrilleros asesinados a sangre fría.

Ya en libertad, participaría activamente en el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) conformado por el PRT-ERP, el FRP del salteño Armando Jaime y diferentes organizaciones de la izquierda revolucionaria. Rechazaría la propuesta de ser candidato presidencial por dicho espacio considerando que enfrentar al peronismo podía no ser el mejor camino y por el contrario distanciarse de las masas que claramente apoyaban el retorno de Perón a la escena política luego de largos años de exilio y proscripción.

En  sus  dos  últimos  años  de  vida,  su  oposición  al  curso  adoptado  por  los gobiernos  peronistas  y  al  accionar  de  las  bandas  ultraderechistas  y  la  parapolicial  Triple A  (Alianza  Anticomunista  Argentina)  que  lo  había  colocado  en  sus  listas  negras,  lo encontraron  a  Tosco  defendiendo  a  los  presos  políticos  y  las  libertades  democráticas,  al mismo  tiempo  que  enfrentaba  la  nueva  Ley  de  Asociaciones  Profesionales,  la legislación  represiva  contenida  en  las  reformas  al  Código  Penal  y  los  zarpazos reaccionarios  que,  desde  el  golpe  policial  del  Navarrazo,  en  febrero  de  1974  (con  el  que se  impuso  el  derrocamiento  del  gobierno  de  Obregón  Cano-López),  sumían  a  la provincia  de  Córdoba  en  un  territorio  hostil  a  la  militancia  gremial  y  política.

Al estudiar las  concepciones  ideológicas de Agustín Tosco,  se  descubre  a un  militante  convencido  del  carácter  emancipatorio  que  debía  asumir  la  clase obrera y  de  la  necesidad  del  socialismo como objetivo superior. En su acción práctica se  trasluce  un conductor neto, arrollador y transparente, un  orador  brillante,  constreñido  a  las  exigencias  de  la  democracia  obrera  a  contrapelo  de  las  concepciones burocráticas. 

Su  legado  presenta  múltiples  aspectos  y  no  será  extraño  ver  el  modo  creativo  y  crítico  en  que  el mismo  será  recuperado  por  nuevas  generaciones  de  militantes  obreros  clasistas, democráticos  y  antiburocráticos. Su compromiso con un mundo más justo sigue siendo ejemplo de entrega altruista y debiera servir de referencia ineludible a cada dirigente popular que sostenga la transformación  de la sociedad como necesidad de justicia.

Notas:

*Historiador y colaborador de PIA Global.

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