Es por ello que habría que ampliar el concepto de Estado fallido a los que se definen como aquellos incapaces de cumplir sus roles básicos, fundamentalmente por tener el monopolio de la fuerza, que no pueden evitar el caos interno ni controlar su expansión más allá de sus fronteras. No garantizan la protección a sus ciudadanos y la de sus bienes y ni siquiera alcanzan a dar servicios básicos a su población. África se abisma al desastre absoluto y los responsables de ello solo parecen dispuestos a apurar esa zambullida en el infierno.
Prácticamente ninguno de los 54 países del continente cumple estos roles y si lo hacen es de manera hartamente deficiente. Con casi 1.400 millones de habitantes cuya media de edad alcanza los 18 años y su esperanza de vida -la más baja del mundo- apenas llega a los 54. El continente se ha convertido en una enorme maquinaría de expulsión de sus ciudadanos en búsqueda de trabajo y de un bienestar que solo en muy contadas excepciones es posible alcanzar, por lo que cientos de miles de personas intentan cada año saltar a Europa a riesgo de todo, mientras otros millones en el interior del continente se desplazan de una región a otra perseguidos por la violencia o las consecuencias del cambio climático.
Acosada por ese cambio climático, epidemias, el saqueo constante de sus recursos naturales por las antiguas potencias coloniales, responsables exclusivas de este marco de situación tras haber instalado la corrupción patológica como sistema de gobierno, donde la democracia es una entelequia, bueno… como en el resto del mundo. Con autócratas asociados a las viejas metrópolis, con guerras, golpes de Estado, violencia social, tribal, étnica, política y religiosa. Vertederos nucleares y tecnológicos de esas mismas potencias que una vez utilizados los recursos escamoteados al continente, en sus soledades desérticas los descartan a la suerte de Dios. Francia, por ejemplo lo hace con sus desechos de uranio y Alemania “importa” su basura tecnológica a países de África Occidental.
Ya nadie sabe qué sucede en Etiopía, a nadie le importa esa pústula que es Darfur, el corazón sangrante de Sudán donde entre el desastre humanitario y el exterminio de sus pobladores, apunta a superar el récord ya establecido de los 300.000 muertos. ¿Quién cuenta los muertos de la República Democrática del Congo? Nada contiene los avances de Marruecos sobre los derechos del pueblo saharaui ni escucha a los tuaregs, que reclama su patria, el Azawad. Quién sabe algo sobre el desastre ambiental en el delta del río Níger, donde los constantes derrames de petróleo han provocada la desaparición de toda la fauna ictícola y han anegando los campos de producción agrícola, lo que ha condenado a miles de pobladores, frente al silencio del gobierno y las petroleras occidentales responsables del desastre, a buscar otros modos de vida, entre ellos la piratería que se extiende ahora por todo el Golfo de Guinea. O que se pierda entre los titulares de los grandes medios informativos que en el Cuerno de África cada 48 segundos muere una persona de hambre.
Así podríamos seguir la interminable lista de inequidades que se multiplican por miles, ya que África no tiene 54 países, como dispuso el trazado europeo, sino que son miles esas naciones que en lo recóndito de su cosmovisión reclaman el derecho a existir de sus patrias ancestrales.
Solo tomar las últimas acciones de Occidente respecto a África sobra para justificar todo lo dicho más arriba.
A 11 años del desastre que Occidente perpetró contra la Libia del Coronel Gaddafi, la Unión Europea (UE) y Estados Unidos ni siquiera pueden ordenar las cenizas en que convirtieron al país, que tenía los mayores índices de bienestar del continente. Tras la larga guerra civil iniciada con la muerte del Coronel y cuando parecía que por fin Europa lograba mínimamente estructurar esa tragedia, habiendo alcanzado un muy modesto alto el fuego el año pasado que podría desembocar en unas elecciones para conformar al menos algo que se parezca un país, el martes 17 Fathi Bashagha, nombrado primer ministro tres meses atrás por una fantasmal Cámara de Representantes creada por Europa, llegó a Trípoli junto a los miembros del gabinete escoltados por hombres de la Brigada Nawasi, una de las tantas milicias formadas al calor de la guerra civil. Muchos analistas coinciden en que Bashagha, es aliado del “mariscal” y exagente de la CIA Khalifa Hafther, gran animador desde el principio de la tragedia libia. En 2019 Hafther, cuyo respaldo político está en Tobruk, lanzó una ofensiva militar contra Trípoli, que se extendió por más de un año, a un altísimo costo de vidas y que finalmente fracasaría en el último momento, cuando estaba a punto de conquistar la capital.
Bashagha fracasó en su tercer intento de instalarse en la capital del país, por lo que el flamante “mandatario” parece no haber sido del agrado de sus mandados, ya que otras milicias tripolitanas rápidamente reaccionaron atacando el cuartel general de la Brigada Nawasi, lo que en primera instancia precipitó la huida del “jefe de Estado”, que parece haber entendido el mensaje y anunció que instalaría su gobierno en la ciudad de Sirte, a poco más de 450 kilómetros al este de la capital.
El gobierno de Tobruk, uno de los centros de poder de la balcanizada Libia, insiste en que Bashagha es quien debería ser el primer ministro, dado que ya se ha cumplido el mandato de Abdul Hamid Dbeibah, el primer ministro del Gobierno de Unidad Nacional impuesto por las Naciones Unidas (ONU) en 2021.
Al tiempo que Dbeibah, encariñado con el cargo, declaró que “Bashagha, con su intento de instalarse como Primer Ministro, sólo pretende sembrar el terror y el caos”, como si el “país” no fuera exactamente eso, terror y caos.
Las autoridades instaladas en Trípoli insisten en que solo entregarán el poder a un gobierno elegido “democráticamente”. En diciembre pasado se habían frustrado, una vez más, las elecciones en las que iban a competir entre varios candidatos el otrora el hombre fuerte del país, Khalifa Hafther y Saif al Islam Gaddafi, hijo del Coronel. Las elecciones habían sido pautadas entre Trípoli y Tobruk, con la bendición de la ONU, para el 24 de diciembre, pero dada las precarias condiciones de seguridad y el atraso en la confección de listas -entre otros temas burocráticos- fueron suspendidas mientras las cenizas siguen volando.
La clase política libia sigue dispuesta a resolver las cuestiones al ritmo de los kalashnikov mientras en El Cairo (Egipto) se reúne la Cámara de Representantes (Tobruk) con el Alto Consejo de Estado (Trípoli) a pedido de la enviada de la ONU, Stephanie Williams, para consensuar un nuevo marco constitucional y un cronograma eleccionario que además de elegir un nuevo primer ministro deberá desactivar los parlamentos de ambas ciudades. Algo que, si bien es difícil, se podría lograr. Aunque lo que nadie sabe es cómo disolver las docenas de milicias fuertemente armadas desperdigadas en todo el país, con diferentes cuotas de poder, que deberán, por las buenas o por las malas, ser desarmadas o incorporadas a un fortuito ejército nacional, algo que en 11 años nunca se ha logrado.
Volver sin memoria
Joe Biden, o quien finalmente dibuje la estrategia exterior norteamericana, sin quitar un momento la cuestión ucraniana de la mesa, apunta a extender el conflicto a cada rincón del mundo, por eso los Estados Unidos acaban de anunciar que dando marcha atrás la decisión de Donald Trump, quien había retirado todos los efectivos norteamericanos de Somalia, ha ordenado el regreso de por ahora solo 500 asesores con el objetivo de colaborar en la lucha contra el grupo rigorista al-Shabbab, uno de los aliados más importantes con que al-Qaeda cuenta en el continente, un grupo que resiste hace más de una década los embates no solo del ejército somalí, sino de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM), patrocinada por Naciones Unidas, e incluso el propio ejército de Kenia, país que ha sufrido gravísimos ataques en su propio territorio incluida Nairobi, su capital.
La rentrée norteamericana apunta a fortificar al nuevo presidente somalí -elegido un día antes del anuncio de Biden- Hassan Sheikh Mohamud, quien ya ocupó el cargo entre 2012 y 2017 y llega en este momento tras un tortuoso proceso político y en medio de una pavorosa crisis alimentaria incrementada por una extraordinaria sequía y un desborde absoluto de al-Shabba, quien se encuentra operado casi de manera cotidiana. Con la bendición de Washington, Sheikh Mohamud, ha recibido la “grata” noticia de que el Fondo Monetario Internacional ha decidido avanzar en la liberación de varias partidas de un crédito otorgado para descomprimir la crítica situación del país, aunque nada garantiza que dichas prebendas beneficien a sus 16 millones de habitantes.
Mientras en Mali, a 5.700 kilómetros de la frontera somalí, Occidente sigue jugando con fuego. Francia, despechada y preocupada por la reciente expulsión de las tropas de la Operación Barkhane que, a lo largo de 10 años no lograron revertir la crítica situación de la seguridad en el norte y centro del país, comprometido por las cada vez más intensas acciones de las bandas fundamentalistas que operan en nombre del Daesh y al-Qaeda, al tiempo que esa presencia francesa servía como un fuerte factor de presión al gobierno de la junta gobernante encabezada por el Coronel Assimi Goïta, la que no conforme con la expulsión de los franceses ha pedido la colaboración del Grupo Wagner, una empresa de seguridad (mercenarios) rusa que ya se ha hecho cargo de la estrategia de esa guerra.
En respuesta a este cambio de esquema por parte de los coroneles malíes, París, con una larguísima experiencia en el país saheliano e importantes contactos en todas las áreas, ha empezado a mover sus fichas.
El 16 de mayo se conoció que entre el 11 y el 12 de ese mismo mes se habría frustrado un intento de golpe por parte de algunos oficiales y suboficiales. La información brindada por el portavoz del Gobierno, el coronel Abdoulaye Maïga, que además es uno de los 120 miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT), se refirió en su comunicado a la implicancia de “una potencia extranjera”, sin especificar cual, aunque no hay que ser un experto para saber que es Francia quien más interés tiene en la región para generar un movimiento de esa trascendencia.
Desde que la junta dio el primer golpe en agosto del 2020, que fue copado por amanuenses de París por lo que el rumbo debió ser rectificado en mayo del año pasado y para entonces los coroneles tuvieron todas las cartas a su disposición, lo que provocó fundamentalmente la huida de Francia y la llegada de los rusos, quizás preanunciando la actual crisis en Ucrania, donde Moscú y París, obviamente, se vuelven a encontrar en dos trincheras enfrentadas.
Tras el anuncio del coronel Maïga corrió una lista de siete importantes jefes que habían sido arrestados, lo que no fue confirmado por ninguna fuente cierta y que podría ser parte de la manipulación francesa para provocar mayor inestabilidad dentro de las FAMa (Fuerzas Armadas de Mali), que sin duda apuesta a un nuevo cambio de autoridades en Bamako o bien a profundizar la crisis al punto de un enfrentamiento armado en el interior de las FAMa, lo que permitiría al Eliseo hacerse cargo nuevamente del poder en Mali o arrastrarlo junto al continente hacia el abismo.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Artículo publicado en Rebelión, editado por el equipo de PIA Global