La oligarquía hondureña, amparada por las fuerzas represivas del Estado y una clase política voraz y corrupta, y gozando del beneplácito del imperialismo estadounidense, acertó un golpe mortal a la institucionalidad, convirtiendo Honduras en tierra de nadie donde se capturaba, torturaba, desaparecía y asesinaba a quienes luchaban, incansablemente, día tras día, en las calles de todo el país.
Desde aquel 28 de junio de 2009 fue resistencia contra el golpe y contra su proyecto de muerte, que pretendía (y pretende) profundizar el modelo neoliberal extractivista depredador y asesino, poner en venta el país, aplastar bajo la bota (militar) todo intento de refundar la nación a través de una asamblea nacional constituyente, originaria y popular.
Mujeres, hombres, jóvenes, trabajadoras y trabajadores, organizaciones indígenas, negras, campesinas, sindicatos, maestros y maestras, movimientos sociales y populares, estudiantes. Miles y miles de personas se movilizaron, resistieron, lucharon. Muchos ofrecieron su vida, otros se fueron al exilio.
Lo que vemos hoy en día en Honduras no es más que el continuismo de aquella ruptura del hilo constitucional, con su carga de saqueo y expoliación de territorios y bienes comunes, bajo una devastadora estrategia de acumulación por desposesión.
La aceleración imprimida en estos días a los proyectos de las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (Zede) no es más que otro pilar de esta estrategia de enajenación del territorio nacional.
Víctimas del terror
Y las víctimas siguen siendo las mismas: pueblos indígenas y familias campesinas expulsadas de sus territorios, trabajadoras y trabajadores explotados y sin derechos, defensoras y defensores perseguidos, criminalizados, judicializados y asesinados, jóvenes sin futuro ni oportunidades, mujeres y personas Lgbti víctimas de violencia y ataques mortales.
El resultado es que Honduras es el país más desigual de América Latina, donde cada vez hay más pobres (el porcentaje ya ronda el 70% de la población) y más personas que abandonan el país ante la miseria profunda, la violencia incontrolable y la falta de oportunidades.
También es el país más peligroso para quienes defienden la tierra y los bienes comunes. Más de 140 personas defensoras han sido asesinadas entre 2010 y 2019, y se registraron al menos 2.137 ataques entre 2016 y 2017.
El caso más sonado a nivel internacional, el de la dirigente indígena y luchadora social Berta Cáceres, hizo que un mundo distraído volviera a poner los ojos sobre las barbaridades que se cometen en Honduras, así como sobre las complicidades de empresarios, políticos, autoridades públicas, bancos nacionales e internacionales, organismos financieros multilaterales.
Son más de 6.300 las mujeres que perdieron la vida de forma violenta en las últimas dos décadas (casi 278 el año pasado), 389 las personas Lgbti asesinadas en poco más de una década, y 86 los periodistas y comunicadores asesinados desde 2001.
El 35% del territorio hondureño está concesionado y el 65% de los municipios albergan algún proyecto extractivo y energético. Son más de 300 los proyectos energéticos (aprobados y por aprobar) y al menos 100 los proyectos mineros en territorios indígenas.
Golpe contra la integración latinoamericana
Pero el de 2009 fue también un golpe contra el proceso de unidad e integración latinoamericana y el sueño de una América Latina y Caribe libre del yugo imperialista norteamericano. Fue un golpe contra los nuevos espacios del Alba, Unasur y Celac; contra las experiencias de gobiernos progresistas (con todos sus aciertos y desaciertos); contra la idea que otro continente (latinoamericano), donde la relación entre países está basada en los principios de solidaridad, cooperación y complementariedad, es posible.
Honduras pagó caro su adhesión al Alba y su acercamiento a la Cuba martiana, a la Venezuela bolivariana y a la Nicaragua sandinista.
12 años después de aquel trágico parteaguas, celebramos la resistencia del pueblo hondureño, su lucha digna e incansable, la lucha de los pueblos indígenas y de las familias campesinas, de hombres, mujeres y jóvenes organizados, de trabajadores y trabajadoras, de defensores y defensoras que siguen empecinados y convencidos que otra Honduras sigue siendo posible.