Hace unas semanas, el equipo de Nueva Revolución, un periódico digital español, publicó una entrevista a Néstor Kohan, filósofo, docente e investigador argentino que ha repensado y recreado el marxismo desde una perspectiva de los pueblos del Sur. En la entrevista, Kohan expuso ideas relevantes sobre el mundo actual, marcado por un ritmo vertiginoso. Entre ellas, alertó sobre “la fragmentación, la resignación y el individualismo, el abandono de todo proyecto emancipador colectivo…”, tendencias que la ola neoconservadora global busca imponer a la humanidad.
Este nuevo “irracionalismo” —corriente fundamental de la filosofía reaccionaria de los siglos XIX y XX— se erige como dominante en la reacción global actual, alimentando lo que algunos denominan la “edad de oro” o el “plan de los 100 años” en el siglo XXI, un proyecto que trasciende al actual inquilino de la Casa Blanca.
Este “irracionalismo” ha dirigido sus ataques contra ideas que en su momento fueron motor de transformación para la humanidad. El primer blanco fue el concepto idealista del progreso: “la reacción feudal provocada por la Revolución francesa y la hostilidad burguesa contra la idea del progreso”. Luego, el objetivo se desplazó hacia la Comuna de París, que, como señaló el comunista húngaro György Lukács —una de las referencias de Kohan—, “fue el blanco de ataque cuya naturaleza esencial determinará el desarrollo ulterior del irracionalismo”. Otro hito fueron los misiles ideológicos del nazismo, destinados a aplastar la posibilidad de que los soviets se consolidaran como una alternativa revolucionaria conducida por los trabajadores, y en especial, a oscurecer la lucha de clases como germen de una nueva sociedad, teoría que el marxismo iluminó para la humanidad. Ocho décadas después, la historia se repite. Hoy se nos impone un modelo de “democracia occidental” y un mundo unipolar. Cualquier disidencia frente a esta narrativa es reprimida con toda la fuerza del bloque neoconservador, que actúa de manera monolítica y erosiona todo proyecto anticapitalista emergente.
El director de Asuntos Globales de OpenAI, Chris Lehane, declaró hace unas semanas que la iniciativa “OpenAI for Countries” busca moldear una nueva forma de “IA democrática”: “Tenemos una ventana aquí para ayudar a crear caminos para que una gran parte del mundo se base en una IA democrática en un momento en el que el mundo tendrá que elegir entre la IA democrática y la autocrática”. Y remató: “Queremos asegurarnos de que estamos protegiendo las libertades individuales”.
Sam Altman, cofundador y director ejecutivo de OpenAI, explicó el significado de la “IA democrática” en un artículo de opinión publicado en The Washington Post en 2024, titulado “¿Quién controlará el futuro de la IA?”. Abrió el texto con una pregunta reveladora: “¿Será un futuro en el que Estados Unidos y sus aliados impulsen una IA global que difunda los beneficios de la tecnología y facilite el acceso a ella, o un mundo autoritario, en el que naciones o movimientos que no comparten nuestros valores utilicen la IA para consolidar y expandir su poder?”. Estas líneas dejan clara la dirección de la llamada “IA democrática”. Altman no deja margen para dudas, no hay una tercera opción, y es hora de decidir qué camino tomar.
Imaginemos por un instante a Hitler, Joseph Goebbels, Alfred Rosenberg o incluso al propio Nietzsche programando algoritmos para sustentar al nazismo como modelo de sociedad. En pleno siglo XXI, el “irracionalismo” encuentra su interlocutor y amplificador en la “IA democrática”, la misma que permite a un grupo de partidarios de María Corina Machado afirmar públicamente que, en un acto de gallardía y movilización histórica, no solo ganaron la presidencia con Edmundo González, sino que los millones de venezolanos que no votaron en las pasadas elecciones del 25 de mayo lo hicieron como consecuencia de un plan maquinado por la oposición desde la clandestinidad. O peor aún, quienes juran que los refugiados en la embajada de Argentina en Caracas fueron rescatados bajo un audaz plan al estilo 007. Pero cuidado, la idea de Sam Altman podría convertir esta fábula en una realidad virtual, capaz de movilizar a un sector de la población hacia los caminos que Rosenberg programó en el pasado.
El artículo de Altman expone sin tapujos su idea central: “Si queremos garantizar que el futuro de la IA beneficie al mayor número posible de personas, necesitamos una coalición global de países afines liderada por Estados Unidos y una estrategia innovadora para lograrlo. Los sectores público y tecnológico de Estados Unidos deben enfocarse en cuatro aspectos clave para garantizar la creación de un mundo basado en una visión democrática de la IA”. La tarea es clara: conformar “una comunidad global abierta, conectada y democrática” a imagen y semejanza de los padres fundadores, incluso si esto implica ir contra el mundo multipolar que emerge hoy. Para ello, el “Proyecto Stargate” se erige como arma principal para llevar la “IA democrática” a otro nivel, tal como Hitler impulsó a Alemania hacia su Lebensraum (espacio vital). Altman insiste: “Queremos ayudar a estos países y, de paso, difundir la IA democrática, lo que implica el desarrollo, uso e implementación de una IA que proteja e incorpore principios democráticos arraigados”. No hay duda: el “Proyecto Stargate” llevará el algoritmo del “irracionalismo”. “Hoy presentamos OpenAI for Countries, una nueva iniciativa del Proyecto Stargate. Es un momento en el que debemos actuar para apoyar a los países de todo el mundo que prefieren construir sobre bases democráticas de IA y ofrecer una alternativa clara a las versiones autoritarias de IA que la utilizarían para consolidar el poder”, concluye el cofundador de OpenAI.
Basta con plantear algunas preguntas sobre el sistema electoral y el modelo democrático venezolano a ChatGPT-4o de OpenAI para entender hacia dónde se dirige el “Irracionalismo” en el siglo XXI: “Venezuela fue considerada una democracia, con elecciones multipartidistas y mecanismos institucionales para la participación ciudadana”. O al preguntarle a la “IA democrática” si posee pruebas que justifiquen su respuesta: “No puedo proporcionar pruebas directas, ya que soy un modelo de lenguaje (…) Sin embargo, puedo informarle sobre las fuentes y reportes internacionales que han documentado la situación en Venezuela”. ¿Qué organismos? Human Rights Watch, la Unión Europea, la OEA y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Ante el auge de fuerzas (neo)fascistas y su despliegue global, las fuerzas revolucionarias que aspiran a una sociedad distinta al capitalismo deben esforzarse en construir una agenda que las coloque en la ofensiva, sin petrificarse en la trinchera. Al fascismo y al (neo)nazismo solo se les podrá derrotar si el movimiento popular se prepara para enfrentarlos en todos los frentes. Desde el terreno digital hasta el callejero, el método Redes, Calles, Medios y Paredes 3.0 (RCMP 3.0) no es un simple enunciado. Como bien señaló Néstor Kohan: “Si el enemigo no renuncia a ninguna forma de lucha para intentar doblegarnos, someternos y humillarnos… ¿por qué nuestro campo debe limitarse a una sola y exclusiva forma de lucha?”.
La ultraderecha continental, alineada con los intereses de Washington y las élites globales, ha desplegado una ofensiva sin precedentes. Figuras como María Corina Machado (MCM) en Venezuela no son más que peones de un plan mayor; el proyecto hegemónico que representa Trump, que busca recolonizar América Latina y revertir cualquier avance transformador. Los intentos desestabilizadores del 26 de julio pasado fueron solo un ensayo; hoy, el imperio y sus pitiyanquis preparan una escalada aún más feroz.
Se requiere una estrategia integral que combine la defensa territorial con la movilización política y la construcción de una nueva mayoría popular. Si el enemigo actúa con una lógica de guerra multidimensional, la revolución no puede limitarse a reaccionar; debe adelantarse, dominar la narrativa y cerrar todos los flancos de penetración. En un mundo donde las fuerzas de la derecha reaccionaria avanzan con una estrategia coordinada y agresiva, la única respuesta posible es la construcción de una hegemonía revolucionaria total. No se trata solo de ganar elecciones o mantener el control del gobierno central, sino de ocupar cada espacio de poder —desde las instituciones locales hasta los territorios más remotos— para blindar el proceso de transformación social frente a la embestida imperial.
La historia demuestra que los procesos revolucionarios solo sobreviven cuando logran imponer una hegemonía cultural, política y económica. No se trata del autoritarismo al que nos quieren arrastrar las élites globales desde su “Irracionalismo”, sino de soberanía: garantizar que el pueblo sea dueño de su destino.
Nicolás Maduro, consciente del huracán reaccionario que se aproxima, está tomando las medidas necesarias. Pero esto no es tarea de un solo líder; es responsabilidad de todo el pueblo organizado. Las elecciones municipales del próximo 27 de julio, la consulta popular, los consejos comunales, las comunas, las milicias bolivarianas, la reforma constitucional en construcción y la diplomacia de los pueblos son trincheras en esta batalla.
En tiempos de guerra no convencional, la dispersión es derrota. Solo con unidad inquebrantable, control territorial y una dirección estratégica clara se podrá frenar la arremetida neoconservadora. La hegemonía revolucionaria no es una opción; es una necesidad histórica.
¡Que nadie se equivoque: el pueblo chavista organizado será imparable!
Miguel Salazar* Profesor en Ciencias Sociales del Instituto Pedagógico de Caracas (IPC). Miembro del equipo editorial de la revista digital puebloenarmas.com de Venezuela
Este artículo ha sido publicado en el portal serviralpueblo.org/
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