África Subsahariana

Nigeria, terrorismo llave en mano

Por Guadi Calvo*-
Desde hace casi 15 años han sido prácticamente noticia diaria en todos los medios periodísticos de Nigeria los ataques del grupo integrista Boko Haram, al que a partir del 2015 se ha sumado un segundo bloque extremista, Yama’at Ahl al-Sunnah Wal Jihad Lil Dawa (Estado Islámico de la provincia de África Occidental o ISWAP) y más tarde Ansaru o Vanguardia para la protección de musulmanes en las tierras negras, escisiones sucesivas del tronco principal.

Todas las khatibas que operan en el país han continuado sus ataques abiertos a los objetivos de siempre: unidades del ejército, de la policía, edificios públicos o atentados para los que utilizan los ya célebres Artefactos Explosivos Improvisados (AEI) plantados en los caminos, autos, incluso en cadáveres abandonados en la calle o recurriendo a un shahid (atacantes suicidas) que en muchos casos no han sido voluntarios, sino rehenes forzados a los que abandonan en espacios públicos como mercados o terminales de buses, para ser detonados, por control remoto, en el momento oportuno.

Solo el ISWAP ha modificado su estrategia, concentrando sus operaciones solo contra blancos militares y evitando en general víctimas civiles. Este cambio de enfoque ha sido uno de los principales causantes del primer gran cisma en la historia de Boko Haram, que a la vez derivó en una guerra de facciones que ha producido una gran cantidad de bajas y un importante deterioro material e incluso publicitario, elemento fundamental para la captación de reclutas. Finalmente estas guerras internas precipitaron a las organizaciones wahabitas a un notorio declive y se cobraron las vidas del mítico imán de Boko Haram Abu Bakr Shekau en mayo de 2021 y la del emir y fundador de la ISWAP, Abu Musab al-Barnawi (Ver Nigeria: Una guerra a tres bandas).

Desde entonces las khatibas, con mayor o menor espectacularidad, no solo han protagonizado centenares de golpes contra el ejército y las fuerzas de seguridad del Gobierno central Abuya, sino que también, a excepción de ISWAP, han seguido atacando a la población civil en mercados, mezquitas, edificios públicos, trenes, madrassas, escuelas y terminales de buses con un solo criterio, generar la mayor cantidad posible de víctimas y crear un estado constante de inestabilidad, principalmente en las provincias del noreste y en la cuenca del Lago Chad, donde se asienta mayoritariamente la población islámica. Desde el 2009 han asesinado a unas 370.000 personas, 25.000 mil han desaparecido y han obligado al desplazamiento de entre dos y cuatro millones de personas.

A esta realidad ahora hay que sumar un nuevo factor, o mejor dicho una nueva forma de crimen, el bandolerismo, en su mayoría compuesto por miembros de la etnia pastoril fulani, que reclaman la atención del Gobierno central a sus comunidades.

Estos bandoleros, que han tenido una larga gravitación histórica en sur y oeste del país, entraron en un importante paréntesis a partir del surgimiento de las bandas fundamentalistas en 2009, gracias a las grandes operaciones del ejército, por lo que optaron por mantener un perfil bajo, intentando ponerse fuera de los radares de las fuerzas armadas y las policías locales durante los años dorados del terrorismo wahabita.

Concentran sus objetivos principales fuera de las áreas de la guerra terrorista, en el robo y tráfico de crudo, y operan principalmente en el delta del río Níger, donde la falta de presencia estatal les ha permitido el saqueo de los oleoductos e incluso la piratería.

Prácticamente desde el comienzo de esta década estas mafias han comenzado a resurgir gracias a la contratación de las khatibas integristas, generando una nueva línea de negocios que podríamos definir como “ataques llave en mano”, en los que los muyahidines señalan el objetivo y estas mafias planean y ejecutan la acción.

Eso sucedió con el ataque a la Nigeria Railway Corporation (NRC) en el trayecto Abuja-Kaduna, en abril del 2022 (Ver: Nigeria, la perfecta metáfora africana) donde secuestraron a una gran cantidad de pasajeros de los que más tarde los fundamentalistas, en este caso Boko Haram, se encargaron del cobro de los rescates, exactamente lo mismo que había sucedido en el asalto a la Government Science School, en febrero del 2021, en la localidad de Kagara, en el estado nigeriano de Níger, al noroeste de Abuya, donde además de 280 alumnos fueron secuestrados una veintena de docentes y personal de la escuela en julio del 2021. Allí los bandoleros ejecutaron la operación y los terroristas se encargaron del cobro de los rescates.

Muchos de estos grupos criminales están liderados por ex-muyahidines que procedían de las bandas terroristas. Algunas de estas nuevas organizaciones han desarrollado un poder de fuego y financiero tales que evitan que las khatibas, siempre pródigas a la hora de pagar sueldos, puedan cooptarlos.

A estas bandas de crimen organizado, a principios de 2022, el Gobierno las calificó de grupos terroristas poniéndolos en pie de igualdad con las organizaciones terroristas, por lo que puede accionar legalmente del mismo modo, lanzando operaciones con el ejército y ataques aéreos contra sus refugios. Operaciones donde tampoco faltan, como es habitual, los abusos y crímenes de las fuerzas regulares, arrestos arbitrarios, detenciones prolongadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, entierros masivos, exacciones, obviamente irregulares, por lo que muchos altos mandos del ejército y policía se han hecho inmensamente ricos y deben extremar la ocultación de sus delitos y oscurecer casi siempre la resolución de las investigaciones.

Por la propia

Durante el sábado 23 y hasta la mañana del lunes de navidad grupos armados atacaron una veintena de aldeas, de manera coordinada, en la región de Bokkos donde comenzaron las ejecuciones para más tarde avanzar hacia, Barkin Ladi, del estado de Plateau, en el centro del país, causando unos 200 muertos, 500 heridos y más de 10.000 personas desplazadas. En su gran mayoría las víctimas son cristianos pentecostales.

Todavía las siempre muy activas oficinas de inteligencia del presidente Bola Tinubu no han podido siquiera establecer la identidad de los atacantes, Es cierto que la región donde se produjo la matanza es un área cruzada por diferentes rivalidades religiosas y étnicas, centradas en las ancestrales diferencias entre pastores musulmanes y agricultores cristianos, una realidad que afecta prácticamente a todos los países del continente. Los bandidos a medida que han incrementado su poder, que se extiende a diversas regiones del país han convertido a sus líderes en verdaderos “señores de la guerra” con el suficiente peso político para permitirse discutir y negociar con los gobiernos estaduales e incluso estructuras federales.

Algunas versiones señalan que la planificación de los atraques navideños habría salido de la comunidad autónoma conocida como Manga Kanuri, de filiación islámica, localizada en las estribaciones de las colinas de Bokkos, en el estado de Nasarawa.

El viernes 29, a apenas cuatro días de los ataques, se ha conocido que los perpetradores han amenazado con repetir sus operaciones de Navidad, algo sumamente extraño en estos contextos, ya que no se registran avisos en acciones anteriores similares a las que se anuncian. Según se informó, el ataque podría producirse de manera inminente contra la comunidad pushit en sector de Mangu, en área conocida como el Cinturón Medio. Las autoridades estiman que, de producirse el ataque, podría extenderse entre 12 y 24 horas.

El presidente Bola Ahmed Tinubu, exgobernador del Estado de Lagos, quien asumió en mayo último tras vencer en febrero en las elecciones más reñidas que recuerde el país se había visto extremadamente activo en intentar iniciar una guerra panafricana contra la junta revolucionaria de Níger, que tomó el poder el pasado 26 de julio. Poco y nada ha hecho su Gobierno respecto a sus dos más importantes promesas electorales a los 220 millones de ciudadanos: “atraer más inversiones a la economía más grande de África” y combatir el terrorismo y las bandas criminales, que peligrosamente parecen haberse unido en un extraño contrato llave en mano.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central

Artículo publicado originalmente en Rebelión