Unas 40 personas murieron y 160 resultaron heridas tras la estampida producida, el pasado lunes 20, frente al Estadio Michel d’Ornano de la ciudad de Brazzaville, capital de la República Popular del Congo (RPD). La gran mayoría de las víctimas eran jóvenes de entre 18 y 25 años que concurrían a una convocatoria del Ejército para seleccionar 1.500 reclutas. Las fuerzas armadas y de seguridad son una gran fuente de empleo, junto a las petroleras casi las únicas, en un país jaqueado por una desocupación crónica.
El desempleo supera el cuarenta y seis por ciento, la mitad de ellos jóvenes, por lo que la pugna por un puesto de trabajo, y más en las fuerzas armadas, que garantiza un sueldo seguro y otros beneficios, provocó que una verdadera muchedumbre se convocase a las puertas del estadio, con una capacidad para unas 20.000 personas, que rápidamente se desbordó.
La lucha entre los concurrentes por alcanzar a entregar sus solicitudes de incorporación parece haber sido la chispa para que estallaran los incidentes que provocaron la tragedia: empujones, golpes, caídas y la estampida final donde se habría producido la mayoría de las muertes por asfixia, golpes y aplastamientos.
Rápidamente las autoridades articularon un comité de crisis bajo las órdenes del primer ministro Anatole Collinet Makosso, que instrumentó una serie de medidas, desde los primeros auxilios al apoyo financiero para las familias de las víctimas, haciéndose el Estado cargo de la asistencia médica y los funerales, además de declarar día de luto nacional el 22 de noviembre. Más allá de las causas directas del accidente, hubo un monumental fallo de la organización, que no calculó una afluencia mucho mayor del número a cubrir.
La gran convocatoria, junto a la violencia generada a partir del cierre del estadio, deja al descubierto una realidad que abarca a la inmensa mayoría de los ciudadanos congoleños, la falta de trabajo, por lo que un puesto laboral es suficiente razón para arriesgar la vida.
La gran mayoría de los casi seis millones de naturales, y particularmente los jóvenes, están desocupados. Según el Banco Mundial, el cuarenta y siete por ciento de la población tiene menos de 18 años y es ese segmento el que registra la mayor tasa de desempleo, con un cuarenta dos por ciento. El espectro laboral está representado por un setenta y cinco por ciento de trabajadores informales y cuentapropistas en empleos de muy baja productividad.
Mientras la inmensa mayoría de la población vive en situación de extrema pobreza, sin electricidad, redes sanitarias y agua potable, una pequeña minoría, asociada al sector petrolero y a la dictadura del presidente Denis Sassou-N’guesso -en el poder desde 1979 con un interregno desde 1992 a 1997- se exhibe obscenamente rica.
El Congo-Brazzaville, como se conoce a la RPD para no confundirlo con sus vecinos del sureste, la República Democrática del Congo (RDC) o Congo-Kinshasa, es el tercer productor de crudo de África Subsahariana y esas riquezas jamás han desbordado a los sectores más necesitados, que concentrados en la subsistencia diaria y sometidos por un sistema represivo perfectamente aceitado donde las desapariciones, torturas y las ejecuciones sumarias son el pan de cada día, no generan mayor resistencia a la dictadura.
Les “bébés noirs” la otra salida laboral
Para las grandes mayorías juveniles, frente a la imposibilidad de conseguir trabajo fuera de la informalidad o las fuerzas armadas y de seguridad, la última opción, o la primera en muchos casos, son las bandas conocidas como los bébés noirs (bebés negros).
Un fenómeno que exhibe claramente la fuerte crisis social del país, estas bandas cuyos componentes van de los 12 a los 25 años, atacan en manada, violan, roban y en muchos casos matan por botines mínimos.
La presencia de estos grupos juveniles, junto a la prepotencia policial, hace que la población civil tenga perfectamente individualizados a estos dos sectores como los dos mayores factores de inseguridad. Es frecuente que la policía, entrenada por Francia, actúe con total impunidad no sólo a la hora de reprimir, sino también al momento de exigir coimas a los comerciantes y transportistas para que les permitan trabajar. A tal grado que en muchas áreas de Brazzaville han empezado a surgir grupos de autodefensa que protegen a los civiles, tanto de la policía como de estas bandas juveniles.
Los bébés noirs surgieron hace siete años y hoy ya se han convertido en parte del paisaje urbano en Brazzaville, como lo son las maras centroamericanas, que operan libremente en amplios sectores de la capital.
Desde barrios como Talangaï, Moungali o Poto-Poto, a los que la policía no suele aventurarse, cientos de jóvenes empiezan a emerger al anochecer, después de consumir grandes cantidades de alcohol y drogas, abandonado sus guaridas en los callejones de arena y chapa que circundan los barrios.
Reconocibles por sus bermudas y remeras de colores que identifican su pertenencia a tal o cual camándula, casi todos exhiben con ostentación un machete colgado de la cintura.
Estas bandas, a diferencia de las míticas Salvatrucha y Barrio 18 o las que operan con la misma metodología en Estados Unidos y Europa, carecen de organización estructurada en jerarquías, no pretenden dominio territorial y al parecer su único fin parece ser la violencia per se, ya que el robo, el arrebato y los saqueos son alternativas dadas sólo por circunstancias favorables. De no estar en guerra entre ellas, se entretienen en molestar a los transeúntes, hostigándolos para hacerles alguna cicatriz.
Es esa misma estructura anarquía, sin jefes y sin asentamiento fijo, lo que complica a la policía adelantarse a sus acciones y producir detenciones, más allá de que muchos son menores y por lo tanto inimputables. A estas dificultades se suma que son escasas las denuncias contra ellos, ya que cuando se han producido los castigos aplicados por los bébés noirs a sus denunciantes pueden ser desde mutilaciones hasta la muerte del “bocón” o de algún familiar. Estas venganzas ya han registrado decenas de muertos y miles de mutilaciones, que pueden ir desde un dedo a un brazo, según sea la gravedad de la delación.
Las autoridades congoleñas, desde el 2015, han lanzado periódicas operaciones de limpieza contra estas bandas, pero ninguna ha funcionado, por lo que no sería extraño que la policía utilices los servicios de los bébés noirs, para algún tipo de “trabajo” como tráfico de drogas o escoltas de cargamentos narcos, por los que las detenciones son escasas, aunque sí tienen un límite que no pueden cruzar, atacar los lokumu na bozwi‘, en jerga brazzavillense, burguesía o clase alta.
Los pocos detenidos que han llegado a juicio, más allá de ser condenados en poco tiempo quedan en libertad, listos para volver a actuar.
Se cree que los bébés noirs están trabajando en conjunto con las kulunas, pandilleros de la República Democrática del Congo, por lo que ahora se está produciendo una ola de expulsiones de pandilleros desde Brazzaville a Kinshasa y viceversa, donde siguen delinquiendo, con la responsabilidad de un buen trabajador, aunque les cueste la vida.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Artículo publicado originalmente en Cambio Politico