En este aniversario luctuoso, estamos convocados moralmente a conmemorar a Salvador Allende y a hacer -desde la perspectiva contemporánea- un análisis de la herencia política que dejó.
Debemos analizar tanto la forma en que comenzó la ruptura constitucional en Chile y la implantación de una dictadura militar para detener una propuesta de socialismo surgido desde las urnas, sino también la implantación de un proyecto que buscaba dar inicio a un nuevo modelo de dominación.
Es históricamente cierto que los verdugos que cometieron el crimen son Pinochet y sus sicarios, pero en las sombras de la conspiración están las perversas figuras de un renovado modelo de dominación. En Chile no solo se truncó un luminoso proceso de revolución pacífica, también se dio a luz el neoliberalismo.
Desde la toma de posesión de la presidencia por parte de Salvador Allende en 1970, hasta el 11 de septiembre de 1973, lo que ocurrió en Chile fue una revolución. Distinta y anómala, pero revolución. Afirmamos ese carácter revolucionario porque abordamos el análisis de la experiencia de la Unidad Popular a partir de sus objetivos estratégicos, más que por los medios utilizados para alcanzar el gobierno.
Las revoluciones armadas difieren de las pacíficas en la estrategia de toma del poder, en la modalidad que deben utilizar para desplazar a su enemigo de clase y construir la nueva hegemonía, pero en ambos casos la historia ha demostrado que es preciso recurrir a la voluntad mayoritaria del pueblo para legitimar y profundizar los cambios.
Allende entendía la vía chilena al socialismo como un proceso revolucionario que encontraría su legitimidad en el respaldo mayoritario de la población expresado en las urnas. Pero como hemos aprendido, una cosa era acceder al poder por el voto de la mayoría y otra distinta el proceso de transformaciones radicales que el programa de la UP contemplaba, donde lo mismo se podía utilizar la legalidad imperante como recurrir a la reciente legitimidad, que emanaba de la disposición del pueblo a ser fuente de poder y de cambio.
Desde la presidencia se proponía una revolución que cambiara radicalmente el orden económico y social existente, apoyándose en la primera etapa de la transición en la institucionalidad jurídica vigente.
Allende nunca ocultó su objetivo estratégico, por ello la vía pacífica explicitaba claramente que erahacia el socialismo: “Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista […] No existen experiencias anteriores que podamos usar como modelo; tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo como para la creación socialista”. (Primer mensaje presidencial al Congreso Nacional, el 21 de mayo de 1971).
Las últimas décadas de la lucha revolucionaria en América Latina han demostrado que las revoluciones no son lineales ni tiene un ritmo constante. Hay momentos de incontenible aceleración, momentos de espera y movimientos de avance a saltos progresivos. La experiencia demuestra también que hay retrocesos, producto de la contraofensiva del adversario de clase y/o de nuestros errores en una coyuntura determinada. La afirmación (casi el dogma) de que las revoluciones son irreversibles ha quedado superada por la terca realidad.
Pero para aquellos sectores que seguimos teniendo el socialismo como objetivo estratégico, y por lo tanto aspiramos que los sujetos sociales emergentes puedan protagonizar las nuevas revoluciones, la experiencia de Chile sigue siendo vigente. Porque entender a cabalidad los caminos que tomaba el Poder Popular en esos años enriquece las actuales formas de lucha de los movimientos sociales en el Continente.
La vía pacífica al socialismo propuesta por Allende no demostró estar equivocada, lo que demostró es que las oligarquías fascistas y el Imperialismo están siempre dispuestos a recurrir a la violencia genocida en defensa de sus intereses de clase y del modelo de explotación que los alimenta. También demostró que la participación del pueblo debe ir más allá del discurso gubernamental y que debe ser materializado en acciones políticas concretas.
Las lecciones de la experiencia chilena subyacen en todos los procesos latinoamericanos que dieron origen a gobiernos progresistas o de izquierda. De hecho, todas las revoluciones iniciadas a partir de victorias electorales en el Continente en las últimas décadas, son tributarias, en mayor o menor grado, de la experiencia chilena, vanguardia histórica de la interrogante: ¿cómo pasar de las reformas estructurales de un gobierno popular a una transición socialista?
En el último tramo de la experiencia chilena, quedó claro que el único antídoto contra el fascismo de la clase dominante y la estrategia intervencionista de Estados Unidos era la construcción un bloque que sumara a todas las de fuerzas populares y que en Chile quedó en su fase germinal.
Recordemos que Allende fue electo Presidente con solo un 36% de los votos, por lo que tuvo que ser ratificado por el Congreso Pleno.
Logró que se reconociera su triunfo definitivo mediante una negociación con la Democracia Cristiana, que tenía la mayoría en el Parlamento. Este partido acordó apoyarlo siempre y cuando el electo presidente y los partidos representantes de su candidatura aceptaran la firma de un “Estatuto de Garantías Democráticas”, incorporado a la Constitución Política mediante una reforma.
Una vez aceptada esta condición, el 24 de octubre de 1970, el Congreso Pleno lo proclamó presidente de Chile. Desde el inicio de su gobierno queda en evidencia que el poder de la oposición parlamentaria pondría condiciones e impedimentos al proyecto que aspiraba a instaurar el socialismo por la vía democrática. Hoy vivimos en nuestros países experiencias similares.
Desde Washington, desde los centros de poder financiero y las grandes transnacionales se inició una contraofensiva de sistemático boicot a la economía, que encontró su complemento en una campaña de la oposición nacional que perseguía los mismos fines.
Estados Unidos y la oposición chilena se movieron para resolver lo que desde Washington ya se vislumbraba como una amenaza. Aconsejado por el entonces asesor de seguridad Henry Kissinger el presidente Richard Nixon movilizó a la CIA para que trabajara recurriendo a todos los medios para que fracasara un proyecto que amenazaba con legitimar una alternativa popular que podría cuestionar la hegemonía imperialista en toda la región. Otra lección de la historia que nos llama a nunca abandonar la lucha antiimperialista.
El incremento de los conflictos de carácter político hasta alcanzar el enfrentamiento del Gobierno con el Poder Judicial a raíz de las expropiaciones y nacionalizaciones, sumado a la presión de la oposición fueron conduciendo a Allende a una situación límite. Hoy en día se repite esta situación en los gobiernos de Bolivia, Brasil, Colombia, entre otros, y señalan que las instituciones de la democracia tradicional tienen sello de clase y adversan a los intereses del pueblo.
¿Era posible edificar una sociedad socialista y alcanzar esos objetivos en el marco de la estrecha democracia?
El presidente Allende solía citar la frase de Engels: “La evolución pacífica desde la vieja sociedad hacia la nueva puede ser concebida en los países donde la representación popular concentra en sí misma el poder.” Todos los cambios que promovió se sometían al axioma “vía pluralista, democrática y pacífica”.
Nuestra opinión es que el gobierno de Allende oscilaba entre el respeto a la democracia tradicional y la dinámica de la lucha de clases que alertaba que se cerraban esos espacios y era necesario radicalizar el proceso.
A partir de su programa económico el gobierno intentaba acabar con el capital monopólico extranjero y nacional en pos de la posterior edificación del socialismo. Pero para lograrlo aspiraba a una alianza económica entre productores y consumidores. Esta disyuntiva sigue vigente hasta nuestros días, como lo demuestran las contradicciones de los actuales gobiernos progresistas y de izquierda.
Ante el recrudecimiento de las contradicciones inter-burguesas y el aumento del grado de efervescencia del movimiento de masas, en 1973 el panorama chileno se presentaba apto para la conversión de la crisis de dominación burguesa en una crisis revolucionaria.
Pero también era cada vez más evidente que, de no ser asumida correctamente la correlación de fuerzas y su debido control desde la izquierda, la situación prerrevolucionaria desembocaría en una contrarrevolución.
Algunas reflexiones.
- Una cosa es el acceso a un gobierno y otra la toma del poder. Las victorias electorales en el marco de la democracia tradicional, amplían enormemente las posibilidades de transformación, pero requieren de una estrategia de poder con sentido de clase que trascienda las fronteras de la institucionalidad que lo permitió
- La democracia representativa, tiene límites porque es funcional al sistema que le dio origen. Para cuestionar al capitalismo es preciso cambiar los paradigmas que le dan vigencia al el Estado.
- El análisis concreto de la situación concreta de las fuerzas del campo popular requiere que no las sobreestimemos, así como no hay que subestimar a la derecha y el imperialismo.
- Es muy difícil gobernar e iniciar un proceso de transformaciones profundas con un aparato institucional obsoleto donde persisten poderes en manos del adversario.
- La democracia no es solo ganar elecciones. La democracia requiere dirimir quién ejerce el poder disputando hasta arrebatarlo a las fuerzas que históricamente han tenido ese privilegio.
- Cuando se llega al gobierno sin mayorías parlamentarias, en sociedades profundamente divididas, con una desigualdad creciente, la derecha tiene el poder de vetar los cambios.
- El sentido de buscar el poder del Estado es para usarlo para derrotar a la clase dominante, no para compartirlo con ella ni para remozar al capitalismo. ***
Ø La revolución social no es un asunto de fe sino de ejercer el arte de la política con profundas raíces en el pueblo, Quod erat demonstrandum, como queda demostrado.
Daniel Martínez Cunill* Sociólogo, especializado en las RRII de América Latina y el Caribe y asesor del Partido del Trabajo de México, PT.
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