Europa

Puente de Crimea: el cinismo extremo de las victorias para la propaganda

Por Nahia Sanzo* –
El ataque de ayer, que ha costado la vida a la familia de una menor, ha elevado la percepción de peligro en Crimea y que ha dado la puntilla al acuerdo de exportación de grano ucraniano, supone una nueva escalada en una guerra que todavía no ha visto su límite.

Ayer por la mañana, Rusia daba a conocer el último ataque ucraniano en su retaguardia. Por segunda ocasión desde la invasión rusa, varias explosiones habían causado daños graves -aunque no estructurales- en el puente que une Crimea con la Rusia continental. A las imágenes de una de las plataformas claramente desencajada de la estructura y un vehículo civil accidentado se añadía que en el incidente había resultado herida una menor, cuyos progenitores habían muerto.

Pese a la alegría de fanáticos a nivel nacional e internacional, los daños han resultado ser, al menos aparentemente, mucho menos graves que los de la primera ocasión en que el puente fue alcanzado, cuando un camión bomba provocó una explosión en el tren que circulaba por las vías y causó la muerte a varias personas, incluido el conductor del vehículo, vilmente asesinado sin saber qué carga transportaba, y la comunicación ferroviaria quedó cortada durante meses.

El puente, una infraestructura clave para Crimea a lo largo de los años en los que Ucrania impuso un bloqueo terrestre (al que añadió también un muro para impedir el paso del agua del Dniéper al canal de Crimea, arruinando la agricultura de la península y dificultando al máximo el suministro de agua corriente), es ahora, no solo el nexo más seguro para la población de la península, sino una herramienta imprescindible para el suministro de las tropas rusas en el sur de Ucrania y en el propio territorio. Más importante que la ruta para vehículos, que disponen del servicio de ferry y el corredor terrestre del sur para alcanzar la península, es la vía ferroviaria, por la que Rusia suministra a sus tropas y que aparentemente no ha sufrido daños graves.

La presencia de las tropas rusas en Crimea es la única defensa con la que cuenta la población frente a un ejército y a un Gobierno, el ucraniano, que ya ha afirmado que expulsará a la población que considera “ilegal”, que “lidiará” con los colaboracionistas y que eliminará los medios de comunicación y productos culturales rusos, eliminando así la cultura de la península. Escasas horas antes del reciente ataque, Tamila Tahseve, representante de la administración Zelensky para Crimea, mencionó a Newsweek la cifra de entre medio millón y 800.000 personas. Esa es la población que Ucrania considera superflua y a la que quiere expulsar de sus viviendas. Sin que se haya producido nunca una llamada de atención por estas claras intenciones de expulsión masiva de población, todo indica que, en caso de estar en posición de hacerlo, Occidente callaría ante la grave violación de los derechos más básicos de la población.

Al igual que la primera ocasión en la que las explosiones causaron daños en el puente, principal aunque no única de las obras públicas que ha realizado Rusia en los últimos nueve años para renovar las prácticamente abandonadas infraestructuras de Crimea, Ucrania ha optado por el más arrogante de los cinismos. Como en aquel momento, Ucrania se ha limitado a mostrar su incomparable alegría por las explosiones en, como ha escrito Mijailo Podoliak, “eso a lo que llaman en puente de Kerch”, pero no ha llegado a reivindicar un ataque que es evidente que cometió.

La semana pasada, los medios de comunicación publicaban titulares como “Ucrania conmemora los 500 días de guerra admitiendo que hizo explotar el puente de Rusia a Crimea”. Los medios se referían a la lista de éxitos de los que se jactaba la viceministra de Defensa de Ucrania, Hanna Maliar. Aun así, y pese a no haber utilizado armas occidentales para cometer un ataque profundamente provocador contra Rusia, algo que Estados Unidos ha tratado de limitar para evitar escaladas incontrolables en la guerra, otros representantes ucranianos mantienen, incluso en ese evidente caso, una hipócrita ambigüedad. Oleksiy Danilov, por ejemplo, continúa afirmado que el puente simplemente “estaba cansado”.

También ayer la reacción ucraniana se distinguió por su cinismo. “En estos momentos, estamos monitorizando de cerca cómo uno de los emblemas del régimen de Putin ha vuelto a sucumbir al estrés militar”, se mofaba Artyom Dejtiarenko, portavoz del SBU. Las explosiones se produjeron en el último día de vigencia del acuerdo de exportación de grano ucraniano.

Hasta la semana pasada, las quejas rusas sobre el incumplimiento de todas las promesas hechas a Rusia sobre el desbloqueo de sus exportaciones de productos agrícolas hacían pensar en la retirada del acuerdo. Sin embargo, las palabras de Vladimir Putin el viernes pasado y la afirmación de Erdoğan de que el acuerdo iba a ser prorrogado daban un halo de esperanza al único acuerdo entre los dos países -mediado por Turquía y Naciones Unidas- que aún continuaba vigente.

Tras lo ocurrido ayer, Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin, confirmó que el acuerdo de exportación de grano es ya historia y Rusia vuelve a considerar el mar Negro como un lugar no seguro. Habrá que esperar unos días para conocer el efecto que la retirada rusa tiene en el tránsito de grano en el mar Negro, que Ucrania quiere continuar con la colaboración de Turquía. El ataque al puente de Kerch parece haber sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia rusa, molesta ya con Ankara por el flagrante incumplimiento de su palabra que supuso hace algo más de una semana la entrega de los altos mandos de Azov a Ucrania.

Ha comenzado ya el proceso para acusar a Rusia de poner en peligro la seguridad alimentaria mundial por parte de quienes han hecho todo lo que está en su mano para impedir que el grano y los fertilizantes rusos, claves para la agricultura de los países que no tienen capacidad de cubrir sus necesidades, llegue al mercado.

“Un duro golpe para los más necesitados”, afirmaba ayer António Guterres, que esperó hasta la semana pasada para proponer a Rusia una solución, conectar a una filial inexistente y que habría de ser creada del banco agrícola ruso a SWIFT para reanudar unas exportaciones que no pueden reanudarse debido a las sanciones secundarias impuestas por quienes ahora se preocupan por la seguridad alimentaria mundial.

La hipocresía es aún más evidente si se atiende al destino del grano ucraniano a lo largo del último año. Según el gráfico publicado ayer por Javier Blas, experto en energía en Bloomberg, más del 75% del grano ucraniano ha ido a China, Turquía y otros países desarrollados, con menos de la cuarta parte destinado a los países del sur global.

El control que daba a Rusia el acuerdo de exportación de grano, la mala imagen que viene asociada a la campaña mediática ya en marcha y el riesgo que implica la nueva situación en el mar Negro, hace que Rusia vaya a tratar de regresar al acuerdo, eso sí, una vez que se cumplan, al menos parcialmente, las promesas que se le realizaron. Así lo confirmó ayer Dmitry Peskov, que afirmó que “el acuerdo de granos ha terminado, pero lo retomaremos de inmediato tan pronto como se cumplan los acuerdos relacionados con él”.

Mientras tanto, es previsible que Ucrania tenga dificultades a la hora de lograr que buques civiles se presten a navegar por el mar Negro sin las garantías de seguridad de Rusia. El riesgo de una tragedia en el mar Negro aumenta notablemente con lo ocurrido ayer, algo que posiblemente haya formado parte del cálculo ucraniano a la hora de realizar el ataque precisamente el último día de vigencia del acuerdo.

Ucrania ha aprovechado el tiempo de seguridad en el mar Negro que le ha otorgado el acuerdo de exportación para armarse con drones submarinos como los utilizados para atacar ayer el puente de Kerch. Rusia, por el contrario, confiada en las garantías que le daba el acuerdo, no ha reforzado las bases del puente pese a ser consciente de que se trata de un objetivo prioritario, aunque solo sea por motivos mediáticos, para Ucrania.

En la línea habitual, las autoridades ucranianas no han podido dejar pasar el ataque de ayer, que causó víctimas mortales civiles, para insultar a la inteligencia de la población nacional e internacional y dar a entender una nueva conspiración. Sin sonrojarse, Natalia Humeniuk, portavoz del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Ucrania, afirmó que las explosiones en el puente de Kerch podían tratarse de “una provocación rusa”. Incluso medios ucranianos como Ukrainska Pravda han dado por hecha la participación ucraniana y han añadido además que el ataque fue planeado por la marina ucraniana en colaboración con el Servicio de Seguridad de Ucrania, el SBU cuyo portavoz se había referido al estrés militar del puente.

No puede sorprender que la versión más cínica haya corrido a cargo de Mijailo Podoliak, cuyos tuits son tenidos en cuenta por la prensa occidental como afirmaciones oficiales de Ucrania y que rara vez requieren de verificación, matiz o contexto que aclare que sus comunicados son parte integral de una propaganda ucraniana crecientemente alejada de la realidad. En su canal de Telegram, el asesor de la Oficina del Presidente escribía:

“Asumanos, teniendo en cuenta el nivel de daños, que los rusos ellos mismos han hecho esta impresionante/inefectiva (el trozo de hierro sigue funcionando) explosión. Teniendo en cuenta su actual nivel intelectual e incapacidad para prever las consecuencias, es un escenario bastante probable”.

Posteriormente, el mediático Podolyak detallaba tres motivos para que Rusia, otra vez más y son ya nueve años, hubiera hecho explotar sus propias infraestructuras. “Primero: para interceptar el tema del…terrorismo. Es primitivo, pero aun así. Gritar con todas las voces de la propaganda que no solo Rusia comete actos de terrorismo”, escribe el asesor de la Oficina del Presidente del Estado al que incluso sus aliados apuntan por haber cometido un acto de terrorismo internacional haciendo explotar el gasoducto propiedad parcial de uno de su socia Alemania. También en aquel caso, Podolyak y sus compañeros vieron la mano del Kremlin. “Segundo: para dar un “escudo humano” concreto de civiles ocupantes a lo largo de la línea de contacto del territorio ocupado. En pocas palabras, para dar cobertura al corredor terrestre de transporte de reservas de “mujeres y niños”, un argumento sin sentido que, aun así, posiblemente sea tomado en serio por ciertos medios. “Tercero: para intentar atemorizar más profundamente a sus neófitos e influir agresivamente en el entorno social en Rusia”, afirma el político que ya escribe abiertamente que el objetivo de Ucrania es provocar un cambio de poder en Rusia “entre las élites”.

El ataque de ayer, que ha costado la vida a la familia de una menor, ha elevado la percepción de peligro en Crimea y que ha dado la puntilla al acuerdo de exportación de grano ucraniano, supone una nueva escalada en una guerra que todavía no ha visto su límite. Pese a lo inútil que ha resultado el ataque, Ucrania ha logrado finalmente la victoria que esperaba, aunque sea únicamente para su propaganda y haya dado lugar a las alegrías de los más fanáticos, capaces, no solo de alegrarse de forma continua del mal ajeno, sino dispuestos a utilizarlo en beneficio propio.

*Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista.

Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.

Foto de portada: extraída de fuente original Slavyangrad.

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