Sin embargo, China lleva décadas reclamando el 90% de la zona acuática, las islas Paracel y el archipiélago Spratly, mientras que otros Estados de la región, entre ellos Taiwán, no reconocido, han impugnado la reclamación. Las aguas son importantes para la pesca, las rutas comerciales críticas, incluidas las de los buques europeos, y el enfrentamiento por la seguridad entre Estados Unidos y China.
Si la nueva iniciativa llega a buen puerto, será la segunda vez que buques alemanes entren en aguas disputadas: en el verano de 2021, una fragata de bandera alemana enfureció sobremanera a China al incursionar en esas aguas, aunque no se acercó a sus fronteras. Las autoridades alemanas han subrayado que la acción no iba dirigida contra terceros países. La declaración alemana es el resultado de un replanteamiento de su propia estrategia hacia la RPC, pero también de las crecientes ambiciones europeas que empujan a la UE a aumentar su presencia en la región Asia-Pacífico.
Las relaciones germano-chinas siguen siendo de las más fructíferas económicamente en toda la UE. China encabeza la lista de socios comerciales de Alemania, mientras que las exportaciones alemanas, aunque descendieron un 11,3% en el primer semestre de 2023 en comparación con el mismo periodo de 2022, representan más de un tercio del total europeo. Sin embargo, las tendencias en el diálogo son dispares.
Por un lado, el intenso compromiso económico de los cancilleres Gerhard Schroeder y Angela Merkel y la afluencia de inversiones chinas a la RFA tras la crisis de la eurozona en 2010 han dado lugar a una serie de fusiones y adquisiciones de alto perfil en el sector de la alta tecnología. Esto, por cierto, ha provocado un endurecimiento de las leyes nacionales alemanas y ha desencadenado un debate sobre la reducción de la dependencia del mercado y el capital chinos.
Estas tendencias no hicieron sino intensificarse en el contexto de la rivalidad entre Estados Unidos y China y tras el cambio de gobierno en Alemania en 2021. Debido a la presencia de los Verdes en la coalición gobernante, la retórica hacia China se endureció: ya en el tratado de coalición se señalaba que debían tomarse medidas urgentes para proteger sus intereses económicos, así como para reforzar la posición común de la UE, según la cual China es simultáneamente socio, competidor y rival dependiendo del ámbito de diálogo. Cabe destacar que también se declaraba el compromiso de Berlín con la resolución de los conflictos en el Mar de China Meridional y el Mar de China Oriental y con la prevención de cambios en el statu quo del Estrecho de Taiwán.
El pasado otoño, con el trasfondo del viaje a Pekín del canciller Olaf Scholz desde los ministerios de Asuntos Exteriores y Economía, ambos controlados por políticos del Partido Verde (Annalena Berbock y Robert Habek, respectivamente), llegaron a los medios de comunicación fragmentos de la próxima estrategia sobre China, que dejaron clara la preocupación de Berlín por el fortalecimiento de Pekín en la escena internacional.
No menos antichina fue la declaración de Olaf Scholz y el nuevo presidente checo, Petr Pavel, emitida con la visita de Xi Jinping a Moscú en marzo de 2023 como telón de fondo, sobre la necesidad de que los Estados de la UE armonicen sus acciones para contrarrestar las crecientes ambiciones globales de China.
Por otra parte, la continua interdependencia económica ha mantenido el interés de la gran y mediana industria alemana por la RPC: no sólo grandes empresas automovilísticas como Volkswagen y BMW, sino también el grupo químico BASF, fabricantes de electrodomésticos Bosch, materiales de construcción y otros productos de alto valor añadido figuran entre los interesados en el diálogo.
Alemania, que está abandonando la energía nuclear, también quiere aumentar la proporción de renovables en su mix energético, y las importaciones de paneles solares chinos siguen siendo críticas. En 2013, las empresas alemanas tuvieron incluso que enfrentarse a una demanda (con éxito, por cierto) de la Comisión Europea para conservar la capacidad de cooperar con proveedores chinos.
En el ámbito del transporte y la logística, Alemania recibe la mayor parte de los trenes de la ruta China-Europa, lo que le permite registrar las mercancías que recibe (según la metodología de Eurostat, el país de destino es el país donde las mercancías pasan primero el control aduanero) y desarrollar el potencial de tránsito. Igualmente importante en este contexto es la adquisición por China en 2022 de una participación en la Terminal de Contenedores del Puerto de Hamburgo, operación en la que Scholz participó directamente.
El hecho de que la publicación de la estrategia para China se haya retrasado mientras que las conversaciones bilaterales de alto nivel entre Alemania y China están previstas para finales de junio también es indicativo de las tensiones intragubernamentales en la vía china.
La decisión de enviar los barcos demuestra, por tanto, que el sentimiento antichino dentro del establishment alemán está cada vez más arraigado, con una especie de «efecto desbordamiento» negativo de la esfera económica a la de seguridad.
La tendencia a limitar los intereses empresariales en favor de la situación política está en consonancia con la tendencia general europea hacia la «reducción de riesgos» en el compromiso con China y con los intentos de la UE de impedir el crecimiento de la influencia de la RPC en la región Asia-Pacífico y a escala mundial. La pérdida del tradicional pragmatismo que antaño frenaba la politización de las relaciones UE-China por parte de las autoridades alemanas es uno de los síntomas menos agradables de la época en este frente.
*Julia Melnikova, Gerente de programa RIAC, estudiante de doctorado en MGIMO MFA de Rusia.
Artículo publicado originalmente en Izvestia.
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