Europa se suma a otras regiones del planeta que sufren una prolongada crisis del agua que no parece que vaya a remitir. A esto hay que añadir las condiciones casi catastróficas que se dan en otras partes del mundo, donde el acceso fácil y seguro al suministro de agua es más una aspiración que una realidad.
Desde 2018, según datos satelitales analizados por investigadores del Instituto de Geodesia de la Universidad Tecnológica de Graz (TU Graz), el continente ha estado soportando condiciones de sequía cada vez más terribles. Los niveles de agua subterránea han sido, según el instituto, bajos, a pesar de las dramáticas inundaciones ocasionales. Ni siquiera en invierno ha habido alivio.
En un artículo publicado en Geophysical Research Letters, Eva Boergens y sus compañeros autores recogen la aguda escasez de agua en Europa Central durante los meses de verano de 2018 y 2019. «En los meses de verano de 2018, Europa Central y Septentrional experimentaron condiciones excepcionalmente secas […] con partes de Europa Central recibiendo menos del 50% de la precipitación media a largo plazo».
En julio y agosto de ese año, olas de calor despiadadas contribuyeron a inducir condiciones de sequía. En 2019 se repitió prácticamente el mismo patrón: precipitaciones por debajo de la media y olas de calor en junio y julio. Las consecuencias de tales déficits de agua, señalan los autores, son graves para «la productividad agrícola, la gestión forestal y la producción industrial, con esta última recortada por la interrupción del transporte en las vías navegables interiores debido a los niveles de agua extremadamente bajos». Desde entonces, los niveles apenas han aumentado.
Los investigadores de la Universidad Técnica de Graz observan también el sombrío panorama que ofrece una sequía prolongada, demasiado familiar para quienes habitan en franjas áridas de continentes como África y Australia. Los cauces secos y las masas de agua estancada son cada vez más comunes en el paisaje europeo. Las especies acuáticas están perdiendo sus hábitats y la alteración ecológica se está convirtiendo en la norma.
Desde el punto de vista humano, la crisis del agua también ha fomentado la escasez de energía. La industria nuclear francesa ha luchado de forma destacada contra la insuficiencia del suministro, incluso ante un proyecto de ley parlamentario para acelerar la construcción de nuevos reactores. Como declaró Marine Tondelier, secretaria nacional de Europe Ecologie-Les Verts (EELV, Verdes), el 7 de marzo: «Digámoslo de una vez, simple y firmemente: ¡a este paso, pronto no habrá suficiente agua en nuestros ríos para refrigerar las centrales nucleares!».
En España, el servicio meteorológico del país, Aemet, ha llegado a la conclusión de que la situación es poco menos que extraordinaria. El pasado mes de noviembre, las autoridades catalanas impusieron una serie de restricciones de agua, limitando el rellenado de piscinas, limitando las duchas a cinco minutos, prohibiendo el lavado de coches y reduciendo el riego de jardines a dos veces por semana.
En Barcelona, el suministro de agua, responsable de la alimentación de seis millones de personas, está en peligro. El embalse de Sau, por ejemplo, está a sólo un 9% de su capacidad, lo que obliga a retirar los peces para evitar que perezcan.
En Italia, el caudaloso Po ha disminuido en la peor sequía de las últimas siete décadas. Han disminuido las reservas en lagos y embalses. Esto es crítico para un país que depende más que ningún otro Estado miembro de la UE de esas fuentes para su abastecimiento de agua. El Instituto Italiano de Estadística (ISTAT) señaló recientemente que los acueductos del país perdieron el 42% del suministro de agua transportada en 2020.
El año pasado, sólo en Italia se pidió a más de 100 ciudades que limitaran al máximo el consumo de agua. En cinco regiones se declararon estados de emergencia. Esto ha preocupado lo suficiente a la Primera Ministra, Giorgia Meloni, como para tomar una serie de medidas, aunque éstas aún no han dado sus frutos. En una reunión presidida por Meloni y a la que asistieron varios altos representantes del gobierno, se decidió que se crearía un comité directivo en el que participarían todos los ministerios pertinentes «con el fin de definir un plan nacional especial del agua de acuerdo con las autoridades regionales y locales». Para ello se utilizarán tecnologías aún no especificadas.
También se aprobarían medidas legislativas «que contengan las simplificaciones y exenciones necesarias y aceleren las obras esenciales para hacer frente a las condiciones de sequía». Y, por si fuera poco, se lanzaría «una campaña de sensibilización sobre el uso responsable del agua».
A pesar de estas condiciones, varios Estados europeos se han esforzado por encontrar medidas para hacer frente a la situación. Una respuesta obvia es reciclar el agua. Pero Francia, por ejemplo, sólo tiene 77 de las 33.000 depuradoras del país preparadas para la tarea.
El panorama sólo promete ponerse más feo y desesperado. El Informe del Monitor Mundial del Agua de 2022 no es muy alentador, ya que señala que en las dos últimas décadas «ha aumentado la temperatura del aire y ha disminuido la humedad atmosférica, lo que ha incrementado el estrés térmico y las necesidades de agua tanto para las personas como para los cultivos y los ecosistemas.»
Incluso ante semejante perturbación climática que afecta al más vital de los recursos para la vida, los países seguirán encontrando la energía y la industria milagrosas para hacer la guerra o, al menos, prepararse para ella, mientras continúan expoliando el medio ambiente. Con el tiempo, la posibilidad de que se llegue a hacer la guerra por el suministro de agua es clara y preocupante.
*Binoy Kampmark, fue becario de la Commonwealth en el Selwyn College de Cambridge. Imparte clases en la Universidad RMIT.
Artículo publicado originalmente en Counter Punch.