Europa

El silencio alemán ante la voladura de los gasoductos Nord Stream

Por Carmela Negrete* –
El gas barato ruso ha sido básico para el bienestar de la economía alemana y aún no se han encontrado alternativas. El escándalo de la voladura de los principales gasoductos ha desaparecido de la opinión pública en los grandes medios.

Este miércoles salía a la luz un reportaje escrito por el conocido periodista norteamericano Seymour Hersch acusando a los Estados Unidos de la autoría del ataque terrorista contra el gasoducto ruso-alemán Nordstream. El reportaje fue ignorado por buena parte de la prensa alemana el mismo día de su publicación y al día siguiente, mientras las redes sociales y los medios alternativos ardían con dicha noticia.

Tres días más tarde, la tónica general con la cual se informó sobre una noticia que estaba ya en boca de todos fue que su autor solo se basaba en una fuente y que desde Washington han negado los hechos “rotundamente”, repiten. El artículo de Wikipedia sobre el periodista estadounidense en alemán cambió en cuestión de horas de definirlo como un periodista de investigación de prestigio, galardonado con el premio Pulitzer, que llevó a cabo importantes investigaciones, a descreditarlo asegurando que difundía informaciones erróneas.

Este episodio es una muestra más del silencio atronador del gobierno alemán desde que se produjo la voladura el pasado septiembre. Este viernes, en la conferencia de prensa que el gobierno ofrece tres veces a la semana y en la que los periodistas tienen ocasión de preguntar sobre los más diversos temas, la respuesta era la misma. La portavoz del gobierno aseguraba que no había, por el momento, indicios de una autoría estadounidense del ataque.

Ante la cuestión de porqué el gobierno se niega a facilitar la información hasta ahora disponible sobre el ataque al congreso, como ha denunciado el partido de izquierdas Die Linke, la portavoz no quiso hacer comentarios. En una pregunta parlamentaria Die Linke quiso saber en noviembre si el gobierno tenía indicios de que los servicios secretos de Ucrania hubieran planeado dicho ataque tal como al parecer habrían informado otros agentes encubiertos de otros países.

Una cosa sí parece estar clara por ahora: según la Fiscalía General alemana, que es quien dispone de acceso a la información de la investigación que existe hasta el momento, por ahora no hay ninguna prueba que acredite una autoría rusa del ataque, que se planteó como una opción por los miembros de la coalición transatlántica. Así lo explicaba el Fiscal General Peter Frank al diario Die Welt hace tres semanas.

La autoría sigue siendo desconocida de forma oficial, aún cuando al antiguo Ministro de Defensa polaco Radoslaw Sikorski se le ocurriera poner un tweet poco después de conocerse el ataque con una foto de la explosión y la frase “Thank you, Usa”.

Tampoco son concluyentes las declaraciones del presidente norteamericano Joe Biden en una conferencia conjunta con el canciller alemán Olaf Scholz poco antes de la invasión rusa de Ucrania en la que aseguró que su país pararía el gasoducto Nordstream si Putin invadía Ucrania. “No habrá Nordstream 2. Nos encargaremos de acabar con este proyecto”. La cara de Scholz era un poema mientras los periodistas preguntaban a Biden cómo pensaba hacer esto si el gasoducto es alemán y no americano. “Le aseguro que acabaremos con él, no le quede duda”. El canciller alemán ni siquiera lo mencionó a pesar de ser preguntado directamente, porque sabía cuánto dependía la UE y su país de dicho gas. Ya entonces Biden ofreció el gas americano, más caro, como alternativa.

Por supuesto, aclarar la autoría del ataque es fundamental y debería ser un tema prioritario del gobierno alemán, pero el ninguneo estadounidense de Alemania en este sentido tiene una larga tradición anterior a la voladura, ya que dicho país, aprovechando el miedo histórico de los países bálticos y de Polonia se han opuesto a dicho proyecto desde un principio.

El ataque no solo produjo un daño económico, sino también una catástrofe ecológica de magnitudes incalculables y la pérdida de una de las fuentes de energía con la que contaba el país hasta ahora en su plan de “Energiewende” para salir de las energías no renovables. En la ciudad donde se conecta el gasoducto en el Mar Báltico, Lubmin, el gobierno alemán ha comenzado a importar gas licuado de los EE UU entre protestas de los residentes, ya que hasta ahora dicho transporte se realiza con grandes barcos que atraviesan dos veces al día un paraje natural. En dicha zona se planea construir un gasoducto que transportaría dicho gas licuado desde alta mar. Este atentado medioambiental no es el único que tiene lugar desde el abandono del gas ruso, sino que las centrales nucleares y las de carbón han sido reabiertas como explicamos en otro artículo.

En ese contexto de catástrofe ecológica y económica, la Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos Victoria Nuland, que ya en 2014 aseguraba “que se joda la Unión Europea”, mostraba una vez más los intereses que la mueven a ella y a su administración, que no ha pedido disculpas por sus declaraciones, en el Senado estadounidense el pasado 27 de enero: “Senador Cruz, a mí, como a usted… y, creo, como a toda la Administración presidencial, me agrada mucho saber que el Nord Stream 2 se ha convertido en un montón de chatarra en el fondo del mar”, señaló sin cortarse. Una vez más, el gobierno alemán, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz, la Ministra de Exteriores verde Annalena Baerbock y el resto de su gabinete callaban ante dicha humillación.

A través del gasoducto Nordstream, en funcionamiento desde 2011, llegaba a Europa un 40% del gas que se consumía en la Unión, unos 500.000 metros cúbicos al año. La tubería, que abarca unos 1.200 Kilómetros entre la ciudad rusa de Wyborg y Lubmin en Meckenburgo-Pomerania es, sin duda entre los economistas, uno de los principales factores que contribuyeron a la buena marcha de la economía alemana hasta ahora.

Alrededor de la mitad del gas consumido por la industria alemana era gas ruso, más barato que el gas licuado que el gobierno compra ahora a los Estados Unidos. Los altos precios que comporta este último, hasta seis veces más caro, hacen temer a economistas de los principales centros de estudios que la industria perderá competitividad. Varias empresas han parado la producción y otras han anunciado que trasladarán sus fábricas a otros países donde la energía sea más barata, entre ellos, los propios Estados Unidos.

Desde septiembre de 2021, la segunda fase del gasoducto se encontraba terminada. Un año más tarde, antes incluso de ser inaugurada debido a las sanciones contra Rusia, se produjo una explosión provocada por parte de lo que tanto la fiscalía alemana como los expertos encargados de la investigación creen que solo podría tratarse de un actor estatal, por la complejidad del ataque en el fondo del mar y por la vigilancia que existe en la zona, en la que se realizan a menudo ejercicios militares de la OTAN.

La crisis energética alemana tras la entrada de las tropas rusas en Ucrania y las masivas sanciones que los países europeos y los Estados Unidos han venido aplicando contra Rusia no se ha superado en Alemania aún ni por asomo. En las protestas por la inflación y contra la guerra se había pedido una reapertura de los gasoductos, una cancelación de las sanciones a Rusia y la interrupción del envío de armas a Ucrania. La primera de las demandas ya no es posible a menos que se reparen las tuberías, algo que ni siquiera se sabe cuánto tiempo tardaría ni cual sería su costo.

*Carmela Negrete, periodista.

Artículo publicado originalmente en El Salto.

Foto de portada: El canciller alemán, Olaf Scholz, hoy en el Bundestag AFP.

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