Que las cumbres del clima tienen un componente geopolítico lo tenemos todos claro. En la COP26 del año pasado en Glasgow (Escocia), el entonces primer ministro Boris Johnson intentó que el evento se convirtiera en el legado de un Reino Unido global pos-Brexit. En esta COP27 en Egipto, la guerra en Ucrania inevitablemente sobrevuela el evento, llegando incluso a curiosas declaraciones del presidente ucraniano Volodímir Zelenski sobre que “todo aquel que se tome en serio la agenda climática debería tomarse del mismo modo la necesidad de acabar inmediatamente la agresión rusa” —con algo de razón: el bloqueo del gas y petróleo ruso ha dado al traste muchos objetivos climáticos y dado una enésima vida a los combustibles fósiles—. También es política la ausencia del presidente chino Xi Jinping en medio de su estrategia covid cero y la creciente rivalidad con EE.UU. Para Egipto, el anfitrión de esta edición, es una presa la que traduce a geopolítica todo lo que quiere para que la COP27 de Sharm el Sheij sea un éxito. La GERD, Gran Presa del Renacimiento Etíope, se alza sobre el río Nilo y ha sido, desde el inicio de su construcción en 2011, una espada de Damocles sobre la estabilidad regional en el noreste de África. Esta mega infraestructura hidroeléctrica, que cuando empiece a operar con normalidad será la mayor central energética del continente y con capacidad para hasta 74.000 millones de metros cúbicos de agua, es la culminación de las ambiciones etíopes para modernizar su economía, principalmente agrícola, hacia una economía más industrializada centrada en la explotación y exportación de energía hidráulica. Para los egipcios se trata, en cambio, de una amenaza existencial: Egipto depende del Nilo para cerca del 96% de su consumo hídrico, y El Cairo teme que la presa reduzca drásticamente su caudal de agua dulce disponible —y vital— en las próximas décadas. Paralelamente, una Etiopía pujante enseña los dientes a un Egipto que, hasta el momento, se ha considerado dueño y señor de los derechos sobre el Nilo, ante el escepticismo de los países río arriba.
Las negociaciones sobre la presa se mantienen congeladas desde un último encuentro en Kinshasa (República Democrática del Congo) hace ya más de año y medio. El punto muerto no ha impedido a Etiopía continuar con las últimas obras y el progresivo llenado de la GERD, con los ojos puestos en 2025 como fecha para la inauguración de la gigantesca represa.
En este escenario, las autoridades egipcias han ido filtrando en los últimos meses su intención de poner la GERD en la mesa de debate de la COP27, considerando esta megacumbre internacional como el mejor escenario para reescribir la narrativa de la presa hacia la amenaza climática mundial, atraer simpatías e impulsar un golpe diplomático en todos los niveles para inclinar su balanza en la pugna contra Etiopía. Clima al servicio de la geopolítica.
Reescribir la presa
Hasta el momento, la cuestión de la presa se ha entendido como un elemento regional entre Egipto, Etiopía y Sudán, el tercer país en discordia. El propio Estados Unidos ha preferido mantenerse relativamente al margen, apostando por “soluciones africanas” para “problemas africanos”, en recientes declaraciones del secretario de Estado Antony Blinken. Egipto pretende ahora elevar el caso y cubrir de una pátina de foco medioambiental al elemento político. La ministra de Medioambiente egipcia, Yasmine Fouad, aseguró hace unos meses que Egipto pretendía centrarse en “el asunto del agua” como uno de los temas principales de la COP27, según declaraciones recogidas por el periódico local Al Ahram. El escenario de la COP27 es propicio: los delegados se reúnen en el resort costero de Sharm el Sheij, que, si bien está a la orilla del mar Rojo, hacia el norte se pierde la vista en la vasta extensión del desierto del Sinaí. El 97% de la población egipcia (que supera ya los 104 millones y podría doblarse para 2050) vive en las orillas del Nilo, que ya empieza a notar la bajada de caudal. Ha pasado de 3.000 metros cúbicos por segundo a 2.830. Y podría ser mucho peor: según estudios de la ONU, el ritmo podría bajar hasta un 70%, en el peor escenario para finales de siglo.
Tanto en esta como en otras COP se habla muy especialmente del aumento global de temperatura, con el compromiso de limitar el calentamiento por debajo del 1,5 °C, un asunto muy fácilmente traducible a la desertificación y acceso al agua dulce y, siguiendo ese hilo, hacia la cuestión de seguridad alimentaria, resucitada muy especialmente por la guerra en Ucrania, que ha desnudado las carencias de muchos países africanos. Sobre esta cuestión, claro, planea otra que preocupa especialmente a los países occidentales, como son la posibilidad de nuevas olas de refugiados climáticos. La carta de la crisis migratoria ya ha sido utilizada con anterioridad por el Gobierno de Abdelfatah Al Sisi tras su llegada al poder en una asonada militar en 2013. A cambio de limitar la inmigración a través de su país y prometiendo mano dura con el terrorismo, Al Sisi ha mantenido robustas relaciones con países occidentales, incluida la compra de armamento militar. En el lado etíope hay cierto miedo de que la estrategia egipcia tenga sus éxitos. El ministro de Agua y Energía etíope, Habtamu Idefa, admitió al medio local The Reporter que Adís Abeba teme que lo que hasta el momento “era una disputa casi técnica sobre la velocidad de llenado de la presa” GERD pase una “nueva narrativa” de “sequía y el cambio climático”. Pero, incluso con el exclusivo barniz climático, Etiopía también tiene su baza. Adís Abeba está vendiendo la presa en su último esfuerzo diplomático como una fuente de energía limpia y renovable, buscando atraer simpatías en el contexto geopolítico actual tanto de la guerra en Ucrania —que ha retrasado muchos objetivos climáticos— como de las dinámicas internas propia COP, donde los países en desarrollo echan en cara a los países desarrollados las limitaciones en emisiones.
Con la GERD, que podría extraer hasta 6.400 MW de energía eléctrica, se potenciaría el desarrollo del país africano sin por ello aumentar su consumo de carbón. “GERD, como mecanismo de energía limpia y renovable, colocará a Etiopía como una de las principales naciones contribuyentes a los esfuerzos globales de mitigación de carbono”, defiende en un reciente estudio Yalemzewd Nigussie, analista climático cercano al Gobierno de Adís Abeba. “Los esfuerzos de mitigación del cambio climático tienen perspectivas globales y, en este sentido, el esfuerzo de Etiopía debería haber sido elogiado y apoyado por la comunidad internacional. (…) La GERD merece apoyo global, no un sabotaje internacional”, continúa.
El escenario diplomático
Etiopía siente presión de la comunidad internacional, y con razón. Aunque en las primeras etapas de las negociaciones de la presa, cuando todavía apenas estaba en construcción, El Cairo intentó simplemente hacer valer unos derechos sobre el Nilo recogidos en acuerdos de época colonial no reconocidos por ningún país río arriba, ahora está cambiando su estrategia en el terreno diplomático, buscando aliados contra Etiopía.
Esta COP27 se ha llamado “la COP de África”, con el debate sobre fondos de compensación climática de los países “ricos” a los países que más van a sufrir los efectos del cambio climático, además de ver limitadas sus posibilidades de desarrollo. Aquí, Egipto ha encontrado su nuevo papel hacia sus socios del sur. En los últimos años, El Cairo ha multiplicado sus relaciones con África Subsahariana y muy especialmente los países de la cuenca del Nilo Azul y Blanco (los dos afluentes principales del Nilo), que habían sido prácticamente abandonadas durante la época del dictador Hosni Mubarak. “La celebración de la COP27 en Egipto debe verse como una continuación de una evolución reciente en la que El Cairo está volviendo a África como un actor híbrido, presentándose como una puerta de entrada a África y un actor estratégico con una huella cada vez mayor en el continente”, escribe Mohamed Soliman en un artículo del centro Carnegie Endowment for International Peace. “Egipto ve la cumbre como una oportunidad para pulir su prestigio internacional, enfatizar su identidad afroárabe y posicionar a El Cairo como un constructor de puentes entre el Sur y el Norte Global (…). Definitivamente aprovechará la oportunidad para sacar a relucir el conflicto no resuelto sobre la GERD”.
*Alicia Alamillos es periodista internacional. Ha trabajado como corresponsal de la Agencia Efe en Nairobi (Kenia), en la oficina para África subsahariana. Ahora es periodista freelance en El Cairo.
Artículo publicado originalmente en El Confidencial, editado por el equipo de PIA Global