La Península Coreana vive semanas de tensión y de relativa escalada. A finales de septiembre, el portaaviones estadounidense USS Ronald Reagan llegó a las costas coreanas para realizar ejercicios militares junto a Corea del Sur, desatando un intercambio de misiles y declaraciones envenenadas. Desde entonces, Kamala Harris visitó la Zona Desmilitarizada, Japón realizó ejercicios militares junto a Estados Unidos y la República de Corea, y el norte llegó a lanzar un proyectil por encima del espacio aéreo nipón. Seúl y Washington llevaron a cabo numerosos movimientos conjuntos, disparos de artillería y lanzamientos de misiles tierra-tierra, al tiempo que Pyongyang hacía lo propio en repetidas ocasiones. Aviones militares de ambos bandos realizaron simulacros de ataque, e incluso llegaron a producirse disparos de advertencia luego de acusaciones cruzadas respecto a supuestos barcos cruzando las fronteras marítimas de uno y otro lado de la Península.
Mientras tanto, sectores de la derecha surcoreana defendieron la nuclearización del país. A su vez, Japón y Estados Unidos reiteraron su alianza militar con Seúl, y China insistió en que la única salida es la desnuclearización y la pacificación.
Lejos quedan los primeros años del gobierno surcoreano socioliberal de Moon Jae-in, en el que norte y sur se acercaron en el marco de la Política del Sol, tendiendo puentes hacia la reconciliación, la pacificación y los acercamientos bilaterales. En 2018, Moon llegó incluso a visitar Pyongyang acompañado de Kim Jong-un. En aquel momento, la política exterior de la Casa Azul era reticente a aceptar sumisamente las exigencias injerencistas estadounidenses. Las cosas hoy son muy distintas. Y en medio de este escenario político y geoestratégico quedan las cerca de 80 millones de personas que habitan Corea (del norte y del sur) y que sufrirían en sus carnes las consecuencias atroces de la reanudación de la guerra total en la Península.
Un gobierno anticomunista y pro Washington
En mayo, asumió como Presidente de Corea del Sur el derechista Yoon Seok-youl, del Partido del Poder Popular (PPP). Se espera que su mandato se extienda hasta el año 2027. Yoon es un férreo anticomunista, contrario a los acercamientos con Corea del Norte mientras sea gobernada por el Partido del Trabajo y por Kim Jong-un. Como tal, adscribe a una línea particularmente reaccionaria de la historia política de Corea del Sur desde su fundación: la de la confrontación directa con el socialismo norcoreano. Defiende una eventual “reconquista” del territorio más allá del Paralelo 38; es decir, la absorción del norte por parte del sur y mediante la eliminación de los comunistas como actor político.
Las dictaduras militares que gobernaron Corea del Sur desde su fundación tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se encargaron de borrar del mapa a buena parte de los militantes y las organizaciones marxistas en el país. La actual derecha surcoreana, parcialmente heredera de los postulados de las dictaduras —recordemos que Park Geun-hye, hija del dictador Park Chung-hee, fue Presidenta entre 2013 y 2017— no quiere ser menos en sus vínculos con Pyongyang.
Al desear la caída del sistema político y económico norcoreano, el PPP en general y Yoon Seok-youl en particular adscriben a las posiciones estadounidenses en materia de Corea del Norte. El Presidente tiene el visto bueno de los ideólogos del imperialismo estadounidense, y no es para menos: no pone en duda la presencia de las tropas norteamericanas en su territorio, y se suma sin dudarlo a los ejercicios militares de Washington en la Península y fuera de ella.
Esta adscripción ciega a la agenda estadounidense en Corea se ha mostrado profundamente peligrosa. En sus avanzadas imperialistas para presionar al gobierno norcoreano, Estados Unidos realiza continuos ejercicios militares muy cerca del territorio de Corea del Norte, y Pyongyang se ve acorralado. Ante esto, la parte norte responde dando pie a una escalada que, como todas, no tiene más techo que el de la voluntad misma de las partes involucradas. A fecha de redacción de este texto, y según la CNN, Corea del Norte ha realizado 28 lanzamientos de misiles en lo que va de año. Sin duda, considerando que Estados Unidos y Corea del Norte poseen armas nucleares, la conclusión es evidente: cada vez que Estados Unidos provoca al norte, está poniendo en juego la estabilidad internacional. Y no por ser obvio deja de ser importante recordar que el estado norcoreano nunca ha llevado a cabo ejercicios militares en una frontera estadounidense.
En realidad, lo que muestra la historia es que sus movimientos militares siempre responden a una de las siguientes dos lógicas: a) respuestas inmediatas ante movimientos del eje imperialista; b) demostraciones de fuerza de carácter disuasorio.
En este sentido, el gobierno surcoreano es un actor crucial. La Casa Azul puede ejercer como mediadora entre Estados Unidos y Corea del Norte o, por el contrario, puede servir como punto de apoyo a la presión norteamericana, fomentando las respuestas militares norteñas. Con una fuerza política menos sumisa a la agenda estadounidense, no anticomunista y proclive a negociar honestamente con Pyongyang, Washington encontraría un freno a sus aventuras imperialistas. Con Moon Jae-in y el Partido Demócrata, Seúl jugaba ese papel. Por el contrario, el actual gobierno de Corea del Sur se solapa casi sin miramientos a los envites estadounidenses en la Península. De esta forma, legitima, consiente y fomenta una escalada que puede desencadenar en un gran conflicto en el Este asiático.
Además, tiene clara una máxima: los aliados de mi aliado son también mis aliados. Japón y Corea han tenido durante décadas dificultades a la hora de encontrarse internacionalmente, en gran medida por la persistencia de heridas simbólicas y materiales heredadas de la brutal etapa del imperialismo japonés. Sin embargo, el nacionalismo coreano y su componente anti japonés —de alguna forma antiimperialista— pierde importancia cuando se trata de enfrentarse al que, para Yoon, es el principal enemigo del pueblo coreano: el gobierno de Corea del Norte. El Presidente está dispuesto a estrechar lazos con el gobierno japonés, pese a que este todavía no muestre una voluntad aparente de solventar las heridas del pasado imperial. En la estrategia estadounidense de presión sobre Corea del Norte, Japón es un aliado central. Por extensión, también lo es del gobierno derechista de Corea del Sur.
Con el foco en Asia
¿En qué contexto ocurre esta escalada? Precisamente en un momento en el que Estados Unidos está virando hacia Asia-Pacífico en su estrategia imperialista. Este giro se hizo palpable con Obama y se enmarca en un lineamiento general para contrarrestar el crecimiento económico de China. Comprende presiones diplomáticas, militares y económicas contra el Gigante Asiático, pero también el afianzamiento de sus enclaves regionales, entre los que se encuentra Corea. Washington intensifica su injerencismo en Taiwán, acerca posturas con los estados insulares del Pacífico, afianza el papel de Japón como potencia aliada en la región y, por supuesto, acorrala al estado más hostil que encuentra en Asia-Pacífico: Corea del Norte.
En este sentido, lo que se desencadenó con la llegada del portaaviones estadounidense mencionado más arriba fue la enésima escalada de tensiones en las relaciones intercoreanas. La ecuación “agenda estadounidense en Asia-Pacífico” más “gobierno anticomunista en Corea del Sur” da como resultado este marco de crisis. Con los gobiernos de Kim Dae-jung (1998-2003) y Roh Moo-hyun (2003-2008) —ambos del Partido Demócrata— la situación fue más halagüeña.
No confrontaban con Estados Unidos, pero defendían la pacificación de los vínculos norte-sur y una vía para la reunificación. En este marco, las relaciones entre ambos estados mejoraron considerablemente, y el riesgo para la seguridad internacional se redujo. Posteriormente, con los gobiernos anticomunistas de Lee Myung-bak (2008-2013) y Park Geun-hye (2013-2017), los puentes tendidos se desmantelaron. Las presidencias de Moon Jae-in (2017-2022) y la del actual Yoon Seok-youl profundizaron esta grieta entre demócratas y conservadores.
El mapa actual de los principales actores en Corea es el siguiente: 1) Washington despliega una estrategia imperialista en todo el globo centrada durante los últimos años en el Asia-Pacífico. En ella, China es el enemigo central, Corea del Norte un “cuerpo hostil” y Corea del Sur un enclave político-militar; 2) Seúl ejerce cuando gobierna la derecha anticomunista como un verdadero tentáculo de la agenda norteamericana, replicando sus movimientos en la región y apostando por la intensificación del vínculo entre ambos y por la confrontación con el norte; 3) Tokio, como miembro histórico del eje imperialista conformado en torno a Estados Unidos, mantiene ciertos recelos con Corea del Sur, pero se suma a las campañas de acoso sobre Corea del Norte; 4) Pyongyang, sin cambios durante décadas en su estructura de gobierno, ha sostenido a lo largo de la historia dos lineamientos fundamentales en su política exterior: a) búsqueda de puentes con Corea del Sur sin renunciar a su organización político-económica; b) persuasión militar contra Estados Unidos a través de un denso programa nuclear y un intenso secretismo; 5) Pekín, como gran actor regional, critica la injerencia estadounidense en Asia-Pacífico, se relaciona económicamente (y mucho) con Corea del Sur y aprueba el gobierno del Partido del Trabajo en Corea del Norte, manteniendo una suerte de neutralidad en el conflicto.
Conviene emplear las líneas finales de este texto para hablar de China y la importancia que puede tener en una hipotética resolución del conflicto. Recientemente, Xing Haiming, embajador del país en la República de Corea, ha criticado la escalada y los movimientos militares del eje Washington-Seúl-Tokio, así como ha reiterado su apuesta por “la desnuclearización y la negociación pacífica”. China es posiblemente quien tiene la palanca que puede hacer avanzar el fin de las tensiones en Corea. Mantiene buenas relaciones con los dos actores nacionales: es el principal socio comercial de Corea del Sur y conserva una cierta amistad histórica e ideológica con el Partido del Trabajo. Y aunque alberga ciertas críticas hacia el programa nuclear norcoreano, es un firme partidario del cese de las hostilidades estadounidenses hacia Pyongyang.
Con Estados Unidos reacio a renunciar a su privilegiada posición militar en la Península, Corea del Sur firmemente comprometida a través de su Gobierno en la defensa de la agenda norteamericana, Corea del Norte acorralada y respondiendo militarmente a cualquier movimiento en sus fronteras, y Japón echando más leña al fuego, lo cierto es que China no solo tiene el interés y las herramientas para fomentar la pacificación de la situación, sino que tiene también el estatus internacional.
*Artículo publicado originalmente en El Salto Diario.
Eduardo García Granado es politólogo y escribe sobre Asia Pacífico en varios medios internacionales.
Foto de portada: Militares coreanos de ambos lados del paralelo 38. Reuters.