Brasil cumplió 200 años de su independencia el pasado 7 de septiembre. Pero poco o nada de la importancia de esa fecha histórica fue mencionado ni por el presidente Jair Bolsonaro ni por sus simpatizantes. Lejos de ser una fiesta nacional o incluso una fecha de conmemoración cívica, el gobierno brasileño aprovechó la ocasión y los recursos públicos para hacer campaña política a menos de un mes de las elecciones.
La jornada tuvo poco o nada de popular. Entre los presentes, la inmensa mayoría eran personas blancas, en su mayoría hombres de alrededor de 50 años, de clase media o media alta, que se acercaron al lugar para homenajear al presidente. Entre las personas negras presentes, la mayoría eran vendedores de comida y bebida, que más que participar del evento estaban trabajando en pleno feriado. Si bien es cierto que también había negros entre quienes participaban de los actos, una encuesta de la Universidad de San Pablo apuntó que se trataba de menos del 10% de los presentes.
La composición étnica y socioeconómica de los actos gana especial relevancia si se tienen en cuenta algunos datos claves: el 56% de la población del país es negra, de los cuales el 70% se encuentra por debajo de la línea de pobreza. A su vez, los blancos son el 70% entre los más ricos, el segmento que más se benefició con las políticas económicas de tinte neoliberal adoptadas por el gobierno. En términos concretos, el aumento de la informalidad laboral y de la pobreza generó que los más ricos puedan pagar menos por servicios esenciales debido al aumento de la oferta de mano de obra barata al mismo tiempo que la quita de impuestos a bienes de lujo les permitió comprar más pagando menos.
No es casualidad que las encuestas muestren una preferencia clara de los electores más pobres por el ex presidente Lula, mientras Bolsonaro ostenta una amplia popularidad entre los más ricos. En los actos de campaña del último 7 de septiembre, esa diferencia quedó clara.
En el día del bicentenario de la patria y como hace casi cuatro años, gran parte de esa élite se sintió dueña de la fecha. El concepto de patriota también merece cierta atención. En la lógica de la militancia bolsonarista, el patriota es quien defiende y apoya al actual presidente, el único capaz de luchar contra el comunismo, la corrupción y la depravación representada por Lula. El patriota es también llamado de ciudadano de bien y se caracteriza por su ideología conservadora, la defensa de la propiedad privada y los valores cristianos basados en el mérito.
Que el presidente se haya autoefinido como “imbrochável” -cuyo significado hace referencia a un hombre siempre listo para tener relaciones sexuales- no caracteriza una perversión. Tampoco incomoda el hecho de que a lo largo de sus 30 años en la política, la familia presidencial haya comprado más de 50 propiedades con dinero no declarado y en especies, práctica que muestra indicios de corrupción. La depravación y la corrupción de la propia élite no incomoda a los ciudadanos de bien, muchos de los cuales se benefician de ella.
Detrás de la defensa a la figura del actual presidente y del disfraz de patriotas, lo que se esconde es la defensa de un Brasil atrasado, con los más altos índices de desigualdad en el continente, con los negros mayoría entre los pobres y los blancos mayoría entre los ricos. El sociólogo brasileño Jesse Souza la llama de “elite del atraso”, una definición acorde a los intereses de esa minoría. La playa de Copacabana fue la foto de ese Brasil, que en la fecha que celebró su bicentenario invisibilizó al resto del país que pretende someter bajo el liderazgo del capitán.
*Periodista de política internacional del portal PIA Noticias desde Río de Janeiro.
Foto de portada: Ana Dagorret.