Desde principios de año, muchos han dado por sentada la victoria de Lula en la carrera presidencial. El diagnóstico venía de la certeza de que el candidato del PT mantendría su amplia ventaja sobre Jair Bolsonaro y de una tercera vía que se consideraba nacida muerta.
Más allá del uso rutinario de las encuestas para crear hechos políticos, este tipo de análisis tiende a ignorar que la mayoría de la población simplemente no piensa en política meses antes de las elecciones.
Por ello, parte de lo que se lee como intención de voto es en realidad el resultado de la retirada. Es decir, simplemente indica la marca más recordada. Además, hasta el día de las elecciones, la gente siempre puede cambiar de opinión, o cambiar de parecer, dependiendo de la oferta de candidatos, de factores sociales y económicos y de la propia dinámica de las campañas.
En cuanto a la oferta de candidatos, aunque, como bien describió el ministro-candidato Tarcísio de Freitas, la disputa entre Lula y Bolsonaro es como un duelo de titanes, la mayoría de los votantes quería inicialmente evitar el choque.
Cansados de las peleas en la familia y de las burlas y lacadas en las redes sociales, los denominados «sin ton ni son», que sumaban cerca del 40% en los primeros meses del año, esperaban ansiosos un tercer nombre que pudiera desviar su voto de las opciones consideradas indigestas, muestran los datos de la encuesta Exame/Ideia. Como dijo muy bien un entrevistado, era difícil elegir al «ladrón» o al «idiota».
El fracaso de la tercera vía, muy probablemente, es más demérito de sus articuladores que de la fuerza política de Lula o Bolsonaro. Pero lo cierto es que la ausencia de una alternativa apetecible para los votantes «sin ton ni son» favoreció sin duda al actual presidente.
En cuanto a los temas sociales, uno de los mayores obstáculos de Bolsonaro, su conducta inhumana ante la pandemia, ha ido perdiendo fuerza en el imaginario del electorado con el enfriamiento de la crisis sanitaria, y su campaña ha ido haciendo los deberes para humanizar al candidato.
Ejemplar en este sentido es la actuación de la primera dama, que puede aumentar la intención de voto de su marido entre las votantes femeninas, mayoritarias entre los «sin papeles». Al aludir a referencias bíblicas y valorar a las mujeres como cuidadoras de la familia, Michelle Bolsonaro simboliza un empoderamiento femenino conservador que contrasta con la percepción de falta de protagonismo de las mujeres en el campo de la oposición, como señalan Ana Carolina Evangelista, Jacqueline Teixeira y Livia Reis.
Según los investigadores, no valorar la dimensión familiar es un error, que afecta no sólo al voto femenino evangélico, en particular, sino al conjunto de las mujeres e incluso al electorado en general. Al fin y al cabo, como señaló la profesora y socióloga Esther Solano en un acto académico en la Unicamp, las promesas económicas no responden a cuestiones existenciales.
En este sentido, como sostiene Ana Carolina Evangelista, la apuesta bolsonarista por el simbolismo del capitán retirado, como enviado de Dios que sobrevivió a un intento de asesinato, resulta acertada. Siguiendo tal línea de razonamiento, Solano señala que, mientras el actual presidente cuenta con la militancia pentecostal orgánica y el apoyo de los pastores que aglutinan a unos 50 millones de seguidores, que pronto se movilizarán en grandes cultos con la presencia del candidato a la reelección, la campaña del PT carece de representatividad en este sentido – «¿dónde están los evangélicos y los pastores del lado de Lula?» – y un discurso sobre la importancia de la unidad de la familia brasileña.
Además, el sociólogo destaca cómo Janja, la esposa de Lula, ha contribuido inadvertidamente a reforzar la narrativa bolsonarista. En los últimos años, los ataques a los practicantes y lugares de culto de las religiones de matriz africana han crecido a pasos agigantados por su asociación con «cosas del diablo», especialmente entre los cristianos pentecostales, fomentando la intolerancia religiosa. Así, al publicar en sus redes sociales contenidos vinculados a religiones de matriz africana, leídos como «diabólicos», Janja acaba sirviendo de contrapunto ideal a la disputa entre el bien y el mal promovida por la campaña de Jair y Michelle, que conecta la degeneración espiritual de la nación con la presencia del PT en el poder y la posibilidad de una limpieza espiritual con la reelección del presidente. Recordar que la curación espiritual no requiere la materialidad de las promesas económicas.
Al mismo tiempo, la economía no pasó a un segundo plano en la campaña de Bolsonaro.
Tras la monstruosa inyección de recursos por parte del gobierno, se espera que la sensación de bienestar afecte a los más pobres y se extienda a otros segmentos de la población en pocas semanas. Siempre es bueno recordar que, para los votantes que dudan entre economía y valores, la sensación de alivio financiero puede ser decisiva.
Por último, en cuanto a la dinámica de movilización y comunicación relacionada con la propia campaña, además de apostar por el contagio de la movilización de masas del 7 de septiembre, Bolsonaro, que venía esquivando las invitaciones a los debates, también decidió enfrentarse a Jornal Nacional.
En la entrevista, la formación de los medios de comunicación trabajó para evitar cualquier posible desliz. Pero a Bolsonaro le fue mejor cuando fue más agresivo o, como dicen sus partidarios, fue «él mismo». Como, por ejemplo, cuando dijo que gobernar sin el Centrão sería actuar como un dictador. Su público cautivo se fue satisfecho. Bolsonaro habría «cenado Globo».
Sin embargo, las intervenciones de Bolsonaro a favor de su gobierno, si no le perjudicaron, tampoco fueron de gran ayuda para los votantes indecisos. Hoy, lo que Bolsonaro anuncia como logros no tiene, por ahora, el mismo impacto que las políticas realizadas por Lula.
Al mismo tiempo, la gente quiere «propuestas concretas» para los próximos cuatro años y, en este sentido, hay una gran diferencia entre Lula y Bolsonaro.
Prácticamente cualquiera puede resumir su programa: defensa de la familia tradicional, «armas para todos» y «Brasil sin comunismo». Recordando que el comunismo, en el imaginario popular, se refiere a la catástrofe humanitaria venezolana, o simplemente al binomio «dictadura + hambre».
Todo ello empaquetado en el programa económico que, según los votantes de Bolsonaro, no se aplicó en toda su potencia en los últimos años por culpa de la pandemia. Esta es la razón por la que Bolsonaro merece una segunda oportunidad, un argumento bastante apetecible para los votantes indecisos y para los que pueden cambiar de opinión.
Aunque estas propuestas puedan parecer poco concretas para los expertos en políticas públicas, lo cierto es que son suficientes para los miles de simpatizantes comprometidos y dispuestos a salir a la calle por el mito.
Mientras tanto, gran parte de los votantes de Lula optan por el PT con resignación y sin entusiasmo. Y la antipatía hacia Bolsonaro explica, para un grupo importante de votantes, la opción, a veces vacilante, en un candidato percibido como corrupto. Esto demuestra que el lulismo, al menos fuera del noreste, sigue siendo débil.
En definitiva, la apuesta del PT por jugar al despiste durante la campaña tiene riesgos, y no son despreciables. Lula deberá tenerlo en cuenta cuando hable hoy en el Jornal Nacional.
Más allá de las celebraciones del 7 de Septiembre, de la apuesta por Dios frente a la demonización de la oposición, de calentar la economía y de corear hasta el cansancio el mantra de la corrupción asociado al PT, todavía hay tiempo para un cambio en la estrategia de imagen del candidato a la reelección.
Según una reciente investigación cualitativa, una versión de «paz y amor» de la derecha, como defienden los vendedores tradicionales del presidente, aceleraría sin duda la reconquista de los votantes decepcionados. Especialmente los que ganan más de dos salarios mínimos, viven en el sureste y no se sienten precisamente contemplados por lo que ofrece el PT. Michelle Bolsonaro ya ha hecho su parte en este sentido y ha demostrado que la estrategia da sus frutos.
Aunque la victoria de Bolsonaro es menos probable en el momento actual, no es un escenario que deba descartarse. De lo contrario, corremos el riesgo de repetir lo de FHC en 1985, que decidió sentarse en el sillón de la alcaldía antes de que se contaran los votos. Pero esta vez hay mucho más en juego.
Si la oposición quiere ganar con holgura, tiene que empezar a moverse. Y rápido.
*Camila Rocha es Doctora en Ciencia Política por la USP.
FUENTE: Revista Piauí.