Días que se recuerdan por luchas populares, por muertos y muertas en esas luchas. También por los derechos conquistados desde esos hechos, muchas veces trágicos. Aquel 8 de marzo de 1908, 129 mujeres trabajadoras de una fábrica estadounidense deciden ir a la huelga. Reclamaban tener los mismos derechos laborales que sus compañeros varones. Esa huelga terminó en tragedia, el dueño de la fábrica cerró las puertas del establecimiento para disolver la protesta y un incendio terminó con la vida de las obreras.
Si bien se conmemora todos los 8 de marzo, una fecha institucionalizada por las Naciones Unidas en 1975, es importante conocer que esto no siempre fue así, de hecho la primera conmemoración ocurrió en el continente europeo, específicamente en países como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. En aquella ocasión, la fecha elegida fue el 19 de marzo de 1911 donde se conmemoró el «día internacional de la mujer trabajadora». Allí asistieron millones de mujeres que pidieron por el derecho al voto, al trabajo, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.
Desde aquel entonces, la idea de que la mujer trabajadora tuviera un día en el calendario que recordara sus luchas se extendió alrededor de los países y continentes mientras que a través de una Asamblea general, la ONU declaró el día que atraviesa a las diferentes culturas y costumbres sin importar las diferencias entre unos y otros.
En Sudáfrica en cambio es otra la fecha elegida para recordar y enarbolar la lucha de las mujeres. Otras luchas, los mismos derechos pisoteados por sociedades patriarcales, que en el caso del país del sur del continente africano se vieron agravadas por el racismo y la segregación racial que sufrieron los negros durante los tiempos del Apartheid.
Retomamos el análisis de la Licenciada en periodismo Aurora Moreno Alcojor, quien transita su carrera investigando y describiendo la realidad africana. Aquí su trabajo por el Día internacional de la mujer.
Por Aurora Moreno Alcojor*-
El día de las mujeres no se celebra en Sudáfrica el 8 de marzo, sino 9 de agosto. En esa fecha se conmemora a las cerca de 20.000 mujeres que en el año 1956, bajo el brutal régimen del Apartheid, se manifestaron en Pretoria contra la extensión a las mujeres de la “Ley de pases”, una norma que obligaba a todas aquellas personas definidas como “bantúes”, de acuerdo a los parámetros segregacionistas que establecía la “Population Registration Act”, a llevar consigo de manera permanente una ficha policial en la que se registraba dónde vivían y trabajan y, por lo tanto, dónde podían estar. Una ficha que, a todos los efectos, servía a las autoridades para vigilar e impedir cualquier movimiento no autorizado de la población negra.
Ese 9 de agosto, un grupo de mujeres llegadas desde Johannesburgo, Soweto, Alexandra y otros lugares más alejados, marcharon durante horas, algunas con sus bebés a la espalda, hasta el edificio gubernamental de Pretoria donde permanecieron en silencio durante 30 minutos en una poderosa demostración de resistencia no violenta. Su reclamación era sencilla: hablar con el entonces Primer Ministro Johannes Gerhardus Strijdom, y exigirle que derogase la mencionada ley de pases. Mujeres con estudios y mujeres que apenas sabían leer, jóvenes y mayores, solteras, trabajadoras o sin empleo, embarazadas o con niños a su cuidado hasta conformar las 20.000 almas.
No era una movilización aislada ni esporádica. Era la culminación de meses de organización y, a la vez, un momento que marcó el inicio de dos años de más protestas contra la “Ley de pases”. Reivindicaciones que sólo acabarían en 1958, cuando cientos de mujeres fueron detenidas en Johannesburgo.
A la cabeza de la manifestación se encontraba Albertina Sisulu, acompañada de su compañera y amiga Lilian Ngoyi, entonces presidenta de la Liga de Mujeres del Congreso Nacional Africano (CNA), la única mujer en la Ejecutiva Nacional del mismo, y representante en algunas a conferencias internacionales; de Rahima Moosa -miembro del Congreso Indio Africano- y Sophia Williams de Bruyn, una de las fundadoras del mayor sindicato del momento y miembro del Congreso de Gente de Color (Coloured People’s Congress), y de Helen Joseph -nacida en Inglaterra, blanca, y firme luchadora contra el Apartheid–
“Nos quedamos allí y cantamos Nkosi Sikelel’ iAfrika [el himno no oficial del país]. Imagínate escuchar 20.000 voces cantando al unísono en aquel anfiteatro”, rememoraba más tarde Sisulu. Entre las frases que se pudieron escuchar aquel día hubo una que luego se convertiría en lema de las manifestaciones de mujeres: «Wa’thinthabafazi, wathint’imboko,uzokufa» que se podría traducir como: “Has tocado a las mujeres; has chocado contra una piedra”.
Allí, algunas filas más atrás, estaban también Mary Ngalo, miembro de la Federación de Mujeres Sudafricanas, que en los años 60 tendría que huir a Tanzania para evitar la cárcel y donde se convertiría en secretaria de la Sección de Mujeres del CNA; Mary Thipe, que más tarde tendría un importante papel en la organización de boicots contra numerosos productos (otra de las formas de resistencia impulsadas por las mujeres), y Mildred Leisa, que con menos de 22 años ya había ido puerta por puerta recogiendo las peticiones de las familias para impulsar la Carta de la Libertad, donde se recogían las demandas de la población no blanca sudafricana y en 1994 sería elegida parlamentaria en las primeras elecciones libres. También sostenían las pancartas las manos de Nokukhyanya Bhengu -más tarde conocida como Ma Bhengu Luthuli por el apellido de su marido, primer premio nobel del país-, o Berta Gxowa, que había participado muy activamente en la campaña de Desafíos al principio de la década, Amina Cachalia o Violet Weinberg y muchas otras, algunas de cuyas historias fueron identificadas y recogidas por el Mail & Guardian sudafricano con motivo del 50° aniversario de la manifestación.
Eran mujeres que compaginaron las luchas políticas con las dificultades de la vida diaria, que se organizaban en pequeños grupos locales, pero que también tomaban la palabra en los grandes encuentros, que viajaban para participar en los mítines, que sacaron adelante a sus familias, muchas veces solas cuando sus maridos eran encarcelados, y que permitieron mantener viva la mecha de la protesta durante las cuatro décadas que duró el Apartheid. Una lucha que además conllevaba un profundo trabajo de solidaridad de otras muchas compañeras que, desde un segundo plano, cuidaban a los hijos de las ausentes y se ocupaban de sus quehaceres en una época en la que asistir a las reuniones y manifestaciones implicaba un alto riesgo de terminar en la cárcel.
Una red tejida a lo largo de muchos años, que recogía los frutos de décadas de trabajo de otras mujeres que desde comienzos de siglo se habían movilizado contra la segregación y las precarias condiciones de vida. Seguían la estela de mujeres como Charlotte Makgomo Maxeke, fundadora de la Liga de Mujeres Bantú, líder religiosa y la primera en lograr una carrera universitaria en Sudáfrica. Porque, generalmente, la pertenencia al partido, la asistencia a las manifestaciones y la participación en actos de resistencia se iban contagiando de unas mujeres a otras. Así lo cuenta la propia Albertina Sisulu, quien aseguró haberse unido al Congreso Nacional Africano en 1948, ya casada y embarazada, gracias a la insistencia y pasión de su amiga Lilian Ngoyi, que solía invitarle a reflexionar “sobre el futuro que iba a dejar al hijo que iba a traer al mundo”.
Del hospital a la movilización
Albertina Sisulu -cuyo nombre de nacimiento no era tal- fue quizás solo una más de todas estas muchas luchadoras, pero su compromiso, su longevidad -vivió hasta los 92 años- y su relación con Walter Sisulu la llevaron a convertirse en una de las figuras más reconocidas, hasta el punto de ser considerada “la madre de Sudáfrica”. Nontsikelelo Tetiwe, pues ése era su verdadero nombre, nació en 1918 en el Transkei, en la actual provincia oriental del Cabo. Fue al conseguir una beca para la educación secundaria cuando se vio obligada a elegir un nombre europeo para poder continuar su formación. Acabó con buenas notas sus estudios de enfermería y pronto consiguió su primer trabajo, en el área de ‘no blancos’ del Hospital de Johannesburgo. Fue allí, fuera de su ciudad natal y en contacto diario con gente blanca, donde comenzó a ser consciente de la profunda discriminación a la que eran sometidas las personas negras en su país.
Si ya era evidente en todos los aspectos de la vida, en el hospital era aún peor, tanto por el trato que se daba a los pacientes negros como por las continuas faltas de respeto que vivían las propias enfermeras negras respecto a sus homólogas blancas. Eran consideradas profesionales de tercera categoría, cuyas opiniones y saberes no valían nada.
En 1948, Albertina se sumó a la Liga de Mujeres del CNA, desde donde participó en la Campaña de Desafío contra el Gobierno que promovía movilizaciones populares constantes. Si en los primeros años de su matrimonio su casa fue uno de los centros neurálgicos del partido, en los 50 se convirtió en una escuela abierta en oposición a la Ley Bantú de 1953, por la que se estableció una educación separada y de bajo nivel para las poblaciones “no blancas” de Sudáfrica. Pronto se implicó en la redacción de la Carta de Derechos, y más tarde formaría parte de la Federación de Mujeres Sudafricanas, creada en 1954, desde donde lideraría la masiva campaña contra los “pases” para mujeres. Una campaña que se extendió a lo largo de dos años y que sólo finalizó en 1958, tras las encarcelaciones masivas de mujeres. Entre ellas estaba la propia Sisulu, que pasó seis semanas en prisión hasta que finalmente fue declarada “no culpable” en un juicio en el que Nelson Mandela fue el encargado de su defensa.
Desde 1960, pertenecer al CNA o al Partido Comunista quedó prohibido en el país y la mayoría de líderes pasaron a la clandestinidad. Tres años después, Albertina fue arrestada de nuevo y permaneció dos meses en prisión incomunicada, sin saber de qué se le acusa, bajo una nueva ley que permitía detenciones sin cargos de hasta 90 días. Al salir, fue informada de que su marido y muchos de los miembros de su círculo de amigos habían sido condenados a cadena perpetua en los Juicios de Ribonia. Cumplirán condena en Robben Island, a 1.400 kilómetros de Johannesburgo.
Desde entonces, ella también sufrió domiciliarios y prohibiciones para participar en mítines o reuniones políticas, pero su casa siguió siendo centro de actividades del partido y ella retomó su trabajo como enfermera y se implicó en la actividad comunitaria. Muchas de sus compañeras también reciben órdenes de prohibición, mientras que otras se exiliaron para continuar apoyando las protestas desde fuera del país. Mientras tanto, aparecieron otras mujeres para tomar el relevo: en los años 60 y 70 comienza a formarse el movimiento estudiantil de Conciencia Negra, del que Mamphela Ramphele será una de sus representantes, y en los 80 Winnie Mandela se convierte en una de las voces más radicales del partido.
En estas décadas la lucha se hace cada vez más virulenta, al igual que la represión, que provoca miles de encarcelados y muertos. Los años 80 son de gran dureza, pero a la vez, el Régimen muestra algunos, pequeños, signos de apertura. En 1981 la orden de ‘prohibición’ contra Albertina es revocada, y se convierte en una especie de portavoz no oficial del CNA. A sus 63 años es una voz respetada, tiene carisma y consigue además cierto renombre internacional. Por mediación de Desmond Tutú es invitada a la Casa Blanca, lo que obliga al gobierno Sudafricano a concederle un pasaporte con el que realiza un viaje de seis semanas por diversas capitales europeas, además de Washington, entrevistándose con Margareth Tatcher y George Bush, dos de los grandes apoyos de la Sudáfrica del Apartheid hasta bien entrados los años 80. El viaje a Londres, en 1989, es histórico para ella. Se dirige a la capital inglesa con dos de sus camaradas, la monja y activista Sister Bernard Ncube y Jessie Duarte, a la que la propia Albertina había introducido en política, además de otras lideresas del Frente Democrático Unido. Allí participaron en un concurrido mitin el 21 de junio de ese año, en el que exigieron a Inglaterra que impusiera mayores sanciones al régimen del Apartheid.
Por entonces nada indicaba que el final del Apartheid estuviera cerca, aunque el Estado se veía obligado a negociar y las conversaciones secretas con Mandela terminan con la liberación de Walter Sisulu, en 1989. Dos años después, era el propio Mandela quien salía de la cárcel y el país se encaminaba hacia la transición. En 1994, Albertina participa en las primeras elecciones libres en la historia de su país y es elegida parlamentaria, pero se retira tras el primer mandato. Iniciará entonces unos años alejada de la vida pública, en los que continúa con el trabajo comunitario y de base a través de una fundación dedicada a apoyar a la infancia y la vejez, hasta su fallecimiento en 2011.
*Aurora Moreno Alcojor es licenciada en Periodismo y me especialicé en relaciones internacionales y temas africanos.
Artículo publicado en África Eye, presentado y editado por el equipo de PIA Global.