Arellano con sapiencia, trataba de encontrar explicaciones a dicha decisión y desentrañar el intríngulis del asunto. Con mucho respeto por el presidente Putin, me permití diferir de su opinión que le achacaba la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Ucrania a los bolcheviques y a Vladimir I. Lenin.
Cuando los bolcheviques llegaron al poder, no solo tuvieron que formar un gobierno para dirigir Rusia sino todo el gigantesco imperio zarista que agrupaba a alrededor de 100 nacionalidades, la mayoría de las cuales habían sido incorporadas a la fuerza. La creación de la Unión Soviética que llegó a tener 15 repúblicas socialistas, 20 repúblicas autónomas, 125 óblasts, 7 óblats autónomos, 10 distritos autónomos y 7 krais, fue el intento diseñado por los bolcheviques para resolver el problema de las nacionalidades y darle a cada una la representación que merecía.
Si eso se deformó no fue culpa de los bolcheviques y mucho menos de Lenin. Hay que recordar que todo eso se hizo en medio del asedio absoluto del capitalismo mundial que pretendió destruir el naciente poder de obreros y campesinos cuando nacía en el marco de una hambruna generalizada de los pueblos. «Pan, Paz y Tierra» fue la consigna bolchevique de entonces. Por cierto, esa decisión fue la que permitió a los ucranianos tener por primera vez un Estado Nacional. Si eso fue un error como planteó el presidente Putin, es bastante discutible o al menos, necesario de debatir.
Pero es comprensible que entre Lenin y Putin haya diferencias, el fundador de la Unión Soviética era un revolucionario comunista e internacionalista y Putin, un nacionalista ruso que se ha propuesto defender y salvaguardar los intereses de su país cuando ya no existe el mundo bipolar.
Otra arista del problema es la razón jurídica enmarcada en el derecho internacional. Sabiendo que éste es un instrumento para ser cumplido sólo por los países pobres, atrasados y subdesarrollados, lo cierto es que Rusia actuó como lo que es: una gran potencia mundial a la que solo se ha podido avasallar mediante la traición de Gorbachov y la incompetencia etílica de Yeltsin. Putin llegó al poder a comienzos de siglo para recuperar el honor y la dignidad de Rusia que desde el mismo momento de la desaparición de la Unión Soviética fue vilipendiada y marginada de su condición de potencia dentro del sistema internacional.
El debate y argumento principal de Occidente para decidir sanciones contra Rusia es que se violentó la soberanía y la integridad territorial de Ucrania tras la decisión tomada por Putin el pasado lunes 21, pero está visto que las potencias actúan así en cualquier condición. Nadie ha hecho escándalo por las 8 invasiones militares, las 11 revoluciones de colores y los más de 20 países sancionados por Estados Unidos desde la desaparición de la Unión Soviética mientras se trataba de instalar un sistema internacional unipolar basado en el uso de la fuerza que ha significado millones de víctimas en todo el planeta, marginando además al derecho internacional que ha pasado a ser una entelequia a la que apelan los países del sur para intentar salvaguardar su existencia.
En este ámbito, el argumento más sólido esgrimido por Rusia para explicar su decisión, fue dado a conocer por el presidente Putin al informar que la medida tomada se hizo con el fin de evitar que se siguiera realizando un genocidio. Hay que recordar que la aún vigente y mal llamada Declaración “Universal” de Derechos Humanos de la ONU establece en su artículo 3 que: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Rusia actuó en defensa de la vida y la seguridad de 4 millones de ciudadanos que corren peligro cotidianamente desde hace 8 años.
Hay que recordar que el actual gobierno de Ucrania es heredero de un golpe de Estado fascista en la que bajo conducción de Occidente, la OTAN y en especial de Estados Unidos en la figura de la sub secretaria de Estado para asuntos europeos Victoria Nuland, promovieron la acción vandálica de grupos neonazis que hasta se permitieron incendiar sinagogas bajo la mirada complaciente de Estados Unidos y el silencio cómplice de Israel, a quien el falso discurso del “antisemitismo” se le olvidó transitoriamente.
Fue precisamente esta funcionaria quien en una conversación con el embajador estadounidense en Ucrania Geoffrey Pyatt en febrero de 2014 cuando ultimaban detalles sobre la forma de derrocar al gobierno de Víktor Yanukóvic, expuso el talante despreciativo que siente Estados Unidos por sus “aliados”. Ante una observación del embajador Pyatt en el sentido de que determinadas decisiones de su país no concordaban con la opinión de la Unión Europea, Nuland exteriorizó la emblemática frase que define el poco respeto y consideración que tiene Estados Unidos por sus socios del Viejo Continente: “Que se joda la Unión Europea” expresó la hoy subsecretaria de Estado para asuntos políticos.
Hay que recordar también que el nacimiento de las repúblicas de Donetsk y Lugansk tuvo su origen en el rechazo a ese golpe de Estado, dadas las acciones racistas, extremistas y violadoras de derechos humanos por parte de la administración ucraniana contra la minoría rusa que habita esos territorios. En este sentido, la creación de estas instancias, respondió al derecho de legítima defensa, consagrado en todos los documentos atingentes al tema en el marco del derecho internacional
Han sido ocho años de denuncias continuas y permanentes, simultaneas a la inoperancia del Formato de Normandía y los Acuerdos de Minsk al que Estados Unidos y Europa siempre le concedieron poca importancia, sin jamás hacer un esfuerzo mínimo para conminar al gobierno subordinado de Ucrania a que los cumpliera. Ahora, Occidente se acordó de los acuerdos de Minsk, los que después de años de estar apartados de la media informativa, ha comenzado a atiborrar desde ayer las salas de redacción y los estudios de los canales de televisión. Incluso, el presidente francés, con total desparpajo, ha creído válido utilizarlos como instrumento para su campaña electoral.
Finalmente, en el marco del maltrecho orden internacional, lo que se debe analizar es, si se interviene militarmente en un país para promover un genocidio como lo ha hecho Estados Unidos en Venezuela, Nicaragua y Cuba o se interviene para evitar un genocidio. En el caso de Cuba se prueba que el derecho internacional es solo un “saludo a la bandera” como lo muestran 63 años de bloqueo repudiado por casi toda la humanidad menos dos países, decisión que todos los presidentes de Estados Unidos han echado al tiesto de la basura.
Precisamente, en la década de los 70 de siglo pasado, Cuba “invadió” Angola, ayudando a concretar la independencia de ese país y haciendo el aporte más relevante para destruir el oprobioso apartheid que convivía bajo la mirada cómplice de Occidente, mientras se ejecutaba un largo genocidio contra la población negra de Sudáfrica. ¿Alguien puede objetar que haya sido un pequeño país subdesarrollado el que haya hecho la mayor contribución para conseguir el fin del apartheid?
¿Quién puede creer en el derecho internacional, en el sistema multilateral y en la ONU cuando el pueblo saharaui ha esperado por 30 años el referéndum prometido para definir su status político?, no realizado porque Europa, los poderes coloniales y los intereses económicos de Occidente le han dado la venia a Marruecos para que protagonice otro genocidio continuado, solo evitado en su total dimensión, por la acción solidaria de África y en particular de Argelia. ¿Dónde está el derecho internacional?
Pero, más allá de estos sucesos que llenan el espacio informativo de los últimos días, lo interesante es estudiar qué está ocurriendo realmente en la dinámica internacional y qué repercusiones tienen estos hechos en la emergencia de un nuevo orden mundial que se anuncia .¿Cual es la verdadera intención de Estados Unidos al organizar una guerra para que Europa sea nuevamente devastada, tal vez por tercera vez en cien años?
En el trasfondo lo que está en juego son los intereses superiores del capitalismo global que observa impávido la pérdida de su poder omnímodo. Ucrania es solo un instrumento despreciable para Occidente en la búsqueda de lograr su objetivo primordial que es salvar al capitalismo en el momento de su mayor y creciente debilidad. En particular, está visto a través de la historia que a Estados Unidos no le importa sacrificar millones de vidas, incluyendo la de sus propios ciudadanos humildes que son los que conforman su ejército, si de preservar su sistema se trata. Sus 800 bases militares en todo el mundo y sus 11 portaviones son el instrumento más importante con que cuenta Estados Unidos para resolver los problemas que plantea el derecho internacional.
Durante los cinco últimos siglos, es decir desde que se inició la globalización hegemonizada por Occidente, el poder mundial se asentaba sobre el control de los mares. Eso ha comenzado a cambiar generando una transformación paradigmática en la que Estados Unidos está quedando fuera. La creación de un gran espacio euroasiático en territorio terrestre a partir de la alianza entre Rusia y China establece parámetros novedosos en la estructuración del poder mundial. Hay que tener en cuenta que fueron pensadores occidentales como el inglés Halford Mackinder y el estadounidense de origen neerlandés Nicholas Spykman quienes expusieron que el control del Asia Central como “corazón continental” o “área pivote”, conduciría al control del mundo.
En años recientes la alianza ruso-china que ha llegado al súmmum de su fortaleza tras la declaración conjunta del 4 de febrero pasado firmada por los presidentes de ambos países en Beijing, manifiesta la concreción de los primeros pasos en la creación de un nuevo orden mundial. Tras la derrota y huida de Afganistán por parte de Estados Unidos y la OTAN, y después del fracaso de los golpes de Estado en Kirguistán en enero de 2020 y en Kazajistán en enero de este año, se ha puesto de relieve la incapacidad de Estados Unidos por dominar ese territorio estratégico del planeta.
La alianza euroasiática está sustentada por la pertenencia de Rusia a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que mostró su eficacia, evitando el golpe de Estado en Kazajistán, además de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde participan China y Rusia con el objetivo de cooperar en materia política, económica y de seguridad. Vale decir que a esta organización también pertenecen India y Pakistán, al mismo tiempo que Irán, Bielorrusia, Mongolia y Afganistán esperan aprobación para su ingreso.
De la misma manera la Unión Euroasiática conformada por cinco países constituye la extensión exitosa de vínculos económicos y comerciales en el más amplio espacio terrestre del planeta.
China por su parte promovió y creó la mayor alianza económica del mundo, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés). Esta asociación constituye el 30% de la población mundial. Pero el ámbito de mayor alcance en la región y el mundo es la nueva Ruta de la Seda proyecto desarrollado por China para el cual ha destinado hasta ahora 900.000 millones de dólares distribuidos entre 72 países, con una población de unos 5.000 millones de habitantes o sea el 65% de la población mundial según apunta el periodista belga Marc Vandepitte en un reciente artículo.
El gran peligro para Estados Unidos y su sistema de predominio mundial es la incorporación de Europa y en particular de Alemania a este sistema. Si ello ocurriera, se desmoronaría irremediablemente todo la estructura hegemónica construida tras la segunda guerra mundial que tiene en la democracia representativa de corte occidental su sustento político, la Organización de Naciones Unidas su instrumento de control global, la OTAN es el soporte militar de presión, chantaje y amenaza y el Sistema de Bretton Woods constituido a partir del control occidental del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, los pilares para sostener económica y financieramente su hegemonía global. La subordinación y control de Europa es fundamental para sustentar este modelo diseñado desde que se pusiera en práctica el Plan Marshall tras el fin de la segunda guerra mundial.
El objetivo fundamental de la política estadounidense ha sido evitar que se produjeran acuerdos de integración energética entre Rusia y Europa que podrían sellar una alianza estratégica mutuamente beneficiosa para ambas partes, que por añadidura enlazaría a Europa con China dejando a Estados Unidos alejado de la posibilidad de seguir manteniendo la supremacía energética en Europa, que junto a la OTAN configuran los pilares que garantizan el control del Viejo Continente por parte de Estados Unidos. Según el periodista estadounidense Mike Whitney, el objetivo de Estados Unidos al desatar el conflicto ucraniano es impedir que el gasoducto Nord Stream 2 sea puesto en funcionamiento como lo señalara explícitamente Victoria Nuland y el propio Joe Biden.
La idea de las acciones de Estados Unidos se sustenta en la doctrina Clinton de política exterior aplicada en Libia que se resume en la frase: “Fuimos, vimos y él murió”, pronunciada por la ex secretaria de Estado tras el asesinato de Muamar Gadafi. No se puede olvidar que la señora Clinton era secretaria de Estado cuando Biden era vicepresidente.
El verdadero desenlace del problema se va a producir cuando los ciudadanos europeos despierten de su aletargamiento y le pregunten a sus autoridades porque los campesinos de España, Portugal e Italia perdieron el mercado ruso que le compraba su producción de cítricos, aceite de oliva, verduras y otros productos sumiéndolos en una crisis aún más severa. ¿Por qué tienen que pagar tres y cuatro veces más por el combustible, solo para satisfacer a Estados Unidos? Y si se desata la guerra, ¿por qué tienen que poner los muertos y asistir a la destrucción de sus ciudades para hacer felices a sus líderes políticos que han decidido subordinarse a Washington?
Esperemos que ello no ocurra y prime la sensatez. No vale la pena morir por algunos oligarcas que previendo el desastre que están generando en la Tierra aceleran la carrera espacial suponiendo que pueden escapar del desastre que están creando por su afán de lucro y ganancia desmedida.
Notas:
*Analista internacional. Exdirector de Relaciones Internacionales de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela.
Fuente: Colaboración
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