Europa

Boris Johnson, atrapado en sus propios embustes

Por Francisco Herranz* –
Los escándalos se acumulan en Downing Street y socavan el futuro del primer ministro británico, Boris Johnson.

Casos que apestan a corrupción, como el de un diputado conservador, de nombre Owen Paterson, a quien se le descubrió que cobraba de empresas privadas y defendía los intereses de las mismas ante entidades gubernamentales, aprovechando su posición privilegiada de parlamentario en el Palacio de Westminster.

A pesar de eso, Johnson promovió una reforma legal del órgano que sancionó a Patterson para cambiar sus reglas de funcionamiento y suspender la condena. La enmienda fue aprobada con los votos tories. Pero el alboroto alcanzó tal magnitud que dieron marcha atrás, Patterson dimitió y Johnson admitió que había sido un grave error.

Y no es el único caso. Otros actos rayan la indecencia, como el asunto de las fiestas navideñas de 2020. La prensa británica, incluida la conservadora, ha mostrado pruebas contundentes que demuestran que se celebraron varios festejos en instalaciones gubernamentales precisamente cuando las restricciones prohibían a los ciudadanos ese tipo de reuniones para evitar así la propagación de la pandemia.

Una de esas evidencias es un vídeo indignante en el que los entonces responsables de comunicación de la Presidencia del Gobierno se ríen de lo ocurrido durante un ensayo de conferencia de prensa. Al final se descubrió que fueron nada menos que siete las reuniones festivas. Johnson pidió disculpas, pero no por las fiestas, sino porque su secretaria de prensa bromeó sobre las restricciones. Lo peor de todo es que él mintió diciendo que no hubo fiestas y que no se violaron las normas. Enfrentado a otro medio de comunicación que desveló que sí había participado en una especie de concurso, Downing Street dijo que todo fue virtual y que duró poco tiempo.

A estos dos ejemplos de mala praxis y embustes, podríamos sumar otros sucesos bien sonados: las irregularidades detectadas para financiar mediante donaciones las reformas acometidas en el apartamento del propio Johnson en Downing Street o la desastrosa organización durante la evacuación militar de Afganistán en agosto de este año, con buena parte de su Administración de vacaciones y sin coger el teléfono.

El peor momento

Johnson atraviesa, indudablemente, su peor momento como primer ministro desde su abrumadora victoria en las elecciones anticipadas de 2019, cuando ganó 365 escaños de los 650 que estaban en juego. Fue el mayor triunfo para el Partido Conservador desde la victoria de Margaret Thatcher en 1987.

Pero esa gesta electoral parece ahora muy lejana en el tiempo, pues su popularidad anda por los suelos. Los últimos sondeos demoscópicos, fechados en noviembre, apuntan a un 64% de desaprobación ciudadana hacia su gestión. Nunca estuvieron tan bajos esos índices de opinión, ni tan siquiera en octubre de 2020 cuando arreciaban los terribles efectos de la pandemia por el coronavirus.

¿Quiere decir esto que estamos viviendo sus últimos días? Para nada. Johnson es un astuto manipulador, un experto en generar cortinas de humo que distraen o reducen el hartazgo de sus compatriotas. Un político incapaz de admitir sus errores o rendir cuentas. Es fiel a la llamada ley del embudo, que sostiene aquello de que lo ancho es para mí y lo estrecho para ti, aquello de que existe una norma para todos y otra solo para mí.

No obstante, eso no significa que no se encuentre actualmente en una situación muy delicada, tanto que ya han salido a la palestra los nombres de posibles sucesores para sustituirle como Lizz Truss, Rishi Sunak, Matt Hancock o Priti Patel, todas ellas figuras muy destacadas de su propio Ejecutivo. Trussi dirige Asuntos Exteriores; Sunak, Hacienda; Hancock, Salud; Patel, Interior. Todos esperan.

Capacidad para afrontar escándalos

Como sostiene Daniel Gil Iglesias, un joven politólogo español que colabora habitualmente en The Political Room, la cuestión es que en este momento confluyen varios factores que hacen que la posición de Johnson sea bastante débil.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el liderazgo de Johnson en el Partido Conservador ha estado mucho más discutido y es más vulnerable de lo que pudiera parecer. Él representa un giro bastante pronunciado del estilo y de las costumbres clásicas de los tories que no gusta a todos. «Lo que ocurre es que gana las elecciones, mientras el partido le perciba como un candidato fuerte electoralmente su posición estará asegurada por mucho que no les guste», afirma.

«El problema de estar en esa situación es que en cuanto tu fuerza electoral se debilite el partido sacará los cuchillos y eso es lo que está ocurriendo. Además, dentro del partido están generando muchas divisiones las nuevas restricciones del COVID, lo que aumenta la fragmentación», estima Gil Iglesias.

Principalmente hay dos sectores dentro del partido en contra de él. La vieja escuela, a los que el estilo y formas de Johnson nunca gustaron, y los aliados de la exprimera ministra Theresa May, que están tratando de cobrarse una dulce venganza. Y por supuesto, Dominic Cummings, el exasesor personal de Johnson, que ha estado criticándole y difundiendo información dañina para Johnson desde que dejó el Gobierno y podría estar detrás de las filtraciones a la prensa.

«Hasta ahora Johnson ha mostrado una enorme capacidad para hacer frente a los escándalos, pero esa habilidad se apoyaba en su fortaleza electoral y ésta comienza a erosionarse comprometiendo las bases de su poder en el partido», asegura el politólogo.

La rebelión de 100 diputados tories que no aceptaron las nuevas restricciones que él había propuesto ante la Cámara de los Comunes para frenar el azote de la variante ómicron, supone un claro mensaje de desautorización interna que se suma al creciente descrédito popular. El motín tiene algo de simbólico, algo de preludio de un futuro problema electoral mucho mayor. Esa vía de agua representa un serio peligro de hundimiento, aunque todavía no parezca inminente.

*Francisco Herranz, periodista español.

Artículo publicado en Sputnik.

Foto de portada: © AP Photo / Hollie Adams.

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