Bol no fue testigo de la independencia sursudanesa al fallecer poco más de un año antes, pues el 9 de julio de 2011 su nación vio la luz.
Seguramente el hombre que asombró por sus 2,31 metros de altura y por derivada capacidad taponadora hubiera estado muy feliz al conocer la independencia, pues desde su compromiso por el activismo y de ser un promotor de la ayuda humanitaria, se fue involucrando en la causa de la autodeterminación de su patria hasta convertirse en una figura muy conocida. Pero ese ambiente tan impregnado por el optimismo, de ver el fruto de una lucha de más de medio siglo, pronto se echaría a perder cuando en diciembre de 2013 el país ingresó en guerra civil.
Un sur discriminado
La entrada en este nuevo panorama agravó las condiciones precarias preexistentes, en parte producto de dos guerras civiles (libradas entre 1955-1972 y 1983-2005), explicadas por el predominio del norte, de mayoría árabe e islámica, sobre un sur marginado y explotado, entre cristiano y de religiones tradicionales, pauta de un país étnicamente diverso. Puede afirmarse que desde 1956 Sudán naciera enfermo a partir de ese desequilibrio que incidió en la marginación del pedido de autodeterminación sureño y, en contrapartida, la imposición del árabe y de la religión islámica, junto al dominio general del norte.
La esperanza sursudanesa en cuanto a la independencia fue fluctuante. Tuvo sus mejores momentos, como a finales de la década de 1960, con el ascenso de Gaafar al-Numeiri, quien puso término a la primera guerra civil en 1972. La paz duraría apenas un poco más de una década, pero acompañada por una creciente deriva autoritaria e islamista. Esas esperanzas iniciales quedaron truncas cuando en 1983 dicho gobernante tomó medidas en contra de la autonomía del territorio del sur, dividido en tres unidades administrativas con gobernadores electos por él Se omitía así el proceso habilitado por la asamblea regional, hasta concluir en la abolición de la región autónoma de Sudán del Sur. El estallido de una nueva guerra dañó al gobierno y precipitó su caída.
Luego de algunas administraciones que intentaron desmantelar el legado del caído y su dimensión represiva, los esfuerzos se vieron inútiles al asumir una junta de militar que inició una etapa de mandato caracterizada por el islamismo y la yihad represiva, de la mano de Omar al-Bashir y su mentor, Hassan al-Turabi. Desde mediados de 1989 sería el comienzo de una dictadura de treinta años que recrudeció los pesares de los pueblos del sur, en base a una situación crítica que Jartum aprovechó para explotar legitimando más la represión y echando en cara que los problemas sursudaneses se debían a conflictos internos y no a la política discriminatoria del norte.
Junto a la oposición septentrional, se iba haciendo fuerte el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLM/A, por su sigla en inglés), surgido en los albores de la segunda guerra civil como facción combatiente del movimiento político que hoy integra la constelación de partidos sursudaneses. John Garang fue su líder más prominente, hasta su muerte, ocurrida en 2005 en un accidente aéreo.
Bashir, unificando el poder y al partido gobernante, impulsó la aniquilación del SPLM/A y de cualquier disidencia sureña. En general, la deriva islamista convirtió al país en un Estado paria y en santuario para el yihadismo internacional. Por su parte, en la ciudad natal de Garang, Bor, se produjo una de las peores masacres de la guerra alentada por la división étnica nuer-dinka, en 1991, de la cual volvería a hablarse varios años después.
Entre la paz y una nueva (pero repetida) guerra civil
El alejamiento de Turabi del gobierno dejó a Bashir solo pero pronto este halló un nuevo aliado: el petróleo. Desde fines de los 90 el crudo garantizó la continuidad de la dictadura ya sin su principal ideólogo. Sin embargo, las ganancias generadas por la nueva renta no incidieron en mejoras generales sino en el refuerzo del gasto en defensa y seguridad, así como el ingreso sudanés en la OPEP y el principal soporte de la guerra, pasando a ser el principal recurso económico. Ese mismo potencial fue el que a Jartum le sirvió para lidiar con el conflicto en Darfur, reconocido más tarde como el primer genocidio del siglo XXI.
Mientras tanto, en el sur se aprestaban los preparativos de paz para finalizar la segunda guerra civil de la mano de la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo (IGAD, por su sigla en inglés, organismo con competencia en África Oriental) el cual ya había mediado con anterioridad, aunque sin demasiado éxito.
Diversas negociaciones desde 2002 hasta principios de 2005 concluyeron con la firma del acuerdo de paz el 9 de enero de 2005, aunque no definitivo en materia de relaciones entre el norte y el sur, y que dejó varios puntos indeterminados eje de conflictos persistentes entre ambos. Desde ya, no todos los grupos acataron este compromiso, como en Kordofán Sur y en Nilo Azul. Garang fue elegido vicepresidente del gobierno de unidad surgido, si bien él presionó por la secesión sureña.
Por su parte, la marcha de los asuntos en Darfur tensionó las difíciles relaciones entre el gobierno y el SPLM/A. El sur presionaba por la libertad. Tras un período transitorio dispuesto por el acuerdo de paz de principios de 2005, este fue sucedido por la convocatoria del referéndum celebrado entre el 9 y el 15 de enero de 2011 que hizo posible la independencia y el nacimiento de la República de Sudán del Sur. Más del 98% de la población votó en favor de la separación.
Desde el 9 de julio de 2011 ambos Estados se enfrentaron por la disputa fronteriza en Abyei, entre otros motivos, varios basados en la puja por el petróleo. La situación en Darfur no amainó y en el nuevo país en 2011 surgieron grupos armados y contrarios a la política de Salva Kiir, críticos de la corrupción del partido gobernante y del predominio de la etnia dinka por sobre otras. Durante buena parte del 2013 Kiir trató de acercarse a la oposición, aceptando sus términos algunas facciones y otras no. Su vicepresidente, Riek Machar, de extracción étnica nuer, fue apartado del gobierno debido a reformas adoptadas. En diciembre de ese año se produjo un golpe y Machar, quien fundó su movimiento armado, el Ejército Popular de Liberación de Sudán en la Oposición (SPLA/IO, en inglés), de mayoría nuer, fue acusado y perseguido por ello.
En agosto de 2015 se llegó a un acuerdo que, no obstante, quedó trunco por choques en 2016. Hubo que esperar hasta 2018, al firmar las partes beligerantes un acuerdo de paz en septiembre, llevado a la práctica en febrero de 2020, anunciando un gobierno de reconciliación nacional y ciertos compromisos que aún deben cumplirse, como la sanción de una Constitución definitiva que habilite el llamado a elecciones.
Si bien Sudán del Sur tiene potencial agrícola, gracias a tantos años de conflicto el territorio atraviesa hace tiempo una dura crisis humanitaria con 7 de sus 11 millones de habitantes con hambre, el 60% de la población, y la recurrencia de choques intercomunitarios producto de las falencias más básicas. A nivel hambruna, es la nación del mundo que más lo ha sufrido debido a su corta existencia y el conflicto la convirtió en la peor crisis de refugiados africana, en 2016. Poco parece haber cambiado: es la cuarta nación del mundo en ese aspecto, con más de 2 millones de sursudaneses en países vecinos.
*Omer Freixa, es historiador africanista argentino. Profesor y licenciado en historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos (Universidad Nacional de Tres de Febrero -UNTREF-). Docente, investigador y divulgador.
Artículo publicado en Áfricaye.org y fue editado por el equipo de PIA Global