Europa

Chips, mapas y armas: ¿qué tiene que ver un ERTE en Palencia con la Guerra Fría entre China y Estados Unidos?

Por Jaume Portell Caño* –
Disponer de semiconductores se convierte en una cuestión de seguridad nacional y económica de primer orden.

La escasez de semiconductores, una pieza imprescindible en todos los dispositivos electrónicos que se utilizan en el día a día, ya ha provocado el parón de la producción de coches en muchos lugares del mundo, entre ellos València, Vitoria o Barcelona. Estas minúsculas piezas son uno de los motivos de la creciente tensión entre China y Estados Unidos, expresada a través de sus relaciones con Taiwán.

Juan —llamémosle Juan— trabaja haciendo coches. Es un empleo digno, y lleva haciéndolo desde hace más de veinte años. Su padre y sus tíos habían trabajado en la misma planta hasta la jubilación. Juan es un hombre puntual y responsable y, aunque cada vez le duele más la espalda, sigue esforzándose como si el tiempo no hubiera pasado. Los nombres de las empresas de coches son tan reconocidos que la gente del entorno de las fábricas las menciona como si fueran de la familia: la Seat, la Ford, la Mercedes, la Renault. Durante una época —cada vez más lejana— decir que se trabajaba en una de ellas era sinónimo de éxito y estabilidad laboral. Desde hace unos meses, todos esos ingredientes —el esfuerzo, la puntualidad, la identificación con la empresa— sirven de poco.

Juan seguramente nunca ha estado en Taiwán o en China, pero su trabajo —su empleo, su sueldo, su salud mental, su familia, su pensión— depende de lo que suceda allí. Concretamente, de lo que salga de allí: chips con transistores 10.000 veces más pequeños que un cabello humano. Sin ellos no hay coche, y las empresas paran la producción. “La gente no es muy consciente de ello, pero ahora mismo están conduciendo un teléfono móvil con ruedas”, dice Juan. Desde Almussafes hasta Valladolid, pasando por Palencia o Barcelona, miles de trabajadores han estado, están o estarán en ERTE por el desabastecimiento de semiconductores, el nombre de esos chips. Sobre ellos baila, también, el siglo XXI. 

“El futuro de Estados Unidos depende de los semiconductores”. Ese es el eslogan principal de la página web de ‘Semiconductors in America Coalition’, una organización que agrupa las principales compañías tecnológicas del sector. “Imaginen un mundo sin dispositivos electrónicos”, añaden desde la Semiconductor Industry Association. Ese mundo —casi amenazan— sería un mundo sin smartphones, televisores, radios, ordenadores, videojuegos o instrumentos médicos avanzados. Los semiconductores permiten que esos dispositivos sean más pequeños, más rápidos y más fiables. Cualquier aparato electrónico necesita un semiconductor, incluidos los elementos vinculados a la Inteligencia Artificial, los drones o las armas más sofisticadas de la industria militar. Es por eso que disponer de semiconductores se convierte en una cuestión de seguridad nacional y económica de primer orden. 

En febrero de 2021, la sección de la Cámara de Comercio de Estados Unidos centrada en China publicó un informe. En él, sus autores explicaban las pérdidas que generaría en la economía estadounidense una desconexión entre Pekín y Washington en distintos sectores de la economía. En el campo de los semiconductores, criticaban al gobierno chino por ser intervencionista y favorecer a las empresas chinas en el mercado chino con subsidios y exenciones fiscales. Unas líneas después, pedían al gobierno de Estados Unidos que ayudara —subsidiara— a empresas estadounidenses para que produjeran más chips en suelo americano.  

“Nuestra dependencia de la tecnología básica es nuestro mayor problema oculto”, dijo en 2016 el presidente de China, Xi Jinping. En 2019, su país importó más de 300.000 millones de dólares en semiconductores, una cifra superior a lo que gastó en petróleo. Pese a que China ha conseguido consolidar a gigantes tecnológicos como Huawei, sigue siendo dependiente del exterior: la producción nacional en 2019 solo abasteció las necesidades del 16% del mercado chino de semiconductores. Estados Unidos no quiere dejar de abastecer ese mercado; China quiere satisfacer el 70% de sus necesidades con productos nacionales en 2025. 

Rumbo a Asia 

La lista de las 10 grandes empresas de semiconductores por ingresos explica muchas cosas, desde la Guerra Fría hasta la globalización. Seis son de Estados Unidos, dos son de Corea del Sur y dos son de Taiwán. Ambos países —junto a Japón— son los aliados tradicionales de Washington en Asia oriental desde el final de la II Guerra Mundial. La líder, la estadounidense Intel, está seguida de cerca por la surcoreana Samsung y la taiwanesa TSMC. Las tres compiten para hacer transistores más pequeños, algo que da más eficiencia a los chips. TSMC ya ha conseguido hacer los transistores más pequeños de la historia de la humanidad: son de dos nanómetros, y tiene una posición privilegiada con respecto a los de tres nanómetros. Sin TSMC, Apple no podría mejorar sus iPhone.  

La manufactura de las piezas ha seguido el camino de la globalización: la mayoría de empresas occidentales deslocalizaron su producción hacia Asia para abaratar sus costes, y mantuvieron las etapas de mayor valor añadido (diseño, creación de software) en Estados Unidos o Europa. En 1990, el 37% de los semiconductores se fabricaban en Estados Unidos. Actualmente, esa cifra es del 12%. Ahora, el avance de los competidores asiáticos en los segmentos más valiosos de la producción les podría quitar cuota de mercado.

Además, la distribución actual (más del 60% de los semiconductores se fabrican en Asia) genera una dependencia que se ha visto exagerada por el impacto de la pandemia. Por eso Estados Unidos está promocionando plantas de TSMC e Intel en Arizona. Recientemente el Senado de Estados Unidos, muy dividido en otras cuestiones, aprobó un subsidio de más de 50.000 millones de dólares para la industria local. Esta cifra podría ampliarse hasta los 200.000 millones de dólares, y la Secretaria de Comercio estadounidense, Gina Raimondo, pidió recientemente que el Congreso aprobara esta iniciativa antes de las vacaciones de agosto. 

El monopolio holandés 

Ninguna empresa europea está entre el top 10 de ingresos del mundo. De hecho, solamente cuatro europeas se encuentran en el top 35 mundial. Sin embargo, la primera empresa europea de la clasificación tiene un papel crucial en el sector, e incluso provocó una campaña de urgencia de la administración de Donald Trump para impedir una de sus ventas. ASML es una compañía holandesa que ostenta el monopolio de las máquinas de fotolitografía. Estas permiten la fabricación de obleas de silicio y, con ello, chips. Cada máquina cuesta 250 millones de dólares, y hay muy pocas unidades de ella en el mundo.

SMIC es la compañía estatal china de semiconductores. Pese a contar con el apoyo de Pekín, aún está lejos de los líderes en innovación: si en Taiwán producen transistores de hasta dos nanómetros, en SMIC nunca han ido más allá de los 14 nanómetros. Las máquinas de ASML permiten producir transistores de 7 nanómetros, con lo cual el gobierno chino se decidió a comprarla. El gobierno holandés concedió la licencia de exportación a su empresa, y todo parecía marchar sin problemas… hasta que apareció el gobierno de los Estados Unidos. Después de hasta cuatro rondas de reuniones entre miembros de la administración Trump y el gobierno holandés, la licencia de venta fue revocada. 

Antes de esta intervención, Europa no había prestado mucha atención al campo de los semiconductores, hasta el punto que decenas de empresas europeas del sector fueron compradas por corporaciones chinas o estadounidenses entre 2015 y 2020. La compra de empresas es una manera rápida de Pekín para acceder a la alta tecnología de la que no dispone.  Otras medidas han sido la contratación de ingenieros cualificados de la competencia taiwanesa o, directamente, el hackeo para obtener software, códigos y diseños de esa misma competencia. Un intelectual de la Chinese Academy of Sciences, citado en un informe del Institut Montaigne, considera que el principal obstáculo al desarrollo chino será de origen político: “Seguimos necesitando tener el control de las tecnologías básicas. Es un hecho que en la feroz competencia internacional, la tecnología básica no puede obtenerse a través del intercambio de mercado».

El poder de los mapas 

El Partido Comunista Chino, liderado por Mao Zedong, llegó al poder en 1949 tras una guerra civil con los nacionalistas, liderados por Chiang Kai Shek. Los derrotados quedaron arrinconados en la isla de Taiwán, y aún hoy siguen declarándose como la China legítima. Estados Unidos, en el contexto de la Guerra Fría, decidió apoyar a los nacionalistas en su gestión de la isla. Al igual que Corea del Sur y Japón, Taiwán accedió a créditos baratos, programó una política industrial propia y se convirtió en una potencia tecnológica, tal y como atestigua hoy el dominio de TSMC. El músculo diplomático de la República Popular China, sin embargo, ha ido restando aliados a Taiwán con el paso de las décadas. En todo el mundo, solamente quince estados reconocen a Taiwán. 

Antes de la guerra civil, ambos bandos estaban de acuerdo en un aspecto: tanto comunistas como nacionalistas consideraban que el siglo XIX había sido humillante para China, dominada por los diferentes imperios coloniales europeos, y que esa situación nunca debería repetirse. En esa voluntad de reconstrucción nacional tuvieron un papel importante geógrafos como Bai Meichu. Meichu consideraba que la principal motivación para aprender geografía era el amor a la patria. Durante los años 30, él hizo el mapa que consideraba que China tenía la potestad sobre el Mar de la China Meridional, en una lengua territorial que llegaba hasta las costas de Malasia.

Sus mapas tuvieron tanto éxito que son los que hoy se enseñan a los alumnos de todo el país, y se utilizan para reivindicar la soberanía china del territorio marítimo ante sus vecinos. Noventa años después, el mapa que antaño tuvo el apoyo de los nacionalistas chinos podría servir para arrinconarlos. El dominio del Mar de China Meridional es crucial para el futuro de la República Popular China por otro motivo: la mayoría de los barcos que le suministran petróleo circulan por ahí. Cualquier interrupción de esa fuente de energía paralizaría la economía china. 

El arma secreta 

Estados Unidos tiene la tecnología, el dinero y las armas para defender su hegemonía. China tiene el dinero, pero sabe que no es suficiente para conseguir la tecnología, y mientras tanto refuerza su ejército. La escasez de semiconductores, acentuada por la crisis del coronavirus, muestra uno de los grandes talones de Aquiles de la globalización: después de todo, las compras y ventas en los mercados siguen consistiendo en objetos trasladándose físicamente de una punta a otra del mundo. Si hay alguna interrupción en ese camino, la fragilidad de toda la cadena queda al descubierto. Por eso Estados Unidos quiere relocalizar parte de la producción más cerca de casa y la Unión Europea se plantea hacer lo mismo. La escasez actual, sin embargo, podría durar hasta mediados de 2022. El límite, de nuevo, es físico: no hay tantas plantas para satisfacer la demanda de semiconductores. 

En esta partida de póquer Xi Jinping tiene un último as en la manga, y los estadounidenses lo saben. Cada año, el Servicio Geológico de Estados Unidos publica una lista de minerales cruciales para su economía. En él podemos encontrar los tres elementos imprescindibles para la fabricación de semiconductores: el germanio, el silicio y el arseniuro de galio. Desgraciadamente para Washington, más del 70% de la producción de estos minerales se encuentra en China. Y eso no es todo: una veintena de los minerales estratégicos para Estados Unidos se encuentran también en China.

Washington podrá aplicar sanciones a empresas, bloquear ventas de tecnología punta y retrasar la progresión tecnológica china, pero la realidad es tozuda: sin esos minerales no hay semiconductores, y sin esos semiconductores las grandes compañías estadounidenses se derrumbarían. Si esto fuera un spaghetti western, el presidente estadounidense Joe Biden y Xi Jinping estarían sentados cara a cara, apuntándose con sendas pistolas por debajo de la mesa: nadie puede disparar primero, pero ninguno de los dos se puede permitir perder. Y las ambiciones imperiales siguen más vivas que nunca. Después de todo, fue el mismo Joe Biden quien dijo, hace unas semanas, que Estados Unidos estaba listo para “ganar el siglo XXI”. Mientras tanto, Juan —¿se acuerdan de Juan?— intentará que todo esto no le impida llegar dignamente hasta la jubilación.

*Jaume Portell Caño, periodista especializado en economía y relaciones internacionales.

Artículo publicado en El Salto.

Foto de portada: Visita de Ximo Puig, President de la Generalitat Valenciana a la factoría de Almussafes en 2017. Foto: Presidència Generalitat.

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