La guerra en Ucrania ya no abre los informativos de los medios occidentales a diario, la solidaridad con la población refugiada ucraniana ha dejado de ser una prioridad y Zelensky recibe incluso negativas de instituciones como la Academia de Cine o la organización de Eurovisión a sus exigencias de participar en los actos con un discurso político durante la emisión de actos seguidos en directo por millones de personas. La fatiga de la guerra es una cuestión que comienza a preocupar a líderes occidentales, especialmente a algunos en Europa occidental, y se cuestiona la capacidad europea de mantener el actual suministro de armamento, munición y financiación a Ucrania a largo plazo. Sin embargo, pese a que se puede argumentar que la guerra en Ucrania ha perdido la centralidad en la agenda informativa occidental tanto las visitas a Kiev como recibir al presidente ucraniano suponen aún un efecto propagandístico buscado por todo tipo de líderes internacionales y personajes de otros ámbitos como el del espectáculo. Así ha podido comprobarse este fin de semana con el protagonismo de Volodymyr Zelensky en su visita a Italia y Alemania, país al que llegó en un avión de las aviación alemana y donde fue recibido con honores militares.
En un país en el que las encuestas muestran una mayoría contraria a continuar suministrando armas, el presidente ucraniano fue recibido con una pancarta contra la guerra y el suministro militar colocada frente al Coliseo y en la que también se podía leer “Zelensky not welcome”. Vestido con su habitual jersey negro adornado con el tridente habitualmente utilizado por el Praviy Sektor, el presidente ucraniano se reunió en Italia tanto con el presidente Matarella como con la primera ministra. Meloni, de la que en campaña electoral se había cuestionado su compromiso con Ucrania como elemento de propaganda contra la política post-fascista, se ha mostrado desde su llegada al Gobierno dispuesta a utilizar la guerra en Ucrania como herramienta para ser así aceptada como una más en la familia europea. Frente a las críticas que recibía, por ejemplo, Mateo Salvini, cuya ideología y actuación en cuestiones como la inmigración no difiere en absoluto de la de Meloni, la actual primera ministra de Italia se ha ganado las alabanzas de los grandes medios internacionales precisamente por su “sentido de Estado”.
La reunión entre Zelensky y Meloni, que han demostrado compartir una misma visión de la realidad geopolítica, dejó muchas sonrisas y escasas sorpresas. Las declaraciones de la primera ministra italiana muestran un punto de partida similar al de Emmanuel Macron, que busca suministrar el material necesario para que Ucrania obtenga un éxito suficiente para obligar a Rusia a aceptar los términos impuestos por Ucrania. “Continuaremos con el apoyo militar para que puedan llegar a una mesa de negociación con una posición sólida. Lo contrario sería peligroso para la paz en Europa”, afirmó Meloni. La dirigente italiana añadió que “no se puede lograr la paz con una rendición. Sería un grave precedente para todas las naciones del mundo”, una postura perfectamente alineada con la posición ucraniana y la de la OTAN y que pretende hacer olvidar todo lo ocurrido a partir de 2014.
La rendición es precisamente lo que ha buscado Ucrania desde que comenzó la guerra, incluso en aquellos años en los que eligió tratar de solucionar un problema político por la vía militar, lo que dio lugar a la guerra de Donbass. Si durante los primeros ocho años Ucrania exigió a Rusia la capitulación de las Repúblicas Populares y su retorno incondicional a Ucrania sin que se hubieran cumplido siquiera las mínimas concesiones políticas que les garantizaban los acuerdos de Minsk, la exigencia se ha ampliado ahora también a Crimea. Como ha quedado claro con la publicación del plan para la desocupación de Crimea y las declaraciones de Mijailo Podolyak descartando toda posibilidad de autonomía en favor de un Estado centralista que pretende imponer política y culturalmente su voluntad, esa rendición no solo ha de ser total sino que solo sería el inicio de la implantación de un modelo autoritario y represivo contra la población que hace nueve años se levantó contra un Gobierno que percibía correctamente como nacionalista y excluyente.
Sin embargo, la idea de que es inadmisible el cambio de fronteras por la fuerza (salvo en los casos en los que es Estados Unidos quien los promociona o los autoriza, como es el caso de Kosovo, o de Sudán del Sur) ha permitido a Ucrania presentar esa exigencia de rendición, que ni siquiera se corresponde con la situación en el frente, como búsqueda de la paz. De ahí que Volodymyr Zelensky pudiera ayer reunirse con el Papa Francisco para tratar de lograr que se sume a su iniciativa de “paz”, esa que exige como paso previo la retirada incondicional y completa de las tropas rusas de todos los territorios ucranianos según sus fronteras de 1991.
Frente a las sonrisas y buenas palabras durante la reunión, Zelensky publicó ayer en las redes sociales haber pedido al Papa “condenar los crímenes de Rusia en Ucrania. Porque no puede haber igualdad entre la víctima y el agresor”. Ucrania, que durante años rechazó abiertamente implementar el acuerdo de paz que había firmado, cesar los bombardeos y dejar de negar las pensiones a la población más vulnerable de Donbass, ha exigido siempre condenas sin matices a su enemigo sin tener nunca que justificar sus actos. El Vaticano, que pese a condenar la guerra ha tratado de mantenerse al margen del conflicto, fundamentalmente como base para tratar de mediar en él con una recién creada “misión” para la paz, ha mantenido hasta ahora una postura más neutra de lo que Kiev hubiera preferido.
Aún más duro que su presidente, Mijailo Podoliak, asesor de la Oficina del Presidente de Ucrania, apeló al aspecto moral para exigir más del Papa y del Vaticano, aunque lo hizo con una inusual sutileza. “El Vaticano es fundamentalmente algo de moralidad. Cuando llamas agresor al agresor. Cuando dura y directamente condenas los crímenes masivos. Cuando abiertamente te pones de parte del país que está siendo asesinado y destruido sin que medie provocación. Cuando personalmente te levantas a favor de quienes son una víctima absoluta de la agresión rusa. Cuando llamas mal al mal, que es Rusia. Esta es la única forma en la que nace la Justicia Divina. Porque esto no va de algún tipo de mediación en favor del agresor sino de una paz real y de un castigo real para el mal”.
“El Papa ha subrayado en particular la necesidad urgente de gestos de humanidad hacia las personas más frágiles, víctimas inocentes del conflicto”, afirmaba el comunicado del Vaticano publicado tras la reunión entre Francisco y Zelensky. En esta ocasión, las palabras son coherentes con los actos de los últimos años. El Vaticano tampoco entonces condenó a ningún agresor ni los crímenes de Ucrania contra la población civil de Donbass. Sin embargo, mientras Ucrania ordenaba un bloqueo económico con el que conseguir por la vía económica lo que no había logrado por la vía militar, consciente del sufrimiento de la guerra, Roma enviaba a Donbass ayuda humanitaria, en ocasiones entregada personalmente por el nuncio del Vaticano en la ciudad de Lugansk.
Es evidente que el único objetivo de la visita de Zelensky al Vaticano era lograr una imagen para utilizar para su propaganda personal y que, por el momento, para Ucrania no existe más paz que su victoria completa, especialmente sobre esa parte de la población que, en Crimea y en Donbass, nunca aceptó el cambio de Gobierno producido en Kiev en 2014. La insistencia de Zelensky en su plan de paz y la de Podoliak contra la mediación vaticana son solo la confirmación verbal de lo que se ha dejado claro con los actos sobre el terreno.
Tras su breve visita a Italia, el presidente de Ucrania abandonó Roma para visitar por primera vez desde el inicio de la invasión rusa la capital alemana. La llegada de Zelensky se produjo apenas unas horas después de que Berlín anunciara, reafirmándose en su compromiso con la guerra común contra Rusia, un nuevo paquete de asistencia militar por valor de 2.700 millones de dólares. Lejos quedan los tiempos en los que el reticente Scholz tenía que ser presionado a base de insultos y editoriales en los medios para aceptar enviar a Ucrania el equipamiento pesado que Kiev exigía. Alemania ha pasado ya a ser, según Zelensky, “un verdadero amigo y socio fiable”. Sin embargo, insaciable, el proxy ucraniano no ha podido evitar pedir “más ayuda militar” a su aliado alemán. Previsible en sus exigencias, el presidente ucraniano propuso la creación de una “coalición internacional” para el suministro de aviación de combate. Para ello, Zelensky afirmó que Ucrania ni ataca ni atacará territorio ruso, palabras que contradicen tanto la actuación del Directorio Principal de Inteligencia Militar de Kirilo Budanov como las explícitas amenazas de Mijailo Podoliak, que advirtió a la población de las provincias rusas al otro lado de la frontera con un aumento de la actividad militar que calificó de “contraoperación militar especial”. Todo está justificado y la prueba es que, por la noche, Zelensky recogió, «en nombre del pueblo ucraniano» -sin especificar si también en nombre del pueblo al que bombardeó, bloqueó y negó sus pensiones- el premio Carlomagno.
*Nahia Sanzo, periodista.
Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.
Foto de portada: extraída de Slavyangrad.