Europa

Ya nos hemos ocupado de Alemania, ¡ahora le toca a Francia!

Por Leonardo Sinigaglia* –
La crisis del imperialismo estadounidense, comprometido cada vez con mayor intensidad en varios frentes y dotado ya de sólidas bases económicas y productivas, conducirá necesariamente a la agudización de las contradicciones entre Washington y sus aliados subordinados.

«Los Estados no tienen amigos ni enemigos permanentes: sólo tienen intereses estables», sostenía Henry Kissinger, haciéndose eco del pensamiento del padre del conservadurismo británico Benjamin Disraeli.

La parábola estratégica de Estados Unidos muestra una aplicación completa de este concepto: siempre ha habido poca o ninguna consideración por los intereses de los aliados, mientras que en el centro, como estrella polar de toda política, siempre ha estado la preservación o expansión de la hegemonía duramente ganada a través de las dos guerras mundiales. Washington nunca tuvo reparos en abandonar, o incluso eliminar, a los aliados una vez agotada su función al servicio del imperio. La ocupación de Filipinas, las vergonzosas huidas de Hanoi y Kabul, los Acuerdos Plaza con Japón, la detención de Noriega y el asesinato de Bin Laden, entre otros ejemplos, están ahí para demostrarlo.

Por chocante que pueda resultar para las mentes de los liberales enamorados de los espejismos de una comunidad euroatlántica, para Estados Unidos entre el dictador de un país del Tercer Mundo, líder de una milicia extremista, y un país del Viejo Continente no hay ninguna diferencia sustancial. Los recientes acontecimientos así lo demuestran. A falta del margen de maniobra garantizado por las necesidades de la Guerra Fría, que obligaba a Estados Unidos a garantizar la estabilidad de Europa con un palo y una zanahoria, los países del continente se han encontrado con un amo cada vez más pesado a sus espaldas, preocupados por un posible desafío internacional representado por el euro, pronto desactivado, y sobre todo interesados en impedir, en un mundo que formalmente reniega, o repudia, la política de bloques, que los Estados europeos empiecen a interactuar ventajosamente con Rusia y China.

El caso de Alemania es, en este sentido, emblemático. Del escándalo Volkswagen a la destrucción del Nord Stream, de las sanciones antirrusas al apoyo a Polonia, Estados Unidos ha despreciado a sabiendas los intereses de su supuesto aliado en pos del doble objetivo de eliminar a un peligroso competidor internacional y reforzar el telón de acero que quería erigir a toda costa en las fronteras de Eurasia occidental. Misión cumplida: Alemania en recesión y el enemigo de lo que sería un socio natural, Rusia, ya no representan un peligro. Al mismo tiempo, sus restos pueden ser saqueados sin temor a ninguna sacudida de la dignidad nacional. El aumento vertiginoso de los precios de la energía y los miles de millones de dólares de inversión atraídos a Alemania gracias a la Ley de Reducción de la Inflación han contribuido a mantener en pie el sistema estadounidense frente a una criticidad y una inestabilidad cada vez más graves y manifiestas.

Una vez agotada Alemania, hay que dirigirse necesariamente a Francia. Esta última, también fuerte en un imperio colonial que ya no lo es sólo en la forma, también ha intentado recientemente, consciente del ejemplo gaullista, reclamar espacios considerables de autonomía, con Macron llegando incluso a anunciar bajo Trump la «muerte cerebral de la OTAN», o a plantear la hipótesis de participar en la cumbre de los BRICS en Johannesburgo. Por esta razón, antes de embarcarse en su saqueo, es necesario debilitar a Francia, disminuir su capacidad de reivindicar intereses particulares incluso distintos de los del amo. Esto debe ocurrir tanto en Europa como en África. En este sentido puede leerse la cautelosa actitud de Crosetto ante la solución militar en Níger, así como la revelación, parcial porque omite la dirección OTAN de la operación, de la paternidad francesa de la masacre de Ustica hecha por Giuliano Amato desde las columnas de La Repubblica, no por casualidad uno de los más fieles megáfonos del imperialismo norteamericano en Italia.

El propio golpe de Estado en Gabón, otra pieza de la françafrique en caer, comparado con los recientes del Sahel, muestra peculiaridades que sugieren que se trata más de una «entrega» al ala pro-estadounidense del antiguo régimen que de un gesto de orgullo de los sectores patrióticos de las fuerzas armadas.

La crisis del imperialismo estadounidense, comprometido cada vez con mayor intensidad en varios frentes y dotado ya de sólidas bases económicas y productivas, conducirá necesariamente a la agudización de las contradicciones entre Washington y sus aliados subordinados.

El destino de Alemania y las sombras sobre el futuro francés deberían alarmar a Italia y Polonia, dos países cuyos gobiernos parecen haberlo apostado todo a la adhesión militante a la ortodoxia atlántica. Por mucho que parezca que el servilismo atlántico resulta rentable en la medida en que debilita a dos adversarios regionales, un día, muy pronto, sólo puede conducir a que se ofrezcan en holocausto al Moloch estadounidense, ya sea mediante una intervención militar suicida contra Rusia, la depredación económica o una combinación de ambas. Cualquier concesión a las fuerzas del imperialismo nos debilita y aleja la posibilidad de un país libre e independiente.

*Leonardo Sinigaglia, escribe en L’Antidiplomatico.

Artículo publicado originalmente en l’AntiDiplomatico.

Foto de portada: extraída de LAntidiplomatico.

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