Nuestra América

XXVIII Seminario Internacional «Los partido y una Nueva Sociedad»

En el marco de la cobertura exclusiva que realiza el equipo de PIA Global en el XXVIII Seminario Internacional “Los Partidos y una Nueva Sociedad” organizado por el Partido del Trabajo de México, compartimos la ponencia presentada por Daniel Martínez Cunill*

El huevo de la serpiente amenaza a la libertad

En una frase luminosa y esperanzadora, el poeta Pablo Neruda afirmó: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Parafraseando su idea, digamos que el fascismo contemporáneo podrá atacar todas nuestras luchas, pero no podrá detenernos en la construcción de una sociedad libre y colectiva.

Estamos ante un gran desafío histórico. La disyuntiva es: enfrentar el resurgimiento del fascismo o no combatirlo en todas sus actuales formas de expresión, lo que sería incurrir en un error político de enormes magnitudes. Debemos prestar oído atento a las voces de la experiencia mundial y al dolor por los caídos que, de manera imperativa, nos convocan a la acción teórica y práctica para decirle a los fascistas ¡No pasarán!

Estamos siendo interpelados a levantar banderas con renovados paradigmas y recorrer campos y ciudades para hacer indetenible la batalla por una sociedad de equidad y de libertad. Para hacer posible un mundo mejor donde la libertad sea expresión de igualdad colectiva y no de egoísmo individual. La llamada libertad individual es un engaño destinado a dividirnos y debilitarnos. El ser humano solo será realmente libre cuando viva colectivamente.

1.- Escuchar las lecciones de la Historia

La Historia es el campo de batalla en que Gramsci comprobó empíricamente como evaluar las relaciones de fuerzas que establecen los sujetos del cambio en la lucha de clases. Su análisis le permitió profundizar la conexión dialéctica entre la esfera económica y la esfera político-cultural y cómo esta influye en la vida colectiva de los ciudadanos. Con este abordaje, partidos, Movimientos Sociales e intelectuales, podemos dimensionar la capacidad que requiere hoy una fuerza política para tener influencia en una sociedad que está en permanente transformación.  

En su lectura histórica, Gramsci llegó a sintetizar que el fascismo era un movimiento que recompuso, bajo nuevas formas políticas y socioeconómicas, el poder de las tradicionales clases dominantes italianas que habían entrado en crisis tras la Gran Guerra. 

Con un mínimo de rigor intelectual podemos hacer extensiva la conclusión gramsciana al contexto contemporáneo y las nuevas regularidades que se observan en la prolongada crisis del capitalismo mundial, donde nuevamente se recurre al fascismo para impedir el avance de un nuevo sistema basado en condiciones de igualdad y defender los privilegios de una minoría.

En términos históricos, al término de la II guerra mundial, en las regiones más desarrolladas industrialmente del planeta, se inició un nuevo ciclo de expansión del capitalismo que se sustentaba en las nuevas necesidades globales y en el salto tecnológico que, paradojalmente, los conflictos bélicos traen aparejados.

Ponemos aquí el énfasis para recalcar que, en la actual disputa planetaria por la hegemonía, el capitalismo nuevamente se aventura por el peligroso camino de recurrir al fascismo cuando sus fórmulas económicas y de dominio social escapan de su control.

A la II guerra mundial le siguió la guerra fría, una remozada versión geopolítica de la confrontación del capitalismo adverso al proyecto transformador que, en ese momento representaba el campo socialista. A nuestro continente, periférico y subdesarrollado según las categorías de la época, se le sometió a una reorganización del Estado capitalista como antídoto, como acción preventiva, para evitar que cayéramos en las garras “del bloque soviético”, adjetivo calificativo que precedió al actual “eje del mal”.

Una clara señal de que el fascismo vivía encubierto en nuestro continente, fueron las dictaduras contrainsurgentes de abierto sello anticomunista, impuestas con el objetivo de reorganizar el Estado.

No supimos ver que el llamado “consenso hegemónico”, aquel que nos etiquetó como enemigos internos de nuestros pueblos, era el fascismo vestido con el ropaje de defensor de la democracia y que estaría encargado de reprimir, engañar y crear las bases para que el capitalismo hiciera compatible la política imperial con el desarrollo económico basado en la explotación. 

Fuimos malos alumnos de Gramsci y de la historia. No supimos leer las señales de la dictadura brasileña en 1969 y nos dimos por satisfechos con llamarlos despectivamente gorilas. No vimos llegar el neofascismo con nitidez hasta el 11 de septiembre de 1973, cuando mostró en Chile su verdadero rostro, derrocó a Allende, impuso a un aprendiz de dictador y otorgó acta de nacimiento al neoliberalismo depredador en nuestro continente. Tres años más tarde se manifestó de similar manera en Argentina.

La cruda lección histórica era que: cuando la izquierda acumulaba suficiente fuerza y base social como para ganar elecciones con las reglas del adversario, la nueva correlación de fuerzas hacía que la defensa de un sistema, basado en los privilegios de clase, justificara la represión popular, la manipulación de la información y el abandono a los intereses de clase de amplios sectores de la población. La receta la mantienen vigente hasta el día de hoy: Reprimir, mentir y desclasar.

Por la regularidad que presentaban los golpes de estado como método y las dictaduras como modelo de dominación, resultó necesario reexaminar las categorías. Las nuevas condiciones hacían insuficiente el concepto de autoritarismo, lo que hizo que la definición de fascista recuperara su significado en América Latina. El ejemplo más claro fue la dictadura de Pinochet que fue designada como fascista desde sus inicios.

En aquel momento, la acumulación macabra de crímenes de lesa humanidad, así como la progresiva recuperación de las fuerzas populares latinoamericanas en lucha, hicieron que el fascismo ocultara su mano criminal. Los movimientos de masas y las agrupaciones antidictatoriales lograron la restauración de la democracia liberal que, con todas sus deficiencias, aparecía como positiva para cerrar el ciclo de las dictaduras instauradas por el Imperialismo.

Mirado retrospectivamente, pensamos que tal vez no vimos que se incubaba el huevo de la serpiente y nos equivocamos cuando homologamos el fin de las dictaduras con el fin del fascismo en América Latina y el Caribe. En perjuicio de la verdad y la justicia, otorgamos el perdón a quién no lo merecía.

Con el tiempo constatamos que, así como las dictaduras ya no eran funcionales al capital, el fascismo se replegaba y camuflaba en las instituciones supuestamente democráticas, siempre al acecho y a la espera de nuevas oportunidades. Como lamentable complemento, algunas fuerzas progresistas, a la búsqueda de un hipotético centro, terminaron alineadas a la derecha y subordinadas a ella.

Reconozcamos autocríticamente que, bajo la frágil piel de los demócratas de nuevo tipo, el fascismo siempre estuvo allí y no supimos combatirlo entonces hasta las últimas consecuencias.

En términos conceptuales, la corriente de interpretación fascista para América Latina de los años setenta nace, en gran parte, bajo la inspiración del debate que subyace en el análisis marxista del fascismo europeo que fue adelantado por Poulantzas pero al cual le faltaba un baño de realidad latinoamericano (Nicos Poulantzas: Fascismo y Dictadura. La III’ Internacional frente al fascismo, Maspero, París, 1970).

Esta nueva preocupación hacia un regreso del fascismo es elaborada por las reflexiones que renacen con el golpe de Estado de los coroneles griegos, en 1967. Particularmente clara la afirmación de María A. Maccioccini “Después de 1968, las generaciones jóvenes no se han percatado de que el fascismo no había desaparecido con la guerra mundial y la derrota militar. La burguesía capitalista volvía al asalto, dispuesta a todo para detener el movimiento que había creado el mayo de 1968 en Francia y el ‘otoño caliente’ de 1969 en Italia (…) Esta generación no ha visto surgir la revolución sino la contrarrevolución y el fascismo se les ha aparecido como el peligro del presente y no como el espectro del pasado”, (María A. Macciocchi: Elementos para un análisis del fascismo, T 1 y 2, Unión General de Ediciones, 1976.).l

Hoy, en América Latina nos acurre algo similar; por ejemplo, los que nacieron en Chile en 1973 en la actualidad tienen 51 años y en el mejor de los casos el único referente que pueden tener del fascismo es que la izquierda chilena llamaba así a la dictadura de Pinochet, pero difícilmente lo vinculan con la II guerra mundial y los horrores del fascismo en Europa.

Si nos comprometemos en una lucha contra sus expresiones actuales tenemos un difícil y largo desafío que enfrentar. Esa es la convocatoria.

2.- No podemos incurrir nuevamente en el mismo error.

En el 2009, cuando la historia se negaba tercamente a llegar a su fin, como había profetizado el razonamiento capitalista, se evidencia públicamente una profunda y grave crisis financiera, que se ha prolongado peligrosamente hasta el día de hoy. Se dan también el desmembramiento del Estado del bienestar en el centro capitalista desarrollado y el progresivo fracaso del neoliberalismo en sus versiones económica y político/cultural. Nunca se pudo encontrar el capitalismo con rostro humano y la democracia burguesa poco a poco cedió nuevamente el paso a las corrientes neofascistas.

Al amparo de esa democracia claudicante asistimos al resurgimiento de partidos xenófobos y movimientos neonazis que han empezado a ganar las elecciones en Europa y países como El Salvador y Argentina o bien aparecen con diversas máscaras en las boletas electorales en los comicios que se avecinan.

El fascismo nos está golpeando a la cara y aún nos resistimos a no verlo detrás de la batalla por la hegemonía global con crisis militar y posibilidades de una catástrofe nuclear incluida. Revisemos la ruta analítica de Gramsci: De crisis económico- social profunda a una crisis de hegemonía imperialista y de allí, a guerra por el reparto del mundo. Posteriormente, ascenso de masas revolucionarias y reacción contrarrevolucionaria y auge del neofascismo.

A la actual oleada en defensa del neoliberalismo errático le preceden los “golpes blandos fascistas” de cuarta generación, la destitución judicial de presidentes incómodos por sus veleidades izquierdistas y su reemplazo por un lacayo vendido, sirviente local del capital financiero global.

Ahora bien, queremos recordar aquí que, desde el punto de vista metodológico, Gramsci no concibió el fascismo como un fenómeno aislado, como una realidad autónoma; sino que intentó desentrañar sus raíces, su origen en la lucha de clases, en los tres planos en que ésta se manifiesta: político, económico e ideológico.

Y enfrentados al patético caso de extensos sectores populares votando por candidatos de extrema derecha, corresponde recordar que el hecho característico del fascismo consiste en haber logrado constituir una organización de masas de la pequeña burguesía. Ya en 1920, Gramsci señalaba que, después de la guerra y sus graves consecuencias, la burguesía no logró seguir gobernando el país ni en su actividad económica (industrial y agrícola); ni en su actividad política, a través del establecimiento de una relación que, en un Estado legalmente constituido, debería interceder entre las clases, entre sectores, los grupos y los individuos.

En el análisis de Gramsci adquiere gran relevancia el hecho de considerar el fascismo como continuación y transformación de la política tradicional de las clases dirigentes en su lucha contra el proletariado.

Gramsci detecta que la alta burguesía, en medio de la crisis, haría esfuerzos para conservar su dominio, aun en el contexto de sus contradicciones internas utilizando a la mediana y pequeña burguesía, o bien aplastándola en los casos que se hiciera necesario. Pero señalaba al mismo tiempo que, en el caso de que el proletariado no lograra cumplir su imperativo histórico de conquistar el poder, era inevitable una reorganización reaccionaria del poder sobre nuevas bases y con particular violencia, para nuevamente organizar el Estado y la producción.

Mirando a Kast destrozar una Constitución luminosa en Chile o las escenas de la policía de Milei golpeando a los jubilados que defienden sus derechos no podemos más que avalar la perspectiva gramsciana.

Respecto a la conducta de los partidos políticos, caemos una vez más en la tentación de citar a Gramsci: Un año después de la instauración del fascismo, en 1923, escribía: “Es necesario hacer una autocrítica despiadada de nuestra debilidad; es preciso comenzar preguntándose por qué hemos perdido, qué éramos, qué queríamos, adónde queríamos llegar …Por qué los partidos obreros italianos han sido débiles desde el punto de vista revolucionario. Por qué han fallado cuando debían pasar de las palabras a la acción. No conocían el terreno en que debían dar la batalla”. (La situación interna de nuestro Partido y las tareas del próximo Congreso. 1925).

Esta autocrítica se hace extensiva hasta nuestros días, en especial en aquellos países donde grandes y combativas movilizaciones no encontraron eco ni adecuada dirección política desde los partidos de izquierda.

Según Gramsci, la miseria y el hambre pueden provocar revueltas, movilizaciones que incluso lleguen a quebrar el equilibrio establecido, pero se necesitan muchas otras condiciones para destruir el sistema. Todo un mensaje a las izquierdas que se han sentado a la orilla del camino a presenciar las manifestaciones y protestas callejeras, para luego intentar obtener los beneficios políticos que de allí pudieran cosechar.

3. Algunos conceptos y categorías

Gramsci concluye que el fascismo aparece sólo en una sociedad donde el socialismo es una perspectiva, pero aún carece de fuerza como para hacerse realidad.

En los Cuadernos de la cárcel, se refiere al fascismo como elemento disgregador y de disolución del Estado liberal, en cuando expresión de un fenómeno de masas de la pequeña burguesía que insubordina a la sociedad civil y a la vez permite a los terratenientes e industriales reformular las bases de dominación que habrían sido cuestionadas por las luchas obreras

En 1926, en la Tesis de Lyon se señala: “En Italia existía un equilibrio inestable entre las fuerzas sociales en pugna. El proletariado era demasiado fuerte en 1919-1920 como aceptar la opresión capitalista; pero sus organizaciones eran débiles, inseguras, titubeantes”. De esta situación de equilibrio inestable nace la fuerza del fascismo que se organiza y toma el poder utilizando métodos y sistemas que, si bien tenían una particularidad italiana y estaban ligados a la tradición italiana, sin embargo, se parecían a los métodos y al sistema descritos por Marx en El 18 Brumario, es decir, era la táctica de la burguesía a nivel internacional.

Gramsci señaló que en los períodos de crisis orgánica se produce una fusión de la burocracia, en su mayoría perteneciente a la pequeña burguesía, con las clases altas, y esto se manifiesta incluso en el aparato militar por el hecho de entregar base social al militarismo. A partir de ellos se pueden analizar los desplazamientos de las masas pequeñoburguesas que se radicalizan en una crisis orgánica.

En los Cuadernos de la Cárcel también describe el significado del fascismo en tanto régimen reaccionario de masas: “El hecho característico del fascismo consiste en haber logrado constituir una organización de masas de la pequeña burguesía. Es la primera vez que esto ocurre. La originalidad del fascismo consiste en haber encontrado la forma adecuada de organización para una clase social que siempre ha sido incapaz de tener una compañía ideológica unitaria. Esta forma de organización es el ejército en el campo”.

En 1930, en su estudio comparativo del período que sucedió a la caída de Napoleón y a la guerra 1914-1918, Gramsci se planteó la actualidad el concepto de revolución pasiva como criterio de interpretación del fenómeno fascista.

Gramsci la explica así: “El concepto de revolución pasiva debe deducirse rigurosamente de los dos principios fundamentales de la ciencia política:

1) “…ninguna formación social desaparece hasta que las fuerzas productivas que se han desarrollado en ella no encuentren lugar para un movimiento progresivo ulterior;

2) la sociedad no se pone objetivos para cuya solución ya no se hayan incubado las condiciones necesarias…”.

Pregunta para revolucionarios: ¿Han “incubado las condiciones necesarias”? Si no es así, ¿nos sentamos a esperar que se creen o nos consagramos a crearlas?

Gramsci establece un vínculo dialéctico entre revolución pasiva y supremacía de la política. Aquí está presente que el nexo entre revolución pasiva y hegemonía está mediado por la guerra de posición. Así entonces, si la revolución pasiva que individualiza las formas de un proceso de transformación, la guerra de posición individualiza las formas que adquiere el enfrentamiento de clases.

Aquí resulta recomendable a nuestros aliados de la Cuarta Transformación que se detengan a reflexionar seriamente para establecer los paralelos apropiados que se expresan en las transformaciones iniciadas por el gobierno de López Obrador y la aguda confrontación de clases que se expresa en la conducta de la oposición contra el proyecto transformador. Dónde está la revolución pasiva y donde la guerra de posición en el caso mexicano.

De este modo, el proceso revolucionario se concibe como construcción de un nuevo bloque histórico, y por lo tanto como un enfrentamiento político y social entre diversos bloques de hegemonía. En este sentido, revolución pasiva – primacía de la política -guerra de posición – hegemonía – teoría de la ampliación del Estado constituyen un conjunto secuencial de fenómenos políticos. Todos ellos presentes en la política mexicana.

4.- En busca del optimismo perdido

Llevados a nuestros días, queremos ver en los ataques contra los derechos obreros y de todas las minorías, el uso de retórica autoritaria o la conformación -aún incipiente- de grupos de choque que despiertan.

Corresponde a las izquierdas, por lo menos a las verdaderas, contribuir a organizar la lucha contra la ultraderecha y reflexionar sobre las condiciones actuales de este fenómeno reaccionario, sin omitir el fracaso de los regímenes políticos burgueses que le abrieron paso.

La erosión de las bases de la democracia -no solo de la periferia, sino en los países imperialistas- abre la posibilidad de que irrumpan jugadas más extremas, tanto a derecha como a izquierda. Estamos frente a un abanico muy amplio de posibilidades.

Un desplazamiento masivo de los sectores sociales de altos ingresos, las clases medias y trabajadores, con sus cuadros políticos, asociaciones empresariales o sindicatos hacia corrientes fascistas, está condicionado por la agudización de la lucha de clases. Es un escenario que está vinculado a la evolución de la correlación de fuerzas entre las clases sociales, y no específicamente con el carácter del fascismo, que ya sabemos es violento y manipulador.

Pongamos cuidado, porque en la actualidad el neofascismo no enfrenta una fuerza consistente y autónoma del lado de los trabajadores. El rol de las direcciones de colaboración de clases en el movimiento obrero y en los sectores que se reclaman populares ha incidido negativamente con su pasividad para evitar esta confrontación.

Así entonces, algunas izquierdas -con honrosas excepciones- están incurriendo en un acto de omisión político/ideológico que puede tener costos muy elevados y requerir muchos años para encontrar nuevamente la ruta del cambio.  Tal vez es legítimo hacer extensiva la interrogante a las corrientes progresistas que se reclaman de izquierda, pero cuyo accionar político pareciera apuntar en sentido contrario.

¡¡Alerta¡¡ ¡¡Alerta¡¡ Se abre un gran peligro!!! Cada día de inacción es un espacio que se abre para el neofascismo en nuestro continente. El llamado es para hoy, quizás mañana sea tarde.

Es verdad que los fascistas aún están desempeñando sus acciones en el marco de la democracia burguesa, pero no podemos engañarnos respecto a su verdadera naturaleza, ni esperar que desfilen por las calles con camisas negras, para persuadirnos de que la amenaza fascista se mutó en realidad.

Como las lecciones de la historia indican, no debemos pensar que los neofascistas han cambiado en sus perversas convicciones. Su conducta equívoca no corresponde a un cambio ideológico, sino a los escasos muros levantados por los combates populares, indicativo de que es tiempo de combate, de no bajar la guardia.

Dejemos las cosas claras. No estamos ante una confrontación entre demócratas contra neofascistas. Lo que de verdad está ocurriendo es que las fuerzas de ultraderecha y fascistas, amparados en los valores de una versión de democracia obsoleta, se presentan como defensores de las libertades y principios universales y nos quieren arrastrar a una discusión que no es la central.

Creemos necesaria otra aclaración. No se trata de que esté fracasando la democracia liberal burguesa.  Se trata del fracaso del neoliberalismo, que está en la urgencia de rescatar su modelo en lo económico y lo político. En esa medida, tomando en cuenta que lo que está en disputa es la hegemonía global, está dispuesto nuevamente a renunciar a sus normas y principios con tal de que se salven sus derechos de acumulación capitalista y los de explotación, que le son necesarios. En síntesis, si para los dueños del capital todas sus opciones económico/políticas resultan infructuosas, bienvenido el neofascismo.

Así entendemos la trampa que se oculta en los llamados a salvar la democracia, en realidad son llamados de auxilio para que no naufrague definitivamente el neoliberalismo y están recurriendo a la alternativa de abrir las puertas al fascismo bajo nuevas condiciones. Aquí cabría una paráfrasis de Clinton: No es la democracia, estúpido, es nuestra economía.

El fracaso de los regímenes democráticos pavimenta el camino a la ultraderecha y a los grupos fascistas, cuyas acciones y propósitos no deben ser subestimados. Pero la lucha contra el fascismo debe hacerse desde una perspectiva de independencia de clase, con nuestro instrumental teórico y apelando a los métodos propios e históricos de las clases trabajadoras.

Para algunos sectores del pensamiento, en la coyuntura actual, el fascismo aparece como una alternativa demasiado arriesgada, en especial cuando todavía la democracia le ofrece a la burguesía opciones menos onerosas para contener y/o domesticar a las masas. El costo de equivocarse en el diagnóstico puede llevarnos a un prolongado ciclo de gobiernos neofascistas.

En nuestra opinión, con base en las recientes experiencias, las oligarquías criollas y el capitalismo global no debaten si deben recurrir o no a políticas más extremas. Creemos que hay suficiente evidencia empírica como para saber que la decisión estrategia ya está tomada. Lo que estaría pendiente es el momento táctico para dar inicio a sus planes contrarrevolucionarios. La crisis capitalista, las tensiones de las guerras imperialistas en disputa por la hegemonía, y la probada descomposición de su democracia, así lo señalan.

Discutir si la nueva oleada neofascista viene de Europa o desde Washington es polemizar sobre lo secundario. En el mundo multipolar las oleadas políticas se expresan en agrupaciones fascistas o de extrema derecha que ganan espacios en el ámbito electoral. Pero las causas primarias son globales y residen en que el sistema de dominación se resquebraja económicamente y la ausencia de antídoto abre las puertas al neofascismo.

Lo esencial, en el fascismo y el neofascismo lo determina su origen de clase y allí es donde no es aconsejable equivocarse. Ahora bien, en el continente latinoamericano el proceso de fascistización se da en las nuevas condiciones del capital a escala mundial, de manera que no es apropiado intentar establecer paralelos en el análisis, ya que las características de ambos momentos históricos son muy distintas.

Aquí si cabe insistir que, en la actual coyuntura, especialmente en el ámbito electoral, no cabe duda de que el neofascismo logra atraer significativos contingentes de origen popular. El argumento de que se trata de sectores populares desclasados como consecuencia de las campañas mediáticas no niega que existen, lo que hace es recalcar otro campo de disputa, que es el de los medios de comunicación. En la batalla mediática el enemigo nos está derrotando y requiere de una contraofensiva que, definitivamente, debe ser antifascista.

5.- A manera de provocaciones

  • Hay que informarles a las izquierdas que tienen un desafío por delante, antes de que los fascistas vengan por ellas y ya sea demasiado tarde.
  • La agudización de la polarización política pone de relieve la importancia de la intervención de los trabajadores con medidas de acción concretas.
  • Si toman la iniciativa, que sea con arraigo de clase, de lo contrario puede ser ineficaz.
  • Si se están planteado el combate contra el fascismo, los revolucionarios deben convocar a todos los movimientos antifascistas del continente. 
  • La experiencia demuestra que la convocatoria, desde los autodenominados demócratas, a combatir a un supuesto “enemigo común”, no es sincera y por lo general resulta ser una emboscada de clases.
  • Para combatir al fascismo y a la ultraderecha, debemos enarbolar nuestras propias banderas y reivindicaciones. No nos identifiquemos con los cantos de sirena que defienden el sistema.
  • Cuestionemos a las direcciones que se dicen representantes de los trabajadores y llaman “a la calma” y la conciliación pluriclasista. Nuestro objetivo es potenciar a las fuerzas del pueblo, no contenerlas.
  • Si las izquierdas no se comprometen a contribuir al derrumbe de los gobiernos de ultraderecha, el fascismo encontrará en nuestras debilidades la fuerza para derrumbar los nuestros.
  • El fascismo, aunque se vista de seda, fascismo se queda.

Termino con un llamado a los compañeros bolivianos, solo la unidad nos dará la victoria. Unidad, unidad y más unidad.

Y unas estrofas de una canción que fue como un himno de luchas y victorias

Aquí se queda la clara

La entrañable transparencia

De tu querida presencia

Comandante Che Guevara

Daniel Martínez Cunill* Sociólogo, especializado en las RRII de América Latina y el Caribe y asesor del Partido del Trabajo de México, PT.

Foto de portada: PIA Global

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