En la pandemia África fue noticia por la falta de vacunas y la dificultad, ya histórica, del acceso a un sistema de salud de calidad. También por la discriminación occidental ante los rebrotes y nuevas cepas de COVID que, se decía, se originaban en el África profundamente olvidada pero a la ve culpable de ese olvido.
La pos pandemia trajo la guerra en Ucrania y otra vez África en el centro de las disputas occidentales por los recursos naturales del continente, tan abundantes como propios de estas tierras codiciadas por las multinacionales extractivistas que expolian cada terreno donde posan sus garras. Los recursos escasos en Europa, las sanciones a Rusia que como un boomerang golpearon a quienes tomaron postura a favor de la OTAN y sus socios de uno y otro lado del Atlántico, la crisis económica, climática y energética a nivel mundial se ciernen sobre África como una tormenta perfecta.
Pero el continente africano además tiene sus propias y graves tormentas para atender.
El Sahel y la violencia fundamentalista
La violencia continúa empeorando en la región africana del Sahel, donde millones de personas se han visto obligadas a dejar sus hogares para escapar de la amenaza que presentan los grupos armados y las organizaciones terroristas, además de la falta de respuesta que ofrecen los gobiernos locales, que están más preocupados por permanecer en el poder que por brindar seguridad a sus pueblos jaqueados por una espiral de violencia.
Esta región, que incluye Burkina Faso, Chad, Mali y Níger, alberga algunos de los países más empobrecidos del mundo y en ella confluyen, además, múltiples crisis, como los conflictos intercomunitarios, el yihadismo, la pobreza extrema, la inseguridad alimentaria, el cambio climático. Además la vulnerabilidad del Sahel se ve agravada por el impacto de los desplazamientos forzados, causados por la violencia generalizada y brutal perpetrada por grupos armados y criminales que actúan en la región a la sombra y muchas veces financiados por potencias que ven en el conflicto la solución y salida para poder llevar acabo sus intereses, ligados al expolio de los recursos naturales que abundan en la región.
A todas estas cuestiones puntuales del Sahel, que muchas de ellas se repiten endémicamente en otras regiones del continente, la crisis de seguridad que padece el Sahel occidental es a su vez causa y efecto de la crisis de gobernanza que se observa en la zona.
Causa, por la mala gobernanza, la incapacidad de los Estados de proveer servicios y controlar el territorio, y la desafección de la ciudadanía con sus instituciones estatales representan uno de los múltiples factores que han incidido tanto en la eclosión de la violencia como en su mantenimiento. Efecto debido a que la creciente inseguridad y violencia provocada por la guerra ha golpeado a los gobiernos de la región, que se han visto superados y ha generado múltiples crisis de gobernabilidad.
La debilidad de la autoridad estatal en la zona, la inestabilidad política, los conflictos internos y la presencia de organizaciones yihadistas conforman un verdadero cóctel explosivo, que se alimenta del tráfico de armas, drogas y personas. Las consecuencias sociales son enormes: según datos de Naciones Unidas, los desplazamientos internos en Malí, Níger y Burkina Faso se han multiplicado por 20 en los últimos dos años y alrededor de 13,4 millones de personas necesitan hoy asistencia humanitaria.
Hemos mencionado que uno de los flagelos que sacuden la región es el terrorismo fundamentalista, muchas veces ligado al Islam, pero que muy alejado se encuentra de ello. Si bien las agrupaciones se autoproclaman “islamitas”, la religión que profesan poco tiene que ver con la violencia que esgrimen. La actividad terrorista se concentra en dos principales focos: la región occidental del Sahel, que incluye el centro de Malí y la llamada zona de la triple frontera con Burkina Faso y Níger, y, más al oeste, la cuenca del lago Chad, que abarca territorios de Nigeria, Níger, Chad y Camerún.
República Democrática del Congo, Ruanda y el M23
La escasa atención de la comunidad internacional sobre África se concentra, como mencionamos párrafos arriba, en el yihadismo o terrorismo fundamentalista en el Sahel y en el Cuerno de África. Sin embargo, el conflicto que se desató en el transcurso del año 2022, en las fronteras de Ruanda con la República Democrática del Congo, en las provincias de Kivu del sur y del norte, donde el resurgimiento del grupo terrorista M23 está poniendo en jaque a la región.
Fuego de armas en el campo y fuego diplomático entre los gobiernos de estos dos países ha puesto en acción a la Comunidad de África Oriental, que ve como dos de sus miembros no pueden resolver un conflicto que atraviesa a toda la región dejando miles de muertes a su paso. Una guerra interestatal se está gestando en el este de la RDC y la comunidad internacional aún no lo ha notado.
El M23, grupo rebelde que aparentemente recibe respaldo de Ruanda, aunque su presidente, Paul Kagame insista en negarlo, amenaza Goma, la capital de la provincia congoleña de Kivu del norte. Esto provocó que la organización que nuclea a los países de África Oriental organizara una intervención militar extranjera para socorrer a un ejército congoleño que ve como la situación está fuera de control y la violencia aumenta día a día.
Esto último es ya un rango distintivo de este conflicto que a diferencia de las dos o tres últimas veces, se enfrenta a la posibilidad de una terrible escalada que derive en una guerra interestatal. Las tropas de Ruanda y Kenia se acercan inexorablemente a una confrontación. Mientras Kenia envía tropas aéreas al este del país bajo la bandera de la Comunidad de África Oriental (CAO), los soldados ruandeses integrados en la rebelión del M23 no dan señales de retroceder.
Los casi treinta años de una guerra compleja y trágica en los Grandes Lagos han conducido a esta última escalada. El este del Congo nunca se recuperó del infierno que fue la Gran Guerra Africana, un amargo conflicto que afectó a nueve países y acabó con la vida de cinco millones de personas. Aunque la paz se declaró en 2003, los ecos de la guerra siguieron sonando en el este de la RDC.
Ruanda, que mantiene relaciones complejas y a menudo competitivas con Uganda y Burundi, tiene un historial de crear y apoyar repetidamente rebeliones en el Congo. A pesar de que la actual rebelión del M23 cuenta con numerosos miembros congoleños con motivos legítimos de queja, esta fuerza ha sido históricamente creada y apoyada por el Estado ruandés. Aunque no está claro qué motivó exactamente esta ofensiva, algunos apuntan a la preocupación de Ruanda por la creciente influencia de Uganda, su rival, en la RDC. La relación entre Uganda y Ruanda no es sencilla y, además, existen informes que afirman que elementos ugandeses han apoyado al M23. Las tensiones regionales que están en juego no están claras, ya que el Estado ugandés y el congoleño no son actores unitarios. Según informes filtrados de la ONU, Ruanda está prestando apoyo directamente a esta última versión del M23 con infantería, artillería y logística.
En respuesta a la escalada, la CAO ha anunciado el despliegue de una fuerza militar a petición de la RDC, su miembro más reciente. Kenia parece estar detrás de esta intervención y ha comenzado a desplegar sus fuerzas. La comunidad internacional, por su parte, ha ido perdiendo interés en la región, considerando la inestabilidad en los Grandes Lagos como un conflicto endémico de baja intensidad e ignorando la posibilidad de que estalle.
La inestabilidad regional esta puesta en peligro independientemente de que se crea que la injerencia de Ruanda o la intervención de la Comunidad de África Oriental, que respaldada por Kenia, son respuestas válidas a la inseguridad en la región, la actual escalada de violencia en la zona es por demás peligrosa. No se observan signos reales de un auténtico dialogo entre las partes, nadie se está echando para atrás, aunque el derramamiento de sangre africana continúe.
Mientras tanto, la reforma del sector de la seguridad que tanto se necesita sigue paralizada debido al gran negocio que se genera en esta zona congoleña. Bajo la bandera de la fuerza regional de la CAO, las fuerzas de Uganda y Burundi se encuentran ahora en la RDC para perseguir a sus propios enemigos en suelo congoleño, con lo que aumenta la posibilidad de incitar a la contramovilización. Se podría decir que el ecosistema del conflicto del este congoleño a menudo reacciona ante los cuerpos extraños con una respuesta inmunológica violenta que exacerba aún más el conflicto.
El Cuerno de África se hunde en la violencia y la hambruna
20,5 millones de personas se enfrentan a un hambre severa en Etiopía, Kenia y Somalia, tras la escasez de lluvias desde 2019, que ha provocado una sequía devastadora. La combinación de sequías, inundaciones y violencia ha dejado a millones de personas «atrapadas» en Etiopía, Somalia y otros puntos del Cuerno de África. El Centro de Seguimiento de Desplazamientos Internos estima que más de 3.100 personas al día tuvieron que abandonar sus hogares en Etiopía, mientras que la media en Somalia es de unos 1.800 desplazamientos diarios.
Las trágicas consecuencias de esta sequía sumada a la inestabilidad por los conflictos que también afectan a la zona y a la crisis económica mundial que se ha acelerado con la guerra de Ucrania, dejan a este lugar del planeta inmerso en una emergencia humanitaria. Una crisis olvidada que puede traducirse en una sola palabra: hambre.
Pero por si este escenario fuera poco, la violencia en el Cuerno de África amenaza con transformar toda la región en un área incontrolable. El grupo terrorista somalí al-Shabaab, sigue allí, dispuesto a revalidar su fama como uno de los grupos terroristas más letales del continente. Dejando a su paso un panorama desolador y terrorífico, al igual que la crisis climática que azota al Cuerno. l
Cuerno de África se está produciendo la mayor tragedia de esta “tercera guerra mundial en pedazos” como la define el Papa, culpa de tres flagelos concentrados ahí como en ningún otro lugar del planeta. Crisis climática, violencia y hambre asolan esta región delante de los ciegos ojos del mundo, que solo ven en Ucrania una guerra. El mundo, los medios, los Estado potencia y las organizaciones internacionales ignoran lo que está sucediendo en el Cuerno de África donde multitudes de seres humanos corren un peligro atroz; casi veinte millones de personas entre Etiopía, Eritrea y Somalia. Miles de ancianos y especialmente niños menores de cinco años ya están muriendo de hambre en sus casas y en la calle, según han declarado organizaciones humanitarias internacionales vinculadas a la ONU como la FAO o la OMS.
Los flujos migratorios descontrolados que engordan a los traficantes y atemorizan a los europeos, nacen allí en esa franja oriental del gran continente africano. En esta área, las consecuencias de la guerra en Ucrania fueron particularmente graves porque la dependencia rusa y ucraniana del trigo y los fertilizantes era máxima y la comunidad internacional miró para otra parte.
La responsabilidad del desastre en el Cuerno de África recae sobre muchos. Europeos, estadounidenses, rusos y chinos se disputan el mundo mientras en algunas regiones del resto del mundo, en rincones olvidados como el Cuerno, las crisis se desatan sin freno ni pausa dejando muerte y más pobreza a su paso.
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.
Foto de portada: madre sostiene a un niño y una botella de agua con el mapa del Cuerno de África de fondo. (imagen de internet)