La ahora exsubsecretaria de Estado adquirió un protagonismo muy superior al que implicaba su cargo por su inolvidable aparición en la plaza de Maidan junto al entonces embajador estadounidense en Kiev, Jeffrey Pyatt. Estados Unidos había cruzado ya todas las líneas rojas de la injerencia extranjera en los asuntos internos de un Estado soberano. Sonriente y feliz de participar en una revolución en la que contaba con un candidato claro a asumir el liderazgo, Victoria Nuland distribuyó, de una simple bolsa de plástico, bollos para las personas que se manifestaban en la plaza de la Independencia. El nombre de la persona a la que Nuland promocionaba era evidente y no hubo ninguna sorpresa cuando la subsecretaria de Estado afirmó que “Yats es el hombre” en una llamada telefónica filtrada al público y en la que se le escuchaba organizando el Gobierno ucraniano que nacería de Maidan. Frente al candidato alemán, el actual alcalde de Kiev Vitaly Klitschko, Nuland presionaba en favor de Arseniy Yatseniuk, líder del partido de la aún ausente Timoshenko, pero que rápidamente organizaría un partido a su servicio. Aunque de aquella filtración pasó a la posteridad el “fuck the EU” de Victoria Nuland, que dejaba claro quién lideraba el grupo de países que maniobraban en la sombra contra el presidente de Ucrania elegido en las urnas, no debe perderse de vista la parte más importante: el Gobierno nacido de Maidan fue tal y como lo había descrito Nuland.
Ese Gobierno contaría a lo largo de los ocho años de guerra en Donbass hasta la invasión rusa de febrero de 2022 con el incondicional apoyo de Estados Unidos que, con Victoria Nuland a la cabeza, trabajó para hacerse cada vez más presente e influyente en todas las decisiones importantes. Acompañada nuevamente del embajador estadounidense, la subsecretaria estuvo presente, por ejemplo, en la sesión de la Rada que debía prorrogar la ley de estatus especial para Donbass. Nuland se encontraba allí para garantizar el voto correcto, no por el interés de obligar a Ucrania a cumplir los acuerdos de paz que había firmado, sino para aprobar una ley que no iba a entrar en vigor simplemente como protocolo, una formalidad con la que alegar ante Rusia haber cumplido con los compromisos propios y exigir el cumplimiento de los ajenos, ampliados, además, exigiendo aún más concesiones. A finales de 2021, cuando Estados Unidos y el Reino Unido alertaban de la concentración de tropas rusas en las fronteras de Ucrania, una sonriente Nuland emergió de su reunión con la plana mayor del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa en Moscú tras una “franca discusión” en la que no hubo acuerdo, quizá porque nunca hubo intención de que lo hubiera. La sonrisa se repitió dos años después, al comparecer ante el Senado y afirmar que “nos agrada mucho saber que el Nord Stream 2 se ha convertido en un montón de chatarra en el fondo del mar”.
Ahora, tras 35 años de carrera en el Gobierno, al servicio de la imposición de los intereses de Estados Unidos y del clan al que pertenece, el neocon Kagan, Nuland se retira a una segunda línea igualmente importante: la de la formación de nuevas élites que garanticen la continuidad. Lo hará como docente en Columbia, la universidad en la que a lo largo de las últimas semanas más claro ha quedado que la libertad de expresión, reunión y manifestación se limitan en el orden internacional basado en reglas a aquellas opiniones y causas aceptables para el establishment estadounidense. La retirada da a Nuland aún más libertad para mostrar sus puntos de vista, que son los de la élite política que domina actualmente Estados Unidos. No es de extrañar así que la primera entrevista en profundidad se haya publicado en Político, un medio con fuertes vínculos con la administración Biden. Como es natural teniendo en cuenta lo ocurrido en la última década, la guerra de Ucrania y el conflicto con Rusia son dos de los principales temas del discurso de la ya ex subsercretaria de Estado.
El discurso de Nuland es extremadamente simple y completamente transparente. No hay en él lugar a la ambigüedad, aunque sí para reescribir la realidad de tal manera que sea más sencilla de explicar y fácil de manipular. “Empecemos por el hecho de que Putin ya ha fracasado en su objetivo”, afirma a la pregunta de si Ucrania puede ganar la guerra contra Rusia. Nuland pasa entonces a detallar su percepción de los objetivos, no de Rusia sino de Vladimir Putin en la guerra. La personificación de Rusia en su presidente busca aquí un único culpable de la situación actual, una persona que representa en realidad al actual régimen político ruso, uno que, pese a ser heredero directo del que Washington defendió a capa y espada en los años 90, ahora estaría dispuesta a destruir. Vladimir Putin quería, según la exdiplomática, “aplastar a Ucrania. Quería asegurarse de que no tuviera soberanía, independencia, agencia, ni futuro democrático, porque una Ucrania democrática, una Ucrania europea, es una amenaza para su modelo de Rusia, entre otras cosas, porque es el primer bloque de construcción para sus mayores ambiciones territoriales”.
El recurso a la idea de destruir la democracia ha sido útil a la hora de presentar la guerra como una batalla entre el bien y el mal, Europa y lo que no lo es, una forma de ver la realidad como una lucha entre civilización y barbarie. El temor a la Ucrania democrática que expertos, think-tankers y políticos creando estados de opinión han proclamado a los cuatro vientos pretende hacer olvidar que el peligro es escaso. Prohibición de partidos políticos, acoso a representantes e incluso simpatizantes de tendencias políticas vetadas, agresiones a medios de comunicación, encarcelamiento de periodistas o incluso su asesinato, creación de listas negras de enemigos internos o subordinación absoluta de los poderes legislativo y judicial al ejecutivo son argumentos que habitualmente se utilizan contra Rusia sin admitir que son señas de identidad de la Ucrania post-Maidan, nacida de un golpe de estado contra un presidente que, pese a sus errores, había sido elegido en unas elecciones en las que todos los partidos tuvieron la ocasión de participar. El recurso a la “Ucrania europea”, es decir, a la adhesión a la UE, actúa de forma similar. La pertenencia al bloque económico habría significado para Ucrania la desindustrialización que viene asociada a los procesos de adhesión, algo que indudablemente habría perjudicado a Rusia. La Unión Soviética se desintegró, pero tardaron décadas en hacerlo los hilos comerciales y la pertenencia a una misma cadena de suministro. Sin embargo, como pudo comprobarse en la negociación de Estambul, para 2022, las reticencias de Rusia a la Unión Europea habían quedado en el pasado y el temor se limitaba solo a la OTAN. Las consecuencias de ruptura definitiva de los lazos económicos entre los dos países habían quedado rotos años antes y la preocupación era ya la seguridad. Sin embargo, evitar la expansión de la OTAN a un país que ya estaba animando a los países occidentales a colocar bases militares en su territorio no entra en el discurso de Nuland.
Es evidente desde el momento en el que la operación militar especial entró en las trincheras y se convirtió en una guerra de desgaste que Rusia no ha cumplido con sus expectativas y sus objetivos. Sin embargo, a la hora de justificarlo, los representantes europeos y norteamericanos apelan de forma constante a unos objetivos proyectados que poco tienen que ver con una realidad que se manifestó durante las negociaciones de paz de las primeras semanas de la guerra. En aquel momento, con Ucrania completamente a la defensiva y con unas dificultades internas tan importantes que llevaron incluso a un tiroteo entre el GUR y el SBU, las exigencias rusas no fueron de cambio de régimen, subordinación a Moscú o maximalismos territoriales sino que se limitaron a: neutralidad, renuncia a Crimea y parte de Donbass y respeto a la lengua y cultura rusa. Las “ambiciones territoriales” de Rusia se limitaban a aquellos territorios que habían mostrado durante ocho años su rechazo a regresar bajo control de la Ucrania post-Maidan. Occidente prefiere ignorar esa realidad, ya que el discurso de expansionismo ruso justifica tanto la política de ampliación de la UE y, sobre todo, la OTAN, y el rearme continental.
Los argumentos de Nuland no responden tampoco a la pregunta. “¿Puede Ucrania tener éxito?”, repite la diplomática para añadir que “por supuesto que sí. ¿Puede Ucrania salir de esto más soberana, más independiente económicamente, más fuerte, más europea de lo que es ahora? Por supuesto que sí. Y creo que así será. Pero tenemos que seguir con ella. Tenemos que asegurarnos de que nuestros aliados siguen con ella”. Nuevamente, no hay promesa de victoria ni definición de qué significaría. De ahí que el periodista intente obtener respuesta a lo que quedaba implícito en la primera pregunta: ¿puede Ucrania recuperar todo su territorio incluida Crimea?
“Creo que puede llegar a un punto en el que sea lo bastante fuerte y en el que Putin se sienta lo bastante aturdido como para ir a la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza. Dependerá del pueblo ucraniano cuáles deben ser sus ambiciones territoriales. Pero hay ciertas cosas que son existenciales”, responde Nuland. Ni siquiera los principales patrocinadores de Ucrania creen en la victoria que Zelensky sigue prometiendo y para la que exige un doble esfuerzo de suministro a sus socios y sufrimiento a su población.
Las palabras de Nuland son un esbozo de los planes de Estados Unidos, que pasan por continuar la guerra hasta que Ucrania se encuentre en un momento de suficiente fuerza para obligar a Rusia a aceptar las condiciones de Kiev, algo evidente desde 2022 y que ha resultado en la continuación de la guerra a costa de enormes bajas, pérdida de población y destrucción masiva de regiones enteras del país. Es significativo que Nuland afirme que Ucrania no se encontraba en una posición de suficiente fuerza como para confiar en la vía de negociación a finales de 2022, momento de mayor vulnerabilidad rusa tras las derrotas de Járkov y Jersón. Estados Unidos busca una posición de aún más fuerza, que es, año y medio después, aún más improbable.
A juzgar por las palabras de Nuland, que son coherentes con los actos de la administración Biden, el objetivo de Estados Unidos es buscar una derrota rusa, aunque no pueda producirse la victoria completa de Ucrania con la recuperación de todos sus territorios según sus fronteras de 1991. Sobre el acuerdo final que cierre el conflicto, Nuland, como todo representante occidental, se centra exclusivamente en el peligro ruso, ignorando el peligro ucraniano para, por ejemplo, la población de Donbass y Crimea. En su opinión “tiene que ser un acuerdo que garantice que, se decida lo que se decida sobre Crimea, no pueda ser remilitarizada de tal manera que sea una daga en el corazón del centro de Ucrania”. En esa frase, Nuland aclara el objetivo: la recuperación de Crimea parece darse por imposible, pero se busca su “desmilitarización”, es decir, la expulsión de las tropas y la flota rusa, algo que sería para Rusia una derrota casi tan completa como la pérdida del territorio. La parte que firmó los acuerdos de Minsk sin intención de cumplirlos, tendría así vía libre para aplicar una solución definitiva por la vía militar que ansía desde 2014.
Al margen de la falta de realismo del escenario, las palabras de Nuland muestran que Estados Unidos sigue cómodo con la guerra incluso ahora que las cosas no van bien para Ucrania y las posibilidades de encontrarse en una posición de fuerza a la hora de negociar son escasas. No parece haber para Washington prisa por lograr los objetivos. Estados Unidos está disfrutando de los beneficios que implican tanto la remilitarización como la subordinación de la Unión Europea y no hay prisa por devolver una vida digna y en paz a la población de Ucrania. Tampoco parece ser preocupante para Estados Unidos la situación en Donbass, que desaparece completamente del discurso de Nuland. Para Washington, Donbass ha sido siempre una pieza en un conflicto en el que su importancia era menor. Fue así durante los años del proceso de Minsk y lo es mucho más ahora. La guerra proxy entre Estados Unidos y Rusia en Ucrania comenzó mucho antes del 24 de febrero de 2022.
*Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista, especialista en Ucrania/Donbass.
Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.
Foto de portada: extraída de Slavyangrad.