Según informes, Trump tuvo una llamada inesperada con Nicolás Maduro días antes de que el Departamento de Estado designara al llamado Cártel de los Soles como organización terrorista extranjera y declarara al propio Maduro como líder de este “cártel”. Para el “Agente Naranja”, Venezuela sería un verdadero narcoestado y Los Soles, liderado por Maduro, una de las principales plataformas de narcotráfico hacia Estados Unidos. Esto proyectaría simultáneamente una guerra contra Venezuela y un golpe de Estado contra Maduro en el horizonte político de Washington.
Pero hay un problema fundamental: la administración Trump ni siquiera puede convencer a sus propias agencias ni a sus aliados históricos de que esta narrativa es cierta. Ni los militares, ni los analistas de inteligencia, ni los líderes políticos, ni los expertos legales coinciden en que Venezuela sea un “estado narcoterrorista”.
Tampoco ven legalidad alguna en la solución improvisada de la Casa Blanca: rodear la costa venezolana y atacar sus buques en el mar Caribe con el pretexto de combatir el tráfico de fentanilo y otras drogas ilícitas.
Uno de los puntos más débiles de esta construcción fantasiosa es precisamente el Cártel de los Soles, que, objetivamente, no existe como organización. Como señaló el New York Times, el término es simplemente una figura retórica utilizada durante décadas para referirse a funcionarios venezolanos corruptos, no a una estructura criminal con liderazgo, reuniones ni cadena de mando. Reputados analistas afirman que estas redes están dispersas, descoordinadas y que “la mano izquierda no sabe lo que hace la mano derecha”. En resumen: no existe ningún “cártel” al que Trump pueda señalar, y mucho menos un cártel comandado por Maduro.
Y aquí surge una pregunta inevitable: si la amenaza no existe tal como se describe, ¿qué hay realmente detrás de la retórica de Trump? ¿Qué quiere realmente la plutocracia de Washington? La respuesta es simple: Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo. Además, posee minerales importantes como oro, hierro, carbón y bauxita, así como vastos yacimientos de minerales estratégicos como coltán, zinc y tierras raras. Por lo tanto, es evidente que la narrativa de “combatir el narcoterrorismo” esconde intereses económicos mucho más tangibles: el control de los recursos naturales de Venezuela.
Dado que Maduro se resiste, negando a los estadounidenses el libre acceso a las riquezas del país, es necesario eliminar el obstáculo para derrocar al controvertido presidente. María Corina, la sorprendente ganadora del Premio Nobel de la Paz de 2025 y posible candidata a suceder a Maduro, ya ha declarado que quiere abrir el país a las compañías petroleras estadounidenses. ¡Nada más absurdo!
Cuando es necesario crear un enemigo inexistente para justificar acciones unilaterales, cuando es necesario infiltrar un títere para saquear un país, queda claro que el verdadero objetivo no es la lucha contra el narcoterrorismo, sino el acceso a recursos naturales de alto valor geopolítico.
La propia comunidad de inteligencia estadounidense reconoce que Trump miente. Un memorando consensuado de 18 agencias estadounidenses concluyó que la banda del Tren de Aragua no actúa bajo la dirección del gobierno de Maduro. ¡Al contrario! La pandilla nacida en la cárcel de Tocorón es un blanco frecuente del gobierno, que en 2023 desmanteló su liderazgo, incautó armas y eliminó los privilegios ilegales de los que disfrutaban sus líderes. El gobierno y la pandilla son hostiles entre sí. Por lo tanto, incluso presionados para reevaluar el informe, los analistas de inteligencia reafirmaron que no hay cooperación, coordinación ni mando en el Tren de Aragua que proviene de Caracas.
La resistencia de los aliados confirma este escenario. El Washington Post mostró que Trump ignoró repetidamente a sus propios abogados cuando cuestionaron la legalidad de los ataques, muchos de los cuales fueron destituidos. En el extranjero, el aislamiento se profundizó: el Reino Unido dejó de compartir inteligencia por considerar los ataques una violación del derecho internacional. Canadá también se negó a permitir que su inteligencia se utilizara para guiar ataques letales perpetrados en contravención del derecho internacional. Francia y los Países Bajos expresaron su preocupación por posibles violaciones de derechos humanos. Incluso Colombia, históricamente alineada con Estados Unidos en política antidrogas, suspendió la cooperación para no “colaborar en un crimen de lesa humanidad”.
Con Brasil no es diferente. Lula ha criticado abiertamente el bloqueo naval del país, incluso durante la última Asamblea General de la ONU en septiembre. Incluso hoy, al negociar la revisión del aumento de aranceles en diálogo directo con Trump, aunque con mayor moderación, el brasileño mantiene abiertas las puertas de la mediación internacional y se opone firmemente a cualquier intervención extranjera en Sudamérica, rechazando una supuesta reedición de la Doctrina Monroe, según la cual América debería ser (solo) de los (norte)americanos.
En cuanto al fondo, Lula reconoce la evidente contradicción en la retórica de Trump: para justificar cualquier acción militar contra Venezuela, Estados Unidos necesita inventar una amenaza, un enemigo poderoso, que solo él puede vencer. En su perverso “mundo de Alicia”, Trump crea un “cártel” que sabe que no existe.
Despliega la bandera de combatir el narcoterrorismo sin pruebas y presiona a sus propias agencias para que reescriban los informes. En un escenario donde las ideas no se corresponden con los hechos, donde el discurso depende más de la ficción que de la realidad, queda claro que Venezuela no representa un peligro: el enemigo a combatir son las (de)construcciones políticas de Estados Unidos, cuyo “gran garrote” ahora blande ostentosamente Donald Trump.
Lier Pires Ferreira* Doctor en Derecho (UERJ). Investigador en NuBRICS/UFF.
Renata Medeiros** Máster en ciencias políticas, abogado
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