Vincent Arpoulet es investigador en historia económica y enseña economía en la Universidad Sorbonne Nouvelle. Sus investigaciones se centran en las economías latinoamericanas, en particular en la propiedad estatal del sector petrolero ecuatoriano y en la reapropiación pública de las minas bolivianas. Ahora que la Unión Europea se prepara para firmar un acuerdo de libre comercio con el Mercosur, Arpoulet analiza los efectos de este tratado sobre las economías latinoamericanas y europeas.
R.K. – ¿Puede hablarnos del contenido y del porqué del acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur?
V.A. – ¡Es difícil responder a esta pregunta, ya que las principales cláusulas de este tratado no son publicas! Hay aquí una increíble falta de transparencia, lo que nos lleva a cuestionar la falta de democracia que reina en las esferas de la Unión Europea.
Sin embargo, tenemos algunas indicaciones sobre el contenido de este acuerdo: consistirá principalmente en reducir los aranceles y aumentar las cuotas de exportación de materias primas agrícolas sudamericanas con destino a la Unión Europea, para que esta pueda exportar más productos manufacturados hacia los mercados brasileños y argentinos, en particular.
Las dos partes involucradas en este proyecto persiguen objetivos diferentes.
Por el lado de Europa, Alemania está presionando especialmente para exportar más automóviles, maquinaria y productos químicos. Además, los países de la Unión Europea buscan asegurar su suministro de tierras raras, integrando en particular sus empresas en la gestión y explotación de minas de litio, con el objetivo de competir con China y Estados Unidos, que han tomado ventaja en este campo. Para Europa, no se trata solo de beneficiarse de un acceso privilegiado a materias primas, sino también de conservar una posición más ventajosa en las relaciones de intercambio.
Por el lado del Mercosur, primero hay que distinguir el enfoque brasileño, particularmente el de Lula, quien considera que un tratado de libre comercio con Europa podría acelerar la diversificación y el desarrollo económico nacional. Me explico: Lula desea industrializar Brasil para convertirlo en un país más soberano y emancipado de la dominación del Norte. En primer lugar, ve en el acuerdo UE-Mercosur un medio para obtener transferencia de tecnología de parte de empresas europeas que se instalarían en su país. Además, desea reforzar las exportaciones agrícolas para obtener más divisas extranjeras, especialmente dólares, para financiar una estrategia de industrialización del país, desarrollando sectores existentes, en particular la producción de fertilizantes, necesarios para el país.
Brasil imagina, entonces, paradójicamente, que podría aumentar su potencial industrial a través de este acuerdo… Esta ambición de fortalecer la industrialización mediante el libre comercio deja a algunos perplejos: muchos tienen más bien la impresión de que, al contrario, atrapará al país en un papel de proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo.
En cuanto a la Argentina del libertario Milei, el apoyo al acuerdo es más débil y oportunista. Milei está a favor del acuerdo, a diferencia de los peronistas, pero mucho menos activo que Lula en el tema. Sin ninguna estrategia de industrialización, el presidente ultraliberal solo pretende aumentar la tasa de beneficio del agro-negocio y de las empresas extranjeras que explotan el subsuelo del país, en particular el litio. Pero muchos libertarios argentinos no están convencidos del Mercosur y preferirían, al estilo Trump, acuerdos de libre comercio por elección, país por país. Una opción puesta sobre la mesa recientemente por el propio presidente argentino, que no ha descartado abandonar Mercosur si el acuerdo con la UE impone normas medioambientales demasiado restrictivas.
Mientras que el socialdemócrata Lula muestra afinidades políticas, especialmente sobre el acuerdo, con el alemán Olaf Scholz y el español Pedro Sánchez, por su parte, Macron expresa una verdadera fascinación por el proyecto de «cortes con motosierra» del presidente Milei, a quien se dirige empleando un lenguaje meloso que se aleja de las formalidades diplomáticas.
R.K. – ¿Cuáles son los principales puntos de fricción entre ambas partes que podrían evitar este acuerdo?
V.A. – Afortunadamente, este acuerdo está lejos de ser unánime y suscita fuertes oposiciones, especialmente en Europa.
El principal punto de fricción sigue siendo el medio ambiente. Este acuerdo había sido finalizado en 2019, sin embargo, no pudo implementarse en ese momento, ya que Jair Bolsonaro estaba tomando medidas ecocidas al acelerar la deforestación del Amazonas.
El acuerdo prevé, de hecho, una obligación para los productos exportados a la UE de respetar normas ambientales. Esta obligación, aunque difícil de aplicar, suscita una oposición importante dentro de los países del Mercosur: el gobierno ultraliberal argentino las rechaza, y Lula ha mostrado su desaprobación hacia cualquier norma que le sea impuesta desde el exterior, especialmente por antiguas potencias coloniales siempre inclinadas a querer reproducir relaciones de dominación. Recordemos, además, que la hipocresía también viene de la UE, que rechazó un texto que profundizaba la lucha contra la deforestación para aplicar más rápidamente el acuerdo.
Pero recientemente, los agricultores europeos, en particular los franceses, se han alzado contra este acuerdo que pondría en peligro sectores necesarios para la soberanía alimentaria del Viejo Continente.
En Europa, el riesgo para la agricultura es enorme: los costos de producción, especialmente para los cereales, no son comparables. En Brasil y Argentina, el salario de un trabajador agrícola no supera los 500 euros al mes, y las superficies cultivables también son mucho mayores. Además, al firmar este acuerdo, la UE se prepara para permitir la entrada masiva de productos agrícolas fabricados con pesticidas que están prohibidos en su territorio. ¡Es una verdadera tomadura de pelo!
Podemos imaginar sin dificultad que muchos sectores agrícolas europeos no resistirían, en un contexto en el que Europa enfrenta además una estancación económica y un aumento en el costo de la energía.
Para los europeos, la pregunta que plantea este acuerdo es la siguiente: ¿todavía necesitamos una agricultura nacional? Los defensores del libre comercio responderán que no, y que deberíamos dejar a los países con ventaja comparativa en este ámbito la tarea de suministrarnos alimentos… Pero una agricultura nacional es mucho más fácilmente controlable en términos sanitarios y ambientales.
Este acuerdo, por lo tanto, va en contra de los desafíos actuales: los europeos desean mayoritariamente un medio ambiente preservado y una alimentación de calidad; deberían rechazar este acuerdo.
R.K. – ¿Cuál es la naturaleza de las relaciones económicas que América Latina mantiene con los países del Norte?
V.A. – Las relaciones entre ambos mundos son fuertes, sin embargo, el acuerdo se inscribe dentro del marco de un intercambio desigual: el Norte exporta productos manufacturados y domina tecnológica y, sobre todo, financieramente, mientras que Brasil y Argentina son considerados las «granjas» del mundo, intentando obtener ciertos beneficios de su inserción en la economía mundial como exportadores de materias primas estratégicas.
De hecho, a través de este acuerdo comercial, América Latina pretende aumentar su ventaja comparativa como zona de exportación de productos agrícolas no transformados, particularmente para obtener más dólares en el mercado mundial y desarrollar su industria. Se trata de un enfoque librecomercista de la economía mundial que presenta serias limitaciones.
Como lo subrayaban los economistas heterodoxos Raúl Singer y Hans Prebisch, América Latina está particularmente expuesta a la degradación de los términos de intercambio. Es algo bastante técnico, pero en cuanto países exportadores de materias primas, las economías latinoamericanas son extremadamente dependientes del dólar estadounidense para importar los bienes manufacturados que sus economías necesitan.
En términos sencillos, su objetivo es vender la mayor cantidad posible de materias primas para obtener el mayor número de dólares posible. Esto funciona cuando los precios de las materias primas están muy altos, pero cuando se desploman, el valor del dólar se aprecia en comparación con la moneda nacional, lo que causa una inflación estructural. Para hacer frente a esta situación, estos países a menudo contraen deudas con el sector financiero de los países del Norte, condicionadas a ajustes estructurales que los privan de los recursos necesarios para financiar su desarrollo industrial.
Así, el círculo vicioso se perpetúa. Al final, como lo describió Lenin en «El imperialismo, fase superior del capitalismo», el libre comercio beneficia a las oligarquías financieras del Norte y arrastra a los países del Sur en una trampa de inflación, dependencia política y pobreza. La historia económica reciente de Argentina y de muchos otros países del continente se describe perfectamente en estas pocas líneas…
R.K. – ¿Acaso el Mercosur no pretendía inicialmente desarrollar un mercado sudamericano para fortalecer la industria local y evitar que la región cayera en este círculo vicioso?
V.A. – El Mercosur surgió, en primer lugar, en la década de 1990 como un proyecto alternativo al proyecto estadounidense del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), una vasta zona de libre comercio que agrupaba a toda América bajo la dirección de Estados Unidos.
Rápidamente surgieron dos visiones opuestas: mientras que la derecha veía en el Mercosur una simple zona de libre comercio entre los Estados miembros para ganar más dinero, la izquierda, por otra parte, especialmente bajo el impulso de Lula, aspiraba a desarrollar una integración económica y política regional, inspirada en el modelo de la Unión Europea.
El presidente brasileño apoyaba así la creación de una moneda común, el Sur, que, a diferencia de la moneda única europea, pretendía únicamente reemplazar las monedas nacionales para los intercambios internacionales, sin por ello privar a los Estados de una prerrogativa estratégica como es la gestión de su política monetaria nacional.
La idea era liberarse de la dependencia del dólar estadounidense, cuya problemática Lula había comprendido claramente. Pero desde la elección de Milei como presidente de Argentina, este proyecto ha quedado estancado.
El balance del Mercosur es, sin embargo, bastante decepcionante. El superávit comercial del continente está relacionado con sus exportaciones de materias primas no transformadas, no con una diversificación económica. En resumen, el agro-negocio es el gran ganador del Mercosur actual, no la diversificación económica.
Además, el Mercosur no supo profundizar realmente la integración económica regional. Los intercambios entre los países latinoamericanos siguen siendo muy bajos, lo que plantea un grave problema: los países de la región siguen siendo, esencialmente, monoexportadores de materias primas; por ejemplo, los principales clientes y proveedores de Brasil y Argentina no se encuentran en América Latina…
Fundamentalmente, el Mercosur no ha cambiado la naturaleza de las economías sudamericanas, y todo parece indicar que el acuerdo con la Unión Europea no hará más que agravar esta lógica.
Si bien algunos piensan que permitirá a Brasil jugar un papel más importante en la multipolaridad, luchar contra el neocolonialismo reforzando su independencia frente al dólar y desarrollar su industria mediante transferencias de tecnología, los hechos no mienten. Sin embargo, hay un rayo de esperanza: tras la adhesión de la Bolivia de Luis Arce el año pasado, el Mercosur se inclina un poco más a la izquierda tras la elección de Yamandu Orsi como nuevo presidente de Uruguay. ¿Podrán estas victorias de la izquierda aislar un poco más a Javier Milei e ir más allá de una simple zona de libre comercio relanzando un verdadero proyecto integracionista?
R.K. – ¿Sería China la gran ganadora si el acuerdo fracasa?
V.A. – China, su mercado y su discurso desarrollista son populares entre numerosos gobiernos latinoamericanos, tanto de izquierda como de derecha, desde Lula hasta Bolsonaro.
Si los países occidentales utilizan el libre comercio como instrumento para dominar al resto del planeta, China adopta un enfoque diferente.
Gracias a su poder financiero, concede préstamos a los países latinoamericanos sin condiciones, pero a tipos de interés más elevados, que se reembolsan con recursos naturales a precios limitados.
De este modo, China establece otra forma de relación de dependencia económica, que no se basa tanto en el libre comercio. No es tanto por la ausencia de libre comercio que China extiende su influencia en el continente, sino precisamente porque su enorme ventaja industrial en el comercio internacional le permite disfrutar de un poder financiero fuera de lo común.
Todo indica que, incluso si los países del Mercosur firman un acuerdo comercial con la UE, no cuestionaran sus acuerdos bilaterales de inversión con China.
Rafael Karoubi* politólogo francés de origen español, estudió políticas en Sciences Po en París y en la Complutense.
Este artículo ha sido publicado en el portal .diario.red
Foto de portada: Mercosur