“Vivir durante los tiempos del nazismo agresivo siempre da miedo. Porque se trata de muerte, destrucción e injusticia”. Esta afirmación aparentemente obvia y correcta fue escrita ayer, día en el que los países de la Unión Europea y afines celebraban el Día de la Victoria en Europa y debían recordar la lucha antifascista común que derrotó al régimen que Effraim Zuroff, de la Fundación Wiesenthal, calificó de “más genocida de la historia”. Sin embargo, el mensaje no se refiere a la Segunda Guerra Mundial o al Tercer Reich, sino que se trata de una utilización interesada de la historia como reclamo para un texto que exige más armas y financiación para una guerra actual. Con esa apertura, Mijailo Podolyak quiso ayer denunciar el “nazismo ruso” horas antes de que Moscú celebre, como hasta hace unos años hacía también Kiev, el Día de la Victoria contra la Alemania nazi.
El influyente asesor de la Oficina del Presidente escribió ese mensaje desde un país que prohibió el principal símbolo de la victoria contra el nazismo y que por ley enaltece a grupos que cometieron actos de limpieza étnica y colaboraron en el Holocausto y cuyos líderes, que regresaron al país ataviados con su uniforme alemán, reciben ahora homenajes y calles nombradas en su honor. Ucrania es también el país que ha acogido desde hace una década a activistas neonazis rusos a los que incluso ha incluido en sus Fuerzas Armadas. Es el caso del RDK, formado por soldados a los que el propio Podolyak calificó de “partisanos rusos” entre los que hay miembros del Movimiento Imperial Ruso y otros grupos de extrema derecha y que está liderado por Denis Kapustin, Nikitin o White Rex, según Político “calificado por las autoridades alemanas como uno de los activistas neonazis más influyentes del continente”. El RDK forma parte de las fuerzas del GUR de Kirilo Budanov, la inteligencia militar ucraniana, adscrito, por lo tanto al Ministerio de Defensa de Ucrania.
Sin embargo, la experiencia ucraniana en la integración de unidades de cuestionable pasado -y presente- en sus filas no solo no es nueva. El pasado domingo, la unidad más célebremente polémica de Ucrania, Azov, cumplió su primera década. Lo hizo en una situación muy diferente a la de sus momentos iniciales, un batallón policial introducido en las tropas del Ministerio del Interior de Ucrania y cuya base eran los “hombres de negro” que las autoridades habían utilizado en Járkov para amedrentar, acosar y agredir a las contramanifestaciones anti-Maidan que habían aumentado en presencia e intensidad a lo largo de la primavera de ese año. Azov apareció en la escena bélica de Donbass, especialmente en Mariupol, donde tras la agresión de la extrema derecha a la población que celebraba el 9 de mayo, se convirtió rápidamente en una presencia continua. Con un escudo que incluía un sol negro, conocido símbolo neonazi, y un wolfsangel característicamente similar al del batallón Das Reich que cometió enormes masacres en lugares como Tulle, Francia, en 1944, el movimiento se expandió más allá del ala militar, que incluía campos de instrucción y campamentos infantiles, a la política y cultural.
Desde el verano de 2014, cuando su simbología y la ideología de sus principales miembros le hicieron destacar de entre otros muchos batallones de extrema derecha formados para luchar contra la rebelión de Donbass, Azov ha calificado repetidamente las acusaciones de extremismo como propaganda rusa, incluso cuando han llegado de Estados Unidos. En 2015, una enmienda del Demócrata Conyers, veterano de la lucha por los derechos civiles, logró que el Congreso prohibiera entrenar, armar o financiar al batallón Azov, calificado de neonazi y supremacista blanco. La enmienda fue meses después eliminada en silencio, aunque los proyectos de ley de presupuestos han incluido año a año esa prohibición. Es más, el pasado 19 de abril, el héroe de Ucrania y líder de la Brigada Azov de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Denis Prokopenko exigía que la brigada fuera retirada “de las listas negras que bloquean el suministro de armas occidentales”. El enfadado líder de la parte de Azov que ha permanecido bajo el Ministerio del Interior escribía que las “prohibiciones no sólo impiden que Azov cumpla sus misiones de combate con mayor eficacia, sino que suponen un golpe a la capacidad de defensa de nuestro país, empañan la imagen de Ucrania a nivel internacional y son humillantes para todo el ejército ucraniano”.
La prohibición es más que cuestionable teniendo en cuenta la integración de Azov en las estructuras oficiales de Ucrania y que ha podido verse en imágenes proporcionadas por los países de la OTAN a miembros de Azov siendo instruidos en el manejo de armas occidentales como los NLAW. Y como recuerda hoy el profesor ucraniano canadiense Ivan Katchanovski, medios de comunicación de países como Canadá han confirmado aportando fuentes fiables que Azov ha recibido instrucción de la OTAN durante años. En cualquier caso, Prokopenko se aprovecha de la propaganda que han obtenido las diferentes versiones de Azov a lo largo de los últimos dos años, especialmente durante la lucha por Mariupol, aunque también en el último año, en el que la Tercera Brigada de Asalto se ha convertido en una de las favoritas de Ucrania. Como denunciaba el 28 de enero Moss Robeson, gran conocedor de la historia del nacionalismo ucraniano y sus descendientes actuales, de las cinco unidades destacadas por United24Media del Ministerio de Transformación Digital, tres forman parte del movimiento Azov: la Brigada Azov de Prokopenko, la Tercera Brigada de Biletsky y Kraken, parte de las tropas del GUR de Budanov. El esfuerzo no ha sido solo ucraniano ya que también medios occidentales como The Guardian, The Times, The New York Times o CNN han colaborado activamente en el intento de presentar al nuevo Azov como diferenciado del radical movimiento de Biletsky de 2014. Aunque el argumento de que el movimiento político del Corpus Nacional se había separado del Azov militar quedó refutado por los hechos, concretamente por el nombramiento de Biletsky como comandante de la Tercera Brigada de Asalto, los medios se han reafirmado en su defensa. “Ahora, The Times lava la cara a Azov, liderado por neonazis, y los califica de héroes”, escribía en las redes sociales el 1 de mayo el profesor Katchanovski en relación a un artículo titulado “Un sinsentido: se niega a los héroes de Mariupol armas de Estados Unidos debido al pasado neonazi”. “El Times ilustra su blanqueo con una foto de un miembro de Azov que ha sido fotografiado anteriormente con esvásticas y el símbolo neonazi 1488”, añadía. Orest, el fotógrafo de Azov, calificó de “humor ucraniano” sus publicaciones con esvásticas y otros símbolos neonazis en sus redes sociales.
Con armas occidentales o no, diez años después de su formación, la fuerza de Azov sigue siendo militar. “Es el camino de unas pocas docenas de voluntarios -que tenían solo la motivación de la fe en la justicia- a Brigada especial, una de las más efectivas de las Fuerzas de Defensa”, escribía la Brigada Azov de Denis Prokopenko para celebrar su décimo aniversario. Y pese a la insistencia de la prensa occidental del cambio que ha sufrido el movimiento, los hechos lo contradicen. Azov no se ha deshecho, como han afirmado los medios, de su wolfsangel original, símbolo que sigue presente, por ejemplo, en el perfil de Telegram de Maksym Zhoryn, comandante adjunto de la Tercera Brigada. “Hoy celebramos algo más que el aniversario de la fundación de la legendaria formación militar”, escribió el 5 de mayo. “Desde el batallón hasta la brigada, ya hemos superado nuestros propios 10 años de viaje juntos. Lo principal es no olvidar cómo, dónde y para qué empezamos todos. No olvidarnos de los mismos cimientos: valores, ideología, hermanamiento. Y ante todo, de nuestros hermanos caídos y de los que siguen en cautiverio: por ellos y por el futuro de nuestra nación, ¡debemos seguir luchando!”, añadió refutando también que las bases ideológicas del movimiento hayan cambiado.
En un acto de recuperación de ese pasado, Zhoryn ha vestido esta semana en una aparición mediática una camiseta de la División Borodach, núcleo duro del primer Azov -y unidad de la que proviene también Denis Prokopenko- y cuyo símbolo era un totenkopf modificado para añadir su característica barba. Ayer, el comandante adjunto de la Tercera Brigada realizaba otro ejercicio de memoria selectiva y defensa de los valores de Azov animando a la población a participar en la votación que pretende, en sus palabras, “renombrar la calles con nombres enemigos”. Se trata del almirante Najimov, comandante de la Armada rusa durante el sitio de Sebastopol en la guerra de Crimea, y el general Naumov, héroe de la lucha partisana en Ucrania contra el nazismo y sus colaboracionistas. Zhoryn pedía a sus seguidores votar por dos opciones: Oleg Mudrak, miembro de Azov que participó en la lucha por Mariupol, en lugar de Naumov y Mykola Kravchenko en lugar de Najimov, cuya estatua es uno de los monumentos centrales de Sebastopol, ciudad que Zhoryn, como el Gobierno de Ucrania, considera ucraniana.
Oleksiy Kuzmenko, un experto ucraniano en el análisis actual e histórico del nacionalismo más radical de su país, escribió en 2021 en un extenso informe sobre Centuria, “el grupo de extrema derecha que ha hecho del principal centro de instrucción occidental de Ucrania su hogar”, en referencia a Mykola Kravchenko, al que califica del “principal ideólogo del movimiento Azov” que “culpó a la democracia y al sufragio universal de la actual crisis del Estado-nación en Occidente. Según Kravchenko, la Naciocracia 2.0 prescribe «que los derechos civiles se adquieren según un determinado sistema de méritos y no sólo por derecho de nacimiento» y «puede convertirse en el algoritmo para el rescate de la civilización occidental»”. El caído ideólogo de Azov toma la idea de naciocracia de Dmitro Dontsov, uno de los referentes de OUN y UPA y exponente del nacionalismo integral, es decir, el fascismo en naciones sin Estado propio, que para integrarse en Occidente en los años de posguerra tuvo que ocultar su fanático antisemitismo de entreguerras, aunque no su rechazo a todo lo ruso.
El mismo camino han seguido los actuales grupos herederos de las ideologías de los luchadores por la libertad de Ucrania de mediados de siglo, que realizaron su lucha admirando el fascismo o de la mano de la Alemania nazi, pero que fueron rescatados en la Guerra Fría destacando su anticomunismo y odio a Rusia y borrando sus pecados racistas. Así ha ocurrido con Azov, encumbrado en 2022 como defensor de Mariupol y del que han quedado perdonados los errores de juventud de personas tan importantes como su líder, Andriy Biletsky. De él decía la BBC británica el 16 de marzo de 2014 que “es también el líder de una organización ucraniana llamada Asamblea Social Nacionalista”, verdadera cantera de la extrema derecha actual y punto de partida de gran parte de sus figuras más conocidas. El medio añadía los objetivos de la ASN, el primero de los cuales era “preparar a Ucrania para la mayor expansión y lucha por la liberación de toda la raza blanca de la dominación del capital especulativo internacionalista”. El espectro del judeoblochevismo y antisemitismo siempre ha rodeado a Biletsky. Pero ni el wolfsangel -ahora ligeramente modificado y modernizado- ni el hecho de que una de las unidades de la Tercera Brigada utilice el símbolo de la SS-Sturmbrigade Dirlewanger, conocida por sus masacres en Polonia y Bielorrusia como parte de los Einsatzgruppen, generan ya sospechas en el establishment.
Como Dontsov, que purgó su biografía de todo aquello que le habría impedido continuar su carrera literaria en la Norteamérica de los años de posguerra, Biletsky, el líder blanco, ha conseguido también que sus artículos antisemitas y sus ideas fascistas caigan en el olvido. Como hace décadas, todo está justificado en la lucha contra Moscú.
*Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista, especialista en Ucrania/Donbass.
Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.
Foto de portada: extraída de Slavyangrad.