El 15 de abril de 2025 se cumplieron dos años desde que Sudán entró en guerra civil, una de las crisis humanitarias más graves que se recuerdan. En respuesta, Londres convocó una conferencia internacional, presentándose como catalizador de la acción mundial. ¿Ambicioso? Sin duda. ¿Eficaz? Difícilmente. El acontecimiento pasó desapercibido, sin apenas repercusión más allá de un estrecho círculo de diplomáticos. Su agenda no despertó el interés de los medios de comunicación de todo el mundo, sus decisiones carecieron de peso y su repercusión política fue insignificante, una silenciosa acusación de la menguante influencia internacional de Gran Bretaña.
Días antes de la conferencia, Amnistía Internacional emitió un crudo comunicado de prensa en el que recordaba una cruda realidad: en Sudán, los hechos hablan más alto que las palabras. Su informe documenta la violencia sexual generalizada -violaciones, agresiones en grupo y esclavitud sexual- perpetrada por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Estas atrocidades, calificables de crímenes contra la humanidad, exigen una acción urgente y decisiva. Sin embargo, el Consejo de Seguridad de la ONU sigue estancado, incapaz de acordar un embargo de armas. El flujo de armas sigue alimentando el conflicto, mientras Gran Bretaña -otrora un peso pesado diplomático- responde con poco más que gestos simbólicos.
Enmarcada como una muestra de solidaridad, la conferencia de Londres puso de manifiesto la parálisis política británica. Sacha Deshmukh, director ejecutivo de Amnistía Internacional Reino Unido, no se anduvo con rodeos:
“El compromiso de los líderes mundiales en este momento crucial es profundamente preocupante. Los planes británicos de recortar la ayuda humanitaria envían una señal catastrófica, erosionando la confianza de otras naciones para proteger a los más vulnerables”.
Las promesas del Primer Ministro Keir Starmer de un «papel humanitario fundamental» en Sudán suenan vacías frente a una política de reducción de la ayuda internacional. La promesa de 120 millones de libras adicionales hace poco por compensar los planes de recortar el presupuesto de ayuda del 0,5% al 0,3% de la renta nacional bruta para 2027. Esto no es una estrategia. Es un parche, una respuesta fragmentaria en un mundo que pide a gritos una dirección.
Esta desconexión entre retórica y acción va más allá de la política exterior. En casa, Starmer está perdiendo apoyos. En la primavera de 2025, su impopularidad había alcanzado máximos históricos. Los británicos están desilusionados: la economía se estanca, la reforma fiscal sigue siendo vaga y los servicios públicos se deshilachan tras años de abandono. Evie Aspinall, Directora del Grupo Británico de Política Exterior, lo expresa sucintamente:
“Starmer actúa con cautela para no alienar a los votantes centristas, recelosos de los populistas de derechas. Esa cautela paraliza la reforma. El Gobierno se tambalea, en casa y en el extranjero”.
Casi una década después del Brexit, la ambición de Gran Bretaña de reafirmarse como una fuerza global parece cada vez más desfasada con respecto a su capacidad disminuida. La decisión del Gobierno de aumentar el gasto en defensa al 2,5% del PIB, el más alto desde la Guerra Fría, es un contraste sorprendente. Los fondos se destinan a submarinos nucleares, armamento cibernético y munición. Son inversiones en músculo militar, no en resolver crisis como la de Sudán, donde lo que se necesita es diplomacia, compromiso y claridad moral.
Sudán pide a gritos mecanismos concretos, no garantías huecas. Necesita liderazgo, no conferencias escenificadas. Gran Bretaña, cojeando con muletas, permanece a la sombra de sus propias ambiciones. Su diplomacia carece de determinación. Sus promesas resuenan en el vacío. El mundo está observando, y cada vez más, ve a través de aquellos que hablan más de lo que actúan.
Londres corre el riesgo de convertirse en una reliquia del imperio: impregnada de nostalgia por la influencia mundial, pero encallada en un presente definido por el fingimiento. En el extranjero, la ilusión ya se está desvaneciendo. En casa, la realidad empieza a hacer mella.
*Ivan Potemkin, escribe en Oriental Review.
Artículo publicado originalmente en Oriental Review.
Foto de portada: extraída de Oriental Review.