«Bajo las ruinas de Gaza están enterradas no solo decenas de miles de muertos, sino también el Derecho Internacional Humanitario, que ha sido el vivo ejemplo de la falta de cumplimiento de unas obligaciones que proclamamos, pero que no se cumplen y tampoco tenemos la fuerza de hacerlas cumplir (…) Israel ha traspasado los límites«, aseguraba la pasada semana Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea. Lo hacía en las vísperas del primer aniversario desde los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023. Desde entonces, Tel Aviv ha arrasado Gaza dejando más de 41.000 víctimas mortales y ha extendido sus ataques hasta Líbano, Yemen e Irán.
La primera reacción de la UE tras el ataque de Hamás hace ahora un año, que dejó más de un millar de muertos y 253 rehenes, fue iluminar las instituciones europeas con la bandera del Estado hebreo. La muestra de solidaridad se convirtió al poco tiempo en una carta blanca para que fuese todo lo lejos que quisiera en su «derecho a la autodefensa».
Diez días después, cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu ya amenazaba con dejar de morir de hambre a los palestinos de Gaza impidiendo la entrada de ayuda humanitaria, derramaba las bombas indiscriminadamente sobre los civiles y obligaba a más de un millón de personas a abandonar sus casas, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y la del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, visitaron el país para brindar apoyo «incondicional» a Israel, ignorando las vulneraciones de los derechos humanos a las que se refieren constantemente para condenar a Rusia. Von der Leyen tardó semanas en pronunciar las palabras «Derecho Internacional» en la guerra de Oriente Medio.
En paralelo, Borrell pronunciaba uno de sus discursos más recordados ante el Pleno de Estrasburgo: «Igual que podemos decir que es una tragedia abominable matar a jóvenes que celebraban la vida, ¿no podemos decirlo sobre la muerte de 800 niños en Gaza? ¿En qué lamentar una tragedia me quita fuerza moral para lamentar otra? Al contrario, me la da». El diplomático español ha sido una de las voces más vehementes contra la masacre y los abusos cometidos por Israel, por lo que ha sido diana de fuertes críticas por parte de miembros del Ejecutivo que lidera el ultranacionalista Netanyahu.
El jefe de la diplomacia europea ha abogado por imponer un embargo de armas. «Detengan el genocidio. Dejen de vender armas a Israel. Esta locura no puede continuar«, imploraba la pasada semana el presidente palestino Mahmoud Abbas desde Naciones Unidas. Algunos países como España han congelado las ventas de nuevos contratos armamentísticos con Israel, pasos simbólicos que cuentan con poco efecto con el cheque blanco que proporciona el escudo norteamericano.
Las fisuras europeas no solo han quedado patentes entre los líderes de las instituciones en Bruselas. El conflicto en Oriente Medio ha desatado una cacofonía entre los 27 Estados miembros. Durante la primera cumbre europea celebrada tras el 7 de octubre, los jefes de Estado y de Gobierno debatieron durante siete horas la inclusión o no de una s para referirse a la petición de pausas humanitarias.
España e Irlanda han sido los países más críticos. En mayo, dieron el paso –junto a Noruega– de reconocer al Estado palestino. Lo hicieron poco después de enviar una carta conjunta –que fue directa a un cajón del Berlaymont– a Von der Leyen pidiéndole una revisión urgente del Acuerdo de Asociación UE-Israel. La misiva continúa sin respuesta. En el otro extremo, Hungría y Chequia votaron en contra de pedir el fin de la ocupación ilegal de Israel en Cisjordania en la última resolución de la Asamblea General de la ONU.
Las crecientes contradicciones e incoherencias de la UE, un proyecto de paz construido sobre la base de la diplomacia, el multilateralismo y los derechos humanos, en Gaza, han empañado su imagen. El propio Borrell ha reconocido en varias ocasiones el gran riesgo para el orden global que es caminar con dobles estándares en función de quién sea el responsable de apretar el gatillo. Durante estos 12 meses en los que el Tribunal Internacional de Justicia dirime si Israel está cometiendo un genocidio en Gaza y ha exigido tomar «todas las medidas» para prevenirlo y el fiscal de la Corte Penal ha solicitado una orden de captura contra Netanyahu, la UE se ha limitado a emitir declaraciones laxas y equidistantes contra la sangría cometida por Tel Aviv, que amenaza con desatar una guerra regional de consecuencias incalculables.
Con más de 41.000 muertos en Gaza, superado el millar en Líbano, centenares de miles de desplazados forzosos y con la leyes más básicas de la guerra pisoteadas, como son la proporcionalidad o la distinción de civiles, la UE no ha tomado ninguna represalia contra su socio. Las relaciones comerciales y diplomáticas continúan intactas. El Acuerdo de Asociación, que exige en su Artículo 2 el respeto de los derechos humanos por ambas partes, no ha sufrido ninguna revisión. Ni siquiera se ha celebrado una reunión del Consejo de Asociación, el foro de diálogo entre Bruselas y Tel Aviv. Los de Netanyahu han dado largas a los europeos.
El único paso dado hasta la fecha radica en las sanciones impuestas a una decena de colonos responsables de violencia extrema en Cisjordania, algo que también ha hecho Estados Unidos, el gran valedor y hermano mayor del Estado hebreo. Borrell ha puesto sobre la mesa de los ministros del ramo sanciones punitivas contra ministros israelíes como el ultra Ben Gvir, titular de Seguridad Nacional, o el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich por «incitar los crímenes de guerra» haciendo llamamientos a matar de hambre a los dos millones de palestinos que habitan la Franja. Pero solamente Irlanda se ha mostrado públicamente a favor.
«Gaza era antes de la guerra la cárcel al aire libre más grande del mundo. Hoy es el mayor cementerio al aire libre del mundo«, reconoció hace unos meses Borrell, que dejará en escasas semanas el sillón de Alto Representante cediendo la batuta a la estonia Kaja Kallas, cuya prioridad es la guerra de Rusia.
*María G. Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. —GPO / dpa/Europa Press