El panorama político internacional avanza a una velocidad sin precedentes y en una pendiente decididamente peligrosa. Es difícil hacer predicciones para un horizonte temporal largo. En esta transición vertiginosa, al timón del imperio estadounidense en decadencia se encuentran poderes facticos y oligarquías tecnocráticas (sobre todo en el sector de las comunicaciones y big-tech) con un proyecto autoritario de verdaderas «democra-duras», gracias también al uso cada vez más masivo de la Inteligencia Artificial (IA).
Ciertamente, ante las primeras conversaciones directas entre Putin y Trump y la iniciativa de «paz» de este último sobre la guerra en Ucrania, la Unión Europea quedó fuera de base, desconcertada, dividida internamente e incapaz de elaborar su propia política exterior, autónoma de las opciones de la OTAN liderada por Estados Unidos.
En los días siguientes, el enfrentamiento televisado en directo para el mundo entre Trump y Zelensky aclaró los alineamientos de las coaliciones y, sobre todo, las relaciones de fuerzas, aniquilando repentina y violentamente la política del «soft power made in USA».
Así se hizo trizas la envoltura de papel de colores que lo adornaba, gracias a los juglares y bufones del Infotainment, que durante décadas encubrieron la desestabilización y el saqueo de países enteros. Hasta varios periodistas de la hierática BBC aparecieron en la nómina de USAID (¿cuándo se publicará la lista de los italianos?). Como boxeadores derrotados, los mercenarios de la información dominante tartamudean su relato (que ahora ya no es hegemónico) sobre las razones de la guerra en Ucrania. Una montaña de patrañas, con las que engañaron a millones de ciudadanos europeos, mientras Estados Unidos conspiraba para derrocar al ex presidente Viktor Yanukovich, elegido en 2010 con una propuesta de neutralidad.
Para los que tengan poca memoria, es bueno recordar la famosa llamada telefónica interceptada en 2014 entre el embajador estadounidense en Ucrania, Geoffrey Pyatt, y Victoria Nuland, la recién nombrada embajadora de Washington ante la UE, con su famosa frase «¡Que se joda la UE!» [i].
En la falsa narrativa de la hipno-cracia dominante desaparece también la decisión de ampliar la OTAN hacia Ucrania tomada en 1994, cuando el presidente Clinton firmó la ampliación de la OTAN hacia el este como política de Estado, independientemente del gobierno que estuviera al mando.
También desaparece la traición occidental de los acuerdos de Minsk y la rusofobia agita nuevamente el espectro de los caballos cosacos abrevando en la fuente de San Pedro en el Vaticano. Más recientemente, desaparece la voluntad de desmembrar la Federación Rusa, declarada abiertamente por Kaja Kallas, la flamante ir/Responsable de Asuntos Exteriores y «Seguridad» (¿?) de la «mayoría Úrsula». Un regime-change de la Unión Europea en salsa bruselense.
Mario Draghi, digno representante de la Comisión Trilateral y de los poderes fácticos, hace tiempo viene proponiendo un programa turbo-liberal de «austeridad» a sangre, fuego y lágrimas (whatever it takes…, cueste lo que cueste…), junto con inversiones en el complejo militar-industrial europeo. Recientemente, a través de sus claras palabras, sin ambigüedades, la razza padrona (los amos del planeta) arremete contra los gobiernos europeos, culpables de una falta de capacidad operativa que sus señorías ya no pueden tolerar.
Macro-león (alias el Presidente francés) desempolva lo que queda de la grandeur de París, abollada por la expulsión de tropas (y algo más) de algunas de sus colonias africanas. Se erige en defensor de los valores occidentales: “Rusia se ha convertido en una amenaza para Francia y Europa. ¿Quién puede creer que se detendrá en Ucrania”? La nueva rusofobia utiliza una propaganda infantil sobre Putin queriendo reconstruir el imperio ruso, con la que la única potencia nuclear de Europa (nueva aliada de Londres) amenaza con enviar tropas para detener los misiles de los barbaros a punto de destruir la Tour Eiffel.
En segundo plano, en busca de un protagonismo desteñido, los aprendices de brujo del NO-PAX se ponen los cascos militares junto a la máscara hipócrita de la «democracia», la «libertad» y la «defensa de los derechos humanos». A costa de los pueblos ucraniano y ruso, parlotean sobre una «paz justa» que hay que ganar mediante la guerra. En primera fila, desfilan la burocracia y la tecnocracia europeas (Frau Von der Bomben a la cabeza) y, en Italia, el centro-izquierda y sectores del centro-derecha, «intelectuales» de pacotilla, «expertos» y comentaristas televisivos de cuarta categoría.
El rey está desnudo
Sin embargo, como en la fábula del danés Hans Christian Andersen, el rey está desnudo: la bruta violencia verbal del presidente estadounidense ha desplazado a sus vasallos europeos que, estupefactos ante la cruda verdad de la derrota ucraniana, transmitida en directo por television a nivel mundial por el mercader Trump en búsqueda de tierras raras y de assets, alimentan el delirio belicista y la continuación de la guerra hasta el último ucraniano. Además de apoyar a Kiev, las élites europeas siguen queriendo golpear a Rusia y se disparan en el pie. Los ministros de Exteriores de la decrépita UE han anunciado el decimosexto paquete de nuevas «sanciones» (más correctamente, medidas coercitivas unilaterales) contra los barcos petroleros utilizados por Moscú para eludir las restricciones a las exportaciones rusas de petróleo, y han prohibido importar aluminio en la UE [ii].
Como decìa el título de una vieja pelicula del famoso actor italiano Alberto Sordi, “Mientras haya guerra, hay esperanza” para las élites europeas y los pushers de los instrumentos de muerte, por el momento «made in USA» y, ya ahora y en un futuro próximo, en las pantallas del «Made in UE». Dicho en otros términos, la UE trata de exorcizar su desintegración con una política cada vez más belicista, echando una mano al complejo militar-industrial estadounidense y tratando de reforzar el suyo al margen de sus reglas de limitaciones presupuestarias [iii].
Rearmémonos y vayan Uds. El último acto es la decisión de utilizar la cifra monstruosa de 800.000 millones de euros con el programa Re-Arm, burlando sus propias normas sobre limitación del gasto e impidiendo que el Parlamento Europeo lo debata. Se imponen las normas de austeridad al gasto social, pero no a la parafernalia belicista, neo-propulsora del «desarrollo autocentrado». Mientras tanto, el gasto militar mundial ha alcanzado la demencial cifra de 2,3 billones de dólares anuales. La tendencia a la guerra para hacer frente a la crisis del capitalismo se despliega ante nuestros ojos.
Asesinos y monstruos
El asesino de Europa no es el mayordomo, sino las clases dirigentes que la han gobernado y conducido al suicidio. Se desmorona así, lo que queda del sueño europeo de paz que se había asomado tímidamente tras la caída del Muro de Berlín, y a los pueblos de Europa se les pasa la factura de los gastos militares. En todos los países, en mayor o menor medida, las sociedades se ven privadas de sus conquistas sociales, obtenidas gracias a las luchas de masas de la posguerra. El bienestar es cosa del pasado, la pobreza crece dramáticamente, la sanidad y la educación públicas están por los suelos y, en la desesperación de la soledad, el fascismo crece en gran parte de la Unión Europea. La enésima confirmación es el resultado de las recientes elecciones alemanas, con el fuerte avance de la extrema derecha. Un resultado que nos recuerda que, en el claroscuro de la transición, los monstruos de los que hablaba Gramsci se preparan para gobernar países clave, como ya ocurre en Italia. No hay mucho que invocar al frente antifascista por parte del centro-izquierda (la ex socialdemocracia), dado que las políticas neoliberales, belicistas y securitarias, que lleva a cabo desde hace demasiados años, no sólo no cierran el camino al fascismo, sino que, por el contrario, lo favorecen. Y como siempre, entre original y fotocopia, el ciudadano-elector prefiere el original.
La caída de los dioses
Impregnada de un delirio de omnipotencia totalmente fuera del tiempo, Europa tiende un velo de silencio sobre la infamia del colonialismo en África, América Latina y Asia, que aseguró su prosperidad a costa de los demás. Quiere hacer olvidar que fue la trágica protagonista del fascismo y del nazismo, así como de dos guerras mundiales, la última con unos 60 millones de muertos y países enteros reducidos a la ruina. Trata de esconder que hoy la UE es cómplice activa del genocidio del pueblo palestino por parte del Estado terrorista de Israel.
Pero esto no basta. A la cabeza del Europa-Titanic, las clases dominantes europeas se aferran a la ilusión de que todavía cuentan algo en el exclusivo club de los ricos, en los “Centros” del capitalismo mundial. En ese Occidente colectivo que hasta ayer hacía y deshacía en la política y la economía internacional, gracias a la supremacía militar y al saqueo de los inmensos recursos de las “Periferias” del planeta. Esas mismas “Periferias” que hoy se rebelan contra el poder prepotente de una «civilización» que las ha empobrecido y llevado al borde del abismo.
En este sentido, se profundiza la batalla de los BRICS+ para afirmar un mundo multipolar. Un hecho positivo, que abre una posibilidad de acción política para todos los movimientos anticapitalistas. Es obvio que no se trata ni del paraíso en la tierra, ni del socialismo, sino de un cambio tectónico en el equilibrio del poder mundial que afecta al 30% de la superficie terrestre y al 45% de la población mundial. En sintonía con este movimiento, ciertamente heterogéneo y contradictorio, es necesario tender puentes entre la situación italiana y la situación mundial, soldando la lucha por la paz a la lucha por un mundo multipolar cooperativo.
La política exterior de Washington
Desde la implosión de la Unión Soviética en 1991 y con la disolución del Pacto de Varsovia, Estados Unidos ha querido dirigir el mundo de forma unilateral, haciendo caso omiso de las opiniones ajenas, las «líneas rojas» y el marco regulatorio de la ONU. Sabotearon de manera consciente los tímidos intentos de una política de seguridad común europea, que hubiera tenido que incluir a Rusia. Washington resucitó la vieja teoría del «destino manifiesto», la creencia de que Estados Unidos estaba destinado por la divina providencia a dirigir el mundo. O mejor dicho, que el mundo pertenecía a Estados Unidos y que era cuestión de hacer añicos y poner de rodillas a la antigua Unión Soviética y eliminar a sus aliados más cercanos, como Irak y Siria.
Para Washington, la unipolaridad implicaba la ampliación de la OTAN, paso a paso, y el concepto de «neutralidad» se convirtió en sinónimo de fingimiento, de bluff malintencionado. En esencia, cualquier país que no acepte una de sus bases militares se convierte automáticamente en enemigo. “O con nosotros, o contra nosotros”, como dijo George Bush hijo tras el 11 de septiembre de 2001.
Siempre es bueno recordar que, en febrero de 1991, James Baker, Secretario de Estado de EE.UU. y el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Hans-Dietrich Genscher, prometieron a Mijaíl Gorbachov que la OTAN no avanzaría «ni una pulgada» hacia el Este, aprovechandose de la disolución del Pacto de Varsovia. Ya sabemos cómo acabó aquello, con la completa violación del orden mundial acordado con la reunificación alemana. Las desoídas protestas de Moscú no sirvieron de nada. Como recordaba el Che, «No se puede confiar en el imperialismo ni tantico así, nada» y menos con sus sistemas de misiles a sólo unos minutos de vuelo de Moscú.
Ya en 1997, Zbigniew Brzezinski explicó al mundo en su libro «El Gran Tablero de Ajedrez» la estrategia de Washington, de expandir simultáneamente hacia el Este tanto la Unión Europea, como la OTAN. Según Brzezinski, Rusia sólo podría adherirse a esta doble expansión paralela, dada su «vocación europea» y nunca se aliaría ni con Irán, ni mucho menos con China. Una predicción totalmente equivocada, de la que los pueblos de Europa siguen pagando hoy las dramáticas consecuencias.
Hoy, sobre la cuestión ucraniana, la China de Xi Jinping, que viceversa ha estrechado lazos con la Rusia de Putin y que, un año después del estallido de la guerra, elaboró una propuesta de solución política al conflicto, reclama no quedar al margen de ninguna posible negociación.
Por su parte, Europa lleva al menos 30 años sometida a los dictados de Estados Unidos, pagando cara su falta de una política exterior propia, independiente y autónoma. Lejos de defender sus propios intereses, a la UE sólo le ha quedado la lealtad supina al poder estadounidense y a las políticas de la OTAN. Un ejemplo flagrante de ello es Italia, en un crescendo de servidumbres y gastos militares, para poder compartir el botín. El «patriotismo» y el «soberanismo» no son más que eslóganes vacíos de los spin-doctors de noantri [iv].
En las últimas décadas, Europa ha sido escenario de guerras provocadas, deseadas y alimentadas por Estados Unidos, empezando por la guerra de la ex-Yugoslavia en 1999 y terminando con la crisis de Ucrania. La decisión de desmembrar la ex-Yugoslavia formaba parte de este proyecto, compartido por el gobierno de D’Alema. El asunto de Kosovo aclarò que las fronteras son inviolables y sacrosantas, excepto cuando las cambia Estados Unidos. Y lo mismo ocurre con las guerras de Oriente Próximo (Irak y Siria), o las de África (Somalia, Sudán, Libia), con consecuencias directas e indirectas para nuestro continente.
La última vez que surgieron desacuerdos, y un intento de política autónoma, fue en 2003 para la guerra de Irak, con la oposición de Francia y Alemania a la voluntad belicista de la Casablanca y la descarada manipulación del Consejo de Seguridad de la ONU con el show de Colin Powell.
Recientemente, EEUU se ha retirado del acuerdo climático de París, de la OMS, ha recortado los fondos de cooperación internacional a muchas agencias de la ONU y amenaza con retirarse de la misma. Por su parte, si la UE sigue siendo belicista, bailando al son de los tambores de guerra, seguirá cavando su propia tumba, como está ocurriendo ante nuestros ojos. La Unión Europea sólo tiene sentido si se construye a sí misma como sujeto de paz. Italia debe decir basta de «sanciones», salir de la OTAN, recortar drásticamente el gasto militar, reconvertir las fábricas de armas y aumentar el gasto social. Hoy, más que nunca, es actual la admonición de nuestro antiguo Presidente partisano, Sandro Pertini: «Vaciad los arsenales, llenad los graneros».
Notas
[i] https://www.bbc.com/news/world-europe-26079957 [ii] https://italy.representation.ec.europa.eu/notizie-ed-eventi/notizie/lue-adotta-il-16deg-pacchetto-di-sanzioni-nei-confronti-della-russia-2025-02-24_it [iii] Guerra in Ucraina, l’Ue ha già dato a Kiev 124 miliardi. Chi ci guadagna e perché si continua a combattere [iv] De nosotros, en el dialecto de Roma*Marco Consolo, analista internacional.
Artículo publicado originalmente en Il blog di Marco Consolo.
Foto de portada: extraído de Il blog di Marco Consolo.