Imperialismo Norte América

Ucrania y la lógica selectiva de la solidaridad internacional

Escrito Por Ana Dagorret

Defender al país de una intervención no vale si se trata de los pueblos víctimas del intervencionismo de Occidente.

Desde que Rusia anunció el despliegue de fuerzas en el Donbass y estructuras militares ucranianas fueron derribadas en lo que el Kremlin denominó un “ataque quirúrgico” para desarmar a Kiev, la solidaridad internacional para con Ucrania no paró de crecer. La tan anunciada invasión rusa se concretó en menos de 48 horas y las acusaciones contra el gobierno de Vladimir Putin y el inicio de una tercera guerra mundial colmaron los canales de noticias de todos los medios tradicionales.

La dimensión que ha ganado el conflicto hacia el este europeo poco tiene que ver con una verdadera solidaridad internacional hacia un pueblo aparentemente oprimido. La necesidad de construir un enemigo común contra el cual luchar en nombre de  la libertad de Occidente requiere también de víctimas a las cuales defender de las injusticias, lugar que en esta ocasión vendrían a ocupar las ucranianas y ucranianos en el territorio.

Lejos de tratarse de una lógica uniforme a todos los conflictos bélicos que vive el mundo, lo de Ucrania parece ser la excepción a la regla. Defender al país de una intervención sólo vale en el caso de de Ucrania, pero no para el resto de los pueblos víctimas del intervencionismo de Occidente.

Comencemos por la comparación más utilizada en los últimos días. En Palestina, donde desde 1948 se instaló el estado de Israel, el pueblo árabe sufre constantemente las hostilidades de la ocupación. Un estudio publicado recientemente por Human Right Watch concluyó que Israel está cometiendo crímenes contra la humanidad, apartheid y persecución contra los palestinos. 

Según explica el especialista Sayid Marcos Tenório, autor del libro Palestina: del mito de la tierra prometida a la tierra de la resistencia y colaborador de PIA Global, “las prácticas israelíes para mantener la dominación incluyen la discriminación institucional sistemática contra los palestinos mediante la adopción de leyes que imponen un régimen militar draconiano a los palestinos, al tiempo que garantizan plenos derechos a los israelíes judíos”. A esta situación se le suman los bloqueos por aire, mar y tierra de la Franja de Gaza y Cisjordania, donde las poblaciones locales resisten la expansión de colonos impulsada con violencia por el ejército de ese país, en complicidad con Occidente.

A pesar de tratarse de una situación que se ha recrudecido y del alcance de la causa palestina a nivel internacional, son pocos los líderes que se atreven a condenar publicamente el genocidio perpetrado por el gobierno sionista de Israel. A riesgo de ser tildados de antisemitas, quienes hoy levantan la bandera pidiendo por una Ucrania libre, adoptan el silencio cuando consultados por la situación del pueblo palestino.

Algo similar sucede con el pueblo de Sahara Occidental. Poco se sabe acerca de las atrocidades que el reino de Marruecos viene llevando adelante desde 1975, momento en que se inició la ocupación del Sahara Occidental y la expulsión, persecución y tortura al pueblo saharaui. Aún tratándose de un país reconocido por más de 80 países, con un referendum pendiente desde 1991 y con una comunidad de más de 300 mil personas viviendo en campamentos de refugiados en Argelia, la situación del pueblo saharahui parece no interesar a los líderes de occidente, que dan la espalda y hasta censuran cualquier discusión pública al respecto.

La construcción del muro que divide el territorio ocupado de las zonas libres es un hecho del cual no se habla. Con 2720 kilómetros, puestos de control vigilados por el ejército marroquí a cada dos kilómetros y cerca de ocho millones de minas enterradas en el desierto del Sahara, es el paisaje de la prisión a cielo abierto en la que vive el pueblo saharaui.

La solidaridad internacional no parece hacerse eco de la actual situación que vive Afganistán, otra de las víctimas del imperialismo norteamericano. Tras 20 años de ocupación militar y una retirada que terminó de instalar el caos al cual originalmente se buscaba combatir, el pueblo afgano vive una de las peores crisis de su historia. La causa está no sólo en la ocupación militar sino en las sanciones dirigidas por Estados Unidos, junto con la decisión de la administración Biden de congelar la mayoría de los activos del gobierno afgano, lo cual ha paralizado literalmente la economía del país.

Dicha situación se ve reflejada a nivel social. Casi 23 millones de afganos (de una población total de 39 millones) no tienen suficiente para comer, mientras que muchos carecen de una vivienda adecuada y de medios para calentar sus casas. Si bien con la retirada de Estados Unidos del territorio en agosto de 2021 se dio una oleada de indignación y preocupación acerca del futuro del pueblo afgano en manos del gobierno taliban, el asunto quedó saldado pocas semanas después y la situación de Afganistán rápidamente desapareció de la agenda.

La situación en Yemen tampoco es objeto de la solidaridad internacional. Allí la dictadura de Arabia Saudita sostiene hace seis años una guerra con los rebeldes Houthi respaldados por Irán. Desde 2015, Estados Unidos ha proporcionado a la coalición saudita inteligencia, asistencia en materia de objetivos, piezas de repuesto para los aviones de la coalición, venta de armas y (hasta noviembre de 2018) reabastecimiento en vuelo de los aviones de guerra de la coalición. Los yemeníes hablan de la “guerra saudí-estadounidense” y la ONU considera la situación en el país como “la peor crisis humanitaria del mundo”.

Doscientos treinta y tres mil yemeníes han muerto desde que comenzó la intervención liderada por Arabia Saudí y el país está al borde de la hambruna: cerca de veinticuatro millones de yemeníes dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir y dos millones de niños están gravemente desnutridos. A pesar de estos datos, no se ve a los líderes del mundo libre condenando los horrores perpetrados por los saudíes en complicidad con Estados Unidos.

Mas cerca en el mapa, la solidaridad hoy vigente en relación a  la situación de Ucrania está ausente en los países víctimas de las más diversas injusticias perpetradas por el imperialismo norteamericano. En el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela, los gobiernos ganaron el título de dictaduras por negar cualquier tipo de interferencia de Estados Unidos, motivos por los cuales sufren bloqueos económicos y las consecuentes dificultades para lograr un funcionamiento soberano de sus aparatos económicos.

Ya en aquellos países donde han logrado dominar la discusión pública a través de lawfare y la articulación con partidos políticos de derecha, las consecuencias económicas y sociales son el hambre y la miseria de una parte cada vez más grande de la población. Incluso en aquellos países donde se eligieron gobiernos que decían representar los intereses de la mayoría, el condicionamiento económico de organismos como el FMI echan por tierra cualquier intención de autodeterminación y soberanía. 

Son muchos los ejemplos sobre los cuales podríamos hacer uso de la solidaridad internacional para condenar los abusos cometidos en nombre de la libertad y la democracia occidental. No casualmente se elige poner el foco en una situación donde los intereses del imperialismo norteamericano entran en colisión con los de otra potencia que lo enfrenta. No se trata de no condenar la violencia, sino de no hacer de la solidaridad un instrumento al servicio del sostenimiento de un ya inexistente orden mundial unipolar.

*Ana Dagorret es periodista de política internacional y parte del equipo de PIA Noticias. Es co-autora del Manual breve de Geopolítica.

Acerca del autor

Ana Dagorret

Periodista, colaboradora de medios populares de Argentina y Brasil y ayudante diplomada de la Cátedra de RRII de la Fac. De Periodismo y Com. Soc. De la UNLP. Desde 2018 trabaja como corresponsal en Río de Janeiro.

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