El diputado Oleh Seminsky se mostró satisfecho con la aprobación de la ley “Sobre los pueblos autóctonos de Ucrania”, que, como era previsible, no incluye a los rusos de Ucrania. “Los rusos no son un pueblo autóctono a nivel legislativo, así que no podrán disfrutar completamente de todos los derechos humanos y libertades fundamentales definidas por las normas del derecho internacional, así como lo previsto por la Constitución y la legislación de Ucrania”, escribió en Facebook el diputado, elegido por el partido del presidente ucraniano.
Curiosamente, esta afirmación deshumaniza a millones de votantes del presidente Zelensky. Al fin y al cabo, no es ningún secreto que la población de habla rusa del país votó a su partido con la esperanza de que se produjera un cambio del curso chovinista que había tomado Petro Poroshenko. Sin embargo, las nuevas autoridades no han hecho más que empeorar el grado general de la locura nacionalista y hace tiempo que han superado al hetman del chocolate.
Unas horas más tarde, Seminsky borró el escandaloso post, pero no sufrió el más mínimo castigo por sus palabras pese a que estaba incitando al odio étnico y sus palabras contradecían abiertamente la Constitución de Ucrania. La dirección de Servidor del Pueblo no se molestó en desautorizar a su colega, fundamentalmente porque no había hecho más que dar voz al estado de ánimo general.
Y eso no es algo por lo que vayas a ser castigado. Al contrario, ese tipo de frases son un trampolín para iniciar una carrera, una especie de rito de iniciación que todo político de éxito debe pasar. ¿Pero quién es el abiertamente xenófobo Seminsky, que quiere dejar a los rusos sin derechos y libertades fundamentales? Los lectores rusos pueden sospechar que es un fanático nacionalista, un banderista llegado de las regiones del oeste del país. Sin embargo, es natural de la región de Kiev, un oportunista político con graves escándalos a sus pies y que una vez fuera diputado por el Partido Socialista de Ucrania.
Según la prensa, se comunica en ruso y fue socio de Néstor Shufrich, exmiembro del Partido de las Regiones, considerado un político “prorruso” en la actual Ucrania. La ideología de Seminsky siempre ha sido el dinero, que ha buscado bajo cualquier régimen de gobierno. Y su incitación al odio a los rusos no es más que una muestra de esa mencionada cualidad.
El escándalo se produce en el contexto del debate sobre las palabras del presidente ruso. Los políticos ucranianos se pegan por decir que los ucranianos y los rusos nunca han sido un mismo pueblo y califican esa idea como una fabricación de la propaganda enemiga. Sin embargo, el propio Zelensky afirmó lo mismo en 2014 en una entrevista en un diario local de Donetsk. “Por principios, no podemos estar contra el pueblo ruso porque somos un mismo pueblo”, afirmó entonces el actual presidente, que ahora se ha convertido en un ardiente patriota de Ucrania, donde ahora hay una ley sobre pueblos autóctonos y no autóctonos.
¿Pero hay alguna unión entre los ucranianos y los rusos? Tras visitar las más remotas tierras de la Federación Rusa, desde Múrmansk, Viborg y Kaliningrado a las Curiles, Kamchatka y Primorie, he conocido personas que no difieren en absoluto de los habitantes de Ucrania. Todos hemos crecido bajo un denominador cultural común, hemos escuchado la misma música, hemos visto las mismas películas y hablamos el mismo idioma. Los ucranianos se distinguen solo por la г fricativa.
En términos generales, los inmigrantes ucranianos no se sienten como extranjeros en Rusia, lo que contribuye a que el flujo de emigración continúe. Y los rusos también se acostumbran rápidamente a las ciudades ucranianas, eso sí, siempre que los reforzados controles de frontera, en los que se puede rechazar a cualquier no hermano sospechoso, les deje pasar.
Los nacionalistas buscan romper esos vínculos comunes a base de prohibir los medios rusos, los libros y las películas y haciendo declaraciones contra Visotsky o Tsoi, como hiciera el exdirector del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional. O incluso tratan de separar la cocina nacional de los agresores, pese a que ambos países cocinen el mismo y delicioso borscht ucraniano-ruso.
Sin embargo, esta política está fracasando. El espacio cultural entre Rusia y Ucrania sigue siendo común y puede incluso verse en la nueva generación de ucranianos. Ahora mismo, en Lviv, se está demonizando a unas jóvenes estudiantes que celebraban su cumpleaños cerca del monumento a las “Centurias Celestiales” traicioneramente escuchando rap ruso, muy popular entre la juventud ucraniana. Este tipo de escándalos ocurren regularmente entre los poco patriotas adolescentes ucranianos.
El problema es que eso no se traslada a la agenda política de la Ucrania post-Maidan. La unión histórica y cultural con los rusos no es una vacuna contra el chovinismo ucraniano. La élite política local, que también ha crecido en las calles con Tsoi y Visotsky, ha visto los mismos dibujos animados y ha leído los mismos correctos y necesarios libros en la infancia, se ha convertido en un colectivo xenófobo de luchadores contra el “pesado legado” de la cultura soviética. Porque eso era lo que pedían las normas de la clase política formada como resultado de Euromaidan.
Los Seminskys y Zelenskys eligen el éxito y el dinero, pese a que el ruso siempre será su lengua materna. Hasta el punto de que muchos miembros de la alta sociedad nacional ucraniana siguen hablando ucraniano cometiendo visibles errores. O que el expresidente Poroshenko, que creó una iglesia patriótica especial en el país, participara en un tiempo en las procesiones de la Iglesia Ortodoxa Rusa del patriarcado de Moscú.
Cualquier conversación sobre la unidad cultural, espiritual o religiosa con Rusia da lugar a la pesada lógica de la conjetura, según la cual los participantes en el proceso político ucraniano tienen que plegarse y posicionarse como ardientes patriotas que llaman a la yihad civilizatoria contra Moscú. Pero hay otra tendencia que habitualmente no llama la atención de comentaristas y expertos rusos. Muchos miembros de las clases bajas -completamente “autóctonos” residentes en la zona rural, campesinos, obreros de las fábricas que aún quedan en pie que no son seguidores del “mundo ruso” no tienen nada de ese nacionalismo fanático, aunque en su día a día utilicen exclusivamente la lengua ucraniana. También ven la situación de manera pragmática, desde sus propios intereses: comprenden que la paz en Donbass es necesaria para mejorar las vidas de los ucranianos comunes. Y también tienen nostalgia de la era soviética, cuando el país tenía una industria desarrollada, estándares sociales y educación y sanidad gratuitas.
Es esta mayoría silenciosa, privada de representación política desde 2014, la que hoy apoya la normalización de las relaciones ruso-ucranianas y es hostil a la política de completa derrusificación. La población está claramente dividida en dos, pero la diferencia no está en la lengua, cultura y fe, sino en la posición social.
*Andriy Manchuk, politólogo.
Artículo traducido y publicado en Slavyangrad.