Mediante la vieja táctica del «divide y vencerás», Kais Saied se ha convertido en un tiempo récord en la autoridad absoluta de Túnez. Cuestionó a los partidos políticos, disolvió el Parlamento, cambió la Constitución y destituyó a alcaldes y gobernadores, todo para «salvar al país» del clientelismo y la corrupción.
La sensación de ahogo, con los precios disparados –la inflación ha alcanzado el 10 %, casi un 4 % más que en 2022, según el Instituto Nacional de Estadística tunecino– y la escasez de productos básicos, como harina, aceite vegetal, arroz, azúcar o incluso agua embotellada, han convertido a Túnez en un lugar casi irreconocible.
La férrea dictadura de Ben Ali, con la que el pueblo acabó a principios de 2011, obligándole a huir a Arabia Saudí, es un espejo cada día más presente por el rápido vuelco de los acontecimientos durante el último lustro. Se habla de un poder absoluto, de la concentración de los mecanismos de control y de la ausencia de un contrapoder que vigile, critique y exija responsabilidades, argumentos que, debido a las detenciones arbitrarias y represalias políticas, cada vez se miden más. «Estamos en una fase ambigua, difícil de calificar. El respeto por el Estado de derecho ha caído porque la Justicia ya no es imparcial, no se respeta el derecho a la defensa, la presunción de inocencia no existe, y todo ello bajo el beneplácito del presidente», apunta Ahmed Driss, director del centro de investigación Escuela Política Tunecina, tras declinar con naturalidad que se graben sus palabras porque «nunca se sabe dónde acabará esa grabación y el uso que se le pueda dar».
Es un temor compartido por los que se siguen atreviendo, con nombres y apellidos, a opinar y criticar la situación del país y la deriva autoritaria de la gestión del actual presidente. Aún así, y conscientes de que las acusaciones de «complot contra el Estado, terrorismo o atentar contra la seguridad nacional» están a la orden del día, no se amedrentan y optan por no poner en bandeja la imposibilidad de seguir haciendo su trabajo con libertad.
Robocop
Su capacidad para no expresar sus sentimientos en público y mantener un tono de voz monótono han hecho merecedor a Kais Saied (nacido en la capital tunecina en 1958) de un apodo que ha dejado de ser cómico: Robocop. Académico, jurista especializado en Derecho Constitucional y político independiente, proviene de una familia modesta pero intelectual, en la que uno de sus tíos paternos fue el primer cirujano pediátrico del país. Padre de tres hijos, se declara musulmán suní y eleva sus intervenciones a un tono intelectual, eludiendo expresarse en el árabe dialectal, el tunecino. Frente a eso, se dirige a sus conciudadanos en árabe clásico, rechazando en sus intervenciones públicas la injerencia del francés colonizador y sin importarle el porcentaje de la población que sea capaz de seguir su discurso. «En 2018 había una mezcla explosiva en el panorama político entre los supercabreados, los del antiguo régimen, los corruptos…, y se castigó a la clase política al elegir a un outsider que no pertenecía a ningún partido. Kais Saied es un presidente puritano que aprovechó la confrontación extrema del momento. Además, tras el Gobierno islamista de Ennahda, la gente no creía en la transición, aunque sí en la democracia, y eso abrió la puerta a Saied para tomar las riendas del país y declararse el salvador de esta crisis multidimensional», explica Amine Ghali, director del Centro de Transición Democrática Kawakibi, quien ha acuñado el término «detransición» para referirse a la situación actual.
Entre el delirio y la realidad
La alabanzas ciegas, sin matices, de los taxistas en la capital tunecina a la lucha contra la corrupción de Saied, una de las principales promesas de su programa electoral de 2018, también aparecen en los partidos nacionalistas radicales con los que simpatiza y en las manifestaciones de sus seguidores, que responden a cada protesta popular por la carestía de la vida o la detención de políticos y críticos al régimen.
En 2018 la élite tunecina, incluida la de izquierdas, votó a Saied harta del clientelismo y de los islamistas de Ennahda. A ella se sumaron los jóvenes que eran niños durante la Revolución de los Jazmines y que carecen de un recuerdo claro de la vida bajo la dictadura de Ben Ali. Saied, que se negó a instalarse en el palacio presidencial de Cartago y sigue viviendo en su villa de Mnihla (al norte de la capital), ha instaurado un régimen semipresidencialista que, en solo cinco años, ha dejado de contar con el apoyo de la élite intelectual y de los empresarios. Sin embargo, tanto internamente como en el exterior actúa con la convicción de tenerlo todo bajo control.
«La crisis económica y política incluye una nostalgia del pasado. Se escucha que se vivía mejor bajo Ben Ali. Puede que esa obsesión por un líder, el profeta, el califa, sea un defecto árabe-musulmán… Todos los presidentes han jugado a eso en los 70 años de independencia. Esa figura del presidente salvador que viene de Gamal Abdel Nasser a Gaddafi, Mubarak, Ben Ali, Bourguiba, Hafez al Assad, “soy yo el que empuja la nación”. Y así aparece de nuevo la figura del “salvador” Saied, que no ha dicho nunca que fuera a destruir la democracia, pero lo está haciendo, aunque jamás lo anunció», argumenta Ghali tras destacar que el desgaste desde el autogolpe de Estado de 2021 ha hecho que descienda su popularidad porque «su inteligencia política es limitada».
Desconfianza
Aunque se conocen los nombres de su equipo –Tarek Bettaïeb, jefe del gabinete presidencial; el general Mohamed Salah Hamdi, asesor de Seguridad Nacional; Tarek -Hannachi, en protocolo; Abderraouf Bettaïeb, ministro asesor del presidente; -Rachida Ennaifer, en comunicación; y Nadia Akacha, responsable de asuntos legales)–, nadie sabe con certeza cuál es su cúpula más cercana y muchos aseguran que no se fía de nadie. «El Kais Saied de julio de 2023 no es el de octubre de 2021, después del autogolpe de Estado. Él solo era radical con algunos políticos, pero hoy el sistema es extremo hacia toda la clase política, la sociedad civil, los medios, los sindicalistas… El sistema se alimenta de esa radicalización enorme», añade Ghali para quien el país va hacia «una dictadura más confirmada», haciendo alusión al «síndrome de la rana hervida», que «cuando la lanzamos al agua caliente salta, pero si la metemos en agua que calentamos poco a poco, acepta permanecer hasta que se queda paralizada o muere».
Entre las voces que prefieren guardar el anonimato, apuntan que Saied «se está vengando por las burlas y la ridiculización que sufrió en los programas de televisión a los que acudía como analista, jurista y experto en Derecho Constitucional, cuando criticaba a los partidos políticos y figuras que cogieron las riendas del país tras la Revolución de 2011». También hay quien de forma gráfica describe la situación imaginando a Saied convertido en Gulliver, un personaje algo inocente y simple cuyo tamaño le permite imponerse e instaurar su ley después de haberse liberado de las cuerdas con las que le sujetaban. «Todo es ambiguo. Creo que su maquiavelismo político consiste en tener un plan y ponerlo en práctica poco a poco. Nunca dijo que cerraría el Parlamento, aseguró que sería temporal; ni que cambiaría la Constitución, para lo que hizo una consulta en la que salió que la gente prefería no cambiarla y solo revisarla. Es probable que tenga un plan para las elecciones de 2024. Creo que se ve como en una supracom-petición. Dijo que respetaría el calendario, pero ¿cuál? ¿El de la nueva Constitución en el que ha puesto el marcador a cero? Se va a otorgar a sí mismo dos mandatos más porque ya ha dicho que no entregará el país a los que no saben protegerlo. Es probable que excluya a los potenciales competidores alegando que están en contra de los intereses de Túnez», concluye Ghali.
«Su Constitución»
Desde un despacho de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Túnez, Salwa Hamrouni, presidenta de la Asociación Tunecina de Derecho Constitucional, mide sus palabras y se muestra contundente ante la necesidad de seguir luchando para que se alcance la democracia. «La nueva Constitución cuestiona todas las decisiones que se tomaron en 2014 respecto al régimen político, las instituciones de garantía. Su contenido se centra en el ejercicio de un poder ejecutivo bicéfalo, instaurando dos cámaras y haciendo lo inverso para el Ejecutivo. Ahora el presidente de la República tiene una gran preponderancia, él controla, diseña y determina la política del Gobierno. Acumula mucho poder y la única manera de responsabilizarle es no votarle porque la Constitución prevé que no es responsable ante la Asamblea», analiza Hamrouni, quien destaca que la Constitución del 25 de julio de 2022 ha sido la primera adoptada por el pueblo, lo que supone una crítica sin paliativos a la democracia representativa.
La «Constitución del presidente», como la califica Hamrouni durante la conversación, nace tras la consulta a la población de si preferían una nueva Constitución o una reforma, a lo que respondieron que con esto última sería suficiente; y también de un referéndum marcado por el boicot, con una participación del 30 %, en el que una abrumadora mayoría apoyó la moción de Saied para que Túnez dejara de regirse por la Carta Magna de 2014, la más avanzada del mundo árabe. «Hacer un referéndum en un estado de excepción es un problema. Además, este tipo de consulta popular no es siempre el mejor medio democrático. Para conocer la voluntad del pueblo hay que preguntar algo concreto, no le puedes dar un texto con 140 artículos y pretender que comprendan las consecuencias e implicaciones de los equilibrios de poder, lo que significa o la repercusión de la desaparición de ciertas instancias», añade Hamrouni.
El personalismo de Saied está marcado desde 2019 por la descentralización del Estado a favor de la democracia local, las oposiciones a la reforma de la igualdad entre hombres y mujeres en el reparto de la herencia y a la despenalización de la homosexualidad; pero también por su postura favorable a la pena de muerte –-suspendida desde 1991–, por la revisión de la forma de ejercer el poder legislativo y del mandato revocable para los funcionarios electos locales.
«La transición ha fracasado, pero no se ha detenido. En 2014 tuvimos la Constitución, después fue el fracaso de todo el Gobierno y del Parlamento, no se ha logrado la democracia, pero los tunecinos seguirán reivindicándola con este o con otro presidente. La sociedad civil resistió y obligó a un partido islamista como Ennahda a aceptar el estado civil, la igualdad entre ciudadanos y ciudadanas, lo adquirido por la mujer, la no violencia…, y ahora hay que resistir para que llegue un día, dentro de 10 o 12 años, intentando ser optimista, en el que se alcance la democracia», apunta Hamrouni, recordando que no es la primera vez que se usa el argumento de negar las libertades y los derechos humanos al tener que priorizar la resolución de la crisis económica. «Estamos en la puerta de entrada de la regresión porque el artículo 5 de la nueva Constitución sobre el ejercicio del islam mediante una interpretación conservadora puede llevar a la aplicación de la sharia», concluye.
Con una deuda cercana al 80 % de su PIB, Saied es reacio a cumplir las exigencias del Fondo Monetario Internacional para recibir una inyección económica (2.000 millones de dólares), razón por la que a principios de junio propuso una «tasa suplementaria a los ricos» para evitar reformas económicas que obligarían a reestructurar más de 100 empresas públicas muy endeudadas y terminar con la subvención de algunos productos básicos. Una realidad por la que Kamel Riahi, autor de Túnez Frankenstein: Reflexiones de los asuntos políticos tunecinos en la era de Kais Saied, habla de «dictadura, represión, tiranía… para testar los límites de la libertad de expresión y exponer la naturaleza represiva de un régimen» con un único responsable: Saied.
*Carla Fibla García-Sala es periodista, escritora y analista especializada en África y Oriente Próximo
Artículo publicado en Mundo Negro