Europa

Trump, Ucrania y los planes de Occidente

Por Nahia Sanzo* –
La guerra implica todo tipo de variables, muchas de ellas incontrolables, que marcan el desarrollo de los acontecimientos y que, en ocasiones, pueden verse directa o indirectamente afectadas por factores disruptivos que marcan los hechos.

Uno de ellos, la posible llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, se está convirtiendo en uno de los grandes temas de la agenda política mundial, especialmente en lo que respecta a la política internacional. Aunque el expresidente todavía no ha sido proclamado candidato de su partido y se enfrenta a causas penales por las que potencialmente podría ser apartado de optar a la presidencia, los aliados de Estados Unidos y el actual equipo dirigente de Washington tratan de crear un escudo que sirva de protección y que impida a Trump modificar excesivamente algunas líneas de la política exterior. La preocupación no se dirige tanto a la cuestión de Oriente Medio, donde el halcón Republicano favorecería aún más a Israel y, a juzgar por los cuatro años de mandato, sería incluso más duro que la actual administración en relación con Irán. Sin embargo, inquieta a sus socios europeos su postura en relación con la cuestión ucraniana, la guerra contra Rusia y las propuestas que plantearía en caso de recuperar la presidencia.

Acostumbrado a lanzar propuestas improvisadas y generalmente carentes de coherencia, al menos en lo que respecta a la política internacional, Trump se ha destacado en los últimos meses por mostrar una postura aparentemente disidente y contraria a continuar financiando el esfuerzo bélico y subvencionando al Estado ucraniano. Sin pararse a pensar en las complejidades de un conflicto que, más allá de la guerra, estalló definitivamente hace una década, el ahora aspirante a la presidencia estadounidense ha llegado a afirmar, con la confianza que generalmente caracteriza sus actuaciones mediáticas, que sería capaz de detener la guerra en 24 horas a base de presionar a ambas partes. «Les diré a cada uno de ellos ciertas cosas que no diría al resto del mundo y es por eso por lo que no puedo decir mucho más que eso”, afirmó el expresidente en una entrevista realizada por uno de sus antiguos colaboradores, Sebastian Gorka, una figura de la derecha nacionalista trumpiana y con vínculos familiares e históricos con los colaboracionistas húngaros de la Segunda Guerra Mundial.

En el pasado, tanto durante su presidencia como en los últimos meses, Trump se ha destacado también por sus críticas a los aliados de la OTAN. En palabras que entendieron erróneamente como rechazo a la Alianza, el presidente mostró su disconformidad con la situación y proclamó incluso lo inútil del bloque militar. Sin embargo, la intención de Trump no fue nunca, tal y como se ha publicado repetidamente, deshacerse de la OTAN, sino exigir a los países miembros algo que ahora se ha convertido en un dogma aceptado por quienes en aquel momento protestaron: el aumento del presupuesto militar hasta el 2% del PIB. La invasión rusa ha hecho que sea posible, o incluso se supere, aquello que Donald Trump no pudo lograr con sus discursos grandilocuentes y sus nada veladas amenazas. En referencia, por ejemplo, a un posible ataque ruso a un aliado de la OTAN que no alcanzara ese mínimo de inversión militar, el expresidente respondió “no, no os protegeré” ante la pregunta del presidente de un país miembro sobre si Estados Unidos cumpliría con sus obligaciones de defensa colectiva. “De hecho, les animaría a hacer lo que demonios quieran. Tenéis que pagar. Tenéis que pagar las facturas”, afirmó, según recogieron los medios, Donald Trump. Aunque es la primera parte, la de permitir a Rusia actuar como le plazca, la que se ha resaltado, la política del trumpismo no pasa por dejar caer la OTAN sino por exigir el aumento de la participación, es decir, fortalecer la alianza. Proteccionista en términos económicos e industriales, Trump es consciente, como ha demostrado también la guerra contra Rusia, que la remilitarización europea implica adquisición de armas, generalmente estadounidenses.

Ante la manipulación de su postura sobre la OTAN y con el temor a que el aspirante a candidato cumpliera su palabra de obligar a Zelensky a negociar con Rusia en las condiciones actuales -sin duda de debilidad ucraniana-, los países europeos han planteado la posibilidad de crear un fondo de 100.000 millones de dólares para los próximos cinco años, con los que Ucrania pudiera mantenerse militarmente a flote incluso si desapareciera o se redujera sustancialmente la aportación estadounidense. Sin embargo, los comentarios realizados por el candidato republicano y sus figuras cercanas no apuntan a la desconexión económica de Estados Unidos, sino a la propuesta que Lindsey Graham planteó a Zelensky en su reciente visita a Kiev: ayudas en forma de créditos. De esa forma, Ucrania seguiría disponiendo de fondos y Washington podría cuadrar sus cuentas sin que se redujeran los contratos de venta de armas que tan lucrativos están resultando para la industria militar estadounidense. Resignado ante la propuesta, frente la que reaccionó en un principio con ira y frustración, el presidente ucraniano se ha visto obligado a aceptar que Ucrania admitiría esa nueva forma de financiación si no existe más opción alternativa que perder los fondos que llegan de su principal proveedor.

Causando aún más ansiedad en Kiev y sus aliados occidentales, The Washington Post ha publicado este fin de semana un esbozo del “plan secreto” de Donald Trump para la guerra en Ucrania y su resolución. “El expresidente Donald Trump ha afirmado en privado que podría poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania presionando a Ucrania para que ceda parte del territorio, según personas familiarizadas con el plan”, afirma el artículo que, olvidando cómo la OTAN redibujó por la fuerza las fronteras de Yugoslavia, critica que añade que “algunos expertos en política exterior dijeron que la idea de Trump recompensaría al presidente ruso Vladimir Putin y condonaría la violación de fronteras internacionalmente reconocidas por la fuerza”. “La propuesta de Trump consiste en presionar a Ucrania para que ceda Crimea y la región fronteriza de Donbás a Rusia”, explica The Washington Post, cuyas fuentes dicen ser asesores del expresidente cuyo anonimato se respeta al tratarse de conversaciones privadas sobre una cuestión tan delicada. “Ese planteamiento, del que no se ha informado anteriormente, daría un vuelco drástico a la política del presidente Biden, que ha hecho hincapié en frenar la agresión rusa y proporcionar ayuda militar a Ucrania”, insiste el medio, que no da más detalles de lo que califica de plan secreto.

El punto de partida de Trump es, según las fuentes del periódico estadounidense, su percepción de que “los dos bandos quieren salvar la cara, quieren una salida”. En esas circunstancias, Trump ofrecería dar por concluido el conflicto por medio de la cesión de tres territorios que se levantaron con mayor fuerza contra Kiev hace ahora diez años, Donetsk, Lugansk y Crimea, aspecto que, por supuesto, ni siquiera merece una mención por parte de The Washington Post. El medio define la postura -que no ha sido confirmada por el expresidente y parece simplemente una opinión, no un plan- como coherente con la actuación de Trump durante su presidencia. “Su preferencia por las cumbres de los detalles políticos, la confianza en sus propias habilidades negociadoras y la impaciencia por los protocolos diplomáticos convencionales fueron las señas de identidad de su forma de abordar los asuntos exteriores en su primer mandato”, insiste. El medio parece haber olvidado que la política ucraniana de Trump durante su mandato no difirió en exceso de la de Obama-Biden y que fue él, no su predecesor, quien aprobó el envío de los primeros sistemas antitanque Javelin, negados por la administración demócrata para evitar una escalada en el conflicto con Rusia. No hay tampoco signo de la principal iniciativa de Trump para resolver el conflicto ucraniano, que no fue una gran cumbre sino una discreta negociación que se prolongó durante meses entre Kurt Volker, veterano de la Fundación John McCain y exembajador de Estados Unidos en la OTAN, y Vladislav Surkov, entonces encargado de la política ucraniana del Kremlin. El desdén de Trump por los acuerdos de Minsk fue exactamente el mismo que el de Obama, Biden y sus homólogos europeos.

En respuesta a las noticias sobre la supuesta propuesta de Trump, aunque sin mencionarlo, el asesor de la Oficina del Presidente Mijailo Podoliak ha rechazado toda cesión de territorio planteando tres argumentos: que añadir un territorio tan pequeño a un país tan grande no puede ser el objetivo de Rusia, que Moscú no ha sacrificado tantas vidas para obtener tan escaso premio y, finalmente, “el tercero y fatal, creer que los rusos van a cumplir con los términos de cualquier tratado que firmen. ¿Qué pasa con los papeles en los que entidades como Putin o Patrushev ponen sus firmas?”. Este último motivo, la falta de palabra de Rusia, es también la base de gran parte de los artículos que defienden la necesidad de continuar con la guerra hasta la victoria final. Todos ellos, como también el discurso de Podoliak, prefieren ignorar el precedente más claro de incumplimiento de los acuerdos firmados que se ha dado en este conflicto, los acuerdos de Minsk, de los que Ucrania ha renegado abiertamente.

“Obviamente, difícilmente se puede encontrar hoy en día tanta ingenuidad política. Pero si es así, ¿de dónde viene este extraño deseo de obligar a Ucrania a hacer las paces con el agresor a costa de concesiones territoriales?”, se queja Podoliak en clara referencia a la filtración sobre las supuestas intenciones de Trump. Más realista que continuar exigiendo la rendición unilateral de Rusia, como ha hecho en las últimas horas Olaf Scholz, el planteamiento de la renuncia a Donbass y Crimea no difiere en exceso de aquello que Rusia y Ucrania negociaron en Estambul en marzo y abril de 2022. Es ahí donde pudo verse el objetivo real de Moscú que, según afirmó el negociador ucraniano David Arajamia, insistía en lograr un acuerdo. A cambio de la neutralidad de Ucrania, Rusia ofrecía garantías de seguridad, mientras que sus exigencias territoriales se limitaban a aquellas regiones en las que la población había mostrado manifiestamente su deseo de adherirse a Rusia: Crimea, Donetsk y Lugansk, estas últimas sometidas durante años a la agresión ucraniana. Como ahora, ese plan de dejar marchar a la población a la que Ucrania ha despreciado durante una década causó rechazo en los socios occidentales de Kiev, un aspecto que tiene poco que ver con Donald Trump y más con la ilusoria percepción de poder derrotar militarmente a un enemigo histórico.

*Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista, especialista en Ucrania/Donbass.

Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.

Foto de portada: extraída de Slavyangrad.

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