A lo largo de la historia hemos conocido diferentes estrategias del imperio y sus socios locales, para disciplinar, condicionar y sofocar cualquier intento que signifique independencia y búsqueda de construcción de sociedades más justas.
Desde acciones desestabilizadoras a través de la propaganda mediática buscando deslegitimar liderazgos y organizaciones revolucionarias hasta llegar a acciones directas de sabotaje o terrorismo en toda su magnitud. Los procesos revolucionarios de nuestra américa han sido testigos del modo en que los poderosos son capaces de actuar si ven peligrar su hegemonía. La Revolución Sandinista es un ejemplo de ello, ya que debió soportar a lo largo de los años diferentes formas de agresión, lo que de algún modo aun hoy se sigue replicando bajo otras lógicas y con características propias de la época. El ejemplo de la experiencia socialista de Salvador Allende en Chile es una muestra más del despliegue que puede asumir un imperio al constatar que los territorios bajo su tutela puedan transitar caminos emancipadores.
Sin dudas la Revolución Cubana ha sido, desde su propio triunfo, la que debió soportar innumerables ataques para deslegitimar su capacidad transformadora y evitar que su ejemplo se replique en todo el continente. Desde acciones armadas como la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961 hasta operaciones de sabotaje contra centros productivos de la isla. Desde la introducción deliberada de pestes que perjudicaron la producción agrícola hasta atentados directos contra dirigentes de la revolución. Desde los primeros años del triunfo revolucionario, fueron diseminados a lo largo y ancho del territorio grupas armados que asesinaron campesinos, obreros, maestros, y alfabetizadores. Provocaron incendios de viviendas y sembradíos como también atentaron contra centros agrícolas e industriales.
Los puertos cubanos fueron objeto también de constantes ataques. El 4 de marzo de 1960, en un muelle de La Habana, hicieron explotar el barco francés La Coubre provocando más de cien muertos y un gran número de heridos.
Tal vez una de las muestras más palpables de la barbarie imperial fue el atentado que un 6 de octubre de 1976, provocó la muerte de 73 pasajeros de un avión de la empresa Cubana de Aviación que había despegado en Barbados y se dirigía a la ciudad de La Habana. En dicho vuelo viajaban una delegación de deportistas cubanos, estudiantes provenientes de Guyana y una delegación cultural de Corea del Norte. Los explosivos C4 colocados en el avión fueron letales y provocaron la caída del mismo al mar y la muerte de todos sus pasajeros.
Las investigaciones determinaron que miembros de organizaciones terroristas que buscaban derrocar al gobierno de Fidel Castro habían intervenido en la planificación y ejecución del atentado como parte de un plan mayor que era dictado por el gobierno de Estados Unidos y ejecutado por la CIA y sus elementos locales que le servían como cobertura.
La CIA, como quedó evidenciado, años después al desclasificar muchos de sus documentos de la época, operó de diferentes formas para dañar a la Revolución Cubana y generar un clima desestabilizador que condujera al fin de la experiencia socialista. En esa dinámica se utilizaron diferentes herramientas de sabotaje a la cual se sumaron como brazos ejecutores directos a integrantes de grupos terroristas cubanos, exiliados en Miami, que se habían agrupado en formaciones tales como Acción Cubana, Brigada 2506, Frente Liberación Cubano, Alpha 66, Movimiento Nacionalista Cubano, entre otros y que a instancias de la propia CIA conformarían la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU) para producir acciones violentas no solo en la isla sino en otros lugares del continente afectando diferentes intereses del gobierno cubano.
El crimen de Barbados fue orquestado desde la ciudad de Caracas en Venezuela por los terroristas Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila quienes realizaron la diagramación del operativo que permitió la colocación de los explosivos en el avión cubano como parte de las acciones terroristas. Estos dos personajes siniestros operaban en sintonía con la CIA, de hecho las investigaciones posteriores evidenciaron que el propio Posada Carriles era un agente orgánico al servicio de la CIA y que era una de las cabezas visibles de una organización que aglutinaba a mercenarios venezolanos y cubanos, dispuestos y preparados para realizar diferentes acciones violentas contra el proceso revolucionario cubano.
Tanto Posada Carriles como Orlando Bosch serían detenidos en Venezuela por el atentado al avión cubano, del mismo modo que los autores materiales de la colocación de los explosivos, Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano, que fueron condenados a 20 años de prisión. Sin embrago Bosch logró evadir la prisión bajo pretextos técnicos procesales, mientras que Posada Carriles permaneció en prisión durante ocho años a la espera de una sentencia definitiva. Su claro peso en la CIA y su relación estrecha con dirigentes como George Bush padre permitieron que un operativo de la mafia cubano-americana “comprara” la libertad de Posada Carriles, gracias al aporte de los fondos de la Fundación Nacional Cubana Americana (FNCA) que lideraba el multimillonario Jorge Más Canosa, y fugara de la prisión venezolana para refugiarse en los Estados Unidos que lo protegió hasta su muerte.
En Cuba la reacción del pueblo fue movilizarse en masa, mostrando la indignación y el dolor por los crímenes horrendos de compatriotas en un acto repugnante de irracionalidad. Reunidos en la Plaza de la Revolución, el 15 de octubre de 1976, Fidel se dirigió al pueblo que se había congregado de a miles:
Conmovidos, luctuosos, indignados, nos reunimos hoy en esta histórica Plaza para despedir, aunque solo sea casi simbólicamente, los restos de nuestros hermanos asesinados en el brutal acto de terrorismo perpetrado contra un avión civil en pleno vuelo con 73 personas a bordo, de ellas 57 cubanos. La mayor parte de los restos yacen en las profundidades abismales del océano, sin que la tragedia haya dejado a los familiares allegados ni aun el consuelo de sus cadáveres. Solo los restos mortales de ocho cubanos han podido ser recuperados. Ellos se convierten así en símbolo de todos los caídos, el único resto material al que daremos sepultura en nuestra tierra de quienes fueron 57 saludables, vigorosos, entusiastas, abnegados y jóvenes compatriotas nuestros. Su edad promedio apenas rebasaba los 30 años aunque sus vidas eran ya, sin embargo, inmensamente ricas en su aporte al trabajo, al estudio, al deporte, al afecto de sus familiares allegados y a la Revolución.
La siempre presente CIA, cuando se trata de conspiraciones para asesinar o destruir, está culpada en sus propios documentos, que dan fe del conocimiento anticipado que tuvo de los planes que se urdían para derribar el avión cubano y nada hicieron para evitarlo, no transmitieron una simple alerta oportuna a las autoridades cubanas.
Un documento secreto de la CIA desclasificado y fechado en 13 de octubre de 1976, con la acotación «Terreno no. 7514», identificaba a la fuente como: «Un antiguo funcionario del gobierno de Venezuela, quien es habitualmente un informante confiable» y alertaba: «Esta información no es para discutirse con ningún funcionario extranjero, incluyendo aquellos del gobierno de Venezuela».
El texto sobre el plan de derribo señalaba: «Bosch hizo la declaración: “ahora que nuestra organización ha salido del trabajo Letelier con buena presencia, vamos a tratar algo más”». Añade el informe: «A los pocos días en una comida para recaudar fondos, Posada fue escuchado diciendo “vamos a atacar a un avión cubano” y “Orlando tiene los detalles”».
Después del derribo del avión cubano Luis Posada Carriles sugirió sacar al terrorista Orlando Bosch de Venezuela y el 9 de octubre este cruzó al territorio colombiano.
Anteriormente, el 22 de junio de 1976, la CIA tuvo conocimiento adelantado de los planes para derribar aviones civiles cubanos, así lo revela el documento de esa agencia estadounidense fechado y distribuido ese día y que significaba:
«Informe de clase secreto, sensible, fuentes y métodos de inteligencia involucrados. No divulgar a nacionales extranjeros. No distribuible entre contratados o consultores contratados. A continuación reseñaba: «Un hombre de negocios con vínculos estrechos con la comunidad de exiliados cubanos. Habitualmente es un informante confiable. Reveló que un grupo extremista de cubanos exiliados, del cual Orlando Bosch es el líder, planea colocar una bomba en un vuelo de la aerolínea Cubana de Aviación que viaja entre Panamá y La Habana. Los planes originales para esta operación planteaban que se pondrían dos bombas en el vuelo del 21 de junio de 1976, número 467, el cual estaba programado para salir de Panamá a las 11:15 a.m. de la hora local de Panamá».
Del documento se enviaron copias al Departamento de Estado, Dirección de Inteligencia del Ejército, Ejército, Armada, Fuerza Aérea, FBI y la CIA, pero el gobierno cubano no fue destinatario de esta información, que precisaba incluso que se colocarían dos bombas, como ocurrió posteriormente en Barbados, mencionaba al criminal Orlando Bosch como gestor del crimen, que, además, el objetivo sería un avión civil de la línea aérea Cubana de Aviación y todos estos datos precisos fueron conocidos por la CIA cuatro meses antes del 6 de octubre, cuando 73 personas perdieron la vida, incluidos 57 cubanos.
¿Qué dudas pueden caber de la intervención de la CIA en acciones de terror contra procesos emancipadores?
Desde aquella operación que acabó con el derribo del avión de la aerolínea cubana y la muerte de todos sus tripulantes, hemos sido testigos de cientos de miles de operaciones desestabilizadoras, que sencillamente pretenden frenar el impulso de los pueblos por la liberación del yugo imperial.
En aquel gran acto en la Plaza de la Revolución, Fidel Castro resumió conmovido el significado del compromiso asumido por aquellos que abrazan la causa revolucionaria:
La Revolución nos inculcó a todos la idea de la fraternidad y la solidaridad humana. A todos nos hizo hermanos entrañables en los que la sangre de uno pertenece a todos y la sangre de todos pertenece a cada uno de los demás. Por eso el dolor es de todos, el luto es de todos, pero la invencible y poderosa fuerza de millones de personas es nuestra fuerza. ¡Y nuestra fuerza no es solo la fuerza de un pueblo, es la fuerza de todos los pueblos que ya se redimieron de la esclavitud y la de todos los que en el mundo luchan para erradicar del seno de la sociedad humana la explotación, la injusticia y el crimen!
Nuestra fuerza es, en fin, la fuerza del patriotismo y la fuerza del internacionalismo. Las ideas por las que luchamos son estandarte de los hombres más honestos y dignos del mundo de hoy y el emblema seguro y victorioso del mundo de mañana.
El imperialismo, el capitalismo, el fascismo, el neocolonialismo, el racismo, la brutal explotación del hombre por el hombre en todas sus formas y manifestaciones, se acercan al ocaso en la historia de la humanidad, y sus enloquecidos servidores lo saben; por eso sus reacciones son cada vez más desesperadas, más histéricas, más cínicas, más impotentes. Solo eso puede explicar crímenes tan repugnantes y absurdos como el de Barbados.
No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!
No olvidar es un modo concreto de saber cómo actuaron y cómo continúan actuando los enemigos de los pueblos de nuestra américa para impedir el avance de los procesos transformadores.
Notas:
*Historiador y colaborar de PIA Global