Esa paradoja, que define desde hace décadas la vida política del país, se ha vuelto a repetir.
Tras la caída de dos primeros ministros en menos de un año, la llegada de Anutin Charnvirakul al poder refleja la persistente crisis de representación que atraviesa Tailandia, donde la voluntad popular es constantemente socavada por tribunales, alianzas inestables y el peso de una élite conservadora que nunca abandona el control.
Un perfil marcado por la élite y el pragmatismo
Anutin, de 58 años, no es un outsider ni un improvisado. Es heredero de un poderoso imperio de la construcción, piloto aficionado, saxofonista y amante de los autos antiguos. Pero, sobre todo, es un operador político experimentado que ha servido en múltiples gabinetes y ha consolidado al Partido Bhumjaithai como un actor indispensable en cualquier coalición de gobierno, a pesar de ser apenas la tercera fuerza parlamentaria.
Su ascenso se produjo tras el colapso de Paetongtarn Shinawatra, hija del magnate encarcelado Thaksin, suspendida por los tribunales bajo acusaciones de violar la ética en medio de una disputa fronteriza con Camboya. En apenas una semana, Anutin ocupó el cargo, demostrando su habilidad para capitalizar la fragilidad institucional del país.
La llegada de Anutin se da en un contexto en que la democracia en Tailandia funciona bajo reglas impuestas por la Constitución de 2017, redactada por los militares para preservar los intereses de la élite y excluir a los reformistas. Así ocurrió tras la victoria de Move Forward en 2023: a pesar de haber ganado con contundencia, su candidato a primer ministro fue bloqueado por el Senado y el partido fue posteriormente disuelto por los tribunales debido a su intento de reformar la rígida ley de lesa majestad.
Anutin jugó un rol clave en ese bloqueo, lo que refuerza su imagen como el gran beneficiario del sistema que impide cualquier cambio profundo.

Los desafíos de gobernar sin mayoría
El nuevo primer ministro de Tailandia enfrenta un panorama sumamente complejo marcado por problemas urgentes que amenazan la estabilidad de su gestión. En el plano económico, el país atraviesa un escenario de debilidad estructural reflejado en el crecimiento lento, el aumento de la deuda de los hogares y las advertencias de las agencias de calificación sobre una posible rebaja crediticia.
A esto se suma la incertidumbre comercial, con tensiones latentes en la relación con Estados Unidos y con algunos socios regionales, lo que genera dudas sobre la capacidad del gobierno para atraer inversiones y mantener el dinamismo de las exportaciones. En el ámbito geopolítico, las tensiones fronterizas con Camboya, históricamente sensibles y de gran carga simbólica, vuelven a estar en primer plano y representan un riesgo adicional, ya que en el pasado costaron la caída de la predecesora de Anutin.
Pero más allá de estos desafíos, la fragilidad política es quizás el obstáculo más delicado para el nuevo primer ministro. Su llegada al poder no está respaldada por una mayoría parlamentaria sólida, sino por una frágil alianza con el Partido Popular prodemocrático, que le cedió 143 votos bajo la condición de convocar un referéndum para reescribir la constitución de 2017.
Esta promesa, aunque necesaria para sostenerse en el cargo, plantea un dilema: una eventual reforma constitucional podría debilitar el entramado que protege a las élites y abrir un espacio de representación a los reformistas, pero al mismo tiempo corre el riesgo de alejar a su núcleo más fiel, los votantes conservadores. En este equilibrio inestable, Anutin deberá gobernar en medio de una economía debilitada, tensiones externas y una estructura política que lo obliga a caminar sobre una delgada cuerda floja.
Aunque Anutin se ha comprometido a disolver el parlamento y convocar elecciones en los próximos meses, el desencanto popular es profundo. Los tailandeses están cansados de promesas incumplidas y de ver cómo, una y otra vez, las urnas no logran alterar el dominio de la élite. El círculo vicioso es claro: gobiernos reformistas son bloqueados o derrocados, mientras figuras como Anutin emergen como los verdaderos ganadores de la inestabilidad.
Una nueva cara de la misma élite
Lo que se resume de la situación actual en Tailandia es con una frase lapidaria: “El que se ríe más fuerte es Anutin”. Y no es para menos: su ascenso confirma que, en Tailandia, la élite siempre encuentra el modo de preservar su hegemonía, ya sea a través de tribunales, pactos de conveniencia o la manipulación de la constitución.
La llegada de Anutin no representa un cambio de rumbo, sino la continuidad de un modelo político que mantiene a la mayoría de la población marginada de las decisiones fundamentales. En ese sentido, Tailandia sigue atrapada en un ciclo de crisis política donde, más allá de las elecciones, lo único constante es el triunfo de los mismos grupos de poder.
*Foto de la portada: AFP

