La población sudanesa enfrenta una situación sumamente grave debido al conflicto entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Desde abril de 2023, cuando el conflicto estalló con más fuerza, millones de sudaneses se han visto desplazados, y la crisis humanitaria se ha agravado significativamente.
En Sudán, una tragedia humanitaria se desarrolla mientras el país queda atrapado en un conflicto interno que despojó a millones de personas de sus hogares, llevó a la economía al borde del colapso y dejó al sistema de salud en ruinas. Desde una perspectiva antiimperialista y decolonial, este conflicto debe entenderse como algo más que una simple lucha de poder entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). En el fondo, Sudán sigue siendo un teatro para los intereses económicos y geopolíticos de potencias extranjeras, que buscan afianzar su influencia y garantizar el acceso a los abundantes recursos del país.
De hecho, la historia de Sudán está marcada por siglos de explotación colonial que dividieron y enfrentaron a diferentes etnias, regiones y religiones. Durante el dominio británico, se trazaron fronteras artificiales que facilitaron el control del territorio mediante la fragmentación social y la manipulación de identidades étnicas. Esta fragmentación sembró la semilla para conflictos posteriores y, de alguna manera, dejó al país vulnerable a las tensiones que derivaron en guerras civiles y conflictos regionales.
Aunque el colonialismo formal terminó en 1956, su legado continúa afectando al país, debilitando la cohesión social y creando divisiones que se han perpetuado en conflictos y guerras civiles recurrentes.
La independencia de Sudán no significó una liberación verdadera, sino una transición de poder hacia una elite que, en lugar de unir al país, mantuvo las divisiones coloniales. Esta fragmentación no solo es la causa de los conflictos internos, sino también la oportunidad perfecta para que potencias extranjeras intervengan y exploten las tensiones a su favor.
El Conflicto: Un juego de poderes internacionales
Sudán se ha convertido en un espacio de competencia geopolítica entre potencias como Estados Unidos, Rusia y China. Cada una de estas potencias busca expandir su esfera de influencia, a menudo a expensas de los intereses y la autonomía del propio Sudán.
China, por ejemplo, ha invertido significativamente en infraestructura en Sudán como parte de su iniciativa de la Franja y la Ruta, mientras que Estados Unidos y sus aliados buscan contrarrestar esta influencia promoviendo cambios políticos que les sean favorables. Rusia, por su parte, ha mostrado interés en establecer una base naval en la costa del Mar Rojo, lo cual le permitiría una presencia militar estratégica en la región.
Estas potencias alimentan el conflicto sudanés mediante la venta de armas a distintas facciones, una cuestión que no solo enriquece a las empresas de defensa, sino que también incrementa la inestabilidad y perpetúa el conflicto entre las SAF, liderada por Abdel Fattah al-Burhan, y las RSF, bajo el mando de Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como “Hemedti,”. Una disputa tanto por el control del país como por el acceso a sus recursos naturales.
Entonces, más allá de las fronteras de Sudán, algunas potencias extranjeras como Estados Unidos, China, Rusia, y países del Golfo Pérsico participan indirectamente en el conflicto, cada uno con sus propios intereses estratégicos.
Estados Unidos y la Unión Europea han mostrado interés en una transición democrática en Sudán. Sin embargo, la realidad es más ambigua. Washington aplicó sanciones a ciertos líderes sudaneses, pero también busca maneras de mantener su influencia en el país mediante el respaldo ocasional a facciones que favorezcan sus propios intereses geopolíticos. La intervención humanitaria, aunque necesaria en muchos casos, es utilizada como pretexto para mantener una presencia extranjera y garantizar una vigilancia constante sobre el desarrollo político de Sudán.
Por su parte, los países del Golfo, especialmente Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, también participan en el conflicto con agendas propias. Estos países han brindado apoyo a las SAF y a las RSF, aunque el respaldo varía de acuerdo a sus intereses cambiantes. Las RSF han sido aliados clave para Arabia Saudita en su guerra en Yemen, enviando tropas a cambio de apoyo financiero y militar. Al mismo tiempo, estos países del Golfo buscan asegurar el acceso a recursos naturales y fortalecer sus lazos estratégicos en el Cuerno de África, una región clave para el comercio y la seguridad en la Península Arábiga.
También Rusia, a través grupo paramilitar Wagner, ha suministrado apoyo a las RSF. La presencia de mercenarios rusos apunta, según algunos analistas, a la instalación de una base naval en Port Sudan, lo cual permitiría a Rusia proyectar poder en el Mar Rojo y consolidar su influencia en el Cuerno de África. Esta base sería un activo valioso para la política exterior rusa, especialmente en un momento en que busca reafirmar su presencia en África.
Cabe recordar que, Sudán es rico en recursos naturales, especialmente petróleo y minerales, lo que ha atraído el interés de estas potencias extranjeras. Al apoyar a distintas facciones o al vender armas a ambos bandos, no solo obtienen ganancias económicas, sino que también aseguran su influencia sobre el futuro del país.
El conflicto en Sudán refleja una lucha de poder no solo entre facciones internas, sino también una competencia geopolítica más amplia en la que potencias extranjeras intentan asegurar sus intereses económicos y estratégicos. Las SAF y las RSF, aunque son los principales actores armados, dependen de su financiación y respaldo externo, lo que perpetúa la influencia imperialista en el país. Además, los movimientos civiles intentan construir una alternativa democrática, pero enfrentan la represión de actores militares y las complejidades de una intervención internacional que, aunque podría ser favorable en ciertos aspectos, también refleja intereses externos en juego.
El impacto devastador sobre el pueblo sudanés
Mientras las élites militares y los actores extranjeros persiguen sus intereses, el pueblo sudanés sufre las consecuencias devastadoras de esta guerra. Desde abril de 2023, con más de 5 millones de personas desplazadas internamente debido al conflicto, mientras que cientos de miles han huido a países vecinos como Egipto, Chad y Sudán del Sur. Este desplazamiento ha llevado a una saturación de los sistemas de ayuda humanitaria en esos países, y muchas de las personas desplazadas se encuentran en condiciones extremadamente precarias.
El hambre se convirtió en una amenaza generalizada. La guerra interrumpió el suministro de alimentos, dejando a más de 20 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) advirtió sobre un posible «colapso» alimentario en Sudán, con una gran parte de la población viviendo al borde de la hambruna. Los sudaneses están en riesgo de inseguridad alimentaria, y los hospitales, al borde del colapso, no pueden satisfacer las necesidades básicas de la población. La escasez de alimentos y medicinas es una constante, y la falta de agua potable facilita la propagación de enfermedades.
Las mujeres y los niños han sido particularmente vulnerables a la violencia. Organizaciones de derechos humanos han documentado innumerables abusos por parte de las SAF y las RSF, desde violaciones y secuestros hasta asesinatos. Mientras tanto, el reclutamiento forzoso, incluso de niños soldados es algo común, y muchas familias se ven obligadas a enviar a sus hijos a las filas de combate por miedo a represalias o en un intento desesperado de sobrevivir.
Desesperanza y luchas cotidianas
La población sudanesa vive en un estado constante de miedo e incertidumbre, sin saber cuándo terminará el conflicto ni si podrán regresar a sus hogares. El desempleo ha aumentado, y los precios de bienes básicos son inalcanzables para la mayoría. La población perdió la confianza en las instituciones de su propio país y en la comunidad internacional. Muchas personas sienten que han sido abandonadas y que su bienestar no es una prioridad para los líderes sudaneses ni para la comunidad internacional. Las promesas de paz y estabilidad se perciben como poco realistas ante la realidad de una guerra interminable y brutal
La población sudanesa se encuentra en una situación crítica, enfrentando una crisis humanitaria devastadora, con acceso limitado a alimentos, atención médica y servicios básicos. La violencia constante y la falta de seguridad hacen que la vida cotidiana sea extremadamente difícil, mientras que el futuro es incierto y, para muchos, desalentador. La situación requiere una respuesta urgente y coordinada de la comunidad internacional, aunque la solución verdadera solo podrá alcanzarse con un compromiso genuino hacia la paz y el bienestar de la población sudanesa.
El camino hacia una Sudán libre y soberana requerirá que la comunidad internacional respete el derecho del país a decidir su propio destino, sin injerencias. Las soluciones a largo plazo deben partir del reconocimiento de que el verdadero cambio solo vendrá del pueblo sudanés, y no de aquellos que, bajo el disfraz de ayuda humanitaria o intereses estratégicos, buscan perpetuar su control sobre la región.
El conflicto en Sudán es un recordatorio de cómo el imperialismo contemporáneo opera en África, explotando divisiones, alimentando guerras y despojando a los países de su derecho a la autodeterminación. Sudán es un país rico en recursos y cultura, que ha sido convertido en un campo de batalla para los intereses económicos y estratégicos de potencias extranjeras. Pero la resiliencia de su gente, que ha demostrado una y otra vez su capacidad para resistir, es la mayor esperanza de un futuro diferente.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.
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