Aunque sí es cierto que erramos en el tiempo que iba a demorarse el reinicio, ya que el afán de muerte de Israel es imposible de mensurar, más allá de las pruebas que ha dado en esos casi ochenta años que lleva la ocupación sionista en Palestina, que volvió a atacar, si alguna vez dejó de hacerlo, mucho antes de lo que cualquiera pudo pronosticar.
A este genocidio tan anunciado, “justificado” y televisado, le ha salido un competidor, igual de perverso, obvio y previsible. El que los paramilitares sudaneses del grupo conocido como Fuerza de Apoyo Rápido están ejecutando desde el domingo 26 en la ciudad de el-Fasher, la capital de Darfur del Sur, después de un año y medio de sitio y resistencia (ver: Sudán: La caída de el-Fasher o cómo exceder el exceso).
Quien conozca mínimamente la historia de los viejos Janjaweed (Jinetes Armados) hoy reconvertidos en la tenebrosa FAR, sabría del proyecto de limpieza étnica que ya habían intentado en Darfur entre 2003 y 2005, cuando bajo el manto de impunidad que les brindó el autócrata sudanés Omar al-Bashir, asesinaron a medio millón de darfuríes no árabes, de las etnias africanas (negras) las Masalit, Fur y Zaghawa.
Si bien iniciada la guerra civil en abril del 2023, entre los paramilitares del falso general Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemetti, y las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) lideradas por el general Abdel Fattah al-Burhan, que además de comandante en jefe de las FAS, es nominalmente el presidente del país, los paramilitares, originarios en su mayoría de Darfur, reiniciaron el genocidio repitiendo las mismas prácticas del 2003.
Son numerosas las pruebas de las matanzas que se han ejecutado en estos treinta meses de guerra. Aunque quizás ninguna más documentada que el ataque al campamento de refugiados de Zamzam, al que habían llegado buscando cobijo quinientos mil desplazados, de los catorce millones en todo el país, y que, a pesar de ello, los perpetradores no han sufrido el castigo ni la condena de haber ejecutado en apenas una noche a más de dos mil personas. Quizás porque, antes de iniciado el ataque el 11 de abril, ya moría en Zamzam, un niño cada dos horas por el combo al que tan acostumbrados estamos: deshidratación, hambre, enfermedades tratables, una bala o el filo de un machete (ver: Sudán, la geometría del caos).
A Zamzam, el campamento donde se aloja unas de las poblaciones más vulnerables del mundo, los paramilitares entraron con camionetas artilladas por tres frentes, cubiertos por ataques de artillería y drones, para comenzar la cacería de los falangayat (esclavos), como los milicianos de las FAR étnicamente árabes llaman despectivamente a las poblaciones negras. El ataque, que se extendería por las siguientes setenta horas, ha generado un número no revelado de muertos, aunque algunas estimaciones van desde los cien a los mil quinientos, convirtiéndose en una de las mayores matanzas desde la toma de la ciudad de Geneina, capital de Darfur Occidental, en junio de 2023, en la que murieron entre diez y quince mil personas, después de poco más de dos sangrientos meses de asedio. Donde familias enteras fueron arrancadas de sus viviendas y literalmente arrastradas de los pelos para ejecutarlos delante de una multitud atónita.
Estas son las imágenes que se están repitiendo hoy en el interior de el-Fasher, una ciudad que llegó a tener un millón de habitantes hasta antes del comienzo la guerra, donde tras la retirada del ejército regular a “un lugar más seguro”, según dijo en su discurso televisado el último lunes el general al-Burhan, dejando a las más de doscientas sesenta mil personas que no consiguieron escapar como otras treinta mil lo habían hecho apenas un par de días antes, huyendo hacia la ciudad Tawila, setenta kilómetros al oeste. La ciudad, con más de setecientas mil personas, ya se encuentra saturada para asistir las infinitas necesidades de los desplazados, por lo que las ONG que allí se localizan no dan abasto para atender los requerimientos de los muchos heridos, enfermos o simplemente hambreados.
En Tawila, además, se teme que una vez que los paramilitares resuelvan sus entredichos en el-Fasher continúen la búsqueda de falangayat en aquella ciudad ubicada a doscientos setenta kilómetros de la frontera con Chad, a donde ya han llegado casi cuatro millones de refugiados.
Los desplazados que han llegado a Tawila relatan las persecuciones constantes por parte de bandoleros comunes que les quitan sus pertenencias, incluso relatan casos de secuestros para pedir rescates de hasta quince mil dólares.
Los nuevos falangayat
En el-Fasher los milicianos de las Fuerzas de Apoyo Rápido tienen una nueva oportunidad para finalizar la limpieza étnica que habían intentado a partir del genocidio de 2003 y ejecutan sin descanso desde el inicio de la guerra civil en abril del 2023.
En este momento ante la pasividad global, como lo hace Netanyahu en Gaza, se está ejecutando toda la panoplia utilizada en las guerras, que si muy bien para nada novedosas en la historia de la humanidad, si sorprenden que en un mundo hiperconectado en pleno desarrollo de los derechos humanos, en una sociedad, tan considerada con las minorías, con lenguaje inclusivo, casi obligatorio, la elección libre del sexo, y otros avances sociales, tanto en Gaza como en el Fasher ya no se combate simplemente para vencer al enemigo, totalmente derrotado, para imponer sus voluntades, principios o como se llame el motivo que lleva a un bando u otro a una guerra, sino para destruirlo físicamente, emocional y espiritualmente.
Por esto se violan mujeres, niñas y ancianas delante de sus familias, se torturan y asesinan niños frente a sus padres, lo que entiéndase, nada es verdaderamente nuevo, ya que lo han ejercitado todos: los franceses en Argelia, los británicos en India, los norteamericanos en Vietnam, los italianos en Etiopía, los belgas en Ruanda o los alemanes en Namibia, un muy sintético punteo de los genocidios perpetrados por potencias coloniales en un momento en que estas aberraciones se podían mantener más ocultas.
El temido y previsible genocidio, que por tanto tiempo se esperó en el-Fasher está sucediendo, según lo muestran las recientes imágenes satelitales, obtenidas sobre el-Fasher, donde grandes manchones que se interpretan como zonas incendiadas o bombardeadas, mientras se observan centenares de cuerpos en el suelo y una decoloración rojiza, se ven en el perímetro de la ciudad. Mientras se conoce que también ya se realizan ejecuciones sumarias de civiles bajo la excusa de haber sido sorprendidos al intentar escapar y otros sospechados de haber sido soldados y agentes del ejército sudanés.
Algunas ONG que analizan esta situación comparan la violencia que se está ejecutando en la capital de Darfur del Norte con las primeras veinticuatro horas del genocidio de Ruanda (1994), en el que apenas en cien días se asesinaron a un millón de personas.
Se ha conocido, en las últimas horas, que apenas ingresaron los paramilitares a el-Fasher, ocuparon un hospital de campaña donado por Arabia Saudita y ejecutaron en sus propias camas a los cuatrocientos cincuenta pacientes que allí se atendían, sin conocerse la suerte del personal médico.
Las Fuerzas de Apoyo Rápido, legalizadas por Omar al-Bashir en 2013, dándoles rango militar para que pudieran operar con impunidad en los habituales levantamientos de los pueblos negros de Darfur, están a punto de lograr un sueño quizá nunca antes pensado, la creación de un estado independiente darfurí, justificando el genocidio previsible.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central
Artículo publicado originalmente en Rebelión









 
									 
							 
							 
							 
							 
							